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La vida y ya
¿Para qué tanta violencia?
Una de las cosas que me gusta de trabajar con adolescentes es que hacen muchas preguntas. Todavía no han perdido esa capacidad de dejar que los interrogantes se les escapen de la boca sin pensar mucho más allá de sus ganas de encontrar una respuesta. A veces las preguntas son difíciles. Las más interesantes no se pueden responder con un “sí” o un “no”. Son preguntas que ayudan a pensar y que acaban casi siempre en compartir reflexiones en voz alta. Algunas preguntas no tienen respuesta.
Ayer, hablando sobre Palestina, una alumna dijo: “Yo lo que me pregunto es, ¿para qué tanta violencia?”. Cuatro palabras que me dejaron pensando mucho tiempo después de que se acabara la clase.
Por la noche me puse a buscar textos que hablasen de movimientos antimilitaristas y pacifistas. Trataba de encontrar una respuesta a esa pregunta de mi alumna. Saber para qué. Encontré más grupos de los que ya conocía. Muchos de ellos impulsados por mujeres.
Creo que para conseguir que las y los adolescentes tengan respuestas ante esta barbarie (y también las que dejamos la adolescencia hace tiempo) es necesario hacer más preguntas
Las mujeres han sabido organizarse en los territorios de la vida. Son ellas las que la recomponen entre los escombros después de un bombardeo. Las que improvisan tendederos sobre las cenizas queriendo abrirle, a codazos, el paso. Son ellas las que mejor saben usar la sabiduría de las redes. Las que conocen que existen otras lógicas diferentes al golpe frente a los conflictos.
Entre las cosas que leí había un texto de Petra Kelly que decía: “Hay una relación clara y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo. Cualquier compromiso con la justicia social y la no violencia que no señale las estructuras de dominación masculina sobre la mujer será incompleto”.
Esto no responde exactamente el “¿para qué tanta violencia?”, pero da muchas pistas.
Preguntar, por ejemplo, como decía Joan Báez: “Si es natural matar, ¿por qué los hombres tienen que adiestrarse para aprender cómo?”
Creo que para conseguir que las y los adolescentes tengan respuestas ante esta barbarie (y también las que dejamos la adolescencia hace tiempo) es necesario hacer más preguntas. Muchas preguntas. Preguntar, por ejemplo, como decía Joan Báez: “Si es natural matar, ¿por qué los hombres tienen que adiestrarse para aprender cómo?”. Preguntar: “¿qué te ayudaría a sentir seguridad, a no tener miedo, si fueses palestina o palestino? ¿Y si fueses israelí? ¿Qué te permitiría no sentir odio hacia la otra comunidad que habita el territorio? ¿Qué podemos aprender para resolver conflictos de la forma de hacerlo de las mujeres?”.
Preguntar si lo único que queda es asistir por las redes al genocidio o si todavía hay un hueco para la paz.
Ojalá que en la respuesta a la pregunta “¿para qué tanta violencia?” encuentren que siempre hay una oportunidad para la paz. Lo contrario sería rendirse.
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“Si es natural matar, ¿por qué los hombres tienen que adiestrarse para aprender cómo?” Yo suelo hacer un razonamiento equivalente: “si la guerra es natural en nuestra especie, ¿por qué los soldados sufren de neurosis de guerra? La respuesta es simple: nuestra especie no fue diseñada para la guerra. Si fuese así, el dimorfismo sexual sería más exagerado, los machos medirían dos metros de alto, pesarían 100 kilos y tendrían grandes colmillos. Nacerían muchas más hembras que machos, y seríamos polígamos. No digo que cuando éramos cazadores no hubiese violencia, pero la guerra es otra cosa. Aparece en el neolítico, con el concepto de propiedad, el aumento de la población, la aparición de la escasez y el Patriarcado. La guerra no es natural en nuestra especie: es cultural. No aparece por selección natural, sino por selección cultural: las culturas que optaron por ser más brutas, produjeron más alimentos, más población (el primer factor táctico: el número) e hijos más brutos, dispuestos a matar y a morir para conseguir el aprecio de los suyos. Y se comieron a las culturas que se lo montaran de otra forma, que seguro que hubo muchas, pero no queda ninguna.