Capitalismo
Una '14 Orduak' de Tolosa sin Alpinismo Molotov

Las marchas de montaña se han masificado y, fagocitadas por el capitalismo, han perdido valores clásicos como el compañerismo, la solidaridad, el compartir y la empatía.
14 Orduak Tolosa
Marcha de montaña 14 Orduak de Tolosa / Fuente: 14 Orduak

“Nos gustaría que lo hicieran como solían hacer los pioneros de este largo paseo. Los primeros montañeros no tenían la intención de competir; sí, en cambio, de medirse a sí mismos, de pasar un día bonito en la montaña, de disfrutar entre amigos… Aquellos montañeros llevaban en la mochila todo lo necesario”. Son los deseos de la organización Aralarko Ikaskideak para la marcha de montaña no competitiva ‘Tolosako 14 Ordu’, que se celebra cada año olímpico y cuya última edición fue este pasado domingo 19 de mayo.

La primera tuvo lugar en 1943 gracias a un grupo de amigos (en masculino porque no había mujeres). Aquella podía considerarse como la época dorada de los conquistadores de lo inútil, como escribiría Lionel Terray, pues por entonces todavía nadie había hollado la cima del Everest con pruebas fehacientes. Me pregunto: ¿Qué llevarían en su mochila aquellos pioneros? No es difícil entrever en sus zurrones algo de pan y queso, quizás un chorizo del caserío o alguna manzana, agua y, claro, la bota de vino. ¿Qué llevaban los participantes el pasado domingo? Fruta, algún bocadillo y muchos suplementos, barritas y geles energéticos, sales minerales y bebidas isotónicas.

El sistema capitalista ha convertido las montañas en polideportivos y, con ello, ha creado nuevas necesidades de consumo

La vestimenta también nos habla mucho del cambio de los tiempos. Antaño, camisas y camisetas viejas, los pantalones del trabajo, las botas remendadas y la makila. Hoy, camisetas técnicas y ultralights que favorecen la sudoración, la capa softshell que abriga y no pesa, el gore-tex contra la lluvia, las zapatillas de trail, los calcetines técnicos, los bastones de carbono telescópicos, la mochila ultraligera de hidratación, el smartwatch en la muñeca. Toda una indumentaria creada para extender el mercado hacia la montaña.

No quiero romantizar el pasado, bienvenidos sean los avances tecnológicos que nos facilitan la vida en la montaña. El problema viene cuando viene acompañado de una ideología determinada: el neoliberalismo. El sistema capitalista ha convertido las montañas en polideportivos y, con ello, ha creado nuevas necesidades de consumo. El “fenómeno Decathlon” fue el empujón definitivo, el low cost que necesitábamos para iniciarnos en el running, en la natación o en el pádel.

Ya no vamos al Txindoki en seis horas con los colegas y comemos arriba o al lado de la fuente; si tardamos tanto, seríamos considerados unos paquetes. Ahora muchos van con el Strava, el Runtastic o similar y la compañía es lo de menos mientras nos aguante el ritmo con el que queremos “superarnos” y/o competir virtualmente con otros.

Y esto se ve, aunque no conste entre los deseos de los organizadores, en marchas como la ‘14 Orduak’ de Tolosa. Son 68 kilómetros y 1946 metros de desnivel, casi nada; eso de casi nada es literal para esos muchos participantes que van a ella como entrenamiento para otras pruebas competitivas como la Ehunmilak (171 kilómetros), que se hace en julio.

En la ‘14 Orduak’ de Tolosa se veía un claro amor por el deporte, pero no por la montaña. No solo por la gran cantidad de plásticos de geles tirados, sino, sobre todo, por la falta de los valores asociados al montañismo clásico: compañerismo, solidaridad, altruismo y empatía

Se puede ver en personas adelantando corriendo en pasos estrechos, como en la bajada de las minas de Amezketa con lluvia, con la piedra mojada y resbaladiza y el cansancio de 50 kilómetros a las espaldas; o en auténticos barrizales en los que había que medir mucho cada paso para no caer, pero donde alguno seguía intentando demostrar que podía bajar corriendo, aunque para nada, porque un metro más abajo se quedaba esperando a alguien (entonces, ¿para qué ese espectáculo de runs-plaining?). Se ve en esa presunción que estas marchas son para sufrir, para ese “no pain, no gain” que tanto ha calado y que impide disfrutar de una escapada al monte como siempre se ha hecho, con parada final en el bar del pueblo para echar un zurito, un vino, un cortado o un pintxo, que es donde se tejen los lazos sociales.

Al fin y al cabo, en la ‘14 Orduak’ de Tolosa se percibía un claro amor por el deporte, pero no hacia la montaña. No solo por la gran cantidad de plásticos de geles que se veían tirados por ahí, sino, sobre todo, por la falta de los valores asociados al montañismo clásico: compañerismo, solidaridad, altruismo, empatía. ¡Y eso que no es una marcha competitiva!

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Estas caminatas se encuentran cada vez más masificadas y alejadas de su espíritu inicial. Hay una cantidad enorme de participantes que parten a cada minuto de la salida. Lo hacen para evitar las aglomeraciones en el principio, pero elimina el componente popular que tiene marchar juntas. Y ‘14 Orduak’ no es la única. La ‘Travessa Matagalls-Montserrat’ de Catalunya, por ejemplo, también sigue esta lógica. Una donde los los participantes van “a su bola” y pueden hacer 70 u 80 kilómetros sin intercambiar palabra con otras personas. En otras, en cambio, por muchos participantes que haya, la dinámica es que siguen el recorrido todos juntos, con sus correspondientes paradas para comer en las que, sí o sí, hay que descansar y pegar un bocado; y dando lugar a una situación en la que es complicado no entablar algún tipo de conversación con la persona que está al lado.

El llamado “Alpinismo Molotov” es una actividad colectiva que no es deporte, que se hace sin prisas y sin cronómetro, que marca un ritmo que permite el habla y que se burla del heroísmo, del superhombrismo y del machismo.

Eso debería ser ir a la montaña, no la deportivización de los últimos años. Ya clamaron contra ello Juanjo Arbizu en su libro Slow Mountain o Pablo Batalla en La virtud en la montaña, que llevaba un subtítulo transparente: Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista. O como expresaba de manera brillante Olga Blázquez en su Quebrantahuesos. Diario de montaña: “Queremos más e ir más lejos, y más deprisa: lo llaman rendimiento y quieren decir productividad. El cronómetro también lo ha puesto todo a trabajar. Ha puesto el tiempo libre a trabajar. Y el ocio es a contrarreloj. El esfuerzo del cuerpo para conquistar gestas y apropiarse de la experiencia misma de estar en algún sitio. Todo deseo es deseo de propiedad. Y toda propiedad es robo”.

Blázquez apelaba a practicar el llamado “Alpinismo Molotov”, que es aquella actividad colectiva que no es deporte, que se hace sin prisas y sin cronómetro, que marca un ritmo que permite el habla y que se burla del heroísmo, del superhombrismo y del machismo. En definitiva, una actitud y un estilo que hacen que ir al monte sea, en esencia, “una práctica antifascista”. Reivindiquémoslo.

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