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Carta desde Europa
Los valores distorsionados de una unión cada vez más estrecha
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
El 24 de junio Angela Merkel asistió a la que fue publicitada como su última participación en una reunión del Consejo Europeo; prematuramente quizá dado que la formación del próximo gobierno alemán es probable que tome algún tiempo. El Consejo Europeo es la conferencia absolutamente secretista de los veintisiete jefes de Estado o de gobierno europeos; el poder ejecutivo y legislativo de la Unión Europea en una sola pieza. Escenario crucial y contradictorio de “diplomacia multinivel”, para decirlo en el lenguaje de la ciencia política estadounidense, sus deliberaciones se ocultan tras un torrente de mensajes redactados y cuidadosamente elaborados para el consumo de las distintas opiniones públicas nacionales en el tono de las relaciones públicas. En esta ocasión, el acuerdo fue general de que la reunión había sido un desbarajuste, atribuido por algunos a la durante mucho tiempo dompteuse [domadora] del Consejo convertida ahora en alguien carente de poder dado el inminente abandono de su cargo.
El fiasco más espectacular fue el rechazo del Conejo a apoyar la propuesta franco-alemana de proceder a una reunión plenaria con el presidente ruso Vladimir Putin. Al frente de la oposición se encontraban diversos países europeo-orientales, que insisten en que la Unión Europea debe mantener una postura de máxima hostilidad en relación con Rusia. Su posición, que prevaleció sobre la supuesta potencia hegemónica dual de Alemania y Francia, es que cualquier encuentro con Putin debe estar sometido a la condición de que Rusia se retire de Crimea. Saben, por supuesto, que ello nunca ocurrirá.
Estados Unidos se opone al gaseoducto North Stream 2 para impedir todo 'rapprochement' alemán con Rusia y así mantener a la Unión Europea unida en el rebaño estadounidense
¿Por qué intentaron realmente Francia y Alemania convocar esta reunión? Precediendo su iniciativa estaba el encuentro Biden-Putin celebrado en Ginebra el pasado 16 de junio. En la época posterior a Trump, Estados Unidos está retornando de la mano del Partido Demócrata a la Guerra Fría contra Rusia, necesaria como sustituto de la Unión Soviética, mientras exige a su comitiva de la OTAN que haga lo propio, lo cual entra en conflicto con los esfuerzos franceses por buscar algún tipo de acomodo con la potencia rusa no únicamente en Europa oriental, sino también en Oriente Próximo, idealmente en nombre del conjunto de la Unión Europea. Para ello Francia necesita a Alemania.
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Alemania, a su vez, necesita a Francia para que apoye su gaseoducto North Stream 2 con Rusia, urgentemente requerido para asegurar su suministro de energía tras haber decidido Merkel poner fin a la energía nuclear y carbonífera al mismo tiempo. Poniéndose de lado de los europeo-orientales, Estados Unidos se opone al gaseoducto para impedir todo rapprochement alemán con Rusia y así mantener a la Unión Europea unida en el rebaño estadounidense. Aunque durante el mandato de Trump esta línea de comportamiento se manifestó con rudeza, con Biden, que habla más calmadamente, no se ocultan los contundentes palos que los estadounidenses tienen guardados para cuando llegue la época posterior a Merkel. Francia y Alemania, la extraña pareja que aspira en vano al estatus de potencia hegemónica articulada europea, podrían haber ido solas a ver a Putin, excepto que en este caso ello habría puesto en evidencia e intensificado más todavía la línea de fractura oriental del “proyecto europeo”.
El desastre franco-alemán en la última reunión del Consejo Europeo coincidió ajustadamente con dos acontecimientos formalmente carentes de relación con la Unión Europea, los cuales pueden tener, sin embargo, consecuencias duraderas para su política futura. A principios de junio, Emmanuel Macron hizo público que pondría fin a la “Operación Barkhane”, la invasión militar francesa de diversos Estados del Sahel efectuada con la pretensión de combatir el terrorismo islámico y que se ha prolongado durante mas de ocho años. A continuación se produjo en Mali el arresto y deposición del presidente del país por su propio ejército, entrenado por Francia, en un golpe de Estado exitoso, que era el segundo efectuado en los últimos meses.
La Operación Barkhane, que cuenta con más de cinco mil tropas francesas desplegadas en la región, nunca fue popular entre los votantes franceses y tras el último revés Macron parece haber temido que su inminente derrota militar podría poner en peligro su ya dudosa reelección en las elecciones presidenciales del próximo año. Su decisión de abandonar el teatro de operaciones africano se efectuó evidentemente en el más puro estilo presidencial francés sin consultar a nadie. Ciertamente Alemania, que cuenta con mil setecientos soldados en el área, fue cogida por sorpresa.
En un primer momento, el gobierno alemán indicó que podría, a petición francesa, continuar el esfuerzo por su cuenta hasta que se produjera la Endsieg [victoria final] europea. Pero entonces, mientras se celebraba la reunión del Consejo Europeo, un ataque suicida en Mali hirió a doce soldados alemanes, hecho que exigió su traslado aéreo a Alemania para ser curados. Incluso el Frankfurter Allgemaine, conocido por su Nibelungentreue [lealtad nibelunga], esto es, su lealtad absoluta e inquebrantable a los aliados alemanes en general y al espejismo del «tándem» franco-alemán, fuerza motriz que impulsa a «Europa» hacia un futuro mejor, en particular, aconsejó que Alemania se uniera a la evasiva salida francesa, aunque no sin dejar de advertir que la eliminación de los líderes rebeldes islámicos podría en todo caso efectuarse de modo más efectivo y discreto mediante el uso de fuerzas especiales.
No es que Alemania sea en principio contraria a cargar con el mochuelo dejado por otros. El segundo acontecimiento potencialmente decisivo fue la retirada de Estados Unidos de Afganistán poniendo fin a su operación “Resolute Support” (sí, este era el nombre oficial de la invasión). Francia y otros miembros de la coalición de los dispuestos habían abandonado hace ya tiempo el zozobrante buque afgano. Alemania, sin embargo, estaba todavía de servicio, el último de los mohicanos, tras tres décadas sobre el terreno, manteniendo en estos momentos un contingente de mil cien efectivos, el segundo en tamaño en la región tan solo por detrás del estadounidense, y, por supuesto, un número desconocido de fuerzas especiales.
El 30 de junio el último contingente alemán presente en Afganistán llegó a la base militar aérea de Hannover, con todas sus banderas desplegadas, solo para descubrir que no había ni un solo representante gubernamental para darle la bienvenida
Cuando Biden, quien a diferencia de Obama y Trump había superado la oposición de sus mandos militares para retirar las tropas de Afganistán, comunicó que proseguiría con su decisión de abandonar el país, la ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, alias AKK, reflexionó públicamente sobre la posibilidad de que Alemania permaneciese en Afganistán. Después de todo, la misión –educación de las mujeres, suministro de agua limpia en el desierto y evitación de que los jóvenes varones afganos pidieran asilo en Alemania– estaba lejos de haberse cumplido y la doctrina oficial alemana todavía mantenía que, dicho con las palabras de un antiguo ministro de Defensa socialdemócrata, la libertad de Berlín estaba siendo defendida en el Hindukush.
Ello, sin embargo, era demasiada deutsche Gründlichkeit [rigurosidad alemana] incluso para la opinión pública doméstica y, ciertamente, para Biden. El 30 de junio el último contingente alemán presente en Afganistán llegó a la base militar aérea de Hannover, con todas sus banderas desplegadas, solo para descubrir que no había ni un solo representante gubernamental para darle la bienvenida, dado que AKK había volado a Washington para mantener conversaciones urgentes sobre un asunto no explicitado. La victoria, se dice, tiene muchos padres y madres, pero la derrota es huérfana. Para remediar la cosa convenientemente, el gobierno está preparando ahora una ceremonia de bienvenida en el patio trasero del Ministerio de Defensa, oculto a la mirada pública, mientras la oposición, dirigida por los Verdes, exige un desfile ante al Reichstag. Nada de esto, podemos afirmar con toda seguridad, enardecerá los entusiasmos para ulteriores “misiones” militares en el exterior, sea bajo auspicios alemanes, europeos o estadounidenses.
Orbán
Volviendo al Consejo Europeo, el otro drama de alto perfil arruinado por la despedida de Merkel fue el próximo episodio de la actual telenovela protagonizada por el hombre fuerte húngaro Orbán, cuyo resonante nombre es Víctor. El Consejo se reunió durante el mes del orgullo caracterizado por las manifestaciones LGBTQ celebradas en todo el mundo. Justo cuando se estaba celebrando la reunión de este, el astuto Orbán agendó la aprobación por el parlamento húngaro de la ley que supuestamente protegía a los niños de su país de la información sobre la homosexualidad y la transexualidad, reservando a sus padres y madres el derecho a educar a su prole sobre la vida en sus diversas formas. La ley húngara se hallaba aderezada por una rica panoplia de expresiones ofensivas sobre gais y lesbianas.
La Asociación de Futbol Europea, la UEFA, tradicionalmente un entorno homofóbico, había descubierto recientemente la antidiscriminación como un nuevo dispositivo mercantil útil
Coincidiendo con la reunión del Consejo Europeo se celebraba también la Eurocopa. La Asociación de Futbol Europea, la UEFA, tradicionalmente un entorno homofóbico, había descubierto recientemente la antidiscriminación como un nuevo dispositivo mercantil útil para aliviar su baqueteada reputación fruto de su elevada sobredosis de corrupción. Cuando se reunió el Consejo, la selección nacional alemana se preparaba para jugar contra la selección húngara en Múnich donde el gobierno local, en un espíritu de hospitalidad antidiscriminatoria, planeó dar la bienvenida al equipo húngaro iluminando el estadio con la bandera arcoíris. La UEFA lo prohibió en nombre del espíritu deportivo, pero permitió al capitán alemán Manuel Neuer, galardonado como mejor portero del mundo entre 2023 y 2016, llevar su brazalete con esos colores. Alemania jugó pobremente presagiando su posterior eliminación del torneo a manos de los ingleses, mientras los húngaros volvieron a casa con la cabeza alta.
Lo mismo puede decirse de su primer ministro tras la celebración del Consejo Europeo. Para comprender por qué debemos conocer la prehistoria del asunto. Para conseguir la aprobación del paquete de deuda de los 750 millardos de euros del Next Generation European Union Fund, la Comisión debió prometer al Parlamento europeo que los pagos a Hungría y Polonia estarían condicionados a la introducción de cambios en sus políticas domésticas dirigidos a reducir la influencia de sus gobiernos sobre el poder judicial a tenor del denominado “Mecanismo del Estado de Derecho”. La Comisión, sin embargo, precisaba del voto unánime para eludir las prohibiciones incluidas en los Tratados sobre el endeudamiento. Para obtenerlo tuvo que prometer a Polonia y Hungría que el citado mecanismo no sería utilizado contra ellos hasta que el Tribunal de Justicia Europeo se hubiera pronunciado sobre su legalidad, lo cual sucedería mucho después de que su cuota de recursos les hubiera sido entregada y hubiera sido gastada. Cuando ello se hizo público, el Parlamento europeo se enfado tanto que llevó al Tribunal de Justicia Europeo a la propia Comisión por incumplimiento de sus obligaciones. La Comisión respondió para aplacar al Parlamento iniciando un procedimiento de infracción similar respecto a Alemania por violación de los Tratados de la Unión Europea.
La infracción, de acuerdo con la Comisión, consistía en que el gobierno alemán no había impedido que el Tribunal Constitucional alemán se pronunciara sobre el hecho de que el Tribunal de Justicia Europeo había actuado más allá de sus competencias, cuando falló que un programa particular de quantitative easing del Banco Central Europeo se hallaba en conflicto con los Tratados, la constitución de facto de la Unión Europea. Una de las razones esgrimidas por la Comisión era que los gobiernos de Polonia y Hungría estaban citando al Tribunal Constitucional alemán, aduciendo que el Tribunal de Justicia Europeo debe interpretar la intención de los Estados miembros como signatarios de los Tratados de modo restringido y no laxamente y que no debe permitirse que expanda su jurisdicción ni la de otros organismos de la Unión Europea más allá del estricto tenor de estos. Así es como se está forjando, o no forjando, “la unión siempre más estrecha de los pueblos de Europa”.
Aparte de la reunión de la Unión Europea-Putin, la sesión de junio del Consejo Europeo ha estado dominada por un debate emocional sobre la legislación de Orbán. Con la intención de cerrar filas con el Parlamento europeo, los miembros del Consejo expresaron su disgusto no solo con Hungría, sino también con Polonia donde algunos gobiernos locales habían declarado sus términos municipales “zonas libres de LGBTQ”.
Mark Rutte, primer ministro de los Países Bajos, bajo presión en su país porque su gobierno había acosado durante años a un considerable número de familias vulnerables por supuestamente haber recibido ilegalmente determinados pagos de la seguridad social, preguntó a Orbán por qué no se limitaba a abandonar la Unión Europea, dado su desprecio por los “valores europeos”. Mientras tanto el primer ministro luxemburgués, según parece bañado en lágrimas, comunicaba a sus colegas que su madre no le volvería a hablar porque había contraído matrimonio con su compañero.
Otros dirigentes, cuyos países tienen legislaciones muy similares a las de Hungría y Polonia, en parte porque se hallan inspiradas por la Iglesia católica, una institución europea como no hay otra, no dijeron una palabra. Lo mismo, se afirma, puede aplicarse a Orbán, quien podría haberse apurado a calcular el número de votos que el evento le reportaría en las próximas elecciones nacionales de principios del próximo año, compensando todo el apoyo que pudiera perder por mor de los recortes de la ayuda financiera de la Unión Europea.
La esperanza por parte de la Comisión parece ser que los “valores” son una mejor herramienta que el “imperio de la ley” para extender su jurisdicción sobre las políticas domésticas de los Estados miembros
En cuanto a la Comisión, parece entender que su ejercicio de reeducación sexual efectuada mediante los informes filtrados de una reunión a puerta cerrada no constituía una reparación suficiente para sus tratos secretos con Orbán, por no mencionar la posibilidad de conseguir un cambio de régimen en Polonia o Hungría. En otra vuelta de tuerca, cuatro semanas después de la reunión del Consejo Europeo, la Comisión inició otros procedimientos de infracción, esta vez contra Polonia y Hungría por el desafío a los “valores europeos” dada su discriminación contra las personas LGBTQ. Un procedimiento de este tipo puede resultar no solo en la imposición de multas, sino en la expulsión de la Unión Europea, si bien ello exigiría un largo periodo de tiempo durante el cual podrían alcanzarse todo tipo de acuerdos.
Además de ello, los procedimientos relacionados con las cuestiones ligadas a las personas LGBTQ pueden contribuir a desviar la atención de la cuestión menos sexi y más técnica relacionada con el cumplimiento de la ley a tenor de la cual, de acuerdo con los Tratados, la Comisión debe probar que el poder judicial de un determinado país carece de la independencia requerida para supervisar el correcto uso del dinero procedente de la Unión Europea. (Será interesante observar cómo se las arregla la Comisión para no incoar procedimientos similares a países como Bulgaria, Rumanía, Eslovenia, Eslovaquia y Malta, que cuando se trata del uso corrupto de los fondos europeos y de hecho de la corrupción en general, se hallan en realidad a la par al menos de Polonia y Hungría y lo mismo puede decirse respecto a las diversas formas de discriminación).
Si uno u otro tipo de medidas serán capaces de disciplinar a Orbán y a su homólogo polaco, Kaczyński, parece dudoso. La ventaja de los procedimientos LGBTQ es que ofrecen más drama y pueden ofrecer una fachada tras la cual pueden sentarse compromisos sobre los subsidios financieros de la Unión Europea. En general, la esperanza por parte de la Comisión parece ser que los “valores” son una mejor herramienta que el “imperio de la ley” para extender su jurisdicción sobre las políticas domésticas de los Estados miembros, por encima y más allá del lenguaje de los Tratados.
En cualquier caso la disputa LGBTQ seguirá activa y para echar gasolina al fuego, a finales de julio, para vengarse del procedimiento de infracción abierto por la Comisión, Orbán ha decidido convocar un referéndum nacional sobre su normativa sobre educación sexual. Si el caso llega al Tribunal de Justicia Europeo, lo mantendrá ocupado durante un tiempo durante el cual el fervor moral del junio de 2021 puede enfriare y los intereses geoestratégicos, no menos los de Estados Unidos, en Europa oriental, que sigue siendo una espina de factura europeo-occidental clavada en la carne rusa, pueden reafirmarse por sí mismos.