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Cine
“Si solo concebimos el cine para aprender y debatir se va a convertir en un nicho, como la ópera o el ballet”
Cualquier persona que lea habitualmente crítica cinematográfica conoce de sobra a Javier Ocaña (Martos, Jaén, 1971), crítico de referencia en El País y Cinemanía durante décadas, colaborador en numerosos medios de comunicación (Cadena Ser, La 2, entre otros) y profesor universitario en Madrid.
La editorial Península demostró un excelente olfato editorial al proponer a este licenciado en Derecho con máster en Periodismo que plasmara en un ensayo cómo ha visto y sentido cine con sus dos hijos, Santi (12 años) y Julia (15), desde que nacieron hasta la actualidad. El resultado es un libro ciertamente entrañable, curioso, analítico pero ameno, muy fiel a la personalidad de su autor, un tipo versado, cercano y estudioso que ama el cine por encima de todo.
Nos encontramos con Ocaña horas antes de la presentación de su libro con ánimo de analizar el proceso creativo del mismo y conocer cómo surgió su relación con el cine: “Empecé viendo cine como buena parte de los niños de mi generación, viendo películas en la televisión pública, en la que había muy buena programación cinematográfica. Todavía no habían llegado los videoclubs, eso fue más tarde, en mi adolescencia. Más tarde mi padre compró nuestro primer vídeo Betamax y empezamos a ver muchas cintas. Todo eso aderezado con el cine de mi pueblo, Martos, que duró hasta el año 1987. Mientras hubo, iba todas las semanas al cine. Nunca tuve problemas con mis padres a la hora de gastar dinero en cultura. Lujos nunca hubo en casa pero para cine y libros siempre había dinero. Ya después empecé a grabar películas que había entonces en el Cineclub de la 2, la segunda cadena, de madrugada. La veía al día siguiente por el mediodía o por la tarde”.
¿Cuál fue tu primera crítica cinematográfica?, ¿la recuerdas?
Exactamente una crítica no fue, pero te puedo contar que el primer encargo que realicé para Cinemanía fue entrevistar en el hotel Ritz de Madrid a Kenneth Branagh, que estrenaba Hamlet, aquella versión de tres horas y pico de 1996. Unos meses antes yo había hecho prácticas en El País Semanal, donde también escribí piezas sobre cine.
El ensayo que has publicado es un libro que se vale del leitmotiv del cine en la infancia para, sencillamente, plasmar tu visión sobre este arte y las películas que se os han quedado en la retina. ¿Tiene el libro tiene algo de libro de memorias y de ideario personal?
Sí, es más o menos evidente. Pretendía hacer tres cosas al mismo tiempo; primero, realizar una crónica personal de las películas que he visto con mis hijos desde que tenían dos años hasta que tenían catorce (la mayor); segundo, desplegar un análisis artístico y cinematográfico de todas y cada una de esas 149 películas que recojo en sus páginas, que luego volví a ver todas otra vez y, en tercer lugar, ofrecer una visión personal del mundo, de la cultura, de la educación y del aprendizaje con un punto de nostalgia desde mi propia adolescencia y niñez, reflejado claro está en la niñez de mis niños.
¿Cómo nace la idea de este ensayo?
Nace cuando me llama el nuevo director editorial de Península y me propone que escriba algo para ellos. Me da carta blanca: “Lo que quieras, con total libertad”. Le pregunté si tenía alguna idea al respecto y me dijo que me seguía en Twitter desde hace mucho tiempo, que le gustaba la idea que tenía yo sobre el cine, mi visión sobre el cine americano contemporáneo, y que le encantaba cuando yo escribía sobre las sesiones de cine que hacía con mis hijos en casa. A mí esa idea ya me la habían sugerido algunos amigos, por lo tanto, encajamos bien. Fue una sugerencia que llegaba, además, en plena pandemia, y tiramos hacia delante.
Explicas en el libro que al acto de ver cine hay que darle la importancia justa. Huyes de ciertos dogmatismos instaurados y tiendes a relativizar. ¿Se está sobredimensionado el hecho de ver cine?, ¿podría estar en receso su dimensión puramente lúdica?
En la vida suelo relativizar bastante, no sé si eso es bueno o malo. La dimensión puramente lúdica es importantísima, esencial. Si solo vamos al cine para aprender, debatir o porque es sinónimo de cultura se va a convertir en un nicho, en la ópera o el ballet, y no en algo popular. Hay una dimensión puramente lúdica en ir a ver una chorrada. Una chorrada que no te aporta nada pero que está muy bien compuesta. Una chorrada perfecta como puede ser Los Cazafantasmas. ¿Qué te aporta para la vida? Entretenimiento, y sentido dionisiaco de la vida, frescura, simpatía… ojo, que no es poco todo lo que estoy diciendo. Y eso, temo que por diferentes visiones del cine, se pueda ir perdiendo. Oye, que luego haya películas maravillosas, bien compuestas, obras de arte que te aportan cosas, claro que sí.
Pedro Vallín (¡Me cago en Godard!) o Vicente Monroy (Contra la cinefilia), son ejemplos de autores que han publicado ensayos que cuestionan la versión trascendental y transformadora del cine y señalan una tendencia en el público por disfrutarlo sin complejos. ¿Crees que sigue esta estela tu ensayo?
No es algo que había pensado. No tengo el gusto de conocer a Monroy, a Pedro sí. No he leído sus libros, tengo pendiente los dos y me los voy a leer, tanto el de cine como el de política. Me llevó bien con él, hay un respeto mutuo muy bonito. Tengo un gran concepto de Vallín; sin embargo, nunca hemos hablado de este asunto. Quizás la coincidencia tenga un punto generacional, pues somos del mismo año. Pero oye, también hay otras líneas en el polo opuesto que apuestan por el cine serio y trascendental. Entiendo que es bueno que sea así, que no haya una sola línea. Yo, por lo menos, me siento tanto de esta línea como de la otra. Eso sí, el concepto de “película necesaria” no me gusta y darle a los niños películas que los cambien tampoco.
Cine
Llevando la contraria a Pedro Vallín
“La pasión hacia el cine se puede alimentar, pero nunca forzar. Puede no llegar nunca”. ¿Hay algo peor para un padre cinéfilo que su hijo le pille tirria al cine debido a su atosigamiento?
En un primer momento quizás fuera un shock que me dijeran: “Estoy harto de ver cine”. Pero sospecho al final me conformaría sencillamente con el hecho de que sean buena gente. Lo único que quiero en la vida es que crezcan relativamente contentos, que si tienen que caer cien veces que se caigan, que estén tristes si suceden cosas tristes, y que se conviertan en buenas personas adultas y tengan un trabajo en el que disfruten.
¿Hay algún secreto para despertar la ilusión del cine en las nuevas generaciones sin parecer pesados, pedantes o insistentes?
Inculcar el cine con mucha espontaneidad, dándole la importancia justa y siguiendo sus ritmos. Si quieren ver tres películas seguidas, que las vean, y si no quieren ver nada durante días, pues nada, y si quieren salir a descalabrarse con sus amigos, que salgan. No hay que forzar un “día de la película” o algo similar. El plan es simplemente divertirse haciendo cosas juntos. Ahora que mis hijos son más mayores, los planes los hacen más con sus amigos que conmigo. Y me parece totalmente normal.
Si tuvieras que ir a ver alguna película actual con tus hijos, ¿cuál irías a ver y por qué?
Pues mira, a mi hija la llevaría a ver Alcarràs. En el libro cuento que, cuando salimos de la pandemia, se estrenó Las Niñas y llevé a Julia conmigo, que tenía 13 años, la edad perfecta para verla. Las chicas que salen en la película eran niñas de su edad, en un colegio de monjas, en una época en la que la protagonista podría ser su madre, por edad. Le encantó y sirvió un poco para introducirla en un tipo de cine diferente, más de autor y menos comercial.
¿Y cómo crees que afecta el fenómeno multiplataforma a los niños y las niñas a la hora de ver cine?
Ocurre que tienen tanto donde elegir que a veces no saben qué hacer. Para eso deberíamos estar los críticos o los padres; pero claro, los niños normalmente no leen crítica de cine. Yo intento guiarlos en sus elecciones, y si abrimos el panorama, que hay que abrirlo obviamente a la series de televisión, pues es más difícil todavía. Santi, que tiene 12 años, está viendo Peaky Blinders y ha visto Friends y Big Bang Theory, etc.
Si hablamos de cine y educación, es casi inevitable abordar el tema de la corrección política y las revisiones de algunas cintas. ¿Cómo percibes esta controversia?
Yo es que soy un poco incorrecto. Lo soy en general y también con mis hijos. Con la crítica porque entiendo que debo serlo y con mis hijos hemos visto títulos muy para adultos. Hay películas que no he seleccionado para el libro porque eran muy adultas; por ejemplo, Alguien Voló Sobre El Nido Del Cuco, que tiene escenas fuertes o de un universo adulto. Pero más o menos me dejo llevar por la intuición, de cómo veo a ellos y ellos mismos se ven. Cada padre debe ir viendo cómo son sus hijos, sus sensibilidades, y después cada cual que los guíe de la mejor forma posible.
El libro ya va por la cuarta edición, ¿qué público crees que ha encontrado este libro que explique su éxito?
Pues está claro que no solo padres porque si hubieran sido solo padres y madres no se habría vendido tan bien. Tiene que haber otro tipo de público interesado. Aunque es cierto que el público principal son padres cuya edad oscila entre los treinta y algo y los cincuenta y tantos, personas que pueden verse reflejadas en los capítulos en los que rememoro mi adolescencia y mi juventud. Pero además de ellos, cinéfilos. Me lo han dicho en muchas presentaciones o en las clases que imparto en la universidad: “Yo no tengo hijos, pero el libro me encanta”. Al final, es un libro que te puedes introducir en el mundo del cine simplemente porque te gusta.