Derecho a la ciudad
Googleheim: un cóctel contra el derecho a la ciudad

Una alianza entre el museo y el brazo cultural de la compañía estadounidense anuncia el futuro de la ciudad: vivir en Bilbao no es un derecho de los ciudadanos, sino un servicio privado de pago para usuarios.

Reflejo de la fachada del Museo Guggenheim en Bilbao
Reflejo de la fachada del Museo Guggenheim en Bilbao. Álvaro Minguito
26 oct 2018 17:59

En las orillas del Nervión, hacia el puente de la Salve, es perceptible el más potente narcótico que la tecnología ha introducido en el temprano siglo XXI. El Guggenheim, faro para comerciantes vestidos de cosmopolitas, careta arquitectónica con rostro amable —incluso de perro con flores— de la industria urbana y turística, es desde 2017 uno de los museos escogido por la iniciativa Arts & Culture, el brazo cultural de Google, para “reinventar la experiencia de usuarios, visitantes y colectivos vinculados al museo”. O en otras palabras: a través de subsidios y subvenciones para la digitalización de las pinacotecas, una de las corporaciones más poderosas del mundo instrumentaliza la producción de arte para justificar su modelo de negocio. ‘El botxo’, como se conoce coloquialmente a Bilbao, emerge como uno de tantos entornos urbanos en los que el gran capital trata de penetrar para valorizar y generar rentabilidad gracias a los datos de los ciudadanos.

Convergencia de arte y mercado

Desde que las administraciones vascas firmaron un acuerdo con la Fundación Guggenheim para abrir una nueva sede del museo en Bilbao, es decir, acordaron la convergencia definitiva entre arte y mercado, la ciudad se ha transformado radicalmente. La actividad comercial derivada de la producción de mercancías procedentes de la industria del hierro y el acero, aquello que colocó al enclave como referente económico del Golfo de Bizkaia, ha desaparecido. En su lugar, la desindustrialización y los planes de las agencias de acumulación global han desplazado a Bilbao al punto opuesto del mercado: una ciudad donde cada estrato arcaico del casco antiguo, su belleza o la tradición se someten a las necesidades de consumo de quienes se comportan en las ciudades como en parques de atracciones para adultos con dinero.

Ya avisó Karl Marx de que “el intercambio de mercancías empieza donde terminan las comunidades”. Y en el “nuevo Bilbao”, tal como gustan de llamarlo los guardianes jeltzales de dichas mercancías, ya no queda ninguna en pie, pues estos mismos políticos locales se han asegurado de ello introduciendo a Bilbao en la mejora estética y la remodelación urbana que el mercado neoliberal global demanda. Claro que si el Guggenheim es una máscara arquitectónica que no solo encubre, sino que también expresa las dinámicas económicas que han convertido a Bilbao en una ciudad neoliberal, debiéramos entender qué se encuentra detrás de alianzas como la del Guggenheim y Google Arts & Culture, quien tan solo en España colabora con 98 instituciones.

En este sentido, Juan Ignacio Vidarte, director del Museo Guggenheim Bilbao, describió este acuerdo en conversaciones con el diario Expansión como “una buena forma para conseguir atraer a los más jóvenes a la cultura. Que descubran desde su teléfono u ordenador todo lo que pueden encontrar en un museo como el Guggenheim”. Hubiera sido más correcto señalar que incluir en su oferta para los museos una función que encuentra el parecido del usuario con una obra de arte busca que los visitantes del Guggenheim u otros museos entrenen sus sistemas de reconocimiento facial de manera gratuita.

Google puede planificar las ciudades de manera mucho más eficiente que las políticas públicas, pues los ayuntamientos no tienen tanta información sobre la vida de sus habitantes ni las infraestructuras digitales para gestionarlos

Por este motivo, tal vez fuera mejor pensar en cómo desde hace algunas décadas las finanzas han transformado el modo de apropiación capitalista que describió Marx, el cual ya no se deriva de la mera producción de mercancías, sino de la extracción de rentas financieras. Y en tanto que lo verdaderamente relevante de la cuestión es que esta empresa tiene una enorme cantidad de datos en su propiedad, tal vez debamos contemplar la iniciativa gratuita de Arts & Culture de Google como una forma de hacer más tolerable la actividad de otra unidad de Alphabet, llamada Sidewalk Labs, una compañía de innovación urbana que ofrece soluciones tecnológicas a estos problemas, o simplemente en el marco de los servicios computacionales, de inteligencia artificial y machine learning que entrega a cambio de una tarifa a través de Cloud AutoML. Lejos de ser una anécdota, gracias a la acumulación de datos, los avances en inteligencia artificial que se han iniciado con el deep learning están colocando a esta compañía en una situación privilegiada. Google puede planificar las ciudades de manera mucho más eficiente que las políticas públicas, pues los ayuntamientos no tienen tanta información sobre la vida de sus habitantes ni las infraestructuras digitales para gestionarlos. Por supuesto, a cambio de una lucrativa renta procedente de alquilar sus modelos de inteligencia artificial.

Algunos de los servicios que Google puede ofrecer van desde agilizar la provisión de información en tiempo real sobre el tráfico (los sensores en los móviles permiten a la compañía que hace unos años comprara Waze conocer en qué lugar se encuentra cada uno), organizar todo tipo de actividades relacionadas con el turismo, ya sean gastronómicas (no hace falta más que abrir Google Maps en el casco viejo de Bilbao para saber encontrar sitios donde comer con buenas estrellas) o de otro tipo (contratar esas balsas acuáticas, una versión bilbaína de las góndolas de Venecia, sumamente eficientes a la hora de mercantilizar el Nervión), hasta organizar los eventos culturales que tienen lugar en cada uno de los barrios, mejorar el transporte o la movilidad (para algo ha comenzado a desarrollar sus coches autoconducidos), gestionar el pago o la disponibilidad de los parámetros y cualquier otro servicio público que en otro momento fuera provisto por los poderes locales.

Ciudades mal llamadas inteligentes

Grosso modo, la compañía no busca convertirse en el compañero de viaje de las ciudades hacia el acercamiento de la cultura a los jóvenes, sino en quien determina el futuro de las smart cities (mal llamadas ciudades inteligentes, en lugar de ciudades privatizadas). Tomando la instalación de Richard Serra La materia del tiempo —“cada persona verá el espacio de forma distinta y donde hay una cantidad ilimitada de experiencias individuales, pero todas tienen lugar en el tiempo”—, podríamos entender los efectos provocados por las lógicas espacio-temporales de acumulación de capital que avanza el Guggenheim: la calle se convierte en una suerte de internet del mundo real, alterándose la percepción de los ciudadanos de su existencia en la ciudad gracias a las tecnologías de Google para que el 1% consiga mayor rentabilidad.

Google no busca convertirse en el compañero de viaje de las ciudades hacia el acercamiento de la cultura a los jóvenes, sino en quien determina el futuro de las smart cities (mal llamadas ciudades inteligentes, en lugar de ciudades privatizadas)

Yendo un paso más allá, imaginen las opciones que ofrece la predicción de los sistemas de inteligencia artificial para que los residentes bilbaínos estén más preparados para “las tendencias globales”, como gusta de llamarlas el PNV (partido neoliberal vasco, debiera matizarse) relacionadas con el progresivo aumento del flujo turístico, el incremento de los costes de la vivienda, la bifurcación entre los barrios ricos y pobres, la llegada masiva de franquicias, etc. No sería difícil pensar en cualquier miembro de la sociedad global de propietarios contratando los servicios de Google para diseñar de manera más eficiente su llegada a la capital vizcaína, por ejemplo enviando drones hacia determinados núcleos comerciales, digamos que a los de las ciudades aledañas como Barakaldo, para detectar mediante todo tipo de sensores biométricos la actividad del consumo o encabezando cualquier otra distopía privada que permiten las tecnologías de predicción para asegurar que el gran capital aumente su tasa de beneficio.

Y este proceso, aquel donde el capital escala hacia las ciudades, difícilmente es explicable debido a esa creación de Joana Vasconcelos llamada El mundo a tus pies, que se mostraba no hace mucho en el museo. La exhibición de esta u otras tantas “obras de arte” está lejos de encontrarse en estrecha relación con la experiencia de la emancipación, la de alcanzar una belleza estética o con la intención de recuperar la tradición. Más bien, su reproductibilidad mediante tecnologías de la información en propiedad de Google, como ocurre por ejemplo con La señora Lenin y el ruiseñor, encubren que la enajenación humana se aprovecha de una manera extremadamente productiva. Digamos que si el arte sirvió como excusa para remodelar arquitectónicamente Bilbao y alterar su ecosistema urbano, ahora ello es aprovechado para llevar las lógicas de acumulación y desposesión hacia nuevos límites. Aquella figura del flâneur descrita por Baudelaire desaparece ante el poder del algoritmo, que los percibe como usuarios o, con otras palabras, materia prima en la economía de la información.

Servicios atados a las tecnología

En el futuro imaginado por Google, cada servicio público municipal se encuentra atado a su infraestructura tecnológica, la cual también pueden emplear las élites predatorias para mercantilizar y especular con ‘el botxo’ de manera mucho más inteligente que como ha ocurrido con la urbanización de la isla de Zorrozaurre. No hace falta tener un oráculo para comprenderlo: las ciudades se convierten en una celda para los estratos más pobres, cuya propiedad más preciada son unas gafas de realidad virtual o un televisor inteligente que activan con Google Home, mientras una clase global captura toda la riqueza comunal y la reinvierte en orgías gastronómicas, turísticas o en ocio que también convierten los buenos trabajos industriales en contratos precarios de servicios. La tradición de la hospitalidad por la obligación de la servidumbre es la única visión que está detrás de los subsidios a la digitalización del Guggenheim.

En lugar de aprovechar la inteligencia artificial para fines sociales, la clase política vasca prefiere que la extracción de datos llevada a cabo por compañías como Google siga teniendo lugar. La tecnología es una herramienta que puede ser empleada para asegurar el bienestar colectivo, en lugar de para blindar la “modernización” de la ciudad

En lugar de escoger la opción de distribuir los datos, y por ende el poder político, para que los ciudadanos se empoderen y organicen de manera conjunta los servicios de la ciudad, a escalas que van desde un bloque de edificios hasta un barrio, aprovechando así la inteligencia artificial para fines sociales, la clase política vasca prefiere que la extracción de datos llevada a cabo por compañías como Google siga teniendo lugar. Debieran saber que la tecnología es una herramienta que puede ser empleada para asegurar el bienestar colectivo, en lugar de para blindar la “modernización” de la ciudad. Desde luego, no hace falta saber euskera para entender que esto último significa privatización y mercantilización. 

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