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Argentina
Juzgar la barbarie
Las noticias que llegan de Argentina gustan y duelen. Han condenado a los genocidas. Son ejemplo y reflejo de todo aquello que debió de ser y no es, de todo aquello que aun nos queda por hacer. Los juicios contra el Franquismo siguen enquistados, imposibilitada por la inacción de los organismos españoles
Esta semana se conoció el veredicto de uno de los juicios más importantes de la historia argentina, por tratarse de la tristemente célebre Escuela de la Armada y por ser la primera condena de los denominados “vuelos de la muerte”. La condena cierra una especie de ciclo iniciado en la Audiencia Nacional con Garzón interrogando a Scilingo acerca de la ESMA y dichos vuelos.
Cuentan las malas lenguas que Horacio Verbitsky, conocedor de la egolatría y borrachera de impunidad de Scilingo, lo convenció para hacer una supuesta entrevista en TVE compinchado con Garzón, quien ordenó su detención nada más llegar a Barajas. La victoria pivota a ambos lados del Atlántico, paradojas de la historia, con una Audiencia Nacional que esta semana celebraba los 54 años de su antecesor, el Tribunal de Orden Público. Su primera sentencia condenó a 10 años de prisión a un borracho por gritar en un bar "¡Me cago en Franco!".
La sentencia es histórica; y sin embargo los procesamientos por delitos de lesa humanidad no son novedad en la Argentina del S.XXI. De forma magistral el país ha sabido reciclar el episodio más triste de su historia en conciencia crítica, verdad, memoria y justicia basándose en un consenso masivo por el “Nunca más”: 29 nuevas cadenas perpetuas y 19 condenas de prisión que se suman a las ya 156 sentencias y 703 genocidas condenados por desapariciones forzosas, torturas y secuestros de bebés.
Los procesamientos son la guinda imprescindible del pastel de un proceso que viene fuertemente empujado por organizaciones sociales, ejemplos de resiliencia y también, dicho sea, de políticas públicas de derechos humanos que conectan dialécticamente la recuperación de la verdad, memoria y justicia con la lucha contra los abusos policiales y violencia institucional contemporáneos.
Fiscalías y tribunales especializados en crímenes de lesa humanidad, pero también organismos y políticas públicas especializadas en el combate contra la violencia institucional: La Procuvín, la Procuración Penitenciaria, la Defensoría del Pueblo y un inmenso desarrollo de mecanismos de control del poder y protección de los derechos humanos, directamente relacionadas en el relato colectivo con que aquello no resurja "Nunca más".
Muy distinta es la realidad a este lado del océano. Las noticias que llegan de Argentina gustan y duelen. Son ejemplo y reflejo de todo aquello que debió de ser y no es, de todo aquello que aun nos queda por hacer. Los juicios contra el Franquismo siguen enquistados, con una jueza argentina, Servini de Curia, imposibilitada por la inacción de los organismos españoles y próxima a la jubilación. Los procesos de lesa humanidad en España no terminan de materializarse, aunque posiblemente ese no sea el mayor de los errores del trayecto.
Los juicios en Argentina son un elemento más del proceso, fundamental, pero nada empieza ni termina en los tribunales de Comodoro Py. Eso se sabe bien. Tampoco las políticas públicas se entienden sin una base social movilizada que presiona sin tregua en este arduo camino. La memoria y la justicia no existirían sin las Abuelas de Plaza de Mayo, sin Buscarita Roa ni Rodolfo Walsh, sin Pablo Miguez, sin incluso los niños viendo “Zamba” en Pakapaka.
Nuestro mayor error es no remar hacia esa dirección: la consciencia colectiva de base. Es creer la falacia de que forma parte del pasado y no darle voz a los que sufrieron la barbarie, a sus hijos, a sus nietos. Es no entender que mientras llevemos esa rémora, seguiremos amparando la tortura y los abusos de poder del mañana. Los juicios de lesa humanidad llegaran a España tarde o temprano, pero es que el fascismo avanza si no se le combate por todos los medios.
El libro “Memorias de Orce” (Granada) reza en boca del cura que: “en Orce no se dieron los brutales atentados personales que se dieron en otros lugares, hasta que ocurrió lo irremediable”. Y así, tiro porque me toca; “Alberto San Juan Bonilla era un intelectual tan bueno y humanista que terminó perdonando incluso a sus enemigos. Fusilado en el 39 en la prisión de Huéscar por el mero hecho de pensar distinto, como tantos. Mi abuela, la mayor de 11 hermanos cargó con el peso de su familia tras huir de Orce, jamás perdonó a los enemigos de su padre Alberto, pero a ella nadie le dio voz". La historia de España la escribieron los vencedores.
Ese es el verdadero drama de nuestro país: ignorar a Cicerón. No comprender que la historia condiciona presente y futuro, y mientras no situemos en el centro político la recuperación de la memoria histórica, seguiremos sufriendo las consecuencias del autoritarismo. Y seguiremos viendo al portavoz del Partido Popular amenazando a un presidente con terminar como Companys, seguiremos viendo a los fascistas de Blanquerna saludar alegremente desde el jardín de la impunidad, seguiremos contemplando los abusos de un franquismo estructural enquistado y amparado por ciertos sectores políticos.
Y es que el límite que asfixia la memoria e impide el verdadero restablecimiento democrático no es la Ley de Amnistía del 77, contraria al Derecho Internacional de los Derechos Humanos; no, ésta no supera las más elementales pruebas del algodón. La justicia y la política van de la mano en todos lados. El verdadero límite es no entender la urgencia de romper el consenso institucional por olvidar el pasado, no entender que la recuperación de la memoria está directamente relacionada con unos verdaderos objetivos de protección de los Derechos humanos hoy. En lo judicial pero también en las escuelas, en los medios, en las calles, en las casas. Tolerancia cero. León Gieco dixit: “La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir”.