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Culturas
Tantos fantasmas: Abel Jaramillo, Celestino Coronado y la imaginación de los muertos
Si los muertos viven un momento sin tiempo, ¿cómo pueden tener memoria? No recuerdan sino ser lanzados al tiempo, igual que todo lo que existió o existe.
John Berger, Doce tesis sobre la economía de los muertos, 1994.
Celestino Coronado nació en Puebla de Sancho Pérez en 1944. Viajó. Estudió cinematografía en Londres, se enamoró, fue a fiestas, disfrutó, lloró, grabó su primera película. Conoció y comenzó a colaborar con Lindsay Kemp. Conoció a mucha gente, conoció a Carlos Miranda, conoció a muchas más personas. Escribió y reescribió guiones, discutió y se peleó con productores y autoridades. Siguió realizando películas. Dirigió teatro y colaboró con artistas y amistades. Provocó, agitó, hizo reír, enfurecer. Expuso su trabajo, dio ruedas de prensa, se enfadó, gritó, recibió aplausos. Escribió con pseudónimos.
Ocultó su enfermedad y, en 2014, murió en soledad en Londres. Hoy tiene una calle con su nombre en su pueblo natal, donde pocas veces regresó, y la inmensa mayoría de su archivo ha desaparecido.
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Abel Jaramillo no conocía la historia de Celestino Coronado. Hace dos años encuentra un artículo: Celestino Coronado o la vanguardia en el rastrillo. “Tras su muerte, sus sobrinos dieron permiso a la Embajada para que sus pertenencias, depositadas en un guardamuebles, se donasen a una charity shop. (…) Como sucede en estos casos, no se hizo un inventario de lo que se iba a perder para siempre.”
En la exposición Tantos fantasmas, Abel presenta la instalación Un sonido negro, donde una mezcla de tablao flamenco y mercadillo enmarca objetos poéticos y documentos de la vida de Coronado. Leemos noticias, pero hay huecos, ausencias que recuerdan que la memoria es siempre un ejercicio contemporáneo de reconstrucción sobre el olvido. El disparador de esta pieza es Duende. Poema fantástico para Federico García Lorca, espectáculo que Coronado desarrolló junto a Lindsay Kemp, donde se apunta a una genealogía que escapa de las temporalidades patriarcales hegemónicas.
La ausencia de relatos como el de Celestino Coronado en Extremadura refuerza el imaginario de esta tierra como un desierto, un lugar periférico, fuera del lugar donde suceden las cosas. Un lugar sin futuro, pero del que extraer valor
Los trabajos de Jaramillo funcionan como constelaciones transtemporales, expandiendo y retorciendo el formato de lo documental para señalar tiempos que fueron o que podrían haber sido, que no podrán ser y que serán. El archivo se mueve en un eje temporal lineal anudado en la estructura familiar tradicional. Es un eje temporal donde el patrimonio responde a la ley del padre; romper con ella supone salir de lo legible, de lo memorable. Pero romper es también un modo de crear una cronología diferente, otras formas de percibir y vivir los posibles presentes.
El vídeo Nocturno. Relato fantástico para Celestino Coronado es un eco de voces que ya no existen, pero que en su resonar hacen vislumbrar una genealogía huidiza, que se mueve en la noche, “a tientas”. A tientas se mueven las manos que cuidan de las fotografías de las amistades. Rebuscan en el cajón, abren cartas manuscritas, leen hacia dentro e imaginan. Los montajes de Jaramillo mueven imágenes de un modo parecido, dando forma a heterocronías, tiempos huidizos más cercanos al ensueño que a la visita a un museo. Esta es la única forma de tener justicia con la memoria de Coronado: no caer en la petrificación del nombre bajo el monumento, sino dar continuidad a sus búsquedas y afectos.
Mostrar estos trabajos en la Sala Guirigai, sede de la compañía Teatro Guirigai, señala la difícil relación entre teatro y memoria. Hace 5 años, comenzamos a organizar el archivo de la compañía: fotografías, dibujos, documentos que el director Agustín Iglesias ha guardado y conservado desde 1979, año de fundación de Guirigai. El resultado está en una pequeña habitación, apenas una docena de cajas de frutas con archivadores en su interior (también se puede consultar en línea). La durabilidad de los documentos en papel es engañosa; como la sombra del humo que asciende, es poco más que un indicador de que algo sucedió. Aún tangibles y repletas de historias, las cajas de recuerdos no tienen el valor del momento vivido, ni siquiera de un recuerdo personal.
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Dentro de las lógicas que les lanzaron al olvido, no hay justicia ni reparación posible con la violencia que sufrieron y sufren generaciones como la de Celestino Coronado. Un nombre en un callejero es un gesto loable, pero insuficiente para hacer florecer la genealogía donde Coronado se sentía reflejado: una práctica estética desde un posicionamiento político y personal que rompía con una cultura burguesa, racista y patriarcal.
La ausencia de relatos como el de Celestino Coronado en Extremadura refuerza el imaginario de esta tierra como un desierto, un lugar periférico, fuera del lugar donde suceden las cosas. Un lugar sin futuro, pero del que extraer valor. Las dificultades de generaciones presentes para decidir quedarse y resistirse a la migración son los efectos de políticas territoriales que abandonaron la memoria como campo de batalla.
Abel Jaramillo no hace un trabajo de arqueología. No quiere rescatar nombres poco conocidos, sino preguntarse qué hacer al heredar el olvido. En los trabajos que presenta en esta exposición hace resonar las grietas de una temporalidad impuesta y se aparta de la estructura binaria de la memoria y el olvido. Los ritmos que crea no tienen comienzo ni final, resuena en ellos la colectividad de los fantasmas que nos circundan. “¿Cuál es la relación de los muertos con lo que no ha ocurrido, con el futuro? Todo el futuro es la construcción en que su imaginación se empeña”.
Más información: www.nosomosMAL.com