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Literatura
Aquellos veranos con tu abuela: nostalgia, escatología y existencialismo
Vozdevieja es la primera novela de Elisa Victoria. Leerla es como tumbarse sobre el suelo caliente un mediodía de verano: se te encoge el estómago y se te eriza el vello de la nuca.
Decía Manuel Vázquez Montalbán que la ideología es como el mal aliento: que uno siempre huele el de los demás, pero no suele percibir el propio. Con la nostalgia ocurre algo similar. Cuando se trata de relatos sobre un pasado no compartido, el tufillo nostálgico, ese sentimiento blando y generalmente también blanco, suele despertar cierta desconfianza con respecto a la fiabilidad de la narración en concreto o, en el peor de los casos, una desconexión afectiva absoluta con respecto a lo narrado.
Ciertamente, estamos acostumbrados a ver cómo la nostalgia suele ser una herramienta muy efectiva para blanquear nuestro pasado —tanto el individual como el colectivo—. En ciertos contextos, y del mismo modo que ocurre con la ideología, señalar la nostalgia ajena con un dedito acusador (especialmente, si la cosa es grave y el caso presenta implicaciones políticas como ocurre con frecuencia, por ejemplo, con las representaciones culturales de la memoria histórica) es, sin duda, una intensa fuente de placer intelectual. Qué diferente es, en cambio, cuando el despliegue nostálgico nos atañe: cuando una se identifica con el objeto de la nostalgia. Entonces y solo entonces la nostalgia deja de ser un perverso dispositivo ideológico y se convierte en algo mucho más primario y visceral: en una trampa para moscas, en baba de caracol, en una sustancia densa, pegajosa y tibia a la que nos quedamos pegados con gran facilidad.
Cuando una generación ingresa en el campo literario y empieza a hablar, aunque sea como un telón de fondo, de un pasado compartido aparece el riesgo de caer en la trampa nostálgica. Aunque afortunadamente no siempre es así, no es difícil apreciar esa deriva nostálgica en muchos de los textos publicados por autores nacidos en los ochenta, que no sabemos muy bien si de forma inconsciente o de una forma deliberada, se deslizan en ocasiones hacia ese lado blandito y mullido de la vida que, aún con todas sus aristas, es la infancia y la primera juventud.
Dentro del juego nostálgico que nunca escapa por completo a la lógica del mercado cultural, resulta especialmente divertido atender a los usos públicos que algunas voces hacen de esa nostalgia. Este es el caso de Elisa Victoria (Sevilla, 1985) y su novela Vozdevieja, publicada por Blackie Books a principios de este año.
Dentro de este juego nostálgico —un juego que nunca escapa por completo a la lógica del mercado cultural—, resulta especialmente divertido atender a los usos particulares que algunas voces hacen de esa nostalgia. Este es el caso de Elisa Victoria (Sevilla, 1985) y su novela Vozdevieja, publicada por Blackie Books a principios de este año.
A pesar de su planteamiento más bien clásico —el relato en primera persona de un verano en la vida de una niña que se enfrenta a la amenaza de la muerte de su madre, que sufre una grave enfermedad— Vozdevieja es un bildungsroman macarra sobre la feminidad como pregunta y sobre la escatología como una vía de escape o como la negación a elaborar una respuesta coherente a esa pregunta. Marina —que se llama como su madre y como su abuela— es el personaje principal y la voz narrativa que, mientras nos cuenta el último verano lento de su infancia en la Sevilla de 1992, se va apropiando de las palabras malsonantes y de las imágenes guarras que la rodean para asomarse con ansia a un mundo adulto al que todavía no tiene acceso porque sólo tiene nueve años.
En el aprendizaje de ese lenguaje resabiado —de esa voz de vieja— que Marina va adoptando con mucho esmero, y que le ayuda a deshacerse poco a poco de esa molesta crisálida infantil que empieza a picarle como un jersey de lana gorda, la figura de su abuela es central. A pesar de la dureza con la que le ha tratado la vida –"la orfandad, el hambre, los hermanos muertos, las hermanas fugadas a América, los maridos perdidos, el caos"–, la abuela de Marina es permisiva, vital y divertida.
La niña encuentra en la vieja una zona reconfortante en la periferia de la feminidad normativa, en la que la escatología y la ausencia de pudor tejen entre abuela y nieta ese característico vínculo entre maternal y fraterno que una sabe irrepetible. Los días sin tiempos pautados y con la televisión encendida desde la mañana hasta la madrugada, los relatos de fenómenos paranormales y de la caída en desgracia de las folclóricas y la ausencia de remilgos y tabúes en relación con el propio cuerpo forman parte de la enseñanza de todo lo que a una niña de educación socialdemócrata le está prohibido: "Es extraño sentir que no puedo pronunciar la palabra chocho delante de nadie. Cuando el otro día dije coño por error casi me da un infarto. La susurro a veces o la saco a través de las muñecas, pero me gustaría tener libertad para decir lo que quiera. ¿Qué daño pueden hacer las palabras? ¿Se empieza por las palabrotas y se acaba debajo de un puente? A mi alrededor fluye tanto terror a que me eche a perder que apenas puedo dar un paso sin cagarme de miedo".
A pesar de su planteamiento más bien clásico, Vozdevieja es un bildungsroman macarra sobre la feminidad como pregunta y sobre la escatología como una vía de escape o como la negación a elaborar una respuesta coherente a esa pregunta.
Para Marina, los tacos, el coqueteo con la pornografía y la absoluta fascinación por las mujeres que la rodean son, junto con las enseñanzas de la abuela, un intento de acceder a esa zona prohibida del mundo y de abordar, al mismo tiempo, uno de los enigmas fundacionales en el paso de la infancia a la adolescencia que la protagonista transita: la pregunta por la feminidad, una de las más terribles, complicadas y molestas que acompañan a una mujer desde su niñez hasta su vida adulta.
Se trata de un enigma indescifrable, con o de espaldas al que una va aprendiendo a convivir en la medida en la que va creciendo y viendo mundo y también va dándose cuenta de que el césped no siempre crece más verde en el jardín de al lado (y de que, en el caso de que así sea, llega un punto en que a una le da bastante igual). En los torpes intentos de desciframiento de ese enigma, existen, por supuesto, puntos de anclaje: referentes femeninos que la van acompañando a una en ese tránsito hacia una autoconsciencia aproximada de lo que una es o de lo que una aspira a ser. Se trata de mujeres a las que una se sorprende mirando con voraces ojos de camionero (así lo contaba Marta Sanz en su novela La lección de anatomía, algo de esto hay también en Vozdevieja) y que parecen tener la clave para resolver ese complejo jeroglífico.
Se tarda un tiempo en descubrir que no hay forma de resolverlo y más todavía en aprender a vivir con esta imposibilidad. Sin embargo, ante este enigma fundacional, hay en la relación abuela-nieta un lugar que invita a la mejor de las nostalgias posibles: a la que nos ayuda a recordar la parte imperfecta de nuestro propio pasado, la parte que se rebela a la docilidad y el bálsamo . "Me encanta que estar en bragas con mi abuela no importe absolutamente nada. A ella le pasa igual. Nuestro terreno es cómodo, está fuera de todas las competiciones, de todas las violencias". Ese tipo de nostalgia.