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Filosofía
El mercado de la mentira, las mentiras del mercado
En muchos sentidos, podríamos decir que vivimos en la sociedad de la mentira, en una sociedad en la que se produce una constante inadecuación entre lo que se nos dice y lo que realmente sucede. El mercado, bajo los parámetros capitalistas, es una gigantesca máquina de producción de mentiras.
Hay un elemento fundamental en el planteamiento de Marx que no ha sido hasta el momento suficientemente subrayado. Me refiero al papel que concede a la práctica como criterio de verdad. En su tesis segunda sobre Feuerbach, redactada en 1845, Marx escribe:
“El problema de si a propósito del pensamiento humano puede o no hablarse de verdad objetiva no es un problema teórico, sino práctico. El hombre ha de acreditar la verdad, esto es, la potencia y realidad, la cismundaneidad de su pensamiento en la práctica misma. La disputa acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento –un pensamiento aislado de la práctica- es una disputa netamente escolástica”.
Frente a la postura tradicional de la filosofía dominante, que hace de la teoría el lugar exclusivo de la verdad, Marx, con su ruptura materialista del canon filosófico, atribuye a la práctica una tarea de corroboración epistemológica que hasta el momento le había resultado ajena. La imagen dogmática del pensamiento, tal como la denomina Deleuze, hace del pensar, del pensar correcto que nos lleva a la verdad, el resultado del ejercicio de una facultad, es decir, lo define como un proceso específicamente teórico al alcance de cualquier sujeto capaz de aplicarlo con eficacia. De ahí, siglos y siglos de obsesiva búsqueda de la Verdad, un concepto que, por otro lado, no se sabe muy bien a qué remite, pero que parecía ser el objeto privilegiado del pensamiento filosófico. Solo equiparable a la obsesión con el Ser, sobre la que tan convenientemente cantaba Chicho Sánchez Ferlosio.
No voy a entrar a desarrollar las poderosas implicaciones que esta concepción de la práctica tiene en el pensamiento de Marx y que le lleva, por ejemplo, a proponer una teoría del sujeto político colectivo en el que este queda configurado por las prácticas y no por cuestiones de índole sociológica (pertenece a la clase obrera todo aquel que se implica en la lucha de clases contra el capital, no quien trabaja en la cadena de montaje), pero sí que, siguiendo esa estela propuesta por Marx, me detendré en analizar la influencia que las prácticas del mercado poseen en el ámbito de la verdad.
La verdad del mercado, como muestra su práctica, no es la de responder a las necesidades sociales, sino la de producir beneficio a quienes lo controlan.
El mercado y la sociedad de la mentira
En muchos sentidos, podríamos decir que vivimos en la sociedad de la mentira, en una sociedad en la que se produce una constante inadecuación entre lo que se nos dice y lo que realmente sucede. El mercado, bajo los parámetros capitalistas, es una gigantesca máquina de producción de mentiras, hasta el punto de que la intensidad de su flujo ha acabado por normalizarlas. Los individuos sabemos que vivimos en un ecosistema, el del consumo, hegemonizado por la mentira, pero en el que debemos desenvolvernos porque vivir en su afuera exige un esfuerzo que no se encuentra al alcance de la mayoría. Como decía José Luis Pardo a propósito de la publicidad, si el coche de nuestros sueños no colma nuestros sueños es problema nuestro, no del coche. Somos conscientes de que las prácticas del mercado desembocan en la mentira sobre los productos por este comercializados, incluso de que el mercado, en su concepción liberal, no cumple la función manifestada de asignar recursos adecuados a la sociedad. El par industria-mercado, bajo los parámetros del beneficio capitalista, se ha convertido, en algunos campos, en una máquina de encubierta adulteración de productos, cuyos efectos nocivos se van poniendo de manifiesto de manera progresiva. Ello es consecuencia de que la verdad del mercado, como muestra su práctica, no es la de responder a las necesidades sociales, sino la de producir beneficio a quienes lo controlan.
La industria alimenticia, controlada por grandes empresas, es uno de los ejemplos más evidentes en este sentido. Las necesidades de gestión de la comercialización y producción de los alimentos contribuyen a desnaturalizarlos y a provocar efectos perversos que influyen negativamente en la salud de quienes los consumen. La utilización masiva de antibióticos en muchas explotaciones de animales y sus huellas en los seres humanos a través del consumo es un dato suficientemente contrastado, así como los efectos perniciosos de muchos conservantes. De tal modo que lo que debiera ser un producto orientado al bienestar humano acaba convirtiéndose en un perjuicio para el consumidor. En la misma dirección podríamos hablar refiriéndonos a la industria farmacéutica y su enorme influencia en el establecimiento de parámetros médicos que redundarán en la mayor comercialización de sus productos. La extrema medicalización de la población, con el doble resultado de la inmunización a los efectos terapéuticos de los medicamentos y del sufrimiento de sus perjudiciales efectos secundarios, puede ser entendida como la consecuencia de una eficaz estrategia de ampliación de mercado por parte de esta industria. El sometimiento de la alimentación y la salud a los criterios del mercado acaba por generar prácticas muy alejadas de lo que cupiera esperar si ambas cuestiones quedaran sometidas al exclusivo interés de consumidores y pacientes, es decir, a lo que pudiéramos definir como la verdad social del mercado.
La verdad del mercado de la comunicación no radica en la elaboración de un producto ajustado a las demandas sociales de información sino en el formateado ideológico de la población.
El mercado de la comunicación y la producción de la mentira
Otro ámbito donde el mercado capitalista ha mostrado su eficacia en la producción de mentira es en el de la comunicación. Y hablamos de eficacia en la medida en que esa mentira no es detectada como tal y consigue así sus efectos de construcción de una subjetividad sometida a los intereses ideológicos del sistema. La evolución en este campo nos permite proponer como hipótesis que estamos viviendo, a pasos agigantados, la sustitución de los medios de comunicación por empresas de comunicación. Con ello queremos subrayar el hecho de la enorme dependencia de las plataformas informativas actuales de grandes empresas y bancos que constituyen lo fundamental de su accionariado y que delimitan de ese modo su línea política e ideológica. En el panorama mediático español, con leves y casi anecdóticas excepciones, solo es posible encontrar medios de comunicación independientes, no sometidos a los intereses del capital, en internet. De este modo, las empresas de comunicación, con sus terminales en formato papel, radio o televisión, elaboran sus productos mediáticos, ya sean de información o entretenimiento, con un objetivo muy marcado: la producción de una subjetividad ajustada a las necesidades –políticas, económicas- del sistema. La verdad del mercado de la comunicación no radica en la elaboración de un producto ajustado a las demandas sociales de información sino en el formateado ideológico de la población. En el contexto de los procesos de construcción de un sujeto político antagonista, las empresas de comunicación se han aplicado con denuedo a su erosión y a la promoción del descrédito de sus prácticas, aunque haya sido a costa de la elaboración de productos informativos carentes de todo sustento en la realidad. Ante, por ejemplo, la acción de los ayuntamientos del cambio, los poderes fácticos locales han desarrollado una intensísima labor a través de sus empresas de comunicación con el objeto de que sus tradicionales privilegios (en el ámbito del urbanismo, de los servicios públicos) no fueran puestos en cuestión. Aunque de hecho, cabe precisar que han utilizado a tal efecto, sin ningún pudor, todos sus terminales, políticos, mediáticos, empresariales, incluso judiciales. Quizá la preocupación que en los últimos tiempos manifiestan ciertos sectores del poder ante la proliferación de las noticias falsas, las conocidas como fake news, derive, en realidad, de su inquietud ante la pérdida del monopolio de producción de la mentira. En una fecha tan lejana como 1871, Marx ya escribía en una carta a Kugelmann: “La prensa cotidiana y el telégrafo que difunde sus inventos en un abrir y cerrar de ojos por todo el globo, fabrican más mitos en un día que lo que antaño se podría fabricar en un siglo”.
Retomando la reflexión con la que iniciábamos este texto, puede afirmarse que el criterio bajo el que actúa el mercado, la práctica del mercado capitalista, convierte sus productos en una mentira social. El neoliberalismo hegemónico carece de cualquier pudor y toda estrategia orientada a la que tiene como única máxima rectora del mercado, la consecución de beneficios por parte de productores y distribuidores, es considerada conveniente. Dicha práctica tiene como resultado, casi generalizado, el mayor de los desprecios por la adecuación entre lo que dice ofrecer el producto y su real rendimiento para el consumidor y para la ciudadanía en general. El mercado, extremado en su versión neoliberal, es productor de mentira pues su meta exclusiva es la colocación del producto, ya sea este material o ideológico, de tal manera que el testado social de dichos productos los rebela como auténticas falacias. Es en las prácticas del mercado capitalista donde podemos detectar la verdad del mismo, que no es otra que su sometimiento al interés egoísta, en ocasiones incluso criminal, de la clase dirigente, que no duda en sacrificar el bienestar y la salud de la mayoría para aumentar sus beneficios, lugar donde radica la verdad del mercado.
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