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Palestina
La izquierda alemana ante la cuestión palestina. Una disputa insalvable
A finales de mayo del 2023, unas cien personas de origen palestino se aglomeraban en la berlinesa plaza de Oranienstraße (Oranienplatz). Aquel espacio urbano se situaba en mitad del populoso distrito berlinés de Kreuzberg, cuya marcada composición multicultural y alternativa había incitado al líder de los conservadores alemanes, Frederich Merz, a situar la barriada fuera de la nación alemana. Al parecer, era una zona extranjera en mitad de la capital del país. En aquella primavera calurosa, los palestinos se concentraban como cada año para conmemorar la Nakba (la catástrofe) de 1948, el momento de la huida forzosa de miles de árabes ante la inminente creación del Estado de Israel en la región de Palestina.
Aquel día, las furgonetas de la policía de Berlín se agolpaban numerosas en el extremo norte de los jardines de la calle Leuschnerdamm mientras un altavoz de los comandos antidisturbios repetía incansable que los manifestantes tenían que dispersarse inmediatamente y las banderas palestinas, que hondeaban por la excitación de los concentrados antes que por el escaso viento, debían ser retiradas de la escena pública. Los curiosos alemanes que se aproximaron a la concentración se retiraron cuidadosa y lentamente ante el toque de atención. La solidaridad tenía sus límites.
Un debate insuperable
La concentración de Kreuzberg, que se repitió en todos los rincones y plazas del país, terminaba siempre con una conclusión idéntica: la prohibición de las concentraciones, así como la solidaridad institucional sin fisuras con Israel. Para otoño, como resultado de los ataques de Hamas contra ciudadanos judíos, la hendidura entre la clandestinidad de la movilización pro-Palestina y el apoyo gubernativo a Tel Aviv se habían hecho aún más grandes.
La acción sorpresiva y deliberadamente cruel de principios de octubre del 2023 propició además un inusitado recrudecimiento del debate en torno al apoyo o condena a las reacciones de represalia de Israel entre la izquierda alemana. Sin contar con los dos principales partidos reformistas del espectro (SPD y Los Verdes), que según varias encuestas de finales de aquel mes daban un apoyo casi unánime a la política de alianza con Israel del Gobierno Federal (entre un 84 y 87%), la izquierda revolucionaria alemana se encontró –una vez más– colapsada ante un debate de apariencia insuperable. Como destacó la politóloga Nicole Deitelhoff, “en Alemania difícilmente otro debate se enmarca en coordenadas tan tóxicas como el del conflicto Israel-Palestina”1.
Palestina
Palestina La comunidad judía antisionista se moviliza en EEUU para lograr un alto el fuego: “No en nuestro nombre”
El mismo día del ataque de Hamas, el equipo de fútbol FC Sankt Pauli, radicado en el barrio homónimo de la localidad de Hamburgo, emitió un comunicado de prensa en favor de la paz que fue, en su neutralidad manifiesta, rápidamente tildado de tibio por algunos fans del combinado marrón: no exponía un apoyo nítido a Israel y a las víctimas judías. El equipo de los piratas de Millerntor había tenido una estrecha vinculación con el Apoel de Tel Aviv, distanciándose progresivamente de otro club tradicionalmente izquierdista como el Celtic de Glasgow, cuyos fans han conservado una abierta posición pro-Palestina y en favor de las causas de liberación nacional.
Mientras, el grupo de St.Pauli-Fans-Bilbao consignaba regularmente símbolos antisionistas, que casi siempre eran entendidos como antisemitismo encubierto por algunos sectores importantes de la hinchada alemana. En la composición de su base social, el club norteño alemán ha reflejado históricamente las diferencias entre, al menos, dos tendencias de la izquierda radical alemana desde los años 80. Los antiimperialistas, defensores de Palestina y los antialemanes, fervorosamente beligerantes en favor de Israel.
Los Antiimperialistas y la violencia política
Si en los años 50 la defensa de Israel entre las nuevas izquierdas en fermentación era bastante evidente en la Alemania federal, en medio de los inicios de la efervescencia juvenil sesentayochista de la Universidad Libre de Berlín y la Guerra de los Seis días, que enfrentó militarmente a Israel con los países árabes del entorno, nada impedía a la carismática periodista progresista de la revista política Konkret, Ulrike Meinhof, expresar su apoyo al Estado judío.
En ese mismo año de 1967, la nueva escena izquierdista germana se había dejado seducir enteramente por la causa antiimperialista, condenando, como consecuencia de la guerra citada –en realidad, un ataque preventivo decidido por el primer ministro israelí Levi Eshkol– la escalada bélica sionista y al Estado de Israel, al que se le describió como un miembro más de la larga cadena imperialista occidental liderada por Estados Unidos. Aunque sindicatos estudiantiles como el SDS y comités locales pro-Palestina se declararon en contra del secuestro aéreo realizado por grupos palestinos entrenados en Jordania (en especial contra la compañía israelí el El-Al), la moneda estaba echada, cayendo en favor de la causa palestina.
Oponerse a Israel era confrontar con la República Federal de Alemania que había comenzado a otorgar su apoyo al Estado judío
Oponerse a Israel era confrontar con la República Federal de Alemania que había comenzado a otorgar su apoyo al Estado judío como pago de la deuda contraída por el genocidio perpetrado por el Tercer Reich. Autores como Andrei S. Markowits han destacado, además, que el rechazo a su existencia por parte de la nueva izquierda alemana y Europea se debía “no a que fuera [un Estado] judío, sino a que fuera estadounidense”. Es decir, Israel se convirtió en foco de los más descarnados odios en la medida en que se consideró “una extensión del poder norteamericano” en Oriente Medio, y, como la propia República Federal de Alemania, un puntal del aparato imperialista de Washington y su estrategia de política exterior2.
Tras el 68. La emergencia de los Antialemanes
Tras el colapso repentino e insospechado del movimiento sesentayochista en Alemania, aquella ruta anti-israelí fue transitada por algunos grupos marginales que no dudaron en utilizar la violencia contra centros judíos o ciudadanos con pasaporte de Israel. El grupo armado de las Células Revolucionarias incluso secuestró en 1976 un avión de Air France repleto de turistas de origen judío. Aunque la disputa en torno al carácter antisionista/antisemita de la toma de rehenes sigue dividendo a la academia alemana, tres fueron, al menos, los resultados directos de la misma.
Dado que era la primera vez desde el nazismo que ciudadanos alemanes tomaban prisioneros a judíos a los que estaban dispuestos a asesinar, la violencia desatada por el atentado –que motivó la muerte de un soldado israelí, Yonatan Netanyahu, hermano del actual primer ministro Israelí, y miembro del comando israelí que liberó a los pasajeros retenidos en Uganda– hizo que parte de la izquierda alemana rompiera con las tendencias antiimperialistas.
Las propias Células Revolucionarias hicieron autocrítica y recompusieron su ideología para centrarse en el antirracismo y la precariedad laboral. Algunos colectivos antiimperialistas siguieron el camino contrario y abrazaron directamente el Islam, asumiendo absurdamente y en el tránsito que la Revolución de Irán de 1979 era heredera de la revolución francesa de 1789 y la soviética de 1917.
Para cuando este bizarro grupo de militantes fundaron las Células Antiimperialistas en los años 90, mucha de la militancia de la nueva izquierda germana había vuelto a lanzar la moneda al aire. Su caída en una dirección concreta dependió de un viento que llegaba la pluma de un filósofo marxista de orígenes judíos que, en la década de los 80, volvió a reinterpretar el antisemitismo histórico de Alemania: Moishe Postone. Para este pensador, el anticapitalismo alemán se había expresado tradicionalmente bajo el ropaje del antisemitismo. Así, a través de la figura del judío, los alemanes habían sido capaces de biologizar el dominio abstracto del capital, manteniendo el anticapitalismo dentro de las coordenadas del mismo fetiche (entidad material pura), sin atacar el núcleo de la ley económica que anarquizaba las relaciones sociales pre-modernas.
De este modo, lejos de la figura del Geldjuden de Marx o del “chivo expiatorio” de Theodor Adorno y Max Horkeimer, el antisemitismo no solo simbolizaba una reacción anticapitalista falsa o instrumentalizada por el nacionalsocialismo, sino que era, en sí misma, una forma plena de anticapitalismo barbárico, huidizo y típicamente alemán. El ataque a lo “abstracto” de la circulación capitalista bajo su forma biológica concreta: el judío.
Sionismo
Los mitos sionistas Desmontando mitos sionistas
Algunos argumentos validaron esta percepción. Por ejemplo, el Partido Comunista de Alemania había declarado machaconamente la guerra contra el poder financiero judío durante la época de Weimar. En su carácter internacional y anómico, destruía el modo de vida tradicional y comunitarista de los hombres y mujeres corrientes de Alemania. Entre parte de la nueva izquierda de los años 80, cundió un deseo de desquitarse del antisionismo histórico como aparente rémora de un antisemitismo típicamente germánico. O lo que es lo mismo, trataron de abandonar su posición de complicidad con el ataque a la abstracción social capitalista encarnada ahora en Israel, para tratar de analizar racionalmente el capitalismo como sistema económico.
Según esta nueva corriente en emergencia, toda crítica al sionismo era, a los efectos, no tanto una crítica a una ideología nacionalista, como un “antisemitismo secundario”. Con aquella locución popularizada por Theodor Adorno –y creada por el psicólogo social Peter Schönbach– se describía un antisemitismo socialmente latente en la Alemania de la segunda posguerra. Su núcleo era el olvido de la singularidad y cesura histórica de Auschwitz y la culpabilización de la víctima como recordatorio de un pasado imborrable para los alemanes.
Es por ello que quienes, como los antiimperialistas, acusaban a Israel de cometer un nuevo colonialismo genocida, habrían olvidado, en realidad, la excepcionalidad histórica del campo de exterminio nazi, desvelando, en opinión de esta nueva izquierda en formación, un resentimiento antisemita no-público bajo apariencia de crítica al sionismo.
Desde esta revisión de los imaginarios sesentayochistas, a finales de la década de los 80 y principios de los 90, algunos grupos como la Federación Comunista del norte de Alemania comenzaron a manifestar sus reservas a la causa Palestina y a declarar su apoyo a la existencia de Israel. Esta nueva escena, que tuvo también seguidores entre grupos más asamblearios de grandes ciudades del norte como Hamburgo, Berlín o Bremen, fue conocida como los Antialemanes, por su combate a la nación alemana, a la que describían como cuna de la barbarie nacionalista y de un anticapitalismo huidizo (el antisemitismo).
En 2004, en el contexto de una marcha antifascista contra las manifestaciones ultraderechistas que deseaban el cierre de la exposición de los crímenes de la Wehrmacht que se celebraba en el Instituto de Investigación Social de Hamburgo, los Antialemanes desplegaron una bandera de Israel. Estos fueron incriminados rápidamente por otros colectivos antifascistas allí presentes. En respuesta, los Antialemanes acusaron a los organizadores de incentivar comportamientos antisemitas, al plantear, estos últimos, que la bandera de Israel era un símbolo de imperialismo contra los palestinos3.
La ironía de la nueva izquierda radical alemana
Los Antialemanes, con su condena a aquellos que criticaban el sionismo, comenzaron entonces a acercarse la postura mayoritaria de la clase política de la Alemania reunificada de 1990. Para esta última, el recuerdo y la memoria del Holocausto -a menudo indisimuladamente afectada y fingida hasta lo obsceno- como hecho históricamente singular, ha sido la penitencia necesaria para restituir el orgullo de la nación alemana. Como apuntó el historiador, A. Dirk Moses, el pensar el exterminio nazi como un hecho singular ha sido el fundamento principal del nuevo catecismo alemán, surgido a inicios del siglo XXI y apuntalado en una política exterior de apoyo indiscutible y acrítico con Israel4.
En 2022, la 15 edición del certamen artístico de la Documenta Kassel inauguró una exposición del colectivo indonesio Taring Padi. Unos enormes paneles, pintados a modo de grafiti, denunciaban diversas injusticias sociales bajo la caricaturización de los opresores. Allí, en una esquina, destacaba un personaje judío de ojos ensangrentados. Ataviado con las ropas características de un judío ortodoxo, en el detalle de lo que parecía un sombrero hanukkah, aparecían pintadas dos letras S superpuestas.
Sin lugar a dudas, aquel símbolo de lo más infausto del terror del régimen nazi pretendió ser una crítica al imperialismo colonialista de Israel sobre Palestina. Tras acusaciones muy poco veladas de antisemitismo contra la directora del certamen, Sabine Schormann, esta finalmente dimitió. Durante los días de la exposición en Kassel, el periodista del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, Claudius Seidl, escribió un polémico comentario: “el postcolonialismo no perdonará tan rápido a los judíos la singularidad del Holocausto”.
Seidl denunciaba el “antisemitismo secundario”, criticando a la izquierda revolucionaria antiimperialista, que bajo influencias de autores como Edward Said, interpretaron el conflicto entre palestinos y el Estado de Israel como un contencioso de ejes coloniales en el que los judíos aplicaban una dura limpieza étnica del territorio. Los judíos, antiguas víctimas de un genocidio, se habrían convertido, así, en los perpetradores. La consecuencia interpretativa devenía en que Auschwitz ya no iba a ser considerado un hecho singular en la historia. Su exterminio sistemático tenía en el colonialismo europeo de los siglos XV a XX ejemplos precursores, transfigurándose en el presente en la opresión sionista contra el pueblo palestino.
Con la condena de los antialemanes y la clase política federal a estas posiciones antiimperialistas/poscolonialistas, se sellaba una unión interpretativa que restaba criterio a los grupos revolucionarios de las tendencias antialemanas para oponerse al Estado federal. Al legitimar la política exterior de Alemania mediante sus furibundos ataques a las posiciones poscolonialistas, se apuntalaban las bases del “catecismo alemán” como hegemonía dominante y el orgullo renovado de ser alemán habilitado con la alianza con el sionismo y el reconocimiento implícito de cargar con la culpa del pasado. Pero esta solo es la primera de las ironías de la nueva izquierda revolucionaria alemana.
Pensar el exterminio nazi como un hecho singular ha sido el fundamento principal del nuevo catecismo alemán, surgido a inicios del siglo XXI
Los antiimperialistas han visto como, en su crítica al Estado de Israel o en las peticiones de boicot a la importación y consumo de sus productos (campaña conocida como BDS), coinciden dramáticamente con grupos de la ultraderecha bien afincados en Alemania. Algunos de estos colectivos, defensores incorruptibles del exterminio nacionalsocialista, han participado en concentraciones propias con banderas de Palestina. Sin ningún tipo de disimulo y con grandes dosis de impunidad, su antisemitismo se vestía con ropajes de crítica al sionismo, aparentando recordar a los árabes y palestinos: “¿Veis? Había que purgar a Europa de estas bestias. Lo que hacen con vosotros abiertamente es lo que trataron de hacer con métodos sibilinos con Alemania y su raza milenaria”.
Tras los ataques de Hamas de octubre, en la ciudad de Dortmund algunos neonazis colocaron una pancarta en que se leyó: “Israel es nuestra desgracia”. Indudablemente, aquello era una renovación muy poco velada del lema nazi: “Los judíos son nuestra desgracia”5. Por las mismas fechas, y según una encuesta de la agencia Forsa, el 78% de los simpatizantes del partido ultraderechista AfD respondía con un claro ‘No’ a la pregunta de si Alemania tenía una obligación y responsabilidad especial en torno a la existencia y seguridad de Israel. El líder del partido, Tino Chrupalla, escribió un polémico TUIT tras la acción de secuestro de Hamas, condenando el suceso y “llorando a todos los muertos en la guerra”6.
Ni una palabra sobre “terrorismo”, concepto tan manido entre la clase política federal. Los antiimperialistas deben jugar con todo este campo embarrado por el nuevo fascismo y en el contexto de un país en el que la crítica a las políticas de Israel no siempre es interpretada en esos términos exactos. Como recordó también Nicole Deitelhoff, “la seguridad de Israel no solo es razón de Estado alemana, sino también una parte de la identidad cultural del país basada en el reconocimiento de una culpa histórica y una responsabilidad actual en relación con los judíos”7.
Las caídas históricas de algunas corrientes de la izquierda alemana en el rojipardismo (desde Heinrich Laufenberg en los años 20 del pasado siglo a Sahra Wagenknecht en la actualidad) son un toque de atención para interponer una querella al debate actual establecido por las dos ramas de la izquierda revolucionaria. Es por ello necesario alzar una voz en la que resuene simultánea la denuncia del colonialismo de asentamiento israelí con la defensa de la memoria del exterminio judío como corolario de la modernidad capitalista, que estudie su maravillosa e imprescindible tradición revolucionaria (desde Marx a Lukács, Luxemburgo, Benjamin o Adorno) con la condena a los gabinetes ultraderechistas de Tel Aviv, que representan exactamente lo contrario a lo que estos pensadores judíos proyectaron para el futuro emancipado de la sociedad y del mismo pueblo judío.
La defensa de Palestina no debe caer tampoco en benevolencia con sus gobernantes, paradójicamente más cercanos al modelo social autoritario de Netanyahu que a cualquier proyecto revolucionario para las clases populares palestinas. La ironía de las izquierdas revolucionarias alemanas en relación con Oriente Próximo se resolverá cuando las naciones en disputa dejen de identificarse con sus respectivos gobiernos, más interesados en una lucha de civilizaciones que en la construcción de unas relaciones sociales no capitalistas y en la mutilación de todos aquellos que resisten a la identidad ideal proclamada por los fundamentalistas de cada cultura.
Palestina
Adanía Shibli “Entre Israel y Palestina no hay un conflicto, hay colonización y ocupación”
Notas
1. Der Spiegel, 43, 21.10.23
2. Katharina Gerund, Transatlantic Cultural Exchange: African American Women's Art and Activism in West Germany, Wetzlar, Transcript, 2016, p.126; Andrei S. Markovits, “On Anti-Americanism in West Germany”, New German Critique, 34 (1985), pp. 3-27; Andrei S. Markovits, European Anti-Americanism (and Anti-Semitism): Ever Present Though Always Denied, CES Working Paper, 108 (2004); Walther Bernecker, “Lugares de memoria en las Alemanias: discursos nacionales y función identitaria”, en Ludger Mees (Ed.) La celebración de la nación. Símbolos, mitos y lugares de la memoria, Granada, Comares, 2012, p.32
3. Robert Kurz, Die Antideutsche Ideologie. Vom Antifaschismus zum Krisenimperialismus: Kritik des neuesten linksdeutschen Sektenwesens in seinen theoretischen Propheten, Münster,Unrast,2003; Julia Hörath,“¡Abuelito cierra el pico! Protestas contra las marchas neonazis durante la exposición de la Wehrmacht: del 2001 hasta el 2004”, Hastapenak. Revista de Historia Contemporánea y Tiempo Presente. Gaurko Historiaren Aldizkari Kritikoa, 3 (2022), pp.121-140; Claus Ludwig, Antisemitisch?!: Gegen antideutsche Mythen und die Umdeutung des Begriffes, Manifest,2021;Armin Pfahl-Traughber Linksextremismus in Deutschland. Eine kritische Bestandsaufnahme, Wiesbaden, Springer, p.191; Francisco Miguel de Toro Muñoz “La exposición Vernichtungskrieg. Verbrechen der Wehrmacht 1941 bis 1944. El debate sobre los crímenes de la Wehrmacht”, Kamchatka. Revista de análisis cultural, 15 (2020): 47-69.
4. A.Dirk Moses, “Der Katechismus der Deutschen”, Geschichte der Gegenwart, 23.5.2021.
5. Stern, 21.10.2023.
6. David Gebhard, Terrorangriff der Hamas : AfD streitet über Israel-Unterstützung, ZDF, 15.10.2023.
7. Der Spiegel, 43, 21.10.23.