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Flamenco
Rocío Márquez, escuela de indagación
Este viernes 19 de octubre se publica Diálogo de viejos y nuevos sones, el nuevo disco de la cantaora Rocío Márquez junto al violista Fami Alqhai. Rocío conjuga, además de una voz delicada y un planteamiento musical valiente, modernidad y cante de compromiso, las dos facetas constitutivas y medulares del flamenco.
Pasa con frecuencia las noches tórridas de agosto. Caminamos ensimismados en nuestra conversación cuando nuestra compañía nos detiene señalando con un dedo el firmamento: “¿Has visto? Una estrella fugaz”. La respuesta suele ser negativa. Nunca miramos al cielo en el instante oportuno, pues la tierra nos absorbe con sus velocidades y empeños. Lo mismo ocurre con los sonidos. ¿A qué suenan las calles? A ruido, quién sabe. Cada vez es más complicado dar con una estrella fugaz y, cuando sucede, nuestro cuerpo se pone a segregar recuerdos de un tiempo en el que aún éramos sensibles e ignorábamos las fronteras de la melancolía.
Algo así sucedió en la iglesia de Nogales (Badajoz), frente al castillo, en el marco de la III Muestra de Música Antigua. La organización tuvo la feliz idea de invitar a Rocío Márquez y Fami Alqhai con su Diálogo de viejos y nuevos sones, un espectáculo que ha llenado páginas de elogios en la prensa cultural. La cantaora, una de las referencias del flamenco– y de la música en su más amplios horizontes-, se detuvo durante hora y media en un pueblo de 700 habitantes y dejó su destello para un selecto grupo de elegidos que pudimos atiborrarnos de un infinito festín de sensibilidad.
Rocío conjugaba, además de una voz delicada y un planteamiento musical valiente, modernidad y cante de compromiso, las dos facetas constitutivas y medulares del flamenco que décadas de resignificación
Escuché a Rocío Márquez por primera vez hace años, en Pamplona. Ofreció un recital de cante en un ciclo de flamenco universitario –sí, hay universidades que hacen este tipo de cosas- . Por entonces se hablaba de ella como una de las jóvenes promesas del flamenco. Venía de arrasar en el Festival de Cante de las Minas y de publicar un disco precioso, Claridad. Volví a encontrarla en julio de 2012, cuando entró en el pozo de Santa Cruz del Sil en apoyo a los mineros que llevaban semanas encerrados como protesta ante el cierre de las cuencas. Rocío conjugaba, además de una voz delicada y un planteamiento musical valiente, modernidad y cante de compromiso, las dos facetas constitutivas y medulares del flamenco que décadas de resignificación por parte de la dictadura y del turismo “Spain is different” habían recluido en las catacumbas de aquellos que nos reconocíamos morenteros. Después publicó El Niño, que puso el flamenco del revés y a los aficionados a buscar en el diccionario las acepciones de “pureza”, y Firmamento, un seísmo, con versos de la cantaora, de Isabel Escudero –la poetisa extremeña de lo popular tan poco leída en la dehesa-, de Federico García Lorca y de Santa Teresa. El libreto es una personalísima antología de la poesía española.
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Los Diálogos de viejos y nuevos sones fueron la sensación de la Bienal de Sevilla de 2016. Tanto, que los amantes de este harakiri descargamos y escuchamos hasta la saciedad el podcast colgado en Radio3. El estreno fue en la iglesia de San Luis de los franceses, un prodigio barroco situado en el corazón del Moscú sevillano. Fue imposible asistir. Las entradas volaron en apenas unos días. Fue tan buena la acogida que lo repitieron en el Auditorio Nacional de Madrid –esta vez sí conseguí entrada-. Después la gira llegó a Badajoz, donde pilló a buena parte de la ciudad mirando al suelo.
Es costumbre en provincias que la "gente de bien" utilice el teatro como espacio de socialización los fines de semana, el arte como preludio o entremés a la cena de restaurante. Y por eso es común que minutos antes de la obra buena parte del público esté de pie, sin un porqué aparente, buscando la mirada de reconocimiento de los demás. En provincias hay que dejarse ver los fines de semana en el teatro, sobre todo si el espectáculo viene con el sello de “anunciado en televisión.” Durante las actuaciones son comunes -y muy visibles desde el gallinero- los WhatsApp a aquellos que por h o por b se han quedado fuera: “estoy viendo…”. Da igual que sea cante, tragedia o ballet, se está allí y punto.
El mundo es sólo una escuela de indagación, y por eso uno sale de los conciertos de Rocío Márquez con la sensación de haber asistido a un ritual propiciatorio en el que la cantaora ha convocado a la Verdad
Hay que reconocer que este juego de apariencias provinciano permite a los artistas sobrevivir. Se trata de una siembra indiscriminada que germina en unos pocos tallos preciosos. En Nogales, en cambio, estos especímenes eran minoritarios, vinieron niños, jubilados y todo aquel curioso convocado por el bando a contemplar a cámara lenta el destello de una estrella fugaz posarse sobre sus cabezas. Además, la acústica mejoraba la relación de la voz de Rocío y la viola de gamba de Fahmi Alqhai, dos fuerzas antitéticas que han encontrado un cauce inteligible de expresión de los dos pilares de nuestra existencia: el amor y el desamor.
El arte tiene mucha relación con la teología, de ahí sus trayectorias paralelas. Ambas disciplinas buscan la Verdad. Saben que esta es inalcanzable pero lo intentan a diario con un empeño insaciable. Explicaba Montaigne que hemos nacido para buscarla, pero poseerla no nos corresponde. “El mundo es sólo una escuela de indagación”, y por eso uno sale de los conciertos de Rocío Márquez con la sensación de haber asistido a un ritual propiciatorio en el que la cantaora ha convocado a la Verdad, la ha puesto sobre el escenario y la ha despedazado para que todos creamos en ella, como creemos en el devenir de las estaciones y en la floración de las jaras. La cantaora, sacerdotisa de esa secta secreta que se reúne sin previo aviso y que rinde culto a algo indescriptible que el castellano denomina “belleza”, se vistió de luces, sabedora de que la Verdad no entiende de auditorios y es caprichosa en sus manifestaciones.
Y allí, sin alharacas mediáticas y lejos del ruido y la anestesia de la feria de Badajoz, recordé las últimas palabras de Las ciudades invisibles de Italo Calvino: “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”
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