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Fútbol a este lado
El derecho a un presente del rojo Velež Mostar
La última vez que el Velež Mostar jugó en Europa no había caído el Muro de Berlín. Su país era otro país. Uno campeón del mundo sub-20, en fútbol, absoluto de los mundiales de balonmano y de waterpolo y a unos meses de serlo también en baloncesto. Aquel miércoles 7 de diciembre de 1988, tras salir del estadio eliminados por el Hearts escocés, alguien en Mostar encontraría refugio en un café bosnio, parecido pero diferente del turco por ser igual de intenso pero menos dulce. La tarde fría lo requeriría. También, quizá ese mismo aficionado podía aferrarse al espíritu que encarnaba la mascota de la no tan lejana olimpiada de Sarajevo, la resistencia y viveza de Vućko, el lobo de los Alpes Dináricos. Quizá ese hombre podría llegar a casa habiendo recobrado la confianza en volver a competición europea la temporada siguiente. Pero ha sido un invierno largo, de 32 años y medio.
Tercero en la recién finalizada liga bosnia, el Velež jugará este verano la UEFA Conference League, el tercer torneo continental. Ninguno de sus actuales jugadores, si exceptuamos al portero Adnan Bobić, había nacido cuando ocurrió por última vez. Su entrenador, Feđa Dudić, tenía cinco años. “Creo que la mayor fortaleza del año ha sido él. Es joven y conoce la psicología del equipo, ha sacado lo mejor de jugadores que están lejos del primer nivel, incluso si hablamos de esta liga. Este equipo se ha formado prácticamente en la segunda división, tiene carácter pero no estrellas. Hay futbolistas que han hecho una temporada magnífica, como Samir Radovac, Nemanja Anđušić u Obren Cvijanović, pero lo mejor es que están todos listos para hacer lo que necesita el equipo”, analiza Saša Ibrulj, periodista bosnio especializado en el club de Mostar.
“Al revés que el resto de equipos de este país, Velež no promete grandes sueldos ni endeudarse. Se amoldan al presupuesto que tienen. Los salarios son menores que en la mayoría de clubes importantes de la liga”, dice Saša Ibrulj, periodista bosnio
El 2021 del Velež en la Premijer Liga ha sido extraordinario. No ha perdido ninguno de sus últimos veinte partidos, nadie le ha ganado desde el 31 de octubre del pasado año. Una alegría especialmente bienvenida para una parroquia de fans que en este siglo han visto dos descensos a Segunda. Hasta hace poco, una generación entera de aficionados casi no conocía otro escenario económico que una de crisis, si es que no de bancarrota. “Todavía es complicada, pero la situación se ha estabilizado estos dos últimos años. El principal factor para ello ha sido la reducción de gasto. Al revés que el resto de equipos de este país, Velež no promete grandes sueldos ni endeudarse. Se amoldan al presupuesto que tienen. Los salarios son menores que en la mayoría de clubes importantes de la liga”, apunta Ibrulj.
Además de la implicación de colectivos de hinchas como Mostarski Rođeni en la logística y sostenibilidad de valores y material de estos colores, ha sido importante la buena marcha del equipo esta primavera. “Es un ejemplo perfecto de club familiar. La organización del club es muy sencilla, todo el mundo trata de involucrarse y ayudar. Antes del partido contra el Borac Banja Luka —a la postre campeón, pero derrotado ese día 2-0—, se vendieron casi 12.000 entradas virtuales. Para que te hagas una idea, ten en cuenta que la capacidad del estadio es de 7.000”, recuerda Ibrulj.
El estadio donde juega el Velež recuerda su identidad como mínimo cada dos fines de semana. Al norte de la ciudad, una pradera del barrio de Vrapčići alberga el hoy llamado Stadion Rođeni, el “estadio de los nativos”. Tan modesto que ni siquiera el club podrá usarlo en la Conference League por no cumplir con los estándares de la UEFA. Su casa europea estará a más de 100 kilómetros, en el estadio del Željezničar de Sarajevo.
La historia del Velež no puede contarse sin hablar del que gran parte de sus seguidores siguen sintiendo como su hogar legítimo, el estadio Bijeli Brijeg. Las armas ultranacionalistas croatas impusieron la República de Herzeg-Bosnia durante la guerra de los años 90 mediante una limpieza étnica de civiles bosniacos y de la comunidad musulmana en particular. Esa sangrienta administración tenía su capital en Mostar pero dependía directamente del mando de Zagreb. Una de sus decisiones políticas fue refundar el Zrinjski, un club que no es solo simple bandera de los croatas de Mostar, sino que está vinculado al colaboracionismo del régimen ustacha con el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial y todavía hoy a un nacionalismo excluyente. Tanto que el gobierno yugoslavo lo prohibió entre 1945 y 1992. El nuevo poder croata emergido del dolor de la guerra no solo lo rescató sino que le dio el estadio del Velež, Bijeli Brijeg, el de “la colina blanca”. Las oficinas con su historia quedaron arrasadas y así hasta hoy, donde sigue siendo un tema delicado. “La gente sigue diciendo que el asunto del estadio es injusto, pero a la vez es una consecuencia heredada del tiempo de la guerra, por lo que cuando alguien lo menciona la tensión sube. Así que se ha empezado a ignorar el problema, desafortunadamente. Velež empezó a vivir su vida sin el campo viejo, y está invirtiendo para reconstruir en el que juega ahora”, cuenta Ibrulj.
Ese estadio, Bijeli Brijeg, fue el escenario de las mejores épocas del Velež. La de los segundos puestos en la Liga yugoslava (1973, 1974 y 1987), las Copas ganadas (1981 y 1986) e incluso unos cuartos de la UEFA en 1975. El equipo hacía un fútbol alegre y desenfadado, menos rígido que el de la escuela de los gigantes de Belgrado Estrella Roja o Partizán.
En la clasificación histórica de la liga yugoslava, es el séptimo club en importancia. Bijeli Brijeg fue también donde el Velež jugó aquel último partido en Europa hace casi 33 años, acabándolo con cuatro atacantes de nivel sobre el césped: Semir Tuce, Pedja Jurić, Vlado Gudelj y Meho Kodro. Mejor futbolista yugoslavo del 86 el primero y leyendas, los otros tres, para cualquier aficionado del Burgos, el Celta y la Real Sociedad que lea esto. Las razones por las que el Velež fue maltratado desde la desintegración de Yugoslavia también hay que buscarlas en su historia.
Al equipo lo delata su nombre de fundación en 1922: Radnički Športski Klub Velež Mostar: club deportivo de los trabajadores. Era el equipo en el que cabían todas las etnias, credos y nacionalidades de aquella Mostar del todavía reino yugoslavo
Al equipo lo delata su nombre de fundación en 1922: Radnički Športski Klub Velež Mostar: club deportivo de los trabajadores. Era el equipo en el que cabían todas las etnias, credos y nacionalidades de aquella Mostar del todavía reino yugoslavo, con un fuerte acento en su naturaleza de clase obrera, simpatías socialistas y espíritu rebelde.
Mientras el Zrinjski jugaba la liga organizada por el régimen ustacha, durante la resistencia partisana 77 futbolistas del Velež murieron en el frente. En las décadas siguientes, si el Partizán era el club más oficialista y del ejército federal, el Estrella Roja y el Dinamo de Zagreb se vinculaban con ciertos latentes nacionalismos serbio y croata, y el Hajduk Split, también con pedigrí partisano, era popularmente conocido como el color futbolístico del mariscal Tito, el Velež era el equipo identificado como multiétnico, inclusivo, antifascista y cuyo espíritu encajaba con el lema de la república de los eslavos del sur: bratstvo i jedinstvo, hermandad y unidad. Y eso no era de hacía poco.
En 1981 y coincidiendo con el legendario viaje de 30.000 aficionados de Mostar a Belgrado para ver al equipo ganar la Copa del Mariscal Tito, como se llamaba entonces, nacía la hinchada radical del equipo, los Crveni Šejtani o diablos rojos, poco más tarde y hasta hoy Red Army
El propio Tito, en el 50º aniversario del club en 1972, dijo textualmente en un discurso que el club de Mostar estaba “en el camino correcto no desde ayer, sino desde el origen”. Un año después de su muerte, en 1981 y coincidiendo con el legendario viaje de 30.000 aficionados de Mostar a Belgrado para ver al equipo ganar la Copa del Mariscal Tito, como se llamaba entonces, nacía la hinchada radical del equipo, los Crveni Šejtani o diablos rojos, poco más tarde y hasta hoy Red Army. Luego, el fundido a negro. El horror que a pocos kilómetros los telediarios mostraban cada día en los salones comedores de la Europa occidental. El Stari Most, el puente viejo de Mostar que unía la zona de influencia croata católica con la bosniaca musulmana desde el siglo XVI, dinamitado por el ejército que se arrogó la representación de los primeros. Entre tanta atrocidad, era difícil ver solo un mero símbolo en los cascotes de convivencia cayendo al río.
El puente, reconstruido en 2004, ha vuelto a iluminarse esta primavera con los colores del Velež el día que este consiguió el pase a Europa. Miles de personas salieron a la calle a festejar, quizá no tanto la clasificación como su derecho a tener un presente. “El Velež tuvo un estatus de culto en la sociedad yugoslava, pero también lo puso en una posición incómoda cuando el nacionalismo creció y la guerra comenzó —sostiene Ibrulj—. No solo por la precaria supervivencia del club, la expulsión del estadio o los trofeos y libros de historia quemados. Casi pierde su identidad porque nadie quería que se le conectase con esa herencia comunista. Sin embargo, la gente se dio cuenta de que eso era una tontería porque el club no era comunista, sino un club perteneciente a la clase obrera, y empezaron a recuperar esa historia y tradición, que era opuesta a la mayoría de clubes de la región. Esto le da al Velež un estatus: la gente lo respeta por seguir fiel a la idea”.
El equipo de Mostar cumple su centenario en 2022. Lo hará con su petokraka, la estrella roja de cinco puntas, en el pecho y en las banderas. La ha llevado siempre, a excepción del periodo entre 1992 y 2005, cuando sus aficionados exigieron que volviera. Lo hará iniciando la temporada en Europa, bajo la presencia orgullosa del monte Velež, nombrado en honor al dios eslavo del agua y enemigo de Perún, deidad de la guerra. Cerca también de la corriente que refresca tobillos y cobija anguilas del río Neretva.
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Si reniegan del comunismo claramente perdieron su identidad. O de dónde creen que viene la estrella roja de 5 puntas, el antifascismo, los combatientes partisanos o la idea de una Yugoslavia de trabajadores hermanados que superan el concepto étnico-identitario. Deberían estar orgullosos de ser un club comunista. Y mucho
Magnífico análisis del que fuera un gran club, no sol ODE fútbol, sino también de la clase trabajadora yugoslava, sin distinción por etnia, nación ni religión. Lastima que la guerra impuesta desde el Occidente capitalista buscará justo l contrario, azuzar el nacionalismo, fundamentalismo y clasismo periféricos para imponer gobiernos de libre mercado.
Suerte que hay clubes obreros que mantienen su identidad