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Fútbol a este lado
A veces hay que elegir
A la UEFA le parecen demasiado políticas unas luces de colores en un estadio. En cierta manera lo son. Las que tendrían que iluminar de arcoiris el estadio de Múnich donde se juega el Alemania-Hungría de la Eurocopa. La razón de la organización para rechazar la petición de la ciudad alemana es que esta se inscribe en un contexto político. UEFA lo relaciona con una contestación a una de las últimas leyes aprobadas por el parlamento magiar. En concreto, una que prohíbe hablar de homosexualidad en los colegios y que supone un paso más en la ofensiva de una ultraderecha en el poder contra los derechos de las personas LGTBI.
El gobierno de Viktor Orbán, cuyo ministro de Exteriores ya ha dado las gracias a la UEFA, no es el único que enfila despreocupado el abismo. La UEFA ha debido de sentir envidia. En un comunicado que debería pasar a la historia de la negligencia corporativa, el organismo se declara contrario al racismo, la homofobia y el sexismo para, en el siguiente párrafo, escribir literalmente un “however”, un “sin embargo”, para introducir que “la UEFA, según sus estatutos, es una organización políticamente neutral”. En castizo: soplar y sorber la sopa al tiempo. O peor. La última evidencia de que en el teórico rol social de la patronal del balón hay mucha más carcasa publicitaria que honesto y fructífero posicionamiento.
La iluminación de colores de un estadio le ha dado miedo a la UEFA, que ya se puso nerviosa con el brazalete, también arcoiris, del portero alemán Manuel Neuer
La iluminación de colores de un estadio le ha dado miedo a la UEFA, que ya se puso nerviosa con el brazalete, también arcoiris, del portero alemán Manuel Neuer. Ha dado igual que esto fuera un balón botando. Una buena oportunidad para demostrar que la UEFA no podía jugar, por enésima vez, el argumento de una falsa neutralidad cuando llevamos toda la Eurocopa tragándonos en pantalla, en la señal que el organismo emite a cada país, a grupos ultras húngaros con señalados vínculos de extrema derecha. Era una ocasión, un centrito templado a una cabeza desmarcada, para demostrar que el papel de defensores del apego del fútbol a ciertos valores que jugó su presidente Aleksander Čeferin con la revuelta de ricos de la Superliga no era una tomadura de pelo total. Para demostrar que no se sumaban a la moda de vestir con pose social lo que, a la hora de la verdad, no esconde una inercia reaccionaria.
Qué esperábamos de la UEFA, dirás. Y sí. Pero normalizar estos disparates no deja de ser uno de los vagones del tren que va sin paradas hasta el despeño de la poca responsabilidad que le queda a una industria que, si has llegado hasta estas líneas, sabes que no son —o no al menos solo— once idiotas detrás de un balón. Seguramente ahora mismo hay un nazi diciendo “que se jodan” y un demócrata diciendo “qué asco”. Existe un rasgo común a todo aficionado hardcore al fútbol, esto la UEFA lo sabe bien. Le resulta difícil ver un partido entre dos equipos ajenos sin desear que gane uno. Los motivos pueden ser muchos: los colores del uniforme, haber visitado tal ciudad en vacaciones o atraerte más la cultura de uno de los países si hablamos de selecciones. A veces, cosas mucho más importantes. En este caso era muy fácil elegir.
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...A mí me parece normal: las alienaciones no deben ser mezcladas, pues pierden fuerza. Los que quieren cambiar los nombres de las calles no van a enarbolar la bandera antiespecista, p.ej. Una cosa es consumir estupefacientes, y otra, mezclarlos.