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Gentrificación
La cultura de club en Berlín, contra las cuerdas por la gentrificación
La subida de alquileres se está llevando por delante una de las señas de identidad de Berlín: la cultura de clubs y su célebre vida nocturna. Quienes ven en las discotecas berlinesas meros lugares de ocio probablemente desconocen su dimensión socioeconómica.
En enero, la noticia del cierre de Griessmuehle corría como la pólvora en Berlín: el club de Neukölln, que acogía cada mes Cocktail D’Amore (una de las fiestas LGBTQ mas populares de la ciudad) anunciaba su cierre debido a la subida del alquiler (el local ha anunciado su traslado a una nueva localización, pero lejos de su ubicación habitual, uno de los epicentros de la vida nocturna de Berlín).
No es el único: Sage, Kit Kat, About Blank, Renate… Los que no echan el cierre (o se trasladan) por culpa de los alquileres lo hacen por esa autobahn que pretende modernizar la ciudad. “Hay 14 clubs que van a cerrar ahora y dos tercios de los clubs cierran por la gentrificación, tanto por la subida de precios como por el desarrollo inmobiliario. También hay, por supuesto, problemas con las quejas de los vecinos, aunque cada vez menos porque estamos insonorizando los locales”, explica Lutz Leichsenring, portavoz de la Comisión de Clubs de la que forman parte 250 locales y promotores de la ciudad.
Para los críticos, que seguro que ya están farfullando que los clubs no son cultura, vayan dos ejemplos recientes de lo intrínsecamente unida que está la vida nocturna de esta ciudad a su cultura: en febrero, el festival Strom ha reemplazado a Beethoven por la dj Nina Kraviz en la mismísima Filarmónica, y a finales de 2019 la exposición No photos on the dancefloor, que recorría la escena nocturna de Berlín a través de imágenes de locales míticos de los años 90, flyers, instalaciones y retratos hechos por fotógrafos como Wolfgang Tillmans, era una de las más visitadas y comentadas, con una cola el día de su inauguración que nada tenía que envidiar a la de Berghain.
La vida nocturna de Berlín, además, forma parte de su identidad desde comienzos del siglo XX. Si pensamos en los años 20, enseguida vienen a la cabeza los cabarets, y las noches de Berlín eran tan criticadas como envidiadas. Basta leer literatura de la época para encontrarse con los dos extremos, pero sin ella no tendríamos el Adiós a Berlín de Isherwood ni algunos de los grandes retratos de Otto Dix ni clásicos como El ángel azul.
En pleno siglo XXI la capital alemana ha recogido el testigo de otras metrópolis vinculadas en el imaginario colectivo a la vida nocturna: “Ciudades como Londres, Nueva York o París prácticamente han perdido su cultura de club. Mucha gente dice que el Berlín de los años 90 era como el Nueva York de los 80 o el París de los 70, pero creo que la diferencia entre esas dos ciudades y Berlín es que Berlín todavía es un lugar muy dinámico en el que toda esta discusión sobre la gentrificación y los locales empezó hace 20 años”, compara Leichsenring. Para el portavoz de la Comisión de Clubs, creada en en 2001, Berlín está mejor organizada y más alerta: “Tenemos a los políticos totalmente de nuestro lado, entre los partidos alternativos no hay nadie que no nos apoye, así que realmente ahora nuestra amenaza son las inmobiliarias y el dinero y es algo con lo que ahora tenemos que lidiar. No es fácil, por supuesto, pero nosotros tampoco se lo ponemos fácil. Berlín siempre ha sido una ciudad de rebeldes y muy incómoda para las empresas que quieren explotar la cultura de la ciudad”.
No exagera: Google tuvo que abandonar sus planes de construir aquí un Campus por las protestas de los berlineses. Y añade que no hay entendimiento posible si no se acepta el carácter de la ciudad: “Tenemos que trabajar en alianzas con las inmobiliarias, pero ellos también tienen que entender que los proyectos en los que trabajen con nosotros no se trata de maximizar, será un proyecto que pague el alquiler pero no a precios elevados”.
Quedarse en lo estrictamente musical, como apunta Leichsenring, es reduccionista: “La cultura de club tiene distintas dimensiones”, explica este portavoz. Una sería la económica —“porque no solo atrae turismo sino a la escena de las start ups, porque a muchas de las empresas tecnológicas les importa mucho el ambiente cultural porque es más fácil atraer talento, que es justo lo que necesitas cuando fundas una start up, ingenieros informáticos y creativos”—, aunque Leichsenring pone el acento en la comunidad que se crea antes que en la maximización de beneficios: “Tiene que ver también con un factor social y con un determinado género de música, la diversidad cultural que tenemos no existe fuera de Berlín porque cuando se trata de música somos un nicho”. En su opinión, por tanto, la cultura de clubs en la ciudad presenta tres dimensiones: la económica, la estética y la social.
En concreto, esta escena supone un núcleo para el colectivo LGBTQ, que cuenta con fiestas propias en las que puede tener la tranquilidad de no sufrir acoso ni agresiones (en Berlín es normal que muchos clubs tengan un código de conducta que veta comportamientos racistas, homófobos y sexistas, y conlleva la expulsión inmediata de quien contraviene las normas).
Hay más: la capital alemana tiene muy poca permisividad con las fotos en los clubs, y cuando no te ponen una pegatina en la cámara, te enfrentas a la expulsión si te pillan cámara en mano. “Cuando se habla solo de la economía, el argumento se queda corto, porque el dinero no es tan relevante y probablemente hagas más dinero si tienes más start ups —explica Leichsenring— pero las start ups no tienen esta cultura ni este factor social, por eso creo que los clubs tienen más valor que los centros comerciales, por ejemplo, o que los hoteles, que suponen una gran inversión pero que realmente no dejan nada para el barrio”.
Para el berlinés, su kiez es un pequeño mundo: hay quienes nunca salen de él, así que tener un club en el barrio que incluso puede llegar a acoger mercadillos o proyecciones de cine al aire libre, molesta menos que un centro comercial (y si no, que se lo pregunten a los dueños del Mall of Berlin, que es objeto de críticas y manifestaciones a sus puertas desde que se abrió en Potsdamer Platz).
El cierre de 100 clubs en la última década y la irrupción de la especulación inmobiliaria han llevado a los clubs a cerrar filas. Una muestra de su fuerza se ve en la laxitud de la ley antitabaco (en la capital se permite fumar en muchos de los locales en que no se sirve comida), pero más relevante aún son los 4,5 millones de euros de presupuesto que logró la Comisión de Clubs para crear la Musicboard (una plataforma que financia proyectos musicales emergentes y que busca la igualdad y la intereseccionalidad) como para insonorizar los clubs.
Leichsenring resume el sentir general de la ciudad y de quienes nos resistimos a que Berlín se convierta en una aburrida capital financiera cuando dice que “no va a ser fácil porque tenemos que luchar por cada metro cuadrado pero, a la vez, estamos muy bien preparados y cualquiera que quiera que venir en plan oportunista probablemente se quede muy decepcionado”.
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