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Charles Eisenstein y la coronación (introducción)

Durante años la normalidad se ha estirado hasta llegar al límite, como si fuera una soga que se tensa cada vez más y más, esperando a que el cisne negro la parta en dos de un picotazo. Ahora que la soga ya se ha roto, ¿deshacemos el trenzado para ver si podemos tejer algo nuevo?

terence faircloth flower

Charles Eisenstein es un escritor y conferenciante que se describe a sí mismo como "narrador de historias". Además de dar conferencias públicas en cumbres de economía alternativa, decrecimiento o incluso en festivales de música, es ensayista y contribuye artículos con regularidad a publicaciones como Reality Sandwich, The Guardian o Shareable.Ver bio completa

14 ene 2021 04:00

A principios de abril nos encontrábamos inmersas en los inicios de esta larga pandemia, con confinamientos y restricciones dignas de los mejores relatos y películas de un futuro distópico y apocalíptico. Fue entonces cuando llegó a nuestras manos un nuevo ensayo de Charles Eisenstein, un autor conocido para Guerrilla Translation pues hemos traducido varios de sus artículos, vídeos e incluso un libro (Sacroeconomía).

La coronación", que así se titula este ensayo, ofrece una luz de esperanza y una reflexión profunda de los tiempos que vivimos y las dificultades a las que nos enfrentamos como sociedad. Presentamos el texto en siete partes y esperamos que os reconforte y guíe en estos momentos.

                                                     *    *    *

Durante años la normalidad se ha estirado hasta llegar al límite, como si fuera una soga que se tensa cada vez más y más, esperando a que el cisne negro la parta en dos de un picotazo. Ahora que la soga ya se ha roto, ¿deshacemos el trenzado para ver si podemos tejer algo nuevo?

La COVID-19 nos está mostrando que cuando la humanidad se une en una causa común, es posible desatar un cambio asombrosamente rápido. Ninguno de los problemas del mundo es difícil de resolver desde un punto de vista técnico, pues nacen del desacuerdo entre los humanos. En consecuencia, los poderes creativos de la humanidad son ilimitados. Proponer la paralización del transporte aéreo comercial hace unos meses habría parecido ridículo, igual que el resto de los cambios radicales que estamos llevando a cabo en nuestro comportamiento social, en nuestra economía y en el papel del gobierno sobre nuestras vidas. El coronavirus evidencia el poder de nuestra voluntad colectiva cuando nos ponemos de acuerdo en qué es importante. ¿Qué otras cosas podríamos conseguir si actuáramos de la misma forma? ¿Qué queremos lograr y qué mundo vamos a crear? Esa es la siguiente cuestión que siempre sobreviene cuando alguien despierta ante su poder.

La COVID-19 es como una intervención de rehabilitación que rompe con la influencia adictiva de la normalidad. Para interrumpir una adicción hay que hacerla visible, transformar un acto compulsivo en algo que elegimos hacer. Cuando la crisis amaine, quizás tendremos la oportunidad de preguntarnos si queremos volver a la normalidad o si hay algo de lo que hemos visto durante esta interrupción de nuestra rutina que queramos trasladar a nuestro futuro. Después de que muchos hayan perdido sus trabajos, quizás nos preguntemos si todos ellos eran realmente necesarios y si haríamos mejor en emplear nuestra creatividad y esfuerzos en otros menesteres. Después de haber prescindido de ellos durante un tiempo, quizás nos preguntemos si realmente necesitamos tantos viajes en avión, tantas vacaciones en Disneyworld o tantas ferias comerciales. ¿Qué partes de la economía queremos restaurar y qué partes podríamos desechar? El coronavirus ha interrumpido lo que parecía ser una operación militar de cambio de régimen en Venezuela. Quizás las guerras imperialistas también sean una de esas cosas que podríamos abandonar en un futuro de cooperación global. Y, pasando a las malas noticias… Si consideramos las cosas que nos están quitando ahora (libertades civiles, libertad de reunión, soberanía sobre nuestros cuerpos, reuniones en persona, abrazos, apretones de manos y vida pública), ¿cuáles tendremos que recuperar ejerciendo una voluntad consciente, tanto política como personal?

La COVID-19 es como una intervención de rehabilitación que rompe con la influencia adictiva de la normalidad. Para interrumpir una adicción hay que hacerla visible, transformar un acto compulsivo en algo que elegimos hacer.

Durante la mayor parte de mi vida he tenido la sensación de que la humanidad se acercaba a una encrucijada. La crisis, el colapso y la ruptura siempre eran inminentes, estaban a la vuelta de la esquina, pero no llegaban. Nunca llegaban. Imagina que andas por un camino y delante de ti ves un cruce. Está justo en la cima de la montaña, a pasando la curva, pasando el bosque. Al llegar a la cima te das cuenta de que estabas equivocado: era un espejismo y en realidad estaba más lejos de lo que pensabas. Sigues caminando. A veces, aparece ante tus ojos; otras, desaparece y parece que el camino se alarga hasta el infinito. Quizás no haya un cruce de caminos… ¡Ah, no! ¡Ahí está otra vez! Siempre está “casi ahí”. Nunca está “aquí”.

Ahora, de repente, damos la vuelta a la curva y ahí está. Nos detenemos. Apenas podemos creer que está ocurriendo, apenas podemos creer que, después de recorrer el camino de nuestros predecesores durante tantos años, por fin tenemos una opción. Hacemos bien al detenernos, anonadados ante la novedad de nuestra situación. De los cientos de caminos que se abren ante nosotros, algunos apuntan hacia la misma dirección que ya hemos tomado. Algunos conducen a un infierno en la tierra. Y otros hacia un mundo más sanado y bello de lo que jamás nos atrevimos a concebir.

Escribo estas palabras con el objetivo de estar aquí contigo, en esta encrucijada de caminos divergentes. Desconcertado, quizás asustado, pero también con una sensación de que, con ellos, se aparecen nuevas posibilidades a nuestro alcance. Contemplemos algunos de estos caminos y veamos adónde nos llevan.

                                                     *    *    *

Escuché esta historia por parte de una amiga la semana pasada. Estaba en un supermercado y vio a una mujer sollozando en uno de los pasillos. Desobedeciendo las reglas de distanciamiento físico, se dirigió a la mujer y le dio un abrazo. “Gracias”, le contestó la mujer. “Es la primera vez que alguien me abraza en diez días”.

Estar sin abrazos durante unas semanas parece un pequeño precio que pagar, si con ello se contiene una epidemia que podría cobrarse millones de vidas. El argumento inicial a favor del distanciamiento físico era que salvaría millones de vidas, al prevenir que una avalancha repentina de casos de coronavirus hiciera colapsar el sistema sanitario. Ahora las autoridades nos dicen que puede ser necesario continuar de forma indefinida con cierto distanciamiento físico, al menos hasta que exista una vacuna eficaz. Me gustaría emplazar ese razonamiento en un contexto más amplio, sobre todo cuando lo consideramos a largo plazo. Para no institucionalizar el distanciamiento y rediseñar la sociedad en torno a él, debemos ser conscientes de lo que estamos eligiendo y por qué.

willly verhulst

Lo mismo ocurre con los otros cambios que están teniendo lugar en el marco de la epidemia de coronavirus. Algunos analistas han señalado cómo los cambios encajan a la perfección en un programa de control totalitario. Una población temerosa acepta recortes a las libertades civiles que, de lo contrario, serían difíciles de justificar, como el seguimiento continuo de los movimientos de las personas, el tratamiento médico forzoso, la cuarentena involuntaria, las restricciones a los viajes y a la libertad de reunión, la censura de lo que las autoridades consideran desinformación, la suspensión del hábeas corpus y la vigilancia militar de los civiles. Muchas de estas medidas estaban en marcha antes de la COVID-19, pero desde su llegada se han vuelto irresistibles. Ocurre lo mismo con la automatización del comercio, la transición de la participación en eventos deportivos y de entretenimiento a la visualización a distancia, la migración de la vida de los espacios públicos a los privados, la transición de las escuelas presenciales a la educación online, el declive de las tiendas físicas y el traslado del trabajo y el ocio humanos a las pantallas. La COVID-19 está acelerando las tendencias políticas, económicas y sociales que ya existían.

A pesar de que todo lo anterior se justifica a corto plazo bajo el argumento de aplanar la curva (la curva de crecimiento epidemiológico), también estamos oyendo hablar mucho de una “nueva normalidad”, es decir, que los cambios pueden no ser temporales en absoluto. Dado que la amenaza de las enfermedades infecciosas, al igual que la amenaza del terrorismo, nunca se disipa del todo, es probable que las medidas de control se conviertan en permanentes. De todas formas, si estuviéramos avanzando en esa dirección, la justificación actual debe ser parte de un impulso más profundo. Analizaré este impulso en dos partes: el reflejo de control y la guerra contra la muerte. Así entendido, surge una oportunidad iniciática, algo que ya estamos viendo mediante la solidaridad, la compasión y los cuidados que ha inspirado la COVID-19.




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