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Hemeroteca Diagonal
El viaje de Sepultura a sus raíces cumple veinte años
Cuando el disco Roots, de la banda brasileña de metal Sepultura, llegó a las tiendas el 20 de febrero de 1996, a Marina le estaban terminando de salir los dientes de leche. Hoy es la bajista de Lizzies, un joven cuarteto madrileño que le da al rock melenudo, con sonido duro y estética clásica, y que acaba de lanzar su primer larga duración, Good luck. Por más que pase el tiempo, el jebi sigue resistiéndose a morir.
Ella llegó al sexto disco publicado por el grupo de los hermanos Cavalera —Igor, batería, y Max, cantante—, Andreas Kisser (guitarrista) y Paulo Jr (bajista) a través de un documental de cuya banda sonora formaba parte. No le llamó especialmente la atención, pero hace poco le dio otra oportunidad, movida por la curiosidad. “Antes de quitarlo decidí buscar un poco de información sobre el disco. Me pareció interesante lo que había detrás y lo escuché entero. No es el tipo de música que escucharía de normal, pero fue curioso pararme un poco e investigar sobre él”, cuenta a Diagonal.
“Las letras, la temática y la dinámica de las canciones son muy marcadas y tienen muchos mensajes. Me parece echarle huevos y tener las cosas claras”, dice Marina, bajista de Lizzies
Aunque no es uno de los discos que hayan quemado en el local de ensayo, sí reconoce que “es una inspiración a la hora de no tener prejuicios si se quiere experimentar con la propia música”. En su evaluación de Roots, pulgares arriba: “Me parece un trabajo muy respetable, porque creo que hay muchas cosas detrás de este disco. Las letras, la temática y la dinámica de las canciones son muy marcadas y tienen muchos mensajes. Me parece echarle huevos y tener las cosas claras”.
Marina señala también otras dos razones por las que Roots merece la pena: “La mezcla con música étnica, sin duda, además de que es una demostración de que por muy distintas que puedan ser las sociedades, siempre se cometen las mismas injusticias”.
Raíces poderosas
¿Qué tiene este disco para seguir celebrándolo dos décadas después? Para el periodista Xavier Cervantes, Roots supuso un punto de inflexión en el desarrollo de las músicas relacionadas con el metal, como recuerda para Diagonal: “Eran tiempos de experimentación rítmica, pero casi siempre se tendía a introducir la electrónica. En cambio, Sepultura buscó el cuero tribal para implicarlo en su sonido”.
Cervantes firmó la reseña de Roots en el número publicado en marzo de 1996 por la revista Rockdelux, que lo elegiría disco del año junto a Millions now living will never die de Tortoise. Ahora destaca la apertura cultural que significó: “El heavy se había construido con una remota influencia del blues, pero en general había generado su propia tradición sin buscar conexiones con otras, salvo episodios puntuales con el hip hop o con las músicas del Magreb, pero siempre desde el ámbito anglosajón. Sepultura, como ya habían anticipado en algún tema de Chaos A.D., no tuvieron ningún reparo en hacer ese viaje desde su propio mundo y hacia su propio mundo, o al menos hacia un mundo con el que compartían geografía”.
El también crítico musical César Luquero acentúa la excepcionalidad del disco, que carece de precedentes y tampoco tuvo sucesión: “Dispara los resortes de la euforia y genera quintales de mala baba. La conjunción de ambas resulta tonificante. Tiene poderes”, resume.
Luquero asegura que hoy sigue impresionado por “la mixtura de sonidos que destilaron. El contraste entre el mate de los bombos, el bajo de Paulo Jr. y los riffs-guía —increíblemente densos y envolventes— y el brillo cegador de las cajas y percusiones sumados a unos arreglos de guitarra que entroncan directamente con el noise. También deja boquiabierto la forma en que cantó Max Cavalera, con un extra de motivación, por decirlo de alguna manera, que multiplicó exponencialmente su expresividad frente al micro. Y por supuesto el trabajo de su hermano Igor, el batería, torrencial como lluvia amazónica. Todo ello está perfectamente plasmado en ‘Breed apart’. Tampoco hay que olvidarse del contenido ideológico del álbum”.
Ruido contra el régimen
Nacidos y criados en Belo Horizonte —capital del Estado de Minas Gerais— durante la dictadura militar impuesta en 1964 tras el derrocamiento del gobierno socialista de João Goulart, los miembros de Sepultura formaron el grupo siendo unos chavales, entre los estertores del régimen autoritario y la atmósfera castrante que había implantado. La música no resultó ajena a la política de mano dura: figuras del movimiento renovador tropicalista como Gilberto Gil o Caetano Veloso se exiliaron del país en 1969.
Muchos jóvenes brasileños, como Ratos de Porao o el cuarteto liderado por los Cavalera, recurrieron a expresarse en lenguajes musicales extremos de origen foráneo. “Supongo que es una reacción natural ante el conservadurismo del régimen”, valora Luquero. Cervantes entiende que hay que situarse “en el lugar de los adolescentes que a mediados de los 80 vivían inmersos en una cultura que consideraban asfixiante: odiaban la samba”. Y remite a un ejemplo más cercano, “el de los músicos sevillanos de hip hop que en la adolescencia se rebelan contra el flamenco”.
Sepultura desarrolló una carrera sólida y de creciente repercusión, partiendo de un nicho muy minoritario como el death metal de sus comienzos y convirtiéndose en uno de los bastiones del heavy a nivel mundial.
Empadronados en Phoenix (Arizona, Estados Unidos) desde principios de los años 90, la distancia les hizo añorar Brasil y mirar hacia allí para construir su trabajo definitivo. “En el momento de la publicación de Roots, Sepultura ya es el grupo brasileño de rock más popular en todo el planeta y sus gestos son realmente significativos: el cálido abrazo a la tradición popular de Brasil, la convivencia con los músicos de la tribu xavante, la colaboración con Carlinhos Brown, el subrayado lírico de canciones como ‘Dictatorshit’ o ‘Ambush’, la mirada en derredor desde la favela en ‘Ratamahatta’… No dan puntada sin hilo”, sostiene Luquero, para quien uno de los logros del grupo fue integrar los patrones rítmicos de la tradición brasileña y su tímbrica “en un contexto compositivo, sonoro y tecnológico a priori antagónico, el del metal de tintes industriales y ascendiente hardcore-punk”.
Roots también resulta memorable por el posicionamiento del grupo —“blancos brasileños”, recuerda Cervantes— y su empatía con los desposeídos del Amazonas: “La rotundidad de Roots es una demostración de fuerza, de resistencia, incluso se puede decir que ayudaron a difundir las problemáticas del Amazonas, tanto medioambientales como de explotación, con más credibilidad que otros”, analiza.
“Ayudaron a difundir las problemáticas del Amazonas, tanto medioambientales como de explotación, con más credibilidad que otros”, considera el periodista Xavier Cervantes
En Roots retumba poderosamente el latido de la tierra, esa criatura vejada, expoliada y casi exangüe por la acción de latifundistas y multinacionales. El dolor sufrido por la deforestación de la selva y toda la sangre indígena y campesina derramada palpitan en cada una de sus canciones.
Apenas dos meses después de la publicación del disco, 19 campesinos del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) fueron asesinados por la Policía Militar brasileña en Eldorado dos Carajás, en el Estado de Pará, cuando marchaban hacia Belém. Según Amnistía Internacional (AI), las posteriores autopsias revelaron que diez de los 19 habían sido ejecutados: a unos les habían disparado a quemarropa y a otros los habían matado a golpes con sus propias herramientas de faena.
La organización considera que estos hechos, cuya impunidad sigue denunciando tras veinte años, no fueron algo aislado sino una muestra del patrón habitual de violaciones de derechos humanos e injusticias cometidas contra pueblos indígenas, comunidades tradicionales, campesinos, abogados y quienes luchan por el derecho a la tierra y a los recursos naturales en Brasil. Y que aún continúa. En 2015, según AI, se produjeron unos 50 asesinatos de trabajadores y líderes rurales en el país. Solo en el Estado de Pará, otros 271 campesinos han muerto de forma violenta desde la masacre de Eldorado dos Carajás.
Aunque esta realidad impregna todo el disco, se concreta especialmente en la canción “Itsári”. Fue grabada por Sepultura en la aldea Pimentel Barbosa de los indígenas xavante, una tribu residente en el Estado de Mato Grosso formada actualmente por unas 800 personas, durante una ceremonia en la que varios miembros del poblado cantaron “Datsi wavere”, un mantra de carácter curativo que acabaría siendo la base de “Itsári” (raíces, en el idioma xavante).
Los miembros de Sepultura pasaron allí la primera semana de noviembre de 1995, en una experiencia que les marcó profundamente.
Gloria Bujnowski, entonces mánager del grupo y esposa de Max Cavalera, relata en su web cómo les acogió la aldea. A su llegada, y tras instalarles en la escuelita, les condujeron a la wara —el parlamento, donde la tribu discute— para la presentación formal y el saludo de los mayores, los guerreros jóvenes y las mujeres. Después formaron un gran círculo en torno a los miembros de Sepultura y bailaron y cantaron, en lo que fue la primera toma de contacto del grupo con “Datsi wavere”.
Del segundo día, Bujnowski recuerda el ritual por el que la banda fue adornada con las pinturas que lucían los xavante en sus cuerpos desnudos —de colores rojo, negro y blanco desde la cintura al cuello—, obtenidas tras la cocción de la fruta amazónica urucum. Los músicos de Sepultura fueron obsequiados con collares y pulseras de bambú. Por la tarde, los xavante realizaron varios de sus cánticos para elegir cuál era el más apropiado para acompañar al grupo.
En la tercera jornada, tras la ceremonia de pintura de los cuerpos ya enteros, incluidos los rostros, y una danza ritual colectiva, se llevó a cabo la grabación. Al finalizar, Sepultura tocaron su canción “Kaiowas”, respondiendo a una petición de la tribu, que quería escuchar a la banda.
“La exploración de Sepultura no fue epidérmica ni oportunista, sino profunda. Se trata de una incursión abisal, no de un paseo por la superficie del exotismo”, opina el crítico musical César Luquero
“El resultado evidencia hasta qué punto aquellos ritmos y aquella dignidad se infiltraron en el sonido de Sepultura. Es la antítesis del turismo musical que había hecho Sting”, afirma Cervantes. Para Luquero, la exploración de Sepultura “no fue epidérmica ni oportunista, sino profunda. Se trata de una incursión abisal, no de un paseo por la superficie del exotismo”. Ambos coinciden en calificar de “comunión” a la experiencia y Cervantes alumbra un rincón sombrío al preguntarse qué habrá sido de aquellos músicos de la tribu de los xavante.
Última cima
Roots supuso una cumbre irrepetible para Sepultura, en lo artístico y en lo comercial. Alcanzó el top 4 en la lista de ventas de Reino Unido y en 2005 fue certificado como Disco de Oro en EE UU, lo que significa más de medio millón de copias despachadas.
La prensa occidental especializada en sonidos duros se rindió a su propuesta: para Metal Hammer fue el mejor disco de 1996; el cuarto para Kerrang!. En España, además de Rockdelux, también Mondosonoro lo aupó a lo más alto de su resumen anual.
Sin embargo, Roots resultó el último capítulo escrito por la formación. En diciembre de 1996 Max Cavalera abandonó el barco, acelerando un proceso larvado de disputas internas y personales. Se dedicó a otro proyecto, Soulfly, y en 2007 volvió a reencontrarse con su hermano en Cavalera Conspiracy, después de que Igor también dejase Sepultura, que han continuado grabando discos y girando desde entonces, pero con pálidos resultados. Sin nada que ver con aquella cima alcanzada ni con esa apabullante convicción. Sin latidos. Sin raíces.