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¿“Derecho al olvido” o amnesia histórica?

Las notas sobre sociedad y necrológicas de la prensa del régimen dan cuenta de la vida de muchos personajes del fascismo en España. La última sentencia del Tribunal Constitucional sobre derecho al olvido pone en peligro la investigación sobre qué pasó en España en el último siglo.
Necrológicas ABC
Página de necrológicas en una edición del periódico ABC de 1964.

profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UAM y especialista en la historia del comunismo español

Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Madrid
29 jun 2018 06:15

El 26 de junio de 2018, el Tribunal Constitucional ha marcado un hito en la jurisprudencia al pronunciarse por vez primera sobre el “derecho al olvido digital”. En concreto, sobre la búsqueda de informaciones acerca de una persona en las hemerotecas digitales introduciendo su nombre y apellidos. Los periódicos deberán, a partir de ahora, eliminar de sus buscadores internos dicha opción. Según el máximo tribunal, queda garantizada la posibilidad de acceder a esa información concreta por otros medios: “Siempre será posible, si existe una finalidad investigadora en la búsqueda de información alejada del mero interés periodístico en la persona investigada, localizar la noticia mediante una búsqueda temática, temporal, geográfica o de cualquier otro tipo”. Ahí es nada.

Repaso en mi ordenador algunas de las entradas de la base de datos donde almaceno los datos biográficos de los personajes que alimentan la trama de mi próximo libro, La frontera salvaje: espías, policías y guerrilleros en los Pirineos (1944-1950). Me pregunto cuántas de sus páginas quedarían incompletas si fuera a partir de hoy cuando acometiera una investigación que tiene contraída una elevada deuda con las hemerotecas digitales de algunas de las más veteranas cabeceras de la prensa española.

Pienso en los equipos de desnazificación de la Oficina del Gobierno Militar de los Estados Unidos (OMGUS, en inglés), empeñados en la persecución de los criminales de guerra refugiados en los predios del viejo amigo del Eje, los conocidos como 'chicos de Morgenthau'. Se llamaban así por haber sido reclutados por Henry Morgenthau, secretario del Tesoro durante la administración de Franklin D. Roosevelt, firme partidario de castigar la responsabilidad colectiva alemana en el ascenso del nazismo. Fueron capaces de elaborar en poco tiempo un amplio listado de indeseables, prófugos y cómplices en los países de acogida.

Había que dar gracias al afán de notoriedad social de aquellos advenedizos, porque ello facilitó la tarea de confeccionar perfiles a partir de sus apariciones en los ecos de sociedad de la prensa del régimen

En el caso de España, buena parte de las jerarquías de la inteligencia militar, la policía y la diplomacia quedó retratada con trazos inclementes. Su seguimiento, sin embargo, no precisó en la mayor parte de los casos de técnicas sofisticadas. Como decían los 'Morgenthau boys', había que dar gracias al afán de notoriedad social de aquellos advenedizos, porque ello facilitó la tarea de confeccionar perfiles a partir de sus apariciones en los ecos de sociedad de la prensa del régimen. Es posible seguir su trayectoria en las páginas del ABC y La Vanguardia, donde estos personajes dejaron su impronta en las crónicas de actos oficiales, audiencias del jefe del Estado y reseñas de actos mundanos.

Bien lo supo, años después, Tomás García —'Juan Gómez'—, responsable de la Comisión Económica del Partido Comunista de España (PCE), que recomendaba el análisis de las notas de puestas de largo, pedidas de mano, matrimonios y funerales del ABC o el ¡Hola! para determinar los lazos de relación entre los miembros de la oligarquía monopolista, según el lenguaje de la época. Eran vencedores y se sentían impunes. Ellos, que eran los puños, los ojos y los oídos de la dictadura, perdían el sentido por un buen besamanos.

De no ser por la opción de búsqueda nominal, no habría sido fácil rastrear por círculos de aproximación las andanzas de Louis Darquier de Pellepoix, periodista, director del semanario antisemita La France aux Français, fundador del Rassemblement Anti-juif de France en 1938 y prologuista de la edición francesa de Los Protocolos de los Sabios de Sión. Este ser execrable fue retratado por Patrick Modiano en su novela Livret de famille (1977). En mayo de 1942, a propuesta de Theodor Dannecker, lugarteniente de Adolf Eichmann en la Gestapo de París, fue nombrado por el gobierno títere de Pierre Laval responsable del Commissariat général aux questions juives, el organismo de Vichy encargado de aplicar las medidas antisemitas: identificación, clasificación, exclusión laboral y social, incautación de bienes y deportación de los ciudadanos franceses de religión o ascendencia judía.

Como tantos otros productos de las cloacas del nazi-fascismo, logró huir a España en 1944 y escapar de la condena a muerte que le fue impuesta tres años más tarde, en rebeldía, por un tribunal francés. Gracias a la hemeroteca digital del ABC podemos comprobar cómo el 5 de noviembre de 1978 seguía siendo el mismo, permitiéndose hacer unas declaraciones provocadoras al semanario L´Express minimizando el Holocausto. Murió tranquilamente en el pequeño pueblo de Carratraca, en la provincia de Málaga, albergue predilecto de criminales de guerra bien relacionados con eminentes jerarcas del franquismo. Tenía 83 años y hacía dos que en España había entrado en vigor la actual Constitución. Nunca se accedió a extraditarlo.

Gracias al buscador histórico del diario del conde de Godó y a su clásica sección de necrológicas, pudimos saber que Antonio López Moreno falleció en Barcelona el 27 de agosto de 1965. No es cuestión baladí. Ese sujeto, de nombre y apellidos comunes, era otro viejo conocido de los chicos de Morgenthau. Fue identificado por ellos como “agente del Abwehr”, el servicio de espionaje militar alemán, aunque era oficial del ejército español. Cuando llegó la victoria, en 1939, supo cotizar muy bien su pasado derechista y quintacolumnista. Había aprobado tres ejercicios de las oposiciones al Cuerpo de Investigación y Vigilancia hasta el 13 de abril de 1935, pero la guerra frustró su inicial trayectoria profesional.

En su preceptivo expediente de depuración para ser admitido como agente interino en la policía del nuevo Estado figura el testimonio de José Grafulla Salgado, “exjefe provincial [de Barcelona] del Partido Nacionalista Español, Camisa Vieja de Falange Española y de las JONS”, que dio fe de su afiliación a la organización del doctor Albiñana con fecha 1 de enero de 1934. En octubre de aquel mismo año tomó parte como voluntario en el aplastamiento del movimiento rebelde de la Generalitat, haciéndose con un camión cargado de armas destinadas a los escamots.

El 19 de julio de 1936 le pilló en Barcelona trabajando como empleado en la Junta Provincial de Tasas. Se sumó a los sublevados y participó en escaramuzas con las fuerzas leales a la República, hasta que, dando la partida por perdida, se refugió en su domicilio y aguardó a contactar con la quinta columna. Aunque en 1941, en declaración jurada contestó negativamente a la pregunta sobre si había formado parte de algún batallón de milicianos, el poeta Josep Pedreira recordaba haber conocido en la 127 Brigada de la División Rojinegra de la FAI al teniente sanitario Antonio López Moreno, a quien describió como “un hombre educado, un punto distante y frío, aparentemente profesional y poco político”. Nadie sospechó nunca que llevaba cosido en el interior del forro de la guerrera el carnet de la Falange con el número 1.325.

Según el informe facilitado por el jefe del grupo Luis de Ocharán, del Servicio Secreto de Guerra de FET de las JONS, el camisa vieja Luis Canosa Gutiérrez, López Moreno prestó impagables servicios de señalamiento de fortificaciones, emplazamientos artilleros, actividad de los aeródromos y organización sanitaria del frente de Aragón, así como sobre la entrada y salida de barcos del puerto de Barcelona, movimiento ferroviario y defensas antiaéreas de la capital catalana. Mención sobresaliente mereció la información suministrada “sobre las operaciones rojas en Teruel y preparativos de la ofensiva, suministrada en los primeros días de diciembre de 1937, en cuyos días, en cumplimiento de órdenes al afecto, sin ayuda de enlaces ni compañía de ninguna clase y desconociendo en absoluto la ruta, logró llegar hasta Sarrión (Teruel), entonces Cuartel General rojo, consiguiendo y entregando la información recogida. También proporcionó documentaciones rojas para camaradas perseguidos”.

En enero de 1939 apareció en Barcelona, formando parte del SIPM franquista, y solicitó el ingreso en la Segunda Bis de la IV Región Militar, el servicio de inteligencia del Ejército de Tierra. Durante los años de la guerra mundial, en la convulsa ciudad atravesada por todos los servicios de espionaje, López Moreno trató con frecuencia y de manera obsequiosa a los alemanes, y protegió después a nazis fugitivos y a colaboracionistas. Un funcionario del consulado alemán en Barcelona declaró ser el contacto entre la Segunda Bis y sus agentes en Francia. López Moreno era quien los controlaba y les conseguía los salvoconductos necesarios. Asimismo, como funcionario de Estado Mayor estaba muy bien relacionado con la Gestapo, que mantenía en el consulado de San Sebastián a matones dedicados “a la captura de los españoles rojos, de acuerdo mutuo con la policía española”. Puede que de aquella época procediera la pistola alemana Walther PPK 7,65 mm. que conservó hasta su muerte.

La colaboración de López Moreno con el Abwehr, la Gestapo y la policía de Perpignan dibujaba un cuadrilátero perfecto. Recibía copia de todos los informes obtenidos por estos servicios respecto a las actividades de los “rojos” españoles a cambio de los que a él le facilitaban sus agentes en territorio galo. Otro de sus colaboradores, un fascista francés, Arnús Ferrer, facilitó a López Moreno una lista negra de los alemanes buscados por los americanos para que la policía española los protegiera. López Moreno cumplió y les cobijó, como lo hizo, al parecer, con antiguos camaradas de la División Rojinegra que se dedicaban al estraperlo. Era un amparador de amplio espectro. Por sus servicios, él y el teniente coronel Nicasio Riera Pou recibieron la Cruz de 2ª Clase del Mérito Civil con distintivo blanco. Lo sabemos porque lo glosó La Vanguardia, la misma por la que tenemos constancia de que, como los Eichmann y los Goering, los jerarcas de los aparatos del franquismo también tenían hobbies: Manuel Chamorro Cuervas-Mons, jefe de la Segunda Bis del Estado Mayor Central, coronel de la Guardia Civil, encontró tiempo para compatibilizar sus tareas de espía con la presidencia del Círculo Filatélico y Numismático de Barcelona entre 1945 y 1947. Como dijo el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, aunque la gente no lo creyera, ellos también tenían un corazón.

López Moreno fue un incansable escrutador de toda organización clandestina. Escribió miles de páginas —en concreto, 4.581 entre 1948 y 1956— sobre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), el Partido Comunista de España (PCE), Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), los repatriados de la URSS y los servicios extranjeros de información. Eran el fruto de las infiltraciones, del trabajo de los espías en el sur de Francia, del robo de archivos de organizaciones del exilio, el trabajo de los diplomados de las escuelas de espionaje, un escaneado exhaustivo condensado en una auténtica enciclopedia sobre la oposición a la dictadura.

El “derecho al olvido”, esa neofigura jurídica de la era digital, nos aboca, una vez más, a la prescripción de amnesia

¿Cómo sabemos todo esto? Pues gracias a que su esquela publicada en La Vanguardia y conservada en la hemeroteca digital permite establecer su fecha de fallecimiento y, salvados los cincuenta años que prescribe la normativa, solicitar su expediente al Archivo del Ministerio del Interior. De otra forma, la indagación periférica habría sido, con seguridad, estéril. Las actividades de la Segunda Bis, como es evidente, no se aventaban en los medios. Sus agentes no figuraban en un escalafón publicable.

Cualquier búsqueda con esos términos resultaría infructuosa. “ALM” pasaría tan desapercibido para la Historia como el oscuro funcionario que era y al que algunos recordaban “soltero, relativamente culto, frecuentador de las exposiciones de pintura”, que vivió modestamente en una pensión del Ensanche y murió de una lesión cardíaca hereditaria en agosto de 1965. Quién sabe ya quién fue. Como tantos. Como tanto episodio en esa larga, tenebrosa y —si nadie lo remedia— de nuevo entenebrecida etapa histórica que fue el franquismo. Definitivamente, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. El “derecho al olvido”, esa neofigura jurídica de la era digital, nos aboca, una vez más, a la prescripción de amnesia.

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