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La semana política
Tipos como tú
Son las risas. Es solo una canción pero es más que una canción, un éxito en la pista, un subidón. Shakira se venga de Gerard Piqué. Media España quiere bailar y la otra mitad quiere reírse. Por unas horas se termina la polarización de la política: todos a una en la polarización salsera: team cantante, team futbolista, team anti cualquiera de los dos, team anti todo. Cada uno aporta una ramita en la hoguera, ya sea públicamente o en los grupos familiares de WhatsApp o en los grupos de trabajo de Telegram. Hay escándalo moral, hay recordatorios de que se trata de los problemas de los ricos, de los que siempre defraudan. Hay alegatos a favor y en contra, emplazamiento de producto e ingenio. Pero sobre todo hay un trasvase completo de la atención hacia este episodio que funciona sin que nadie tenga que explicar por qué: la gente quiere waka waka.
La historia del exfutbolista y empresario y la cantante y empresaria es, sobre todo, una anécdota. Mejor que una moraleja, mejor que cualquier texto que diga que todo trata sobre la crisis de la masculinidad o sobre la forma que tienen las celebridades de explotar el mercado de la Vida Interior®. Funciona porque es un asunto en el que cualquiera puede entrar sin avisar. Lo llaman contenido soft.
Es imposible contrarrestar ese impulso por escaparse del contenido duro. Es un alivio poder emitir opiniones que no comprometan. Lo que pensarán los niños, lo que Shakira debe a Hacienda; quién se merece la sororidad de las feministas, quién no ha sido infiel, quién no ha sido engañado. Y el tema estrella: lo que dice de todos nosotros desviar nuestra atención hacia estos asuntos banales. Las redes y la página de El Salto se llenan de comentarios de personas que nunca se hubieran esperado que El Salto hablase de Shakira, decepcionados —un suscriptor menos—, ¡¿en serio?!, el acabose de una deriva que culmina hoy mismo, lo que nos faltaba por ver. Etcétera.
Todo está en tela de juicio durante unos minutos, pero afortunadamente nadie se lo toma demasiado en serio, tampoco quienes pretenden tomárselo en serio. La rama en la hoguera la echan tanto quienes analizan todas las letras de Shakira buscando mensajes empoderantes como quienes reniegan de todo lo superficial y comentan en Instagram. Que arda.
Resulta un poco ridículo objetar que hay cosas más importantes, cosas que nos deberían preocupar. Las hay y nos agobian, y no paramos de pensar en ellas. Por eso, justo por eso, se baila y se ríe. Waka waka.
*
Es el contenido duro, es el dolor. El año ha comenzado con terribles registros de violencia machista. El 8 de enero cuatro mujeres han sido asesinadas. En diciembre de 2022 se produjeron once asesinatos, más que en ningún otro mes desde que hay registros. Las actuaciones del Gobierno no pueden —es imposible— paliar esa angustia y no pueden atajar los crímenes que vendrán. Solo la inversión en servicios públicos tiene la capacidad, a la larga, de evitar más muertes: educación, servicios sociales, sanidad pública, acceso a la vivienda y más garantías de renta. Mayor compromiso comunitario en la erradicación de la violencia, mayor politización de un problema que tiene determinantes estructurales de clase que ha ensanchado la larga crisis económica que atravesamos desde 2008. Nada detiene el dolor que va sedimentándose con cada asesinato, que habla de una sociedad que está fallando en un aspecto fundamental como es el respeto de la vida de las mujeres, en el cumplimiento de los derechos humanos.
En el caso de los hombres, hay una culpa y una sospecha. Salen los mensajes de los violadores de Castelldefels y una de sus reflexiones evidencian que nadie, ni los violadores, se consideran violadores: “Esa palabra da miedo, una violación sería ir por la calle, pillar a una tía y atarla y eso", dice uno de los acusados. Esta es la sospecha que está detrás de esa negación. Son tipos como yo, son tipos como tú, los que asesinan, son tipos como tú los que violan, precisamente porque nadie cree que uno, su hermano, su amigo, su hijo, uno mismo, vaya a ser un tipo así.
Es difícil entrar en este contenido. Uno corre el riesgo de quedarse solo dándose a sí mismo palmaditas autoindulgentes —al fin y al cabo yo no soy un tipo así— o a pasarse por defecto, haciendo autos de fe poco creíbles. Es el contenido duro, tras el que uno suele callarse: no es fácil entrar sin avisar, no es fácil —o no sirve de nada— opinar sin arriesgar algo propio, sin asumir una responsabilidad.
Detrás del contenido duro hay silencio, hay que tomarse un tiempo prudencial, respirar un par de veces antes de volver a asumir la vida con sus contradicciones, esas que te llevan de la angustia y el dolor a las risas y el baile en un par de días, y a veces en menos, en lo que tarda en sonar una canción.