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Laboral
Socorro, la jornada de trabajo se ha comido mi vida
Cambiar de huso horario. Salir del tajo a las seis. La jornada laboral tiene un impacto directo en el bienestar de las personas. Los intentos para racionalizarla chocan con un mercado laboral más precario tras la crisis.
En diciembre, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, anunció que el Gobierno intentará llegar a acuerdos para poner fin a la jornada laboral a las 18 horas y que estudiará la posibilidad cambiar el huso horario. La presidenta del Congreso, Ana Pastor, convocó el pleno de la última semana de enero a las tres de la tarde, en lugar de a las cuatro, y aseguró que su intención es “adelantarlo bastante más” para evitar unas jornadas de debates parlamentarios que con frecuencia se alargan hasta las diez de la noche. Algunos ayuntamientos apuestan por la jornada laboral de 35 horas.
Leemos sobre job sharing (una práctica que consiste en compartir empleo y salario, y que promueven el 48% de las empresas en Reino Unido y el 23% de las belgas y holandesas) mientras hacemos malabares para compaginar vida y trabajo remunerado.
“Evidentemente la jornada de trabajo es una gran preocupación para la mayoría de la población, puesto que tiene un impacto en el bienestar enorme”, reflexiona Salvador Moncada, investigador del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS). Pese a la aparente preocupación por racionalizar los horarios, Moncada percibe una presión de las empresas en el sentido contrario: “Hay presión para, por un lado, alargar la jornada y, por otro, para que cada día estemos más disponibles a cualquier hora”. “Es evidente que hay un conflicto que hay que resolver”, concluye.
La socióloga de la Universidad del País Vasco Matxalen Legarreta también pone en duda las causas de esa supuesta urgencia por racionalizar los tiempos. “La mayor preocupación que había en los años 90, cuando se implantaron las primeras medidas de conciliación, y que creo que sigue existiendo detrás de estas lógicas, es que las mujeres pudieran participar en el mercado laboral sin desatender el ámbito doméstico familiar”, asegura. Además, indica esta experta en usos del tiempo, en general se trata de medidas que benefician a las personas que están más estables en el mercado laboral y se olvidan de quienes trabajan de una manera más precaria.
un mercado de alta tensión
Un cóctel de baja influencia de las personas asalariadas, escaso control sobre los tiempos y pocas posibilidades de desarrollo sitúa el mercado laboral español entre los llamados “países de alta tensión”. Hasta 4,5 millones de trabajadores estarían expuestos a esta alta tensión, un dato que podría quedarse corto, ya que está basado en estimaciones de la encuesta que realiza ISTAS en la población asalariada con contrato.
En este marco, a la elevada exposición a riesgos psicosociales se le suma una alta inseguridad que explica el escepticismo de Teresa, Tania y Rodrigo sobre la posibilidad de racionalizar las jornadas de trabajo. Supresión de turnos, ajustes de salario o reubicaciones de personal son algunas de las medidas que se han tomado en los últimos años en la fábrica de coches en la que trabaja este último, en Castilla y León. La inestabilidad inherente al sector audiovisual, en el que ha estado empleada varios años, ha llevado a Tania a tomar la decisión de dar un giro radical y lanzarse a estudiar magisterio con 37 años, en busca de un trabajo compatible con la crianza. La “tensión” en el sector de Teresa, que tiene un puesto de responsabilidad en una gran empresa tecnológica —y tres hijos— viene más por las exigencias de unas tareas que le impiden desconectar fuera del horario de trabajo, por lo que su jornada se alarga más allá de las 40 horas y más allá de la oficina.
La encuesta sobre exposición a riesgos psicosociales en la población asalariada que realiza ISTAS indica que entre las prevalencias más significativas para toda la población están la baja influencia, un escaso control sobre los tiempos de trabajo, altas exigencias cognitivas o sensoriales, alta inseguridad y unas bajas posibilidades de desarrollo.
“La evolución de esta interacción entre exigencias y control es cada vez más hacia la alta tensión”, explica Moncada. “Si miramos la evolución comparando los años 2005 y 2010, en el año 2010 hay un aumento notable con respecto a 2005, y la hipótesis es que esta tendencia se mantiene”, dice Moncada, que está en pleno análisis de los datos recogidos en 2016.
A falta de una conclusión clara sobre los datos de 2016, insiste, los indicadores confirmarían otra tendencia: la desigualdad de género. La encuesta de 2010 revela que las mujeres están más expuestas que los hombres a 12 de los 16 riesgos para los que encontramos diferencias entre sexos. Entre ellos, uno emerge con claridad: la doble presencia, factor de riesgo para un 26,32% de las mujeres frente al 5,12% de los hombres.
hambrientas de tiempo
Una suma del tiempo dedicado al trabajo remunerado y no remunerado explica, junto con la prevalencia de la doble presencia —el hecho de que recaigan en una misma persona la necesidad de responder a las demandas del espacio de trabajo doméstico y del asalariado— el “hambre de tiempo” (como dice Legarreta, acordándose de la reivindicación de las feministas italianas que en los años 90 proclamaban que “el tiempo es un perro que muerde más a las mujeres”), ese malestar en torno al tiempo que tiene especial impacto en las mujeres.
Según la encuesta de Eustat, que muestra una evolución de 20 años en los usos del tiempo de la población vasca, en 2013 las mujeres dedicaron al trabajo cinco horas y 39 minutos frente a las cuatro horas y 48 minutos de ellos (ellas trabajaron 51 minutos más que ellos).La falta de tiempo es fuente de “profundo malestar” para Teresa, explica desde el trabajo en el grupo de WhatsApp mientras piensa en recoger a los niños, llevar al perro al veterinario y comprar un regalo a su sobrina. Tania también siente el peso que supone la necesidad de negociar constantemente los tiempos con su pareja, en un contexto (ella estudia, él trabaja) en el que las horas de ambos no tienen el mismo valor, ya que las suyas (cuidado-estudio) no son remuneradas.
“Es un indicador de la persistencia de las desigualdades de género que las mujeres no tengamos igual acceso al tiempo propio, me parece un derecho humano bastante básico”, asegura Legarreta.
Los datos de Eustat parecen mostrar una tendencia a la disminución de la brecha de género en el trabajo doméstico, ya que aumenta tanto el porcentaje de hombres que los practican como la cantidad de tiempo efectivo que le dedican. Legarreta pide precaución al interpretar estos datos.
“No, no está claro que las desigualdades hayan menguado por la crisis”, asegura. “Hay estudios que apuntan a que con la pérdida de la centralidad del mercado laboral en los hombres, sí se puedan estar dando arreglos más cercanos a la corresponsabilidad, pero en el trabajo de campo hemos encontrado que no siempre es así”, argumenta.
De esta manera, pese a que hay hombres que sí resignifican su identidad cuando se encuentran en una situación de desempleo, eso no implica que las mujeres pierdan su rol como principales gestoras del hogar. En otros casos, cuenta, se observa una resistencia a reconfigurar el día a día y la identidad masculina en relación con el cuidado en una situación de desempleo de ellos.
“Creo que no es solo un problema de tener más horas al día, sino de cómo encajar diferentes tiempos que se rigen por lógicas diferentes”, concluye Legarreta, que subraya la tensión que supone encajar la “lógica de la sostenibilidad” con la “lógica de la acumulación” y que añade a las dos esferas tradicionales de análisis (trabajo-hogar) una tercera, que es la de la participación política.
“La expectativa es que llegues, así que lo intentas aunque vayas con la lengua fuera”, dice Teresa. “La vida urbana en general es un poco así... amontonados pero solos”.