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Literatura
Un paseo con Las Sin Sombrero por Madrid
Domingo, un grupo de mujeres recorre las calles de Madrid siguiendo el rastro de aquellas que cambiaron la historia.
Domingo de febrero, fresco pero despejado, me apunto al paseo de Las Sin Sombrero que organiza la historiadora Julia Soria. Voy con puntualidad madrileña, o sea, tarde. Corro hasta llegar a la Plaza del Rey y, por fin, veo al grupo. Después de unos minutos comienza el paseo justo al costado del edificio que hoy alberga oficinas del ministerio de Cultura y Deporte. Aquí se puede ver, escrito en una placa: “Esta fue la sede del Lyceum Club Femenino (1926-1939)”.
El itinerario es uno de los 16 que ofrece Julia, experta en Memoria Histórica y Guerra Civil española, a través de Experimenta Madrid, con la idea de descubrir la ciudad con otra mirada. Una que, lejos de la opulencia y la exuberancia del típico Madrid de los Austrias, recupera las historias de resistencia que también se fraguaron en sus céntricas calles.
No son los edificios los importantes, es la historia de los personajes olvidados que también ocuparon ese espacio, los acontecimientos que no relacionarías con un monumento o un punto de la ciudad
No son los edificios los importantes, es la historia de los personajes olvidados que también ocuparon ese espacio, los acontecimientos que no relacionarías con un monumento o un punto de la ciudad, sino a través de estudio y mucha vocación, como la de Julia. “El cómo cuento la historia de Madrid parte de mi abuela, que murió hace tres meses con 105 años, con una memoria prodigiosa. Ver la guerra como la contaba mi abuela, una mujer del barrio de Lavapiés, eso te obliga a enseñar Madrid de otra manera”, dice la historiadora. Pero, sobre todo, quería hablar de las mujeres, y para ello, había que hablar de Las Sin Sombrero. Cuenta Soria que lo que hicieron fue coger “el relevo” en las calles, de los libros y el documental de Tània Balló.
Hasta que vio la luz el documental de Las Sin Sombrero (RTVE, 2015) y el libro de Balló (Planeta, 2016) del mismo título, los nombres de María de Maeztu, María Teresa León, Clara Campoamor, Vitoria Kent, Zenobia Camprubí, Maruja Mallo, María Zambrano, Marga Gil... no gozaban de un certero lugar en la historia y, por tanto, no se podía comprender a la Generación del 27 en toda su amplitud. Por que ellas también estuvieron allí, no solo los señores cuyos nombres y biografías memorizamos en la escuela. Junto a ellos —ahora lo sabemos— mujeres inteligentes e intelectuales, artistas, disidentes políticas y LGTBIQ, académicas y autodidactas. Ellas desafiaron no solo los convencionalismos de la época sino al régimen franquista: a algunas, les costó el exilio.
Compartieron tiempos en los que acceder a la universidad dependía de la recomendación del decano. Se les imponía ir a las clases acompañadas de un bedel, y todo para obtener solo el título de oyente.
El recorrido del paseo nace estrictamente en la casa de las siete chimeneas, porque fue allí donde empezaron a juntarse diversas mujeres “conocedoras tanto de su condición de mujeres, como de su condición de intelectuales”, destaca Soria
El recorrido del paseo nace estrictamente en la casa de las siete chimeneas, porque fue allí donde empezaron a juntarse diversas mujeres “conocedoras tanto de su condición de mujeres, como de su condición de intelectuales”, destaca Soria. María de Maeztu fue su fundadora y presidenta. Ella, tras conocer el Lyceum de Londres, trajo la idea a Madrid. Allí coincidieron mujeres extraordinarias, cuenta la historiadora, “señoras potentísimas que vivieron en aquel caldo de cultivo de 1926, a punto de terminar la dictadura de Miguel Primo de Rivera, y después la explosión del Lyceum en 1931 con la proclamación de la segunda República”.
Las Sin Sombrero también coincidieron con sus compañeros intelectuales ya que no estaba prohibida la entrada de hombres a su club. Podían usar la biblioteca, los salones, el laboratorio, pero no pertenecer a la junta directiva. Así, Federico García Lorca estrenó en el Lyceum Poeta en Nueva York y Marie Curie ofreció una conferencia sobre ciencia, ese era el prestigio que el liceo se había forjado.
Todo ese auge se truncaría en unos años. No tardaría en llegar el golpe que iniciaría la guerra civil y luego la larga dictadura de Franco. Con esta, la conversión de ese espacio de mujeres libres en la sede central de la Sección Femenina. La antítesis de un lugar en el que nunca existió ninguna bandera, ni signo religioso .“Fue el primer lugar en toda España en el que hombres y mujeres empiezan a hablar libremente de su orientación sexual”, afirma Julia sin titubeos.
La memoria de un exilio
Caminamos hacia la segunda parada, muy cerca. El actual Instituto Cervantes, un antiguo banco de monumental fachada en la esquina que forman las calles Barquillo y Alcalá, es pretexto para hablar de la filósofa María Zambrano. La primera mujer reconocida con el premio Cervantes, en 1988, tuvo una vida intensa, cruzada por dos guerras. Participó en las Misiones Pedagógicas de la II República, es decir, “un carromato, y dos burros, lleno de libros” —describe nuestra guía— que llevaron cultura y educación a zonas recónditas de España. Amigas y amigos de Zambrano eran parte del profesorado: Antonio y Manuel Machado, María Lejárraga, Elena Fortún, Miguel Hernández y García Lorca. En el 36, junto a su esposo el historiador Alonso Rodríguez Aldave, vino el primero de varios exilios y destierros entre América Latina y Europa. Ejerció de profesora de filosofía, dando conferencias y publicando artículos y ensayos. El reconocimiento tardío de su obra en los años 80 la hizo volver a España. A pesar de su frágil físico, siguió trabajando y su lucidez la acompañó hasta el final.
Nos alejamos en dirección a Cibeles y tomamos la mediana del Paseo del Prado hasta llegar a la glorieta de Neptuno. Desde allí se pueden ver los hoteles Ritz y Palace, un poco más lejos el Museo del Prado. Tres vértices de un amplio triángulo en las que otras Sin Sombrero dejaron huella: Zenobia Camprubí, y María Teresa León.
De acomodado origen pero espíritu libre, Zenobia viajó por todo el mundo antes de instalarse con su madre en Madrid. Con amplios conocimientos de idiomas y literatura, fue también escritora, maestra y periodista. Sería conocida también por sus generosos actos de sororidad. Abrió dos tiendas de Nuevo Arte Español, una en calle Serrano, y la otra en la Quinta Avenida de Nueva York, donde vendía artesanía hecha por mujeres del ámbito rural, a quienes devolvía íntegramente lo obtenido en las ventas.
Su compromiso con el bando republicano en la guerra civil la llevó a organizar —primero en Lavapiés y Vallecas— una red de formación de enfermeras para atender a los heridos, especialmente en el Palace y el Ritz, convertidos en hospitales de sangre durante el conflicto. El poeta Juan Ramón Jiménez se convirtió en su esposo, con él compartió su vida profesional y personal, y juntos marcharon al exilio. Enferma de cáncer, Camprubí murió unos días después de atender la llamada que le anunciaba el premio Nobel para Juan Ramón.
María Teresa León, escritora y amante del arte en todas sus formas, fue secretaria de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional. Asediada Madrid por el bando nacional en la guerra civil coordinó con determinación, paciencia y cuidado, los trabajos que salvarían lo más preciado del tesoro cultural del Museo de Prado del expolio y de las bombas, ayudando incluso con sus propias manos. Su vida corrió peligro bajo el régimen franquista, como la de muchas de sus compañeras de liceo, y también partió al exilio.
Dos amigas
Frente al Congreso de los diputados, nuestra guía narra la historia de dos grandísimas amigas también asiduas al Lyceum, las abogadas Clara Campoamor y Victoria Kent. Compartían su amor por el derecho y la justicia. Su trabajo conjunto trajo la conquista de derechos fundamentales para las mujeres. “La mujer debe sumisión al hombre, y el hombre respeto a la mujer”, decía el artículo 18 del código civil. Fueron Kent y Campoamor quienes lo reformularon en la redacción que conocemos hoy: “El hombre y la mujer se deben respeto mutuo”. Fueron ellas también quienes llevaron el artículo 238 del código civil —que penaba con destierro de 15 kilómetros al hombre que mataba a una mujer en situación de adulterio— al código penal, convirtiendo directamente las condenas en cárcel. El resto es historia. En octubre de 1931, su confrontación en torno al reconocimiento al sufragio efectivo de las mujeres españolas en el pleno del Congreso, separó sus caminos para siempre, pero para la historia de las mujeres significó un antes y después.
Las artistas
Subiendo por la calle Fernanflor y callejeando llegamos a Alcalá hasta apostarnos frente a la Real Academia de la Bellas Artes de San Fernando. Julia no se detiene en contar ningún detalle del edificio sino que entra de lleno a narrar las historias de dos artistas que fueron ilustres alumnas de esta escuela. Marga Gil, quien a los 13 años ya ilustraba los cuentos que escribía su hermana Consuelo. Llegó también a dominar con maestría la escultura en piedra y granito. Su corta vida no le impidió codearse con otros artistas. Convivió largas temporadas en casa de Zenobia y Juan Ramón. Mantuvo incluso correspondencia con Saint-Exupèry, y se intuye que fueron sus dibujos los que inspiraron a los del autor de El Principito.
Maruja Mallo, pintora, vivió mucho e intensamente. Como otras de sus amigas de liceo, estuvo comprometida con la República. Como Zambrano, fue docente de las Misiones Pedagógicas.
Quitarse el sombreo en Puerta del Sol
El famoso gesto corresponde a Maruja Mallo, describe Julia. “Ella iba cruzando la plaza acompañada de su amiga Margarita Manso, de García Lorca y Dalí, y deciden quitarse el sombrero. Lo histórico a veces no parte de quién ejerce el hecho sino de quienes asisten a ese acto, porque al cruzar la plaza les apedrean al grito de ¡maricones!”. Fue entonces, narra la historiadora ante la veintena de mujeres que escuchamos expectantes, cuando Maruja y Margarita fueron al Lyceum, donde contaron lo ocurrido. “En solidaridad con sus amigas, muchas deciden ir a Puerta del Sol y repetir el gesto. Cuando les preguntaron el porqué, respondieron: porque las ideas tienen que ser libres y deben tener espacio para fluir”, termina el relato Julia. “Ahora esto no nos parece un acto rompedor pero en aquel momento si lo era, y ha trascendido hasta hoy”.
El primer paseo madrileño de las Sin Sombrero —cuenta nuestra guía— estaba pensado para el 8 de marzo de 2017, pero como se organizó la huelga feminista pasaron a darlo todo la semana previa a la movilización. Así como aparecieron segundas partes del documental y del libro, Las Sin Sombrero II, se ofrece ya como un paseo más de Experimenta Madrid. “Me generaba mucha pena dejar fuera a algunas, las he estudiado tantísimas horas que al final las coges cariño y parece que las conoces. Esta segunda parte también empieza en el Lyceum, porque no todo era bonito e ideal, sino porque también les pusieron muchas trabas”, concluye Julia. Elena Fortún, María Lejárraga, Concha Méndez o Isabel Oyarzabal y muchas más componen ese segundo garbeo de las Sin Sombrero, que pensamos darnos también por las calles de Madrid.
Final del paseo. Con la Puerta del Sol de fondo nos hacemos la foto de rigor —quitándonos el sombrero— que hoy día resulta una curiosa metáfora para mostrar nuestra admiración hacia estas mujeres que desafiaron toda una época, y nos dejaron un invaluable legado para la historia.
Una sola cosa apena a Julia de sus paseos. A los hombres no parece interesarles. De los más de cien recorridos que tiene a sus espaldas, nunca vino un hombre solo, todos —apenas uno de cada diez participantes— acudieron acompañando a una mujer. Ellas sí están, y lo disfrutan, “se crea un clima muy bonito de complicidad, al final estás juntando a varias generaciones, desde chicas jóvenes que se encuentran con mujeres de 80 años que les explican qué era la sección femenina, o cómo no podían tener una cuenta bancaria”.
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Aquí un hombre que ha disfrutado con este paseo virtual :) Y cuando vuelva por Madrid intentaré experimentar in situ este itinerario con "las sinsombrero".
De todas ellas, María Zambrano me resulta especialmente atrayente: brillante y hermosa su razón poética.
¡Un saludo y gracias por el paseo!