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Memoria histórica
¿Calibán en Sangüesa?
El zangotzarra Antonio Eslava imaginaba una fábula que, tras visitar Nafarroa, utilizaría Shakespeare en La Tempestad cuando todavía no existía el copyright, resonando pasados los siglos en la metáfora anticapitalista y feminista de Federici.
La tempestad, última obra que Shakespeare escribió en solitario, es la referencia clave de la visión de Silvia Federici en su obra capital Calibán y la bruja. Esta enigmática comedia sobre el fin de la magia ha sido interpretada en clave anticolonialista (José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, Roberto Fernández Retamar, Philip Brockbank).
Especialmente, la figura de Calibán, el esclavo indígena del mago Próspero, alentó la vindicación poética del romanticismo en Browning, Shelley, Auden y, posteriormente, Renan, Rubén Darío, Aimé Césaire o Maryse Condé. Y hasta ha servido de inspiración a cierta ciencia-ficción que vincula brujería, tecnología y colonialismo como en la saga greco-galáctica Ilión (Dan Simmons, 2004), o Planeta prohibido (Fred M. Wilcox, 1956), clásico filme futurista con una sugerente mirada psicoanalítica sobre el deseo del inconsciente y la liberación de la mujer... y en el que se lució la primera minifalda de la historia del cine.
Shakespeare viajó al Reyno de Nafarroa que le sirviera de marco en Trabajos de amor perdidos, donde se proclama irónicamente: “Navarre shall be the wonder of the world”
Lo que apenas se conoce es que La tempestad está basada en el relato Do se cuenta la soberbia del rey Nicíforo y incendio de sus naves, y la arte mágica del rey Dárdano, del oscuro escribano zangotzarra Antonio Eslava, perteneciente a Noches de invierno, obra al estilo de Bocaccio publicada en 1609, dos años antes del estreno de la comedia shakesperiana. Se ha especulado sobre el conocimiento que el bardo inglés tenía de Nafarroa (el historiador Jon Oria sugiere que en sus años mozos viajó al viejo Reyno), que le sirviera de marco en Trabajos de amor perdidos, donde se proclama irónicamente: “Navarre shall be the wonder of the world”. Obviamente se refiere a su parte francesa, libre de la conquista castellana, la de la corte de Margarita de Navarra y su licencioso Heptamerón, en el cual las mujeres se atreven a ridiculizar a los hombres.
Mientras en 1610 se celebró el Auto de Fe en Logroño contra las brujas de Zugarramurdi (11 quemadas, 5 en efigie) —el último proceso antes del Decreto de silencio de 1614—, Antonio Eslava imaginaba una fábula cortés de ambiente veneciano, que utilizaría Shakespeare cuando todavía no existía el copyright, y resonaría, pasados los siglos, en la literatura emancipatoria y en Federici, como certera metáfora anticapitalista y feminista.
Eslava también recoge en su libro una exposición sobre la nigromancia —en la que destaca el papel de una bruja o “gran mágica”— y el diálogo, Do defiende Camila al género femenino, en el que se pondera la inteligencia y cualidades de “nuestro perfecto género”. En los albores del barroco, de Nafarroa a la corte isabelina, se empiezan a despejar las brumas de la brujería y la misoginia.