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Hace unos días La Base dedicó una edición a los programas de televisión de Iker Jímenez. Algunos colegas de profesión me compartieron su escepticismo: ¿Merece la pena dedicar todo un programa de televisión a algo así? Los propios presentadores de La Base se hacían esta pregunta. La respuesta, por desgracia, debería ser afirmativa. Incluso una observación superficial de este fenómeno conduce a la conclusión de que tanto la izquierda como los medios de comunicación han tendido a subestimar la capilarización social de este tipo de productos audiovisuales —que forman una constelación, en muchas ocasiones difusa, que comparte una visión del mundo, aunque no estén directamente conectados entre ellos—, y que en buena medida siguen haciéndolo, a pesar de notables intentos a la hora de corregir esta carencia (pienso en el reportaje La xarxa ultra, de Raúl Cuevas y David Bou, emitido meses atrás por TV3). Este es un error que la derecha no ha cometido.
Ya en las elecciones presidenciales de 2016, el director de la campaña de Donald Trump, Steve Bannon, supo ver el potencial político de las comunidades de jugadores si era convenientemente movilizado. Bannon había trabajado en 2005 para Internet Gaming Entertainment (IGE), una empresa que tenía como objetivo monetizar las compras virtuales de los jugadores en World of Warcraft. Aquella experiencia, según escribe un biógrafo de Bannon, le permitió descubrir “un submundo que no sabía que existía, habitado por millones de hombres jóvenes (la mayoría de gamers son hombres) […] Aunque no fuesen aptos socialmente, eran inteligentes, centrados, relativamente afluentes y muy motivados en aquellas cuestiones que les interesaban. [Bannon] comenzó a preguntarse si estas fuerzas podían ser enjaezadas y, en ese caso, cómo explotarlas”. Bannon declararía más tarde que “la audiencia de Fox News era geriátrica y nadie estaba conectando con este grupo de gente joven”.
Steve Bannon también fue clave en el fichaje de Milo Yiannopoulos para Breitbart, el medio del que era presidente ejecutivo antes de dirigir la campaña de Trump. Con los artículos del histriónico Yiannopoulos sobre el Gamergate —una campaña de ciberacoso a las mujeres en la industria del videojuego— Breitbart canalizó su frustración de este grupo hacia la nueva derecha radical. “Me di cuenta de que Milo podía atraer a estos chavales de inmediato”, aseguró Bannon, “vienen por Gamergate o lo que sea y luego pasan a la política y a Trump”.
Joe Rogan y compañía
Los ocho años que van desde la victoria de Trump en las elecciones de 2016 hasta la de las elecciones de 2024 no han pasado en balde para esta nueva derecha radical, que ha extendido y profundizado su influencia en las redes.
En su discurso de victoria, Trump invitó a subir al escenario a Dana White, el presidente de la Ultimate Fighting Championship (UFC), el torneo más importante de artes marciales mixtas (MMA). El gesto sorprendió a algunos. Pero la verdad es que había motivos de sobra para él, como los medios de comunicación estadounidenses revelaron en los días siguientes: White —y aquí conviene recordar que Trump apoyó a la UFC cuando nadie creía en ella y que el promotor deportivo ha devuelto el favor con su apoyo al candidato republicano— ha sido en esta ocasión una de las personas clave en la campaña de Trump en las redes (la otra, obviamente, es Elon Musk, sobre cuyo uso político de X se han derramado ríos de tinta). En su breve intervención, White agradeció a “los Nelk Boys, a Adin Ross, a Theo Von, a Bussin’ with the Boys y, en último lugar, pero no menos importante, al gran Joe Rogan”. La mayoría de estos nombres probablemente sean desconocidos para el lector en español.
Extrema derecha
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Ciertamente, también lo son para muchos estadounidenses, con la excepción de Joe Rogan, cuyo podcast, The Joe Rogan Experience, tiene más de 18 millones de subscriptores, la mayoría de ellos hombres jóvenes. El de Rogan es un nombre que también puede llegar a sonar a un observador de la realidad política estadounidense desde España por la frecuencia con la que aparece en las redes sociales. Aunque menos conocidos, el resto de podcasters mencionados por White también aportaron su granito de arena en el esfuerzo por llevar a Trump de nuevo a la Casa Blanca. Theo Ross entrevistó a Trump en agosto en su podcast, This Past Weekend, y, dos meses después, en octubre, a su candidato a la vicepresidencia, JD Vance.
“Si algo bueno ha de salir de la ruina de la campaña de Harris, que sea la muerte definitiva de la idea de que los apoyos desde el show business pueden ayudar a ganar unas elecciones”, escribía Marina Hyde en The Guardian
Nelk Boys es un canal de YouTube con ocho millones de seguidores —también abrumadoramente hombres jóvenes— que pivotó de las bromas pesadas grabadas en vídeo al apoyo de la derecha. ‘Bussin with the Boys’ —otro canal de YouTube con más de medio millón de subscriptores, dedicado a la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL)— entrevistó igualmente a Trump en octubre. Adin Ross, que fue “cancelado” en YouTube y Twitch por sus comentarios y ahora transmite por la plataforma Kick, entrevistó en agosto a Trump y pidió a sus subscriptores —más de 500.000, como ‘Bussin with the Boys’— que votasen por él. Estos podcast pueden llegar a durar varias horas en las que se tratan varios temas, no solamente política, y su efecto es similar al del viejo estereotipo del taxista que escuchaba la COPE durante sus largas jornadas de trabajo: no la vieja y desacreditada teoría de la comunicación “de la aguja hipodérmica”, sino una suerte de polinización políticocultural en la que el receptor, después de varias horas de exposición al podcaster o el youtuber, transmite los mensajes clave a su red de contactos a través de uno de los múltiples servicios de mensajería existentes o en encuentros personales.
Este esfuerzo conjunto, aunque no coordinado, ayudó a Trump a cosechar votos entre los oyentes de la llamada ‘manosfera’, a la que no llegan los medios de comunicación de masas tradicionales y cuyo rechazo al candidato republicano era prácticamente unánime. Mientras tanto, el Partido Demócrata decidió tirar del apoyo de las grandes estrellas del cine y la música en la recta final de su campaña. “Si algo bueno ha de salir de la ruina de la campaña de Harris, que sea la muerte definitiva de la idea de que los apoyos desde el show business pueden ayudar a ganar unas elecciones”, escribía Marina Hyde en The Guardian. “No pueden”, continuaba, “ni siquiera si es Taylor Swift”.
La Norma Desmond de los medios de comunicación
“Después de las elecciones estadounidenses seguimos oyendo mucho hablar sobre fake news, que la única manera de que alguien como Trump gane unas elecciones es que sus votantes estén desinformados”, observaba Wolfgang Münchau en EuroIntelligence. “Se trata de un pensamiento calmante”, continuaba, “le ayuda a uno a ignorar las preguntas de importancia (hard questions) sobre nuestras políticas” (y que también es aplicable, cabría añadir, a la histeria colectiva desatada por Bruselas en torno a la capacidad de la “desinformación de Rusia y China” para manipular los procesos electorales europeos). Además, recordaba Münchau, “las redes sociales contienen desinformación, pero también los medios de comunicación tradicionales, especialmente durante las guerras y las pandemias”. Por ejemplo, señalaba este analista, “los métodos modernos de visualización de datos han introducido nuevas manera de mentir con las estadísticas”. “Los medios de comunicación tradicionales (legacy media) son la Norma Desmond del mundo mediático: completamente delirante sobre su propia influencia”, apostillaba Münchau. El 80% de los jóvenes de 16 a 24 años —la llamada “generación Z”— citó las redes sociales como principal fuente de información en un estudio de 2023. En el resto de países europeos las cifras son similares.
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Cuando Elon Musk adquirió Twitter por 44 mil millones de dólares muchos arquearon una ceja. Hoy sabemos que la inversión de Musk ha tenido su retorno, haciéndolo más rico de lo que ya era y otorgándole una influencia política mayor después de que Trump le haya abierto las puertas a crear una agencia de eficiencia gubernamental desde la que supervisará profundos recortes en la administración pública y en los que la tijera, previsiblemente, pasará de largo por delante de las subvenciones que reciben sus empresas. La respuesta ha sido una fuga de usuarios hacia Bluesky, la red social mejor posicionada para acogerlos por las facilidades que concede a la migración del usuario.
Como quiera que este mismo medio ha publicado un excelente artículo en el que mostraba cómo esta red social “ni es descentralizada ni está fuera de la influencia de los ‘criptobros’ que han aupado a la Casa Blanca”, me limitaré a apuntar que, a mi modesto entender, e incluso obviando sus fuentes de financiación, este éxodo de usuarios se ha producido hacia un espejismo del desierto social que a medio plazo no resolverá nada: no sólo X no desaparecerá, como no lo han hecho la redes sociales y foros en los que la nueva derecha radical se daba encuentro (es más, se ha producido todo lo contrario: ahora hay más), sino que la era de las redes sociales de masas ha llegado efectivamente a su fin y ha comenzado otra de redes sociales segregadas y especializadas. Por otra parte, no hemos visto que el grandilocuente gesto de varios grandes medios de comunicación de abandonar X haya venido acompañado de una reflexión sobre su responsabilidad en el presente estado de cosas. ¿Se ha hablado de la pluralidad de voces y de opiniones en ellos? ¿De las condiciones de sus trabajadores y del impacto en la calidad de las informaciones que transmiten? ¿De su modelo de negocio? ¿Seguirán fichando como columnistas a gente cuyo mayor y en ocasiones único mérito es polemizar en redes y amasar decenas de miles de usuarios?
A algo así apuntaba el presidente de The Nation y socio fundador de Jacobin Bhaskar Sunkara en respuesta a un usuario de X que atribuía el éxito de Joe Rogan al apoyo financiero que recibe por parte de acaudalados mecenas de la nueva derecha radical. “Esto es totalmente erróneo”, aseguraba Sunkara, “Rogan no tiene éxito porque tenga el apoyo turbio de multimillonarios, tiene éxito porque trabaja al nivel del entretenimiento y ha sido capaz de acumular una audiencia, muchos de los medios de comunicación de la izquierda liberal dependen de donantes acaudalados y no son buenos a la hora de alcanzar una audiencia de masas”. La respuesta de Sunkara pinchaba nervio, porque, sin restar la importancia que sin duda tienen las redes sociales a la hora de canalizar la información hoy día, ¿el espacio político que hoy ocupa la izquierda y el lenguaje de su discurso realmente se corresponden con el de su votante objetivo? ¿El receso de la ola populista de la crisis de deuda no es precisamente una muestra del problema que supone fiarlo casi todo al desempeño de las redes sociales y a los medios de comunicación como plataforma, olvidando la organización a pie de calle, mucho más difícil de construir, pero cuyos resultados se han demostrado como más solventes y duraderos?
Bluesky tiene todo el potencial de convertirse en un lugar seguro mientras la nueva derecha radical convierte cada una de las administraciones públicas occidentales en una rage room.
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