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Opinión
Coyunturas energéticas para una transición
En las mismas semanas, el precio de la electricidad ha crecido a velocidades rampantes, las gasolineras británicas se han quedado sin suministros y el sistema de transporte internacional cruje por sus bases. Así, la inflación se dispara, como consecuencias de la subida de precios y de los problemas de abastecimiento. Pero no solo la inflación económica, también la política. El ambiente se caldea, los discursos de los populistas reaccionarios crecen y lo que queda de socialdemocracia adopta un discurso grandilocuente mientras se tienta las vestiduras, y hasta las carnes, para comprobar sus posibilidades de salir viva. Todo ello después de una inconcebible pero muy real pandemia que detuvo la práctica totalidad del mundo y aliñado con un escenario de crisis ecológica que obliga a que todo cambie.
No puede ser casualidad que desde hace unos años abunden las narrativas del colapso, desde la serie francesa que lleva ese mismo nombre hasta la británica Year and years, Ocuppied y muchas otras. Pero la realidad nos lleva a una imagen muy diferente de lo que es un relato lineal de catástrofe y fin de la historia. Más bien al contrario, lo que se produce es una caída parcial de ciertos sectores, que ni siquiera se detienen por completo, y que abren guerras comerciales, incrementos de precios y exclusión de sectores masivos. Así, por poner el ejemplo más elemental, la energía seguirá subiendo si no se pone límite a su consumo, y entonces lo que vendrá será una restricción de acceso a través del precio: esto es, que muchas no podremos pagarla. Interrupciones violentas de la cadena que suponen un enorme daño social pero no detienen el funcionamiento de un capital que, al contrario, se rearma y reconstruye sus propios esquemas de poder.
Mientras, la transición energética ha comenzado y nos la está haciendo el capital, con cargo al presupuesto público, por supuesto, pero bajo sus lógicas de extracción de beneficio. Esto sitúa los conflictos en un punto en el que hasta ahora nunca habían estado; si hasta hace unos años la instalación de renovables y el cierre de plantas de energía contaminante eran el objetivo, ahora vemos como las grandes empresas se han puesto a la cabeza de la producción y están instalando sin limites, ni ecológicos, ni territoriales, ni de impacto social, y ahí aparece la plataforma Aliente como una organización amplia de respuesta a estas instalaciones desde los territorio. La cuestión energética ejemplifica lo que tantas veces se ha adelantado —a veces con una retórica impostada en torno a conceptos como el de ecofascimo— y es que la transición no será la consecuencia de un supuesto colapso súbito ni traerá la caída automática del capitalismo. Al contrario, la transición será también progresiva, aunque esté cada vez más dominada por saltos bruscos, y en cada fase habrá que jugar con las herramientas adecuadas para que el resultado vaya en favor de las mayorías.
La eléctricas apuestan ahora por su propia reconversión, financiada por presupuestos excepcionales que vienen de lo público —con los llamados Fondos Next Generation como punta de lanza— para tener un futuro, pero no es futuro que nos incluya a todas
La transición, o las transiciones. Hoy se juega la energética, con un claro protagonismo del capital y por eso tiene todo sentido que los territorios se organicen para rechazar estas instalaciones y reviertan en daño realizado por estas inversiones. La eléctricas apuestan ahora por su propia reconversión, financiada por presupuestos excepcionales que vienen de lo público —con los llamados Fondos Next Generation como punta de lanza— para tener un futuro, pero no es futuro que nos incluya a todas. Oponerse a esto es imprescindible, sin ninguna duda, como también lo es armar movimientos colectivos y superar los límites del ecologismo “clásico” para sumar muchos más sectores a estas luchas, y en este sentido Aliente es una buena noticia y hay que dar apoyo a la manifestación que convocan el próximo sábado en Madrid. Sin embargo, no es suficiente seguir el pulso de la coyuntura. En realidad, como casi siempre, se trata de dar respuesta, intervenir en el momento político tal y como este viene dado sin perder el rumbo de una estrategia alternativa.
En ese sentido, a la protesta contra las agresiones del capital hay que sumarle una solidaridad común que derive en la construcción de nuevos proyectos y que pueda aglutinar los elementos clave que llevan años bien establecidos en el movimiento. La clave, frente a los movimientos de pura propaganda sobre un frente único puramente partidista, es relanzar un trabajo de agregación de sectores antagonistas. El conocimiento acumulado durante décadas de trabajo ecologista es clave para no perder las referencias de fondo, y la aparición de nuevos elementos debe ser capaz de agruparse en torno a estas referencias para no perder la perspectiva. Un movimiento contra la instalación masiva, por supuesto, pero también con la lucha antinuclear, por el cierre de las térmicas y por el acceso a la energía para todas.
Antinucleares, ecologistas, movimientos por la vivienda, feminismos, sindicatos, son la base posible para una articulación amplia que pueda superar la defensa frente a las agresiones del capital y armar una propuesta común. Existen cada vez más elementos, puesto que la crisis rampante del capital pone contra las cuerdas su propia viabilidad y, más allá de esto, la reproducción de la vida. Se abre la posibilidad, por lo tanto, de trabajar grietas y reconstruir una vía más amplia, pero también más propositiva, entre otras cosas porque la guerra contra una u otra agresión tiene el recorrido muy corto, pero una alianza puede abrir caminos hacia un horizonte que no se limite a resistir. En esto, quizá, consiste la tarea de este ciclo de reflujo social y crisis: en convertirlo en un momento de articulación colectiva y acumulación de fuerza social para constituir un polo ecosocialista con propuesta propia.