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Madrid. Exámenes finales. Tercera ola de covid y temporal. Las estudiantes ven modificadas sus fechas de exámenes hasta tres veces en un periodo muy reducido de tiempo. Llegan whatsapps a los grupos de clase, la gente se queja. Se realizan asambleas online con más de 100 estudiantes, se envían correos exigiendo otro tipo de evaluación desde las delegaciones de las facultades. Diferentes necesidades, multitud de propuestas. No queremos hacer exámenes presenciales. Hay riesgo de contagio, muchas estudiantes no han asistido a las clases presenciales durante todo el curso y ahora tienen que ir a realizar un examen. No queremos hacer exámenes online, defendemos una educación pública de calidad. No podemos exigir eso a la Universidad. Queremos exámenes online si es lo único que podemos proponer. No vamos a exigir más de lo que creemos que pueden ofrecernos.
¿Se pensaban, acaso, que las estudiantes éramos una masa homogénea? No. Ahí estamos cada una con nuestras necesidades y circunstancias, con nuestros privilegios y opresiones. Me pregunto si coincidimos en algo, si existe alguna propuesta que represente nuestras diversas e infinitas demandas. Me pregunto si este evento donde los exámenes tambalean, podría ser una oportunidad para poner en duda la forma en la qué estamos siendo evaluadas, cuestionando de fondo la Academia y su soporte de poder, cómo repercute y permea nuestras vidas.
Me pregunto si este evento donde los exámenes tambalean, podría ser una oportunidad para poner en duda la forma en la qué estamos siendo evaluadas, cuestionando de fondo la Academia y su soporte de poder
La Institución Educativa no nos enseña a aprender y, quiere que aprendamos para evaluarnos mediante exámenes. ¿Y cómo aprendemos? Pues algunas con miedo, otras con ansiedad, auto-exigencia, indiferencia, culpa, resignación, frustración, y quizá otras con algún resquicio de placer. Pero en general, hay una tendencia a considerar la educación como un producto y no como un proceso de aprendizaje. Estamos contagiadas desde la infancia por la costumbre a ser evaluadas. Y eso, no es indiferente a nuestra conducta. Nos acostumbran a tener una posición y una identidad. Vamos adquiriendo un rol pasivo a través de exigencias y evaluaciones que hemos ido consumiendo durante nuestro recorrido académico.
Nos sitúan en la ausencia de poder, porque, según he vivenciado, normalmente no suelen pedir opinión a las estudiantes sobre el contenido a evaluar, el currículum educativo o el material de la asignatura. Son pocas profesionales de la educación (que, gracias por existir, por cierto), las que nos ofrecen posibilidades alternativas al modelo de evaluación por examen. Son pocas las que nos preguntan qué nos interesa, qué hemos aprendido de verdad o cómo hemos incorporado el aprendizaje a nuestra vida cotidiana. El contenido, al evaluarse mediante exámenes, se entiende como algo pasajero, que tiene que usarse y demostrarse una sola vez, en una situación concreta. Ese tipo de aprendizajes son más propensos a desaparecer, pues principalmente están guiados por la motivación de aprobar, cumplir expectativas o demandas ajenas o sacar una nota suficiente para que te ofrezcan una beca, y, no por una motivación intrínseca de aprendizaje real. Todo lo que podemos hacer con la forma en que se nos enseña a aprender es, por lo menos, des-aprender. Des-aprender a ser personas que consumen conocimiento para luego vaciarlo, des-aprender que el aprendizaje siempre va a servir para algo “productivo”. Aprender que el conocimiento también es para una misma, para transformar-se con él y está más allá de la cadena de productividad y las lógicas de poder, y, justamente, es capaz de cuestionar eso.
Nuestro saber no es una mercancía, queremos aprender sin miedo ni auto-exigencias. Necesitamos salir de la Universidad y sentir que tenemos inquietud e interés, y, que este no se nos ha difuminado por las continuas asociaciones realizadas entre aprender y ser objeto de evaluación.
Caer en la resignación
¿Nos acabamos convirtiendo en aquello que exigen de nosotras? Si nos contemplan como personas que van a ser examinadas, no teniéndonos en cuenta para decisiones importantes dentro del contexto educativo y, sin ninguna agencia posible, ¿no somos entonces, personas más susceptibles de caer en la resignación? No hay nada que pueda hacer, entonces, lo hago, aunque no esté de acuerdo. ¿No es, acaso, así, como funciona el mercado laboral? ¿No es así como funcionan a veces las relaciones sociales? ¿No es así, como a veces nos comportamos hasta con nosotras mismas? Pongo en cuestión si podría ser la Institución Educativa también responsable de nuestra forma de interactuar en nuestra vida cotidiana. Paulo Freire sostenía ideas alternativas sobre el papel del estudiantado “cuanto más se les imponga pasividad más ingenuamente tenderán a adaptarse al mundo en lugar de transformar, tanto más tienden a adaptarse a la realidad parcializada en los depósitos recibidos” , asimismo, concebía la existencia de una idea bancaria de la educación donde, “cuanto más adaptadas estén las personas, más “educadas” serán en tanto adecuados al mundo”. Esta concepción bancaria propone la inhibición de respuestas alternativas a las que propone la institución educativa, y, obstaculiza su actuación produciendo frustración, muchas veces silenciada porque no parece haber otra opción.
Las estudiantes nos enfrentamos a una situación actual donde, no solo nos quieren seguir evaluando por exámenes presenciales, sino que, además, no nos preguntan por nuestras propuestas o condiciones, generando una situación en la que tenemos la obligatoriedad de aceptar cualquier cambio. No puede ser más obvio que no tenemos ningún tipo de poder. Además, cuando intentamos tener agencia, nos vemos perdidas en un laberinto burocrático donde es difícil encontrar a las personas responsables o, recibir una respuesta que muestren un mínimo de comprensión por nuestras solicitudes. Denunciamos públicamente lo que están haciendo con las modificaciones de exámenes y la obligatoriedad de la presencialidad, poniendo en riesgo nuestra salud, tanto mental como física y, no proporcionando opciones alternativas a las personas que así lo solicitan. Muchas de nosotras, exigimos evaluaciones alternativas a la evaluación habitual por exámenes, pues, no hace más que seguir legitimando el carácter segregador y elitista de la supuesta Universidad Pública de Calidad.
Las decisiones, cuya responsabilidad resulta inaccesible conocer, son tomadas desde órganos de poder, mercantilizados y sometidos a la inalcanzable burocracia
Está claro que está brecha en la normalidad demuestra la fragilidad de nuestras Universidades, supuestas dueñas del conocimiento y del saber, pero, que tambalean a la mínima sospecha de no poder examinar al alumnado. Las decisiones, cuya responsabilidad resulta inaccesible conocer, son tomadas desde órganos de poder, mercantilizados y sometidos a la inalcanzable burocracia. Como dice la pensadora Marina Garcés “sólo se crea lo que el mercado acoge” y por tanto, solo se crean opciones que puedan ser susceptibles de asumir como obvio y productivo, sin ofrecer espacios y respuestas que acojan intereses del alumnado. No tenemos espacio en las aulas y, parece que, cuando más atención se nos presta es a la hora de ser evaluadas, para medir y valorar de forma objetiva lo que hemos aprendido o, más bien, que nos hemos visto obligadas a ingerir, con presión externa, para acomodarnos a la cadena de producción y a un mercado laboral precario. Da igual un aula con un profesor haciendo de policía o un ordenador con una cámara conectada, la idea es activar mecanismos de control para que el alumnado no copie. ¿Qué pasaría si se cambiase el miedo a que no copiáramos por el temor a que no estemos aprendiendo?
Si el aprendizaje fuera objeto de preocupación, se habilitarían espacios para ello, se realizaría en común y no simplemente con objetivos individuales. Queremos sacar buenas notas para tener mejores prácticas, para tener más ayudas, más becas, más reconocimiento. Queremos sacar buenas notas pero cada vez se hace más invisible que la educación se encuentra más allá de todo esto. La Universidad mercantilizada e individualista des-articula el tejido colectivo del estudiantado, facilitando dinámicas donde los intereses individuales priman sobre lo colectivo. Y esto, no ocurre en vano, esto, no es un hecho aislado que ocupa solo el territorio académico, sino que, se traslada a nuestra representación del significado de aprendizaje, a nuestras relaciones sociales y constantes decisiones de nuestra vida cotidiana. Ojalá, la Universidad pudiera ser un espacio donde escapar de la cadena del pensamiento neo-liberal, de acumulación, individualismo y competencia. Ojalá, dejar de ser emprendedores dentro de los espacios educativos y transformar la Educación en una Educación Pública de Calidad, donde las estudiantes tengamos espacio y, estemos presentes. Si no, tendremos que hacernos oír.
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El desprestigio continuo al profesorado tampoco ayuda a crear una universidad de calidad. Por experiencia, el proceso de aprendizaje es lo que menos interesa a gran parte del alumnado, pendiente siempre de las notas, calificaciones y tareas obligatorias.
Es lo que les inculcan y en lo que basan las leyes, a ver si ahora los jóvenes van a tener la culpa de asimilar lo que le inculcan.
Me ha molado este artículo. Muy en la linea del blog del Sacapuntas
Desde una educadora a una estudiante: todos podemos enfermar, ir al médico, y dar con un@ que se pasó la carrera aprendiendo a aprender y luchando por su poder y sus derechos, acabar jodid@, y no tener dinero para ir a una clínica del Opus a que una doctora que sabe nos cure.
El elitismo intelectual es “el bueno”; es elitismo basado en el conocimiento. Los poderosos y poderosas dinamitan la enseñanza pública y la competencia intelectual, pues ellos tiran de influencias y privilegios para “colocar” a sus hij@s.
“Su rendimiento es insatisfactorio. No asimila bien. No puede ni siquiera aprender las bases de la biología, no tiene posibilidades de desempeñar el trabajo de un especialista. Las notas donde apunta sus experimentos están rasgadas y confusas" un "educador" sobre John Gurdon, Nobel de medicina a los 64 años.
¡Exactamente! Haber asimilado conocimiento supera cualquier calificación, nota u opinión. El que sabe, sabe.
(Lo demás es en gran parte echar la culpa al empedrado).
Eso díselo al que pide calificaciones... crediticias para poder avanzar en los estudios. Ese asimila sobres, me parece a mí. No todos tenemos un laboratorio, un estudio de cine o una nave industrial de sobra.