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Andalucía
En nuestra hambre mandamos. Una revisión sobre la ética del trabajo en Andalucía
La aparición en las últimas semanas de noticias en referencia a la ausencia de demanda de trabajo para cubrir los jornales necesarios en la recogida de la aceituna, ha vuelto a poner sobre la mesa los típicos tópicos que se achacan cada vez que hay oportunidad al pueblo andaluz. Etiquetas estas, que intentan describir nuestra actitud ante la vida y que vendrían a otorgarnos la categoría de personas contemplativas, indolentes y que rehusan el trabajo en cualquiera de sus formas, o lo que es lo mismo, somos gente vaga por naturaleza. Nunca fuimos vagos, solo estamos buscando la forma de construirnos al margen de la imposición del mercado, eso incluye desechar el trabajo asalariado en condiciones de usura, como dijo el jornalero al cacique de turno “en mi hambre mando yo”.
La aparición en las últimas semanas de noticias en referencia a la ausencia de demanda de trabajo para cubrir los jornales necesarios en la recogida de la aceituna, ha vuelto a poner sobre la mesa los típicos tópicos que se achacan cada vez que hay oportunidad al pueblo andaluz. Etiquetas estas, que intentan describir nuestra actitud ante la vida y que vendrían a otorgarnos la categoría de personas contemplativas, indolentes y que rehusan el trabajo en cualquiera de sus formas, o lo que es lo mismo, somos gente vaga por naturaleza. Más allá de mitos de dudosa veracidad, podemos reflexionar en torno a la idea de lo andaluz y su relación con el mundo del trabajo en sus percepciones tanto externas como propias, más en estos días en que recibimos el menosprecio de los nos quieren “reconquistar” por un lado, y quienes nos dan lecciones de voto por el otro.
La formación del mito
Ya es conocida la derivación sobre las visiones idealizadas y mistificadas de los viajeros románticos del siglo XVIII y especialmente del XIX, que con el tiempo van a desembocar en una “pronta generalización de una Andalucía trivial y deforme, pintoresca y festiva” (Lopez Ontiveros, 1988 pag.35). Además de la imagen exótica por su orientalismo y del carácter ocioso que los europeos difundieron, donde no parece que existiera una intención peyorativa en aquellos escritos; los viajantes y burócratas de paso por Andalucía pusieron de relieve el retrato de las plazas llenas de hombres sin nada mejor que hacer, fomentaron la idea del desprecio al trabajo y el gusto por el esparcimiento, sin llegar a entender que aquellos hombres no mantenían sus manos desocupadas por gusto sino por la ausencia de trabajo en si, pues como indica Cazorla (1979) el ocio era propio del “señorito” y no del jornalero, para quien era más un lujo que una opción. Desde luego, esta perspectiva esconde una clara denigración al papel de la mujer que sí se mantenía realizando un trabajo diario, pero siempre invisibilizado, como si su labor de sostenimiento en el ámbito privado no tuviera conexión con la vida que se desarrollaba más allá de los hogares, como si no significara el desarrollo de un trabajo duro en si mismo, una cuestión que requiere, por si sola, un estudio con mayor detenimiento. Lo cierto es que esta amalgama de estigmas van a generar un poso en el imaginario colectivo para reforzar la idea el carácter indolente del andaluz, y que se va a exponer con mayor claridad ya en pleno siglo XX a través de la conocida obra de Ortega y Gasset (2008), donde expondrá su teoría del “ideal vegetativo” inherente a nuestra razón de ser. La fama del autor ayudó a la difusión de su escrito y con el paso de los años fue asentando este axioma, siempre forjado en torno a la construcción de lo andaluz como otredad, como una visión generada desde fuera que va a fomentar una mirada de extrañeza y rechazo hacia nuestras formas de vida. Entrados ya en otro milenio, vemos como estas aseveraciones tienen tal arraigo que no resulta raro encontrar incluso a políticos, ya sean catalanes o españoles, haciendo alusión a la supuesta vagancia, analfabetismo y carencia de carácter emprendedor de nuestro pueblo.
La ética del trabajo capitalista
Ahora, estas nuevas noticias en torno a la campaña de la aceituna, vuelve a poner sobre el foco esa desazón por el trabajo que parece afectarnos al conjunto de los andaluces. Otra vez relucen los mitos sobre una economía subvencionada, de una sociedad que se conforma con vivir con lo mínimo antes que enfrentarse al duro trabajo diario. Tendríamos que comprobar qué parte de razón pudiera existir en todo esto, pues no resultaría alejado de la realidad decir que albergamos en nuestra forma de entender la vida una animadversión al mundo del trabajo, pero precisamente al haberse construido este mito desde fuera, no se puede llegar a comprender la raíz de la cuestión y todo queda en una simple categoría que pretende restar valor a la identificación con lo andaluz. Pero la construcción de una cultura de rechazo al trabajo, se realiza bajo unas premisas bien distintas a las de la vagancia tantas veces aducida. El andaluz no se niega el trabajo ni se muestra contrario al mismo, pues el trabajo “es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Ha creado al propio hombre” (Engels, 1876). Pero en las sociedades capitalistas, el trabajo ya no existe como una forma natural de relación entre las personas, sino que se ha deshumanizado, convirtiéndose en trabajo enajenado (Marx, 1968). Por tanto, si el desarrollo del capitalismo en Andalucía le ha llevado a convertirse en un territorio subdesarrollado (Ocaña, 1978) (sin entrar a valorar los cómos y porqués que ya han sido suficientemente tratados en profundidad, ej. Moreno (1978a), Acosta, (1975) podemos entender que las condiciones en las que se dan las relaciones productivas se antojan más duras para el conjunto de su clase trabajadora y, es más, esa enajenación del trabajo que desliga al trabajador del producto, resultará más traumática en el ámbito del sector primario, que resulta tan importante y característico en la economía andaluza, debido a la conexión existente entre el obrero del campo y la tierra.
En las sociedades de producción capitalista, debido a la prominente moral protestante (no obstante la Reforma fue la primera gran campaña de la burguesía contra el feudalismo [Engels, 1969]) se fue creando una ética del trabajo que propugna la teoría de que el esfuerzo y el trabajo duro son premiados con una vida mejor, sólo las personas que no hayan trabajado lo suficiente, y no hayan sabido gestionar sus recursos, se verán abocadas al abismo de la pobreza y de una vida poco gratificante. En esta idea fue determinante la influencia de Weber (1979) quien defendió que “la sociedad capitalista de hoy en día favorece a quienes se sienten impulsados hacia el trabajo, contra la ética de clases de los trabajadores y sindicatos poco más o menos anarquistas” (pag. 109).
Una mirada propia sobre el trabajo y las expresiones de resistencia
Debido a esta cosmovisión creada en torno a las relaciones de producción capitalistas, se asume que el subdesarrollo andaluz se debe a nuestra supuesta mentalidad poco dada al trabajo y el esfuerzo. Sin embargo, como acertadamente definía Cazorla (1979), el trabajo en Andalucía viene marcado por su condición precaria, en consecuencia este:
“ha sido siempre duro, apenas si daba para salir adelante, cuando se le encontraba, y para colmo era inseguro, precario. El trabajo duro ha sido en Andalucía un signo de fracaso social y no de una cualidad de exito” (pag.124)
Así pues, es fácil entender que se desarrolle entre el pueblo andaluz una idea negativa del trabajo, y un ansia por librarse de este en su condición alienante. De este modo, lejos de una caracterización de holgazanería, el rechazo al trabajo se sitúa en un ámbito antisistémico, pues rechaza de plano todas las ideas que conforman el esqueleto ideológico del capitalismo para su aceptación social como un sistema valido y enriquecedor. Se crea una cultura del trabajo contrahegemónica, que ataca a las propias estructuras del sistema. Describía Gerald Brenan (1962) este hecho:
“Se ha dado una verdadera competición entre propietarios y braceros; los primeros, buscando el modo de pagar lo menos posible en jornales; los obreros, trabajando lo menos posible a su vez. Y sin embargo, los obreros andaluces, cuando se les da la oportunidad, son los trabajadores manuales más duros, y al mismo tiempo los más diestros de toda España...Pero habiendo como hay tantos de sus camaradas sin ocupación, es un punto de honor para ellos el trabajar lo menos posible. Y además, que se dan bien clara cuenta de hasta qué punto se les explota.” (pag.79)
Del mismo modo, el rechazo al trabajo lleva implícito el rechazo al fracaso social que trae consigo. Como explica Isidoro Moreno, la identidad andaluza viene determinada por dos cuestiones relacionadas entre sí, primeramente por la estructura económica, el propio desarrollo del capitalismo en Andalucía la coloca en una situación de subdesarrollo y dependencia. En consecuencia se van a generar formas específicas que se expresan como cultura popular. Uno de los ejemplos que pone sobre la mesa Moreno, es como esa situación de subdesarrollo andaluz estructural, desemboca en una respuesta de rechazo a la inferioridad, negando el propio andaluz a tener que situarse por debajo de nadie por su situación de pobreza y precariedad (Moreno, 2012). En este sentido podemos entender como las desfavorables condiciones laborales consecuentes con la forma estructural en que se aplica el capitalismo en Andalucía, provoca a su vez un rechazo a la aceptación de las mismas, rechazo a ese fracaso social inherentes a las formas de explotación sufridas. Así no puede considerarse como un negación al trabajo basado en la holgazanería, sino en un rechazo a las condiciones que este plantea.
La clásica conflictividad de la clase trabajadora andaluza, hunde sus raíces en estas cuestiones y de hecho es la muestra inequívoca de lo errado que se encuentran quienes esgrimen la manida tesis del andaluz indolente. Andalucía ha sido un foco de resistencias y lucha activa por sus derechos que, en el otro extremo, en ocasiones han sido explicadas de manera esencialista a través de un supuesto temperamento andaluz que, lejos de ser pasivo, resulta exaltado y espontaneo , como ha defendido Diaz del Moral (1973) quien entendía que “el obrero andaluz, entusiasta, idealista, inconsciente, desdeñará la mejora material inemediata, y aspirará en cada exaltación a conseguir en un momento el triunfo definitivo” (pag.25) achacándolo a estímulos sentimentales e ideales (no obstante reconoce la influencia de Ortega y Gasset en su obra) aunque quizas haya sido excesivamente criticado e incomprendido por estos posicionamientos (ej. Lopez Ontiveros (1984), Malefakis (1979 ) no hay que menospreciar que en su análisis se encuentra gran parte de verdad: ha sido el proceso histórico de cientos de años el que ha ido conformando un poso de identidad en la Andalucía popular, que se ha expresado en sus formas concretas de rechazo al status quo. Una de estas formas, la lucha de clases, ha prevalecido en el proceso de formación histórico de lo andaluz, y sin olvidar el peso que ha tenido el campo y sus luchas en el mismo, no podemos obviar que ha sido una constante en todos los sectores populares andaluces, es más, Calero (1979) afirma que la organización obrera a través de la I Internacional así como la conflictividad, fueron más intensas en los sectores urbanos, en gran medida debido al proceso de desindustrialización sufrido en Andalucía (bien descrito por Nadal (1999), y Acosta (1975). Por tanto, ha sido el conjunto de la sociedad andaluza la que se ha visto implicada en este proceso de formación de identidad.
La otredad andaluza como herramienta de dominación colonial
La susodicha faceta profundamente pasiva en el ser andaluz, la existencia perezosa sin más aspiración ni capacidades que sustentarse con lo mínimo exigible, en definitiva la construcción de la idea de lo andaluz como un relato de otredad, con la visión de la metrópoli de lo diferente y por tanto rechazable, es el resultado del “paso del estado de naturaleza al estado de cultura se define por la aptitud, por parte del hombre, de pensar en las relaciones biológicas bajo la forma de sistemas de oposiciones” (Levi-Strauss1981, pag. 181) es decir, que para que exista una representación de lo aceptable, esto es, la ética del trabajo capitalista, debe a su vez existir una oposición negativa, que vendría representada por la forma de vida andaluza. Esto ha servido de herramienta a quienes hoy día dominan las esferas de poder para domesticar el ideario del andaluz, para hacernos creer en la imposibilidad de salir adelante por nuestros propios medios, legitimando nuestra situación de subdesarrollo y dependencia (y que no casualmente se repite en otros territorios con similares formas de dominación como pueden ser Latinoamérica o Canarias). No en pocas ocasiones este discurso es aceptado por la propia población andaluza a pesar de la auto-negación que supone, no en vano son las ideas de la clase dominante las que prevalecen en que cada sociedad (Marx y Engels, 1974). Más aun si hablamos de pueblos con características de colonizado, entonces, el discurso dominante es asumido por el colonizado. Memmi (1969) nos relata este proceso:
“¿Cómo habría de reaccionar (el colonizado), confrontando constantemente con esta imagen de sí mismo, propuesta, impuesta tanto en las instituciones cuanto en todo contacto humano? Esa imagen no puede dejarlo indiferente como si estuviera como enchapado con ella desde el exterior, como si fuera un insulto que vuela con el viento. Termina por reconocerla, como si fuera un apodo aborrecido pero convertido en signo familiar. La acusación lo perturba, lo inquieta, tanto más cuanto que admira y teme a su poderoso acusador. ¿No tendrá éste un poco de razón? Murmura. ¿No seremos a pesar de todo nosotros un poco culpables? ¿Perezosos, dado que tenemos tantos desocupados? ¿Timoratos dado que nos dejamos oprimir? Ese retrato mítico y degradante, querido y difundido por el colonizador, termina por ser aceptado y vivido en cierta medida por el colonizado.” (pag.98)
Ante esta dialéctica hegeliana en la que el sujeto se reconoce a través de lo que proyecta el otro sujeto (Hegel, 1985) encontramos para el caso andaluz que se planteará una “tentativa de liberación” que resultará en el comentado marcador de identidad que refleja el rechazo al ser menos que nadie, a asumir la subyugación en este terreno. Aunque lo acepte internamente, no permitirá que exteriormente se reproduzca, desencadenando una contradicción que le llevará a la trinchera de la resistencia, a socavar este discurso de poder desde las diversas formas que determinan sus expresiones culturales propias. Un elemento tan popular como es el carnaval ha mostrado no en pocas ocasiones una autorepresentación dentro de esos clisés en forma caricaturesca, transformando el humor en una forma de resistencia. Al tomar estos estereotipos hasta el punto de representarlos muestra una alta interiorización de los mismos, pero si este mismo humor es aplicado desde el colonizador, la reacción será diferente, y se transformará en negación del mismo. Ambas formas son por tanto herramientas de liberación del mismo modo que lo han sido las diversas luchas por la tierra o las huelgas en la ciudad, y conforman parte del entramado de la identidad andaluza que, no en vano, ha sido descrita como “cultura de la opresión” (Moreno, 1978b) y yo añadiría “de la resistencia”.
Podemos discernir entonces, que el constructo histórico de lo andaluz, se ha basado en una oposición a las formas de explotación salvajes y deshumanizadoras que se han aplicado en nuestra tierra (ya sean el ámbito estructural como superestructural), y que entre ellas se encuentra la oposición al trabajo enajenado, a una relación con el ámbito laboral que nos denigra. Frente a la visión del trabajo asalariado como la esfera de valorización de la sociedad, hemos construido una nueva mirada que rechaza de plano el uso del ámbito laboral como un medio para dominarnos, apostando por vías alternativas para combatirlo a través de las resistencias y poniendo en valor otras formas de relacionarnos con el medio y con la sociedad en general. El trabajo constante y no reconocido de las mujeres; las manos rotas del jornalero; miles de andaluces emigrando para levantar con su trabajo otros países... son motivos más que suficientes para desterrar el mito. Nunca fuimos vagos, solo estamos buscando la forma de construirnos al margen de la imposición del mercado, eso incluye desechar el trabajo asalariado en condiciones de usura, como dijo el jornalero al cacique de turno “en mi hambre mando yo”.
Bibliografía
Acosta Sánchez, J. (1975) El desarrollo capitalista y la democracia en España: (aproximación metodológica). Dirosa. Barcelona
Brenan, G. (1962) El laberinto español. Ruedo Ibérico. Paris
Calero, A.M.ª (1979) El movimiento obrero en Andalucía. En VVAA Aproximación a la historia de Andalucía. Laia. Barcelona, pp. 279-298
Cazorla Pérez, J. (1979) Emigración y subdesarrollo: el contexto socio-político de un fenómeno actual. Agricultura y Sociedad, (11), pp.111-128
Diaz del Moral, J. (1973) Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Madrid. Alianza.
Engels, F. (1876) El papel del trabajo en la transformaci del mono en hombre. En https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
Engels, F. (1969) Del socialismo utópico, al socialismo científico. Ricardo Aguilera. Madrid
Hegel, G.W.F. (1985) Autoconciencia. La verdad de la certeza de si mismo. En Fenomenología del espíritu. Fondo de cultura económica España. Madrid, cap.IV pp. 107-132
Levi-Strauss, C. (1981) Las estructuras elementales de parentesco. Paidós. Barcelona
López Ontiveros, A. (1984) Acotación al pensamiento geográfico de Díaz del Moral. Revista de estudios andaluces, (2), pp. 31-46
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Malefakis, E. (1979) Economía, sociedad y política en la Andalucía del primer tercio del siglo xx. En VV.AA. Aproximación a la historia de Andalucía. Laia. Barcelona, pp 329-343
Marx, K. (1968) Manuscritos. Economía y filosofía. Alianza. Madrid
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Ortega y Gasset, J. (2008) Teoría de Andalucía. En Moreno, I. (coord.) La identidad cultural de Andalucía. Centro de estudios andaluces, pp. 105-113
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de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de
ideas valen más que trincheras de piedra. José Martí, Nuestra América.
El hecho es que la civilización llamada "europea", la civilización "occidental", tal como ha sidomoldeada por dos siglos de régimen burgués, es incapaz de resolver los dos principales problemas que su existencia ha originado: el problema del proletariado y el problema colonial.
Esta Europa citada ante el tribunal de la "razón" y ante el tribunal de la "conciencia", no puede justificarse; y se refugia cada vez más en una hipocresía aun más odiosa porque tiene cada vez menos probabilidades de engañar.Europa es indefendible." Aimé Césaire "Discurso sobre el colonialismo"
Quien escribe este artículo no es economista, ni esta relacionado académica o profesionalmente con la economía. Aún cuando la economía global constituya una de las asignaturas cuya curiosidad frecuenta. Sin embargo, sus juicios se basan en la más crasa empiria que es suficiente para develar las leyes tácitas que rigen el comercio internacional, esto es, la expoliación denominada eufemísticamente, “economía internacional; la que en virtud de geopolítica siniestra hace que algunos; de acuerdo con el gran Atahualpa Yupanqui: “hagan de trueno y sea para otros la lluvia”. Rectifico si no para develar; para comprobar sus nefastas consecuencias.
Concluido el tópico de la “humilitas”, vamos al caso: aquel que frecuente los supermercados europeos con el tiempo suficiente y el ojo avizor, notará perplejo que el colonialismo no solo ha constituido uno de los tantos y excesivos exabruptos eurocéntricos inflingidos al sur global y legitimado mediante oportunas narrativas filocoloniales, articuladas en categorías idealistas e idealizantes,, como la “civilización”, “la ciencia”, “el cristianismo”, “el liberalismo económico”, etc sino que además, dicho colonalismo, en la actualidad manifiesta una sencilla, poderosa y vesánica vigencia. Lo constata el análisis de los diversos productos que ofrecen distintas cadenas de supermercados en Madrid, Roma, Berlín o Londres.
Lo primero que asombra es la procedencia: la mayoría de productos sin considerar el rubro al que pertenecen son exóticos, esto es, su procedencia es extranjera. No sin casualidad, se comprueba que América Latina, Asia y África constituyen los puntos de partida, como antaño, en el siglo XVI, cuando los comerciantes sevillanos, en virtud del monopolio imperial, se enrriquecían con las materias primas americanas surtidas por los galeones, de la más heterogénea lista de delicadezas gastronómicas: ananás de Costa de Marfil, pimientos y espárragos de Perú, aceite de Marruecos, palmitos de Costa Rica; mejillones y atún chilenos; bananas de Ecuador, etc. Baste esta somera lista para refrendar lo anterior.
Los cuatro puntos cardinales expresan las cuatro direcciones a partir de las cuales el hemisferio norte recibe las primicias de los lugares más remotos. Tales productos son ofertados en envases exquisitamente diseñados, combinando la policromía con los logos más imaginativos y la visibilidad del obligado certificado de calidad; todo lo anterior en estricta relación con las prescripciones del marketing publicitario más vanguardista.
De este modo, contenido y continente resultan una oferta más que tentadora; casi imposible de rechazar, para el consumidor desprevenido que es tentado a la degustación durante cualquier época del año de los manjares más exóticos y exquisitos. Todo en el contexto de una gran superficie, donde ir de compras es un agradable y despreocupado paseo; acompañado de una música relajante. Contexto propicio para que el consumidor aparte su racionalidad al menos unos minutos y consuma sin complejos, sin conciencia y sin ningún obstáculo que lo prive de este sencillo acto que constituye el último eslabón irresponsable de la silenciada barbarie contemporánea.
Poco a poco, o mejor, más exactamente, en unos pocos minutos ese carro de la compra: emblema, pabellón, bandera o signo del expolio así como la obesidad endémica de niños y adultos en el hemisferio norte, tan endémica como lo es el hambre en el resto del globo, se llenará con lo superfluo y lo indecente. Y todo, ¡vaya sorpresa final!. Todo por un módico precio; o mejor, todo por un irrisorio precio. Porque lo que aturde la atención en segundo lugar; digo “aturde” por no emplear “avergüenza” es el precio final por el que se ofrecen los productos anteriores. Dado que si consideramos que todos estos productos han sido elaborados, envasados y transportado desde el confín del mundo hasta las mesas mejor servidas de cualquier metrópolis europea aun para un lego la conclusión necesaria, casi obvia es que el coste de todos estos productos es la gratuidad; o al menos el coste debe necesariamente limitar con la gratuidad ya que en caso contrario resultaría imposible ofertarlos, casi regalarlos, mediante un precio que ni siquiera en la economía individual más depauperada de un europeo actual es percibido ni siquiera como un pequeño gasto.
Es oportuno mencionar, a modo de ejemplo, el caso de una empresa española que se dedica a importar merluza capturada en el Atlántico sur; en aguas bajo soberanía argentina; que vende casi cuatro quilos de merluza: capturada, fileteada, congelada, envasada y transportada por la suma de 3, 50 euros. Sin embargo, esto no es todo: cuando la perplejidad examina con estupor el envase para verificar más datos, se encuentra con una segunda afrenta: la especie fue capturada mediante redes de arrastre; esto es, un sistema de captura que se encuentra prohibido en Europa por sus palmarias consecuencias ecocidas.
Otro ejemplo; en la circunstancia en la que la agresión imperial yanqui contra Venezuela alcanza su paroxismo en tanto la guerra económica contra el país se ensaña en desabastecerlo de los productos más básicos, comprobamos que la empresa INTERNATIONAL GRAINS & CEREAL, cito en Grenville, Carolina del Sur, fabrica P.A. N, esto es, la haria de maíz con la que en Venezuela se cocinan las arepas. La oferta en todos los supermercados españoles a 2, 00 euros la unidad.
Hoy no existe empresa europea que no haya deslocalizado su labor, diremos mejor, multinacional que no haya deslocalizado su producción por mezquino imperativo de la ganancia. “Globalización” la denomina el diccionario para comodidad eufemística del idioma y también de las apaciguadas conciencias. Contrariamente, hoy, frente a la histeria colectiva de los europeos antiinmigrantes que votan a partidos desenbozadamente nazis y claman al cielo por la “invasión” inmigratoria; nunca se ha escuchado a nadie tan enfáticamente pedir papeles para las grandes empresas; muy al contrario, para ellas se disuelven las fronteras y se cambia la ley de ser necesario; se maquillan sus acciones de degradación natural y humana en términos eufemísticos de progreso económico y prontamente se les tiende una alfombra roja, -irónico presagio- allí donde su apetito pantagruélico escoja para iniciar su oprobioso festín. Pues está en su organismo parásito y carroñero la necrófaga volición de alimentarse de la descomposición de sociedades y entornos físicos.
Finalmente, ante lo anterior, aún la opinión pública mundial debe escuchar, cautiva y atónita, lecciones de virtud cívica de estos títeres infames quienes en una audaz pirueta discursiva se erigen en detentadores mundiales del "copyright" de "la democracia", "el progreso" y demás subterfugios verbales cuya mera enunciación constituye ya una afrenta al más elemental sentido común de cualquier ciudadano. De nosotros depende impedir que esta infamia colonial prosiga.