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Turismo
Canarias tiene un límite
Hace veinte años que repetimos este lema en respuesta a diferentes hordas de proyectos urbanísticos que han comprometido a estas Islas, su medio natural y la comunidad. La diferencia entre una y otra campaña en la que hemos advertido de la finitud de nuestros recursos, es el grado de deterioro en el que se encuentra el territorio que está bajo amenaza. Estamos en el año 2024 y, a diferencia de 2018, hemos alcanzado la cifra de casi catorce millones de turistas anuales y hemos diseminado el colapso por todo el territorio. La consecuencia de este dislate es que el derecho a la vivienda es casi una utopía; hemos alcanzado temperaturas medias globales, así como olas de calor, que baten récords históricos; hemos empeorado en buena parte de los indicadores ambientales; y además, casi cualquier iniciativa de reconversión verde, como las energías renovables, al ponerse al servicio de las mismas entidades que han ocasionado todos los problemas, se convierten en otro factor depredador del poco territorio natural que nos queda. Lo repetiremos una vez más, frente al riesgo de que se acaben las oportunidades de salvarnos si siguen sin escucharnos: Canarias tiene un límite.
Porque cuando ponemos los bienes públicos, colectivos, inalienables, al servicio del libre mercado, lo que sucede es que comprometemos nuestra supervivencia. Acaparar cientos de metros cuadrados de territorio para construir infraestructuras, ya sean energéticas, portuarias, viales o turísticas, sin control, es liquidar espacios y recursos naturales indispensables para la vida. Y no nos sobran estos espacios porque vivimos en un territorio pequeño, acotado, y además rico en biodiversidad. En resumen, porque Canarias tiene un límite.
Estamos vendiendo nuestro suelo al mejor postor. Batimos récords en viviendas destinadas al alquiler vacacional, con una ratio de un 4,08% de alojamientos destinados a este fin frente al 1,29% del resto del Estado. Como consecuencia, la oferta de alquileres de larga duración es escasa e impagable. Las viviendas en venta, tanto las ya existentes como las de nueva planta, participan en un mercado internacional totalmente desregulado que impulsa los precios al alza y detrae los inmuebles de las manos de quienes los necesitan para vivir. Un bien que debería garantizar un derecho constitucional básico se sitúa en las manos de quienes lo usan como activo financiero o lugar de vacaciones al que sacar rentabilidad el resto del año. Para colmo, las nuevas y enormes promociones turísticas e inmobiliarias, concebidas como espacios de lujo –sinónimo de derroche y exclusión social-, del tipo de Cuna del Alma, en Tenerife, van dirigidas principalmente a atraer capitales foráneos. Y esos capitales quieren generar más y más capital, sin tenerle ningún apego al territorio y los seres que sufren las externalidades negativas que provoque el negocio. En consecuencia, nos estamos quedando sin espacio para vivir, porque, insistimos, Canarias tiene un límite.
Con el ansia desmedida por mercantilizarlo absolutamente todo estamos aprovechando hasta la crisis climática para hacer negocio. La crisis hídrica y el cambio climático se están convirtiendo en una estupenda oportunidad para justificar mega proyectos de energías renovables muy demandantes de suelo, como la central Chira-Soria, o mega huertos solares y campos de molinos eólicos propiedad del mismo oligopolio de siempre, así como nuevas desaladoras que aumentarán exponencialmente los requerimientos energéticos y los daños que ya le estamos ocasionando al mar. Todo menos ahorrar, evitar el derroche, decrecer en el consumo de bienes materiales, contener el requerimiento exacerbado de energía y agua. Pero estamos huyendo hacia adelante, porque como ya sabemos, Canarias tiene un límite.
Los espacios naturales están absolutamente colmatados de gente, de coches, de personas desaprensivas cuyo único interés es ganar fama en las redes sociales haciendo cualquier cosa, sin respeto y sin importar las consecuencias. La administración no dispone de personal suficiente siquiera para vigilar los parques nacionales, y mucho menos el resto del territorio. Encima, se niegan obstinadamente a cobrar una simple ecotasa a los millones de turistas que nos visitan. Nuestro medio natural está tan banalizado que, acceder a determinados espacios muy afamados ya resulta hasta grotesco. Pero ahí siguen intentando sobrevivir especies de flora y fauna únicas en el mundo, algunas de las cuales se encuentran en grave estado de amenaza, y otras han desaparecido irremediablemente. Especies como el guincho o águila pescadora y el chorlitejo patinegro, vinculadas a las zonas costeras, han sufrido una importante regresión en los últimos años. Dentro del mar, la situación es mucho peor, pues los estudios científicos nos hablan de que hemos perdido el 90 % de las especies que vivían en estas aguas hasta los años 70. Tenemos que exigir una regulación seria y valiente, porque Canarias tiene un límite.
La sociedad canaria ha convocado esta manifestación con vocación de que podamos expresar el enorme descontento que se vive en estas Islas. Aquí hay personas que, hace más veinte años, ya gritaban este lema que hemos repetido muchas veces. Y también algunas muchas que aún no habían nacido en esa época, pero que han heredado una tierra herida que se ven en la obligación de recuperar y preservar. Una enorme responsabilidad que no podrán asumir sin un sistema en el que prime la democracia y se obedezca al sentir popular. Y no habrá justificación democrática posible si se desoye la voz de tantas miles de personas que, previsiblemente, saldrán a la calle el 20 de abril para gritar que éste es el momento, que no permitiremos que Canarias llegue al límite.