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Biodiversidad
El tráfico de animales y la deforestación podrían causar la próxima pandemia
Proteger a la naturaleza puede evitar la aparición de más pandemias. La destrucción de bosques y hábitats o el tráfico de animales pueden acercar a los humanos enfermedades como el ébola, el VIH o el mismo coronavirus.
Entre sus capturas podría estar el germen de la próxima pandemia que hará temblar al mundo. Pero I. no tiene tiempo para pensar en eso. Debe concentrarse en el terreno. Esa es la única manera de hacer su trabajo. Ha anochecido, pero este hombre del norte de Uganda camina sin linternas, en silencio. Es un cazador furtivo, el peón de uno de los negocios más lucrativos de la actualidad: el comercio de animales salvajes. Su familia depende del dinero que ganará esta noche, una parte diminuta de los beneficios que los traficantes obtendrán en el mercado negro.
Todos los seres vivos del planeta conforman una red parecida a los mecanismos de defensa de nuestros cuerpos. Por eso, el doctor Andrew Cunningham, de la Sociedad Zoológica de Londres, compara el “rico mosaico de especies de los ecosistemas vírgenes” con “las bacterias de nuestro sistema digestivo”. Ese conglomerado de bacterias es la flora intestinal. Para que un microbio dañino se acomode dentro de nuestros cuerpos, primero debe ocupar el nicho de una de las bacterias que acumulamos. Cuantas más bacterias almacenemos en el intestino, tendremos menos posibilidades de enfermar.
Los seres vivos son una barrera contra los virus. Cuando los cazamos o destruimos sus hábitats, también debilitamos esos muros
Con los animales ocurre algo parecido. En los entornos prístinos, los patógenos —es decir, los microorganismos que desarrollan enfermedades— están repartidos entre los animales que los pueblan, sin crear asociaciones peligrosas para nuestra salud. Los seres vivos son, entonces, una barrera contra los virus. Cuando los cazamos o destruimos sus hábitats, también debilitamos esos muros: los humanos entramos en contacto con los patógenos que los animales escondían en sus organismos. El tráfico de animales silvestres y la deforestación, además de poner en peligro de extinción a especies de todo el mundo, acerca a los humanos virus mortales que sortean los avances en medicina, como el ébola, el VIH o el mismo coronavirus.
El origen del covid-19 aún es un misterio. Pero los científicos han encontrado pruebas que señalan a unos mamíferos silvestres y pequeños, de 12 a 15 kilogramos de peso: los murciélagos de herradura intermedios. El virus probablemente se desarrolló en el interior de esos animales, en alguna esquina del sureste de Asia. Después pudo introducirse en las personas a través de una especie intermedia, es decir, otro animal infectado por los murciélagos. Esa es la teoría más aceptada.
Quizás, el covid-19 penetró en los humanos por primera vez cuando alguien comió un pangolín infectado. En algunas regiones de China y Vietnam, la carne y las escamas de esos animales son preciadas por una mezcla del deseo de los consumidores de alardear de su riqueza y de supuestos beneficios a la salud.
Descubrir el germen de una enfermedad que se ha propagado tan ampliamente es una labor difícil: quizás nunca lo conoceremos, a pesar de los esfuerzos de los científicos. Pero todos los estudios coinciden en destacar su origen natural: se incubó en el interior de un animal silvestre. El covid-19 siguió una ruta parecida a la del VIH, que penetró en los humanos al manipular la carne de chimpancés infectados, o a la del ébola, que procede de ciertos murciélagos tropicales. Incluso si no se confirma la relación de los pangolines con el coronavirus, los profesionales de la salud tienen claro que comer animales salvajes, una costumbre habitual en países de todo el globo, es un hábito peligroso.
“Este tipo de enfermedades están brotando con mayor frecuencia en los últimos años como resultado de una invasión humana a los hábitats salvajes, y de un aumento del contacto y uso de los animales salvajes por parte de los humanos”
Según el doctor Cunningham, la aparición de una pandemia similar a la que ahora mismo golpea a todo el planeta era una catástrofe predecible: “Este tipo de enfermedades están brotando con mayor frecuencia en los últimos años como resultado de una invasión humana a los hábitats salvajes, y de un aumento del contacto y uso de los animales salvajes por parte de los humanos”, dijo a la BBC.
De 1990 al 2016 los humanos talamos 1,3 millones de km2 de bosques, un área dos veces más grande que la de España. O dicho otra manera: nuestro planeta pierde cada hora una superficie de bosques equivalente a la de mil estadios de fútbol. En el estudio más completo hasta la fecha sobre la biodiversidad global, Naciones Unidas alertó el año pasado que “al menos un millón de especies están en peligro de extinción debido a las acciones humanas”.
“Los humanos no paramos de destrozar las selvas, rompiendo su equilibrio”, dice Itsaso Vélez, la directora técnica del Centro de Rehabilitación de Primates de Lwiro (CRPL), desde la República Democrática del Congo. “Entonces, las enfermedades que estaban guardadas en su interior se escapan, por decirlo de una manera sencilla. Necesitamos cambiar nuestra relación con el planeta. En este momento, la conservación de la naturaleza es más importante que nunca”.
LOS PANGOLINES, LOS ANIMALES MÁS TRAFICADOS
Cuando comenzaron a indagar en el origen de la pandemia, los investigadores tenían muchas razones para sospechar de los pangolines. Además de descubrir en ellos un virus parecido al SARS-CoV-2, su demanda en Asia los ha transformado en los animales más traficados del mundo. Del 2014 al 2018 se incautaron cerca de 140 toneladas de escamas de pangolines en todo el mundo. Pero las organizaciones conservacionistas lamentan que, a pesar de su trabajo, solamente descubren un porcentaje minúsculo de los animales traficados.
Las ocho especies de pangolines están en peligro de extinción o son vulnerables a desparecer debido a este comercio ilegal. “Todavía nos queda mucho que descubrir sobre los pangolines. Cada una de sus características es singular: cómo se reproducen, cómo se alimentan…”, dice Lisa Hywood, la directora de la Fundación Tikki Hywood, una ONG que lucha contra el tráfico de animales. “¡Es terrorífico pensar que algunas especies podrían extinguirse antes de que conozcamos todo sobre ellas!”.
Los pangolines son unos mamíferos nocturnos y silenciosos, capaces de enroscarse sobre sí mismos cuando perciben un peligro, creando una bola acorazada por sus escamas. Esta armadura, única en el mundo animal, ha llamado la atención de los humanos durante siglos. En algunas regiones de China y Vietnam, las escamas se usan para disminuir el llanto de los niños o curar el estrés, la fiebre palúdica o la sordera, entre otras enfermedades. Después de machacarlas, los comerciantes las disponen en píldoras.
Presuntos traficantes propagaron el rumor de que un político vietnamita superó su cáncer después de consumirlos. Era un bulo. Pero funcionó
Sin embargo, su uso medicinal no tiene una base científica. Las escamas de los pangolines están compuestas de queratina, la misma sustancia con la que están formadas las uñas o el pelo de las personas. “Su demanda ha crecido muchísimo durante los últimos años”, dice Paul Thomson, miembro del grupo de expertos sobre pangolines de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). “El aumento del precio de las escamas ha causado que más y más traficantes estén interesados en este negocio”.
Ahora que las poblaciones de pangolines asiáticos escasean debido al furtivismo, los traficantes internacionales miran a África. En Uganda idearon una manera de cruzar miles de kilómetros, desde el interior de esa nación hasta las costas de Vietnam, con un tesoro ilícito valorado en 2,6 millones de dólares. Escondían el botín en el interior de troncos gigantescos. Las autoridades pensaban que esos traficantes únicamente transportaban madera hasta que un hombre anónimo confesó su método. De esta forma descubrieron cerca de cuatro toneladas de marfil y escamas de pangolines.
Desde entonces, Eagle Network, una ONG que investiga el contrabando de animales, colabora con el gobierno de Uganda para determinar el origen de los materiales incautados y analizar todos los documentos. Esa tarea implica tanto análisis en laboratorios como decenas de horas en un almacén sofocante, uniendo las piezas de un puzle enorme.
EL TRÁFICO DE ANIMALES, PASO A PASO
Los traficantes de animales diseñan redes enormes, que a menudo se despliegan en varios continentes. Sus bases suelen ser hombres sencillos, de manos callosas, que infringen las leyes para alimentar a sus familias. Ramiro Blancas, un guía de safaris especialista en el rastreo de animales, indica que la ausencia de oportunidades económicas en los alrededores de muchos espacios naturales de África y los salarios bajos de los guardabosques son “un caldo de cultivo para furtivos”.
Este reportero conoció a I., un cazador furtivo, cerca de un parque nacional del norte de Uganda. No podía parar: “Solamente lo dejaré si un accidente me impide andar”, dijo. “Necesito dinero”. Era un hombre joven: cerca de 30 años. Tenía dos hijos. En el interior de su hogar, una cabaña oscura, contó que sus abuelos comían pangolines y después tiraban las escamas. Ellos le enseñaron cómo capturar a esos animales. Poco a poco se habituó a caminar en silencio, a encontrar las madrigueras, a construir las trampas. Para atraparlos, usaba lazos. Con este negocio conseguía 40.000 a 50.000 chelines por cada pangolín, de 10 a 13 dólares.
El segundo escalón de las redes de tráfico de animales lo ocupan los intermediarios, hombres de negocios locales que transportan las escamas de pangolines u otros productos desde los pueblos hasta la capital. En Uganda, algunos usan los todoterrenos de las ONG porque los policías no suelen chequearlos, según un informe interno de Eagle Network. En las ciudades se reúnen con hombres asiáticos, que les entregan de 12 a 39 dólares por cada kilogramo de escamas de pangolines. Desconocen por qué quieren esas escamas. Muchos piensan que las usan para fabricar chalecos antibalas o amuletos.
En las estructuras de los traficantes participan guardabosques, policías, militares, empresarios, políticos, y transportistas, entre otros. Miles de personas comen, directa o indirectamente, de las mafias. Los cabecillas usan una parte de sus ingresos para mantenerse en las cúspides de estas pirámides. Y para protegerse. En el 80 % de los procesos judiciales que Eagle Network ha inspeccionado, los acusados intentaron sobornar a las autoridades a cambio de su libertad.
Según el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF), el comercio ilegal de animales genera de 7.000 millones a 23.000 millones de dólares cada año. Los mismos traficantes se encargan de estimular o mantener la demanda de sus productos. En ocasiones empiezan de cero. Ofir Drori, el director de Eagle Network, usa el ejemplo de los cuernos de rinocerontes. Hasta el 2006, solamente un país los había comerciado en masa: Yemen. Entonces, presuntos traficantes propagaron el rumor de que un político vietnamita superó su cáncer después de consumirlos. Era un bulo. Pero funcionó. El precio de los cuernos de rinoceronte en los mercados negros de Asia creció hasta rebasar los 60.000 dólares por kilogramo, un importe superior al del oro.
Mientras que en el 2007 los furtivos mataron a 60 rinocerontes en toda África, en el 2015 asesinaron al menos 1.349, según la ONG Save The Rhino. A causa de las cacerías, estos ungulados podrían desaparecer por completo. Para el doctor Jonathan Kingdon, uno de los mayores expertos en mamíferos africanos, el impacto del furtivismo es tan fuerte que la supervivencia de los rinocerontes depende, en la actualidad, de los santuarios donde los animales son estrechamente controlados por guardabosques armados.
Drori opina que, para eliminar el contrabando ilegal de animales, los países de todo el globo deberían combatir con más energía la corrupción, y garantizar la aplicación de las leyes para detener y procesar a los traficantes.
“Es cierto que debemos terminar con el tráfico de animales para protegernos de pandemias como el covid-19”, dice Drori. “Pero es triste que los humanos necesitemos ese tipo de excusas para defender a los animales. Cuando era pequeño, me enseñaron a amar a la naturaleza por su valor intrínseco. Esto ha cambiado. Ahora, en vez de conectar a los niños con esos valores, las escuelas les enseñan que cuidar a la naturaleza es conveniente para las personas. Estamos construyendo generaciones que nunca amarán la naturaleza. Solamente se preocuparán por ella cuando encuentren esos razonamientos prácticos”.
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Este es el nuevo colonialismo que afecta a las especies no humanas. La superstición médica y la ostentación de riqueza se mezclan en este comercio que convierte a los lócales en esquilmadores de su propio patrimonio natural para la plusvalía de una red de traficantes. Urge conminar a los gobiernos para que protejan esta riqueza natural y para que eviten el surgimiento de pandemias por invadir los espacios naturales originales.
Un poco de amor a la naturaleza nos protegerá de enfermedades.