Crisis climática
2022, el tiempo en que conocimos el infierno climático

Nunca antes la península Ibérica registró un verano meteorológico más cálido, una consecuencia más de una crisis climática que las naciones del mundo tampoco se han esmerado en atajar en este 2022.
Incendio Sierra de la Culebra 01_2022
Paisaje quemado tras e paso del fuego en la Sierra de la Culebra (Zamora). David F. Sabadell

Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com

28 dic 2022 06:01

Con el invierno recién llegado cuesta acordarse. O quizá no tanto con la Nochebuena a 24ºC en Alicante, con Granada registrando 27,9ºC en noviembre —récord histórico, por cierto— o tras leer la noticia que daba hace unos días la Agencia Vasca de Meteorología: ha sido el otoño más cálido de la historia en la Comunidad Autónoma Vasca. Lo cierto es que fue, por causa mayor, el tema omnipresente en un verano en el que se han batido varias marcas climáticas en la península Ibérica, con esa la triple ola de calor que dejó todo un rastro de fuego y sequía como hacía mucho no se vivía. Jamás, de hecho, si nos ceñimos a las temperaturas.

La crisis climática sigue su curso, tal como lleva años prediciendo la comunidad científica, pero este verano ha marcado un punto de inflexión claro en el imaginario hispánico. Hasta ahora no se hablaba de la cornisa cantábrica como “refugio climático”, y probablemente en la mente de mucha gente ha cambiado un chip que ha llegado para quedarse. Porque si ese infierno de verano ha sido “el más fresco del resto de tu vida”, como reza una frase que ya se ha hecho popular, la que se nos viene encima no es pequeña.

Ola perpetua

España vivió en 2022 su verano meteorológico —los meses de junio, julio y agosto— más cálido desde que hay registros, una anomalía media de +2,2ºC, 0,4ºC superior al anterior desbarajuste, señalaba la Agencia Española de Meteorología (Aemet). Junio registró la primera ola de calor, entre los días 11 y 18, siendo la más temprana desde que hay mediciones. Ese mes fue, además, el quinto mes más seco de la serie histórica que maneja la agencia, dando inicio a una sequía que rozó cifras de récord.

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Hasta el 20 de agosto se ha producido el peor verano de la historia en superficie quemada desde que hay registros. La precariedad de los bomberos forestales y la mala coordinación agravan una situación crítica marcada por los efectos del cambio climático.

Julio fue el mes del horror. “Su temperatura media fue la más alta registrada en España no solo en julio, sino en cualquier mes desde, al menos, 1961”, señalaba la Aemet en su balance del mes. Resaltaban además que la ola de calor que afectó a la Península y Baleares fue “la más importante desde que hay registros, pues se trató de la más intensa, la más extensa y la segunda más larga de la serie”.

Da igual que hubiese tres días de tregua entre las dos grandes olas. Fue un infierno continuado en la mayoría de la península de casi mes y medio

En total, fueron 18 días de infierno. Entre los días 9 y 26 el habitual horno en que se conviente la península llegó a proporciones bíblicas. Solo ha sido superado en la historia por el que se vivió en 2015 en número de días, pero su intensidad fue ampliamente mayor: la anomalía térmica estuvo 4,8ºC por encima de lo habitual, según los datos de la Aemet. Ni las Canarias se salvaron: registraron dos olas de calor, aunque en su caso más cortas.

La lluvia tampoco fue favorable: fue el tercer julio más seco, agravando una sequía que llegó a niveles cercanos al récord histórico en unos pantanos muy por debajo de lo habitual, lo que obligó a tomar medidas en decenas de localidades. Y para terminar, agosto siguió la misma tónica: se convirtió en el segundo más cálido de la historia, con una ola de calor entre el 30 de julio y el 15 de agosto. 

Crisis climática
Crisis climática La Aemet confirma que este verano ha sido el más caluroso de la historia
La temperatura media en España de los meses de junio, julio y agosto fue 2,2ºC por encima de lo normal. Es la cifra más alta desde que se comenzaron a tomar registros en 1961.

Da igual que hubiese tres días de tregua entre las dos grandes olas. Fue un infierno continuado en la mayoría de la península de casi mes y medio.

Un infierno con las llamas muy presentes. Porque —de nuevo—, los fuegos son lamentablemente habituales en el verano ibérico, pero hasta el 30 de agosto la península registró 63 grandes incendios —los que superan las 500 hectáreas calcinadas— según recogía el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS). Eso significa que vamos a acabar el año con más de 308.000 hectáreas quemadas, la mayor superficie desde el fatídico 1994.

Pese a los esfuerzos de algunas naciones, el conjunto de los dirigentes del planeta no vio en la COP27 —por lo que sea— una prioridad en ello. De ahí, hasta el calcinamiento final

Hay zonas cero, además, donde la situación llegó a proporciones distópicas. Que se lo digan a los habitantes de la provinca de Zamora: casi 60.000 hectáreas quemadas con ocho grandes incendios. Y la tendencia es global: la Unión Europea en su conjunto lamentará conseguir su récord de superficie calcinada este año. Por supuesto, España es el país que más aporta a esa cifra.

Eterno retorno

Que en la península Ibérica la crisis climática pegaría con más fuerza lo decían todos los informes científicos que han tratado el tema, pero el Homo sapiens a menudo no trabaja bien el largo plazo, sobre todo si supone tocar la economía. Así que cuando un problema golpea de lleno, lo hace de repente, y con fuerza. El tema es que ese problema va a más, y supone que no podamos salir a la calle. Tampoco para dar fuelle a esa economía fósil que causa, precisamente, el problema.

El principal foro global para atajar la crisis climática, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP), celebró en Egipto su 27ª edición con un reusltado que supuso más de lo mismo: compromisos altamente insuficientes, tímidos avances y los grandes países y lobbies contaminantes bloqueando consensos para arreglar este maltrecho planeta. Sí, se consiguió in extremis un fondo un gran fondo destinado a los países menos favorecidos para compensar las pérdidas por los desastres causados por la crisis climática, lo que no es moco de pavo en las arduas negociaciones de las COP, pero el aumento de la llamada ambición climática, lo que viene siendo tomar acciones para rebajar las emisiones y contener el aumento de la temperatura global, quedó de nuevo en suspenso. Pese a los esfuerzos de algunas naciones, el conjunto de los dirigentes del planeta no vio —por lo que sea— una prioridad en ello. De ahí, hasta el calcinamiento final.

Quienes sí ven en esto un problema acuciante son las filas que integran el movimiento por el clima. En 2022, desde luego, no frenaron sus protestas. Es más, añadieron un nuevo repertorio de fórmulas a estas, desafiando a la represión por la defensa de una idea que, de cumplirse, nos beneficiaría a todos, incluida la descendencia al completo de todos y cada uno de los magnates del petróleo y el gas fósil.

Los “ataques” a obras de arte —ninguna fue dañada, pues elegían blancos tan conocidos como bien protegidos; siempre han dejado claro que la intención es comunicativa, no echar a perder ningún tesoro artístico— se esparcieron por el mundo. El cristal que recubre La Gioconda recibió un tartazo en el Louvre; Los Girasoles de Van Gogh, una dosis de sopa de tomate; y en Madrid Las Majas de Goya vieron como jóvenes activistas se pegaban a sus marcos tras pintar el objetivo del maltrecho Acuerdo de París en la pared del Prado: 1,5ºC.

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Rebelión científica

La comunidad científica global también se sumó al clamor por la acción para frenar el desastre climático. La llamada Rebelión Científica, que celebró del 4 al 9 de abril una semana de desobediencia global, tiñó de rojo las escaleras del Congreso de los Diputados español para denunciar la inacción del Gobierno. La semana contó con cortes de carreteras protagonizados por personal científico y académico en múltiples países, así como acciones de protesta en empresas energéticas y automovilísticas, sectores señalados como la punta de lanza de un problema que afecta a todas las áreas de la economía global. Como denunciaba Nathaniel Rugh, científico medioambiental que participó en una protesta en el interior de un establecimiento de BMW, “todos aquí formamos parte de la comunidad científica y conocemos los datos de primera mano. Seguir diciendo públicamente que el reto de 1,5°C sigue vivo, ya no es defendible”.

Ni la Cumbres de los Océanos de julio ni la COP15 medioambiental de diciembre consiguieron sus objetivos: acuerdos vinculantes para proteger el 30% de los océanos y las tierras para 2030
Es tan poco defendible que en 2022 hemos visto como los desastres medioambientales globales han seguido creciendo en número e intensidad. Para finalizar el año, la ONG Christian Aid publicaba este 27 de diciembre su informe Contabilizando el coste de 2022: un año de crisis climática, en el que destacan las 20 más destructivas, que incluyen las diez con un coste en daños económicos superior a los 3.000 millones de dólares.
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Desastres ambientales Mil muertos y decenas de miles de desplazados en la distopía monzónica que atraviesa Pakistán
Las autoridades del país alertan del impacto que la emergencia climática está teniendo en forma de lluvias torrenciales. Casi medio millón de viviendas han sido destruidas por el paso de los monzones.

Hablamos de eventos del tamaño de las inundaciones de Pakistán, con más de 7 millones de desplazados y al menos 1.700 muertos en junio; el huracán Ian, con pérdidas de más de 100.000 millones de dólares en Cuba y Estados Unidos, o la propia ola de calor que se cebó con Europa en verano. Tampoco deja de lado eventos con un potencial catastrófico para el futuro si se siguen repitiéndo en clave de desestabilización climática y deshielo. Es el caso de las olas de calor registradas en ambos polos planetarios en marzo, con anomalías como la vivida en marzo en la Antártida, con valores 40 grados —sí, cuarenta— por encima de los habituales. 

De Lula al Mar Menor

No todo son catástrofes. El triunfo de la izquierda en Brasil —pese a la ya habitual puesta en duda de los resultados electorales que protagonizan insistentemente todos los descendientes ultras de la Alt Right y la filosofía QAnon, en Brasil personificada en Jair Bolsonaro— supone que el pulmón del planeta tendrá un respiro de las agresiones que la ultraderecha estaba permitiendo.

También en Europa ha habido triunfos desde el punto de vista medioambiental. Es el caso de la salida del Tratado de la Carta de Energía por parte de toda una cascada de naciones, una histórica reivindicación ecologista. España está entre ellas, en lo que supone un revés al lobby fósil, cuyas empresas ya no podrán denunciar ante tribunales privados a los Estados por pérdidas respecto a sus inversiones en las industrias más contaminantes.

Sin salir del territorio peninsular, 2022 fue también el primer año en que un entorno medioambiental altamente malogrado por la acción del Homo sapiens tendrá entidad jurídica en los sistemas judiciales humanos. La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) Salvar el Mar Menor superaba de largo las 500.000 firmas que necesitaba para que se tramitase en el Congreso, y su posterior aprobación daba lugar a que la mayor laguna salada de Europa, hoy contaminada y medio muerta tras décadas de acometidas contaminantes por parte de los humanos, tenga sus propios derechos. Tras el éxito de la iniciativa de Salvar el Mar Menor, cualquier persona podrá exigir responsabilidades por daños a este ecosistema, lo que podría suponer un antes y un después en un espacio que, año tras año, ve cómo sus aguas reciben demasiados químicos y fertilizantes de la agricultura intensiva imperante en la zona.

Mar Menor
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El Senado ha dado luz verde a la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) Salvar el Mar Menor: la laguna tendrá derechos propios, un paso importante para la defensa de este ecosistema ante una inacción política que se ha traducido en multitud de capítulos medioambientales dramáticos.

Del Donbás a la COP

Para ir cerrando, el repaso climático y medioambiental del 2022 no puede terminar sin hablar del terremoto energético que la Guerra de Ucrania ha supuesto para el mundo. Con un desbarajuste de la cadena de suministro global de materias primas como los derivados del girasol o el trigo, así como del petróleo y el gas, el incremento de los precios y la escasez ha tenido dos consecuencias clave en materia climática y medioambiental. Por un lado, la lucha contra la crisis climática global ha pasado en muchas ámbitos a un segundo plano, lo que sin duda ha influido poderosamente en los pobres resultados de la COP27. Por otro, la necesidad de los países europeos de reorganizar sus importaciones energéticas, si bien ha supuesto un espaldarazo y un aumento de la instalación de potencia energética renovable, ha multiplicado las inversiones en infraestructuras gasísticas, inversiones que gobierno e industria querrán amortizar, alargando el uso de este combustible fósil.

Energía
Crisis energética La guerra de Ucrania echa gasolina a la encrucijada fósil
El conflicto ha recrudecido una crisis energética que ya venía de antes con el estancamiento de la producción de combustibles fósiles. Aunque la industria gasística parece haberse reforzado a corto plazo, la guerra podría suponer un espaldarazo global para la aceleración de las energías renovables. Aun así, voces del sector alertan: sin decrecimiento no habrá estabilidad ni una verdadera lucha contra la crisis climática.

La apuesta hecha en su día por Alemania y otras naciones del centro y el este europeo por el gas ruso ha obligado a la construcción de plantas de regasificación de gas natural licuado, llegado ahora de Qatar y Estados Unidos por barco, y de toda una serie de interconexiones gasistas. En España, incluso se planteó resucitar el MidCat, el gasoducto que duplicaría la capacidad de envío de gas a Europa desde la península ibérica —tierras con exceso de regasificadoras y a las que llegan gasoductos del Magreb—.

Parece que finalmente no será así, aunque sí se ha aprobado un polémico hidroducto entre Barcelona y Marsella que en el futuro enviaría un hipotético hidrógeno renovable cuya producción limpia es hoy imposible, dada la falta de un excedente de electricidad renovable para su obtención. Las organizaciones ecologistas han puesto el foco en el nuevo plan, pues temen temen un respaldo a la industria del gas fósil detrás del plan supuestamente limpio.

Crisis energética
Estrategia energética No lo llame hidrógeno verde, llámelo gas fósil
La estrategia energética europea ha dado un vuelco con la guerra ruso-ucraniana. Aunque los objetivos de renovables se han incrementado, también aumenta el miedo a que la UE potencie infraestructuras gasistas enmascaradas como verdes y al servicio de una tecnología que hoy por hoy ni es limpia ni está desarrollada: el hidrógeno.

Las luchas por la defensa del Parque Nacional de Doñana o de la España vaciada contra las macrogranjas y los macroproyectos energéticos renovables son otras noticias que han tenido lugar en un 2022 en el que el mundo humano ha seguido caminando en dirección opuesta a la conservación de la casa común que supone el planeta Tierra. Ni siquiera la Cumbre de los Océanos de julio ni la COP15 medioambiental de diciembre consiguieron sus objetivos: acuerdos vinculantes para proteger el 30% de los océanos y las tierras para 2030.

Mientras tanto, España se volverá a cocer, la India volverá a inundar, Estados Unidos y Australia volverán a arder y los patrones climáticos seguirán desestabilizando la vida —y la forma de vida— de millones y millones no solo de personas, sino del resto de seres del planeta. Pinta que los movimientos que luchan por el clima y la biodiversidad seguirán teniendo trabajo en 2023. Estaremos pendientes.

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Max Montoya
Max Montoya
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«Julio fue el mes del horror». Ha sido el mes que con más claridad se ha visto lo que nos espera: fuego.

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