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Palestina
Parar un genocidio
En la película biográfica sobre la apasionante vida de Hannah Arendt se desarrolla uno de los diálogos más cautivantes jamás escritos en el cine. Una alumna cuestiona a Hannah la afirmación de que el holocausto nazi es un crimen contra la humanidad argumentando que la persecución fue exclusivamente contra los judíos. La brillante respuesta de esta filósofa es categórica: “los judíos son humanos y esa es la condición que los nazis intentaron negarles, por tanto, un crimen contra ellos es, por definición, un crimen contra la humanidad”. Y así, esta maravillosa profesora nos recuerda el principio más cardinal y más básico que debiera guiar cualquier pensamiento político: que los seres humanos somos sujetos frágiles destinados a vivir en comunidad y, por ello, la política no puede ser otra cosa que la gestión del bien común, de la res pública. Por eso, la violencia y el exterminio contra cualquier pueblo del planeta sólo pueden ser comprendidos como un crimen contra toda la humanidad.
Desde los tiempos de Aristóteles, pasando por Santo Tomás de Aquino y hasta llegar a la propia Arendt, nuestra civilización ha desarrollado un pensamiento político arraigado en siglos de filosofía. Este pensamiento está orientado a comprender y practicar la política como la gestión del bien común. A pesar del deliberado desprestigio actual de lo que entendemos por política, no puedo pensar en una labor más evolucionada ni más fundamental para la vida de todos los seres que habitamos este planeta.
La política, en su expresión más elevada y más certera, nos invita a comprender nuestra fragilidad y a construir espacios de debate y diálogo donde la escucha y el intercambio generen estructuras más compasivas de organización común; la política nos ha abierto hacia territorios cognitivos y emocionales que nos permitan comprender la singularidad y la sacralidad de todas las vidas humanas; y, la política nos ha enseñado a imaginar (y a desear) un mundo justo y sostenible donde, como reza el budismo, todos los seres de este planeta encuentren la paz.
¿En qué momento toda esta potencialidad humana para cimentar comunidades bondadosas y compasivas se nos fue al carajo? ¿Cuándo hemos consensuado que la única forma de relación posible entre sociedades es la violencia? ¿Cómo se ha expandido de manera tan furiosa y eficiente esta pedagogía de la crueldad? En otras palabras, ¿por qué, en nuestro tiempo, entendemos a la política como una de las actividades más execrables de la condición humana?
Sostengo que esta apuesta descarnada por desprestigiar la actividad política, por convencernos de que el único proyecto común posible es el odio y el “sálvese quien pueda” es una construcción narrativa e intersubjetiva cuyo propósito es producir y reproducir un sistema, desigual e injusto, que beneficia a los grupos de poder. Y así, al cultivar la rabia y el nihilismo en la sociedad se promueven opciones políticas cuyo proyecto es destruir cualquier opción de vida en común. Como ya dijo Margaret Thatcher, no hay sociedad, sólo individuos y familias.
El principio más cardinal y más básico que debiera guiar cualquier pensamiento político: que los seres humanos somos sujetos frágiles destinados a vivir en comunidad.
Desde el 8 de octubre estamos presenciando la masacre indiscriminada de personas y (especialmente) niños y niñas en Palestina; hemos observado a diario la destrucción de hospitales, escuelas, tiendas y universidades en una campaña de destrucción masiva de un pueblo, su cultura, gentes y esperanzas. Bajo la justificación de la lucha contra el terrorismo o la legítima defensa, se han cometido crímenes despiadados contra personas inocentes que huyen de las bombas y la muerte. Y además, todo esto acompañado por una censura brutal acompañada del perverso argumento de que cualquiera que ose alzar la voz contra este genocidio es un antisemita. Sin embargo, como explicó la filósofa Hannah Arendt hace más de setenta años, lo que estamos presenciando va más allá de un despliegue de violencia contra los palestinos; es un crimen contra la humanidad.
No se trata de tomar partido por algún bando ni de respaldar nuestra posición geopolítica. Lo que está ocurriendo va más allá de la defensa de intereses comerciales o de seguridad de los Estados occidentales y ricos. Esta situación trasciende los estrechos intereses partidistas que se anteponen a la vida de millones de personas palestinas. La confusión deliberada entre intereses y política tiene como objetivo desorientar las mentes y los corazones de quienes conformamos esta sociedad.
En este momento, estamos hablando de algo fundamental: la protección de la sacralidad de la vida de millones de personas que están siendo masacradas en este planeta. Es por eso por lo que los estudiantes están acampando en todo el mundo y millones de personas se están movilizando en la medida de sus pequeñas posibilidades. La defensa de la vida y los derechos humanos nunca, nunca debería haber sido parte de la contienda mezquina por el poder que, erróneamente, hoy llamamos política.
Palestina
Movilización universitaria Descubriendo la gratitud y la compasión: lecciones de nuestros estudiantes
Lo que buscamos es simple y radical: parar este genocidio. Queremos dejar de ver cómo las bombas asesinan a niños inocentes y necesitamos terminar con esta indiferencia fría y hostil frente al sufrimiento de los seres del planeta. En contraposición, como ciudadanos y ciudadanas, podemos exigir ya, el desarrollo de una verdadera Política orientada hacia otro mundo posible configurado bajo la compasión, la justicia y el amor.
Y, a pesar de todo, tengo la convicción de que este deseo de amor y compasión es común a la mayor parte de las personas que habitamos este planeta. Es un deseo que surge de la esperanza de cimentar un mundo mejor para nosotras, nuestras hijas y todos los seres que habitan este. Nosotros, como comunidad global, deseamos justicia para este crimen contra los palestinos, que no es más que un crimen contra la humanidad. Esto es algo simple y básico que nunca debería ser objeto de cuestionamiento por parte de ningún actor o individuo en este mundo: detener la violencia y la crueldad indiscriminada, y poner fin a un genocidio.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.