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Opinión
La Barcelona del 47 toma los cines
El pasado fin de semana la película española El 47 superó los 300.000 espectadores situándose entre las películas más taquilleras en lo que va de año. El film de Marcel Barrena basada en la historia real de Manolo Vital se sitúa como la primera en el ranking de las películas en Catalunya. El público ha abarrotado las salas en Barcelona y provincia desde su estreno, sobre todo, gracias a espectador sénior y ha desbancado a películas de mucho más presupuesto como la nueva entrega del Bitelchus de Tim Burton.
¿A qué se debe ese éxito? La película remueve y agita la memoria colectiva de varias generaciones y nos interpela sobre el momento actual del país. Toda mi familia y el entorno de amistades más cercano ha visto la película El boca a oreja ha funcionado como nunca. No conozco a nadie que no me haya dicho que El 47 le ha conmovido profundamente.
Fui a verla el fin de semana de su estreno sin demasiadas expectativas y ya me sorprendió encontrar la sala extrañamente llena. Me gustan casi todos los trabajos de Eduard Fernández y Clara Segura y conocía la historia del secuestro del 47 a través del testimonio de Javier Pérez Andújar. Aguanté las casi dos horas que dura la película con un nudo en la garganta que acabó de estallar en un caudal de emociones encontradas con la última escena. Salí de la sala con un mezcla de rabia y de orgullo. Sin duda la película me interpelaba, hablaba de mi, de nosotros.
En cierta manera, es la historia de mi familia, campesinos andaluces, del bando de los vencidos de la guerra, que vivieron la derrota, la postguerra del hambre, el trabajo duro, el silencio y la humillación y que tuvo una segunda oportunidad en los márgenes inhóspitos de la ciudad ajena condenados para siempre a ser los otros catalanes como nos bautizara Candel. Porque a pesar del relato hábilmente construido por el pujolismo durante décadas, nada fue fácil para ellos en la Barcelona de los sesenta. Lejos de esa Barcelona de acogida que se nos ha vendido, aquella generación, al igual que Manolo Vital y sus vecinos, tuvo que doblar las jornadas laborales con el trabajo en el barrio construyendo sus propias viviendas en muchos casos y peleando palmo a palmo cada conquista, el agua potable, la electricidad, el asfaltado, el ambulatorio, la escuela, el instituto, el metro cuadrado de zona verde arrancado a la especulación. No, nadie les regaló nunca nada.
Es también la historia de mi barrio y de mi ciudad, L’Hospitalet. En el personaje de Manolo Vital, Clara Segura y sus vecinos no me fue difícil reconocer a tanta gente de la que he aprendido tanto, héroes anónimos en sus barrios y en las fábricas en las que trabajaban como Mateo Revilla, Pura Fernández, Antonio García, Ana Díaz o Tomás Martínez y tantísimas otras personas que de manera anónima trabajaban cada día en sus centros de trabajo y en sus barrios para conquistar mejores condiciones de vida. Veo en el personaje de la Carme Vila, maravillosamente interpretado por Clara Segura a mi estimada Pilar Massana, catalana, de Solsona, trabajadora social y cristiana de base que llegó a Can Serra para implicarse a fondo en la alfabetización de aquella población migrada desde el resto de España y a Jaume Botey, sacerdote sin parroquia destinado en el barrio y profesor de religión del instituto, que se mezclaron con gentes de otras procedencias para soñar juntos un futuro mejor. No puedo dejar de ver en la película la pequeña y digna de La Barcelona del 47 toma los cines historia de la Casa de la Reconciliación en el barrio de Can Serra, simbólico nombre con el que se bautizó la parroquia más popular de Catalunya, construida por los vecinos donde igual se oficiaba la misa un domingo por la mañana que se reunía la agrupación clandestina del PSUC o acogía a los primeros objetores de conciencia de España. La lucha de Torre Baró es la lucha de Bellvitge, de Can Serra o de los bloques de La Florida pero también la de la Seat, Philips o la Indo. Es la lucha de Nou Barris y de la Pegaso o la Maquinsita. Esa es nuestra historia y esos somos nosotros, nuestros padres, sus hijos y sus nietos.
La película funciona, de principio a fin. Una historia maravillosamente defendida por las soberbias interpretaciones de su elenco de actores, con un Eduard Fernández y una Clara Segura estelares. No creo que deje indiferente a nadie. A los que nos gusta el cine, sabemos reconocer ese silencio de emociones contenidas que se respira en la sala cuando aparecen los créditos. Está muy bien contada y tiene por momentos un aire de western moderno y algún guiño al cine italiano de postguerra. Retrata bien el espíritu de aquellos años que coincide con lo que nos han contado nuestros mayores. Sin embargo, si pretende, como parece, hacer un homenaje a aquella generación que construyó la Barcelona en la que hoy vivimos, se queda a medias y tiene un punto tramposo. Es en ese sentido, un producto de nuestra modernidad tardía que elude los aspectos supuestamente incómodos. La historia de Manolo Vital es la historia de muchas personas anónimas que en nuestro país contribuyeron a construir la sociedad que hoy somos. Hay épica en ello, y en cada barrio obrero de nuestra geografía podríamos encontrar microhistorias parecidas detrás de mucha de las conquistas vecinales y laborales que hoy hemos llegado a normalizar. Pero haciendo honor a la historia y a la justicia, aquellas personas, aquellos hombres y aquellas mujeres no estaban solos, no eran acciones individuales más o menos heroicas, detrás de ellos existían organizaciones políticas, sindicales y sociales. Por ello, no se entiende la omisión plenamente consciente del PSUC, el partido de Manolo ni de CC OO, su sindicato.
En su descargo, es posible que Marcel Barrena, su director, y sus productores, pudieran argumentar que son detalles innecesarios para la historia que quieren contar, que no están haciendo un documental con todo el rigor histórico, si no una película basada en hechos reales y que aludir a organizaciones políticas o sindicales pudiera alejar al gran público de las salas. Me parecería un argumento insuficiente, porque el espíritu de lucha de aquellos años no se entiende sin aludir al partido, al PSUC en Catalunya, o al PCE en el resto del Estado ni a las Comisiones Obreras. Omitir cualquier referencia a ellos en la película me parece un ejercicio postmoderno que en aras de un apoliticismo inclusivo reescribe de manera torticera la historia. Eso es algo a lo que las comunistas nos hemos acostumbrado desde la transición a nuestros días, por cierto.
A pesar de ello, esa omisión no consigue quitarle ni un ápice de verdad a la historia porque los valores que sustentaron a aquel partido legendario que fue el PSUC están presentes a lo largo de toda la película
A pesar de ello, esa omisión no consigue quitarle ni un ápice de verdad a la historia porque los valores que sustentaron a aquel partido legendario que fue el PSUC están presentes a lo largo de toda la película, como su voluntad de construir una sociedad de un solo pueblo, que se refleja en el esfuerzo de Manolo por hablar catalán, un partido que supo aunar en su lucha la construción social y nacional de un país.
Por ese motivo, y recogiendo el espíritu pesuquero y su enorme generosidad, otro de los valores de aquel animal mítico que fue el partido de aquellos años, han sido muy pocas la voces que han destacado este hecho, ni la licencia del forzado homenaje a Pasqual Maragall, entendiendo, como hubiera hecho el partido de Gregorio López Raimundo, que lo importante es el mensaje inequívoco que lanza la película con gran éxito por cierto. Porque si el PSUC aspiró siempre a ser un partido de masas con una propuesta para toda Catalunya, Marcel Barrena y su equipo han conseguido que El 47 sea una película para el gran público contando una historia que versa sobre lucha clases en tiempos de producciones de historias pobres en proteína con efectos especiales y presupuestos mastodónticos. Una película cuyo mensaje consigue contradecir su propio final cuando la voz en off nos dice de manera tendenciosa que aquella lucha consiguió que Barcelona cambiara para siempre. Ahí Barrena se equivoca, porque la lucha de clases no ha concluido en la Barcelona de nuestros días donde la especulación salvaje impide el acceso de la mayoría a una vivienda digna. Cuando vuelven a aparecer barracas en nuestro paisaje postolímpico, la Barcelona del 47 vuelve a movilizarse, esperemos que no sea solamente para llenar los cines.