We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Fútbol a este lado
Bigger than life
Te tienes que ver ahí. Ser futbolista y decidir no ir a un Mundial. No porque tengas otros planes (¿cuáles mejor que ese a nivel profesional?), o porque te dejes llevar por los placeres de las noches, muy en plural, durante el último tramo de temporada previa al evento. No, no ir porque andas tocado por una realidad lejana pero con la que todavía te conecta la empatía. Boicotearlo. Y lo que es aún más complejo, organizar un boicot colectivo.
Una oportunidad así, única cada cuatro años, poder cantar el himno a pecho lleno, el travelling de la cámara llegando a tu altura y tú haciendo como que no la ves. Salir en los cromos que más se recuerdan, donde cada cara y corte de pelo es casi una época. Cuidado, marcar un gol, haber pensado alguna celebración para que luego se te olvide porque se te han echado encima todos tus compañeros. Convencerte a ti y convencerles a ellos de que boicotear un Mundial no solo es justo, sino logísticamente posible y que no tiene por qué arruinar tu carrera si tienes —que lo tienes porque ibas a ir una Copa del Mundo— talento.
Ya digo, no creo que sea fácil y lo último que haré aquí será sermonear con el agravante de la distancia. También pienso que, si no es ahora, no sé qué ha de pasar entonces para que un Mundial no esté por encima de todo. Estos días hemos sabido, tras una investigación de The Guardian, que más de 6.500 trabajadores han muerto desde que la FIFA concedió a Qatar la organización del Mundial de 2022. Se trata de migrantes originarios de India, Nepal, Bangladés, Pakistán y Sri Lanka, según las cifras que han aportado fuentes gubernamentales de esos mismos países.
Explotación laboral
Explotación laboral El Mundial de Qatar se cobra 6.500 vidas migrantes
Aunque no están desgranadas por ocupación, el estudio relaciona estas muertes con la preparación del mundial ya sea en forma de construcción de estadios, carreteras, aeropuertos u hoteles. La incidencia del covid-19 —250 decesos— es bajísima y quedan fuera de los números, además, potenciales muertes de trabajadores de otros países que también cuentan con representación en la mano de obra como Filipinas o Kenia. Varias de las bajas mortales están estrechamente ligadas a jornadas estivales a más de 40 grados de temperatura. De hecho, por primera vez en la historia tendremos un Mundial en invierno. Para la FIFA, en el verano catarí se puede estar uno diez horas en un andamio o soldando, pero no 90 minutos jugando al fútbol.
La historia oficial del fútbol, o más concretamente la de los Mundiales, nunca ha prestado atención a sus víctimas laborales
La historia oficial del fútbol, o más concretamente la de los Mundiales, nunca ha prestado atención a sus víctimas laborales. Algo paradójico cuando durante décadas fue un deporte nutrido, tanto en el césped como en grada, por personas de la clase trabajadora: hijos de cuencas mineras, de fábricas que alargan su existencia, de campos de trigo o de arroz y de favelas y villas sin agua ni botas, niños de canchas públicas, comedor de cole y padres con bar, por remontar el drama.
No hay un recuento claro de los accidentes mortales que han costado las construcciones de los estadios mundialistas desde que la competición empezó en 1930. Algunos de ellos, fruto de las puras ganas de meter la mano en el cajón del presupuesto por parte de directivos y mandatarios. Otros tantos, mamotretos ofensivos a la vista y unos cuantos más en estado de semiabandono tras el verano mundialista de marras.
Con perdón de Marcelino Camacho, y con el atenuante de desaboridos planos arquitectónicos, no siempre de las manos callosas de la clase obrera ha salido todo lo bello y útil que hay en el mundo. En España se remodelaron la mayoría de estadios —y se construyó entero el José Zorrilla de Valladolid— para un Mundial 82 que acabó diez días antes de que en este país hubiese una normativa sobre el amianto. Las notti magiche, las noches mágicas de Italia 90, fueron precedidas por 24 vidas perdidas, cinco de ellas cuando un techo se vino abajo durante las obras del Stadio della Favorita de Palermo. Brasil y Rusia, las últimas copas del mundo, dejan un saldo de ocho y 21 accidentes mortales, respectivamente.
El perro y Ricky Martin, Marilyn Manson en Aquellos maravillosos años, Bailey’s y Coca-Cola combinación mortal o si te tragas un chicle no lo digieres en siete años: aunque lo parezca no todas las leyendas urbanas tienen que ver con el pop y el estómago. Los Mundiales también tienen las suyas, no exentas dos de las más llamativas de una cierto aroma racistilla. A saber: la selección de India se clasificó para Brasil 50 pero no fue a jugar porque no les dejaban hacerlo descalzos, y Corea del Norte, para dar el campanazo eliminando a Italia en Inglaterra 66, empleó dos alineaciones completamente diferentes en cada tiempo aprovechando que ningún espectador occidental conseguía distinguirlos. Ahí queda eso.
Pero hay un tercero de estos mitos que tiene que ver precisamente con un boicot político que no fue tal, el de Johan Cruyff a Argentina 78. Todavía de vez en cuando se puede leer que el futbolista holandés no jugó aquel Mundial —cuyo epílogo fue Videla alzando la copa— como rechazo a la dictadura cívico-militar de los 30.000 desaparecidos. No fue por eso, sino para no dejar a su familia sola en Barcelona tras haber sufrido un intento de secuestro meses atrás, que el jugador no cruzó el Atlántico. Más lejanos quedan aún los —esta vez sí colectivos, gubernativos y verificables— repudios de las selecciones africanas por la falta de plazas para ese continente en Inglaterra 66 y la más conocida negativa de la URSS de jugarse un billete para Alemania 74 contra Chile en el Estadio Nacional de Santiago que servía ya de campo de concentración en los primeros meses del golpe de Pinochet y los Chicago Boys.
Cada aficionado sabe que la mayoría de esos chavales, para estar ahí corriendo por nuestra pantalla, han firmado un pacto con el diablo
Fantasear desde fuera con un hipotético boicot a Qatar 22 es fácil si nos olvidamos de un pequeño detalle. La guita, el mercado, el sistema. Basta pensar en los contratos publicitarios firmados por futbolistas de élite con grandes marcas, y hace no tantos años incluso con fondos de inversión que poseían en propiedad un alto porcentaje del deportista. Cada aficionado sabe que la mayoría de esos chavales, para estar ahí corriendo por nuestra pantalla, han firmado un pacto con el diablo. Es por eso que dejamos de admirarles cada vez más pronto. Nos alegra que rindan los de nuestro equipo. Sabemos que están de paso y besarse el escudo es una zalamería que dejó de colar hace tiempo. Nos figuramos que con ese colocón de competitividad no serían ni buenos compañeros en un trabajo “normal”. En verdad, alguien que ame este juego no puede ser en estos días otra cosa que anticapitalista. Y maldecir un Mundial y un negocio über alles, o por seguir con los barbarismos, que se cree cruel y literalmente bigger than life.
Relacionadas
Fútbol a este lado
Fútbol a este lado Bar Nostalgia
Fútbol a este lado
Fútbol a este lado Aquí nadie está solo
Fútbol a este lado
Fútbol a este lado Cromos del futuro
Señores redactores, no pinta nada una foto del estadio Santiago Bernabéu para ilustrar este artículo. Habrá cientos de fotos de los estadios del mundial de Qatar que son mucho más adecuadas, salvo que tengan alguna obsesión enfermiza con el Real Madrid.
Como si escribes un artículo del bombardeo de EEUU en Siria y pones la foto de La Casa Blanca en San Valentín... qué nivel por dios...
Correcto, pero al menos usad una imagen de un estadio de Qatar y no de las obras del Santiago Bernabéu, que se os ve venir
¿Futbolistas, perdón, millonarios comprometidos? Si acaso en primera regional.
La ministra de exteriores del gobierno más de izquierdas de la historia viajo este mes a Qatar para fortalecer las relaciones comerciales. Podéis seguir con el circo de la ley trans mientras el gobierno más feminista de la historia coquetea con la misoginia echa nación. Hipócritas