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Fútbol
Ignacio Pato: “Los estadios son catedrales banales muy parecidas a los centros comerciales”
Durante la entrevista, Ignacio Pato (Madrid, 1981) insiste en que el fútbol no se juega en el vacío y que se trata de un fenómeno que, como un espejo, refleja todas las caras de la sociedad, las que lucen bien y aquellas que convendría maquillar. También subraya otra noción que considera importante: el fútbol se ha independizado de su realidad, del contexto que le daba sentido, y navega con rumbo incierto hacia puertos desconocidos. Sí hay en ese trayecto alguna certeza, como que el llamado deporte rey ya no será lo que fue.
La conversación con Pato, colaborador habitual de El Salto, obedece a la publicación de su primer libro, Grada popular (Panenka, 2022), un “paseo emocional” por ocho ciudades —siete y los dos distritos de Vallecas en Madrid— en las que el fútbol se vive intensamente. En Liverpool, Atenas, Nápoles, Mostar, Marsella, Viena, Estambul y Vallecas se disfruta, se anima, se gana y se pierde según lo que ocurre en el césped, pero también fuera del estadio.
Pato propone una guía de viaje en la que la carretera para llegar a los destinos es el equipo de fútbol de la ciudad, parando en detalles históricos y anécdotas que acompañan el recorrido. Pero lo relevante del camino es la narración de la relación que establecen los vecinos con el equipo de sus amores y con las personas con las que comparten esa apasionada afición. Esos hinchas “ilustran aquí cómo un equipo de fútbol puede llegar a ser un refugio interior y a la vez una comunidad proyectada hacia el exterior, una fuente de autoestima colectiva, un conjuro casi anacrónico desde el punto de vista de un mundo que atomiza y hace reset continuo”, se lee en la introducción de un libro ameno al que su autor solo puso una condición: escribir sobre ciudades en las que hubiera estado, cuyas calles hubiera pateado y desde cuyas gradas hubiese visto rodar el balón. Y eso se nota.
¿Qué se puede aprender de estas ocho ciudades leyendo Grada popular?
Realmente es una mirada a ciertos espacios, personas, dinámicas, emociones que intentan no sé si tanto ir a la contra, como dice el subtítulo del libro, como oponer una cierta resistencia a los poderes —la gentrificación, los poderes económicos, la industria del fútbol, el capitalismo, la misoginia tan presente en las gradas— y sus dinámicas de destrozarlo todo. En corto, te diría que podemos aprender que no está todo perdido, que hay espacios de resistencia, ideas que trascienden ese territorio de las ideas y que pueden hacer, como la música en los conciertos, que te juntes con otras personas parecidas a ti, o no tanto, con las que puedas llevar a cabo acciones resistentes contra todo eso.
¿Y qué se puede aprender del fútbol a través de la visita leída a esas ciudades?
Principalmente, que el fútbol sin la gente no es nada. En el prólogo cito un poema de Tonino Guerra que cuando lo leí pensé que sus palabras sirven para tantas cosas… y una de ellas es el fútbol. Es la mirada del aficionado, de las personas, la que da sentido al fútbol. El fútbol a mí se me queda corto como deporte, industria, juego, es una mezcla de todas esas cosas. Es un exponente de la cultura popular del último siglo y medio como hay pocos. Me llama la atención que siempre se le llama deporte cuando realmente es mucho más, tiene más que ver con la música o la gastronomía, claramente consideradas cultura, que con el golf. Hace 30 o 40 años, el baloncesto sí le disputaba un poco esa hegemonía de representante cultural popular deportivo al fútbol pero ya no, ahora el fútbol es único en ese sentido.
Y lo que podemos aprender es que no importa dónde, en ciudades que aparentemente están lejos en contextos unas de otras hay grupos humanos grandes que se aferran a la idea de sus clubes, más allá de los colores o el escudo. Me parece interesante hablar de la idea de club, aunque suene un poco a Miguel Noguera [risas]. Esto se ve muy fácil en los clubes representados en el libro.
Antes mencionabas el subtítulo, “ocho aficiones que animan a la contra”. ¿A la contra de qué?
A la contra de los tiempos. Me cuestiono bastante hasta qué punto tenemos que seguir incidiendo en estar a la contra, porque eso nos puede condenar al gueto, al nicho, al purismo mal entendido, al gatekeeping, esto de que esto se quede aquí pequeñito para mí y unos cuantos porque si no se pierde toda la esencia… Hay una parte de esto que me da un poco de miedo, me aleja un poco de abrazar al 100% el eslogan de “odio eterno al fútbol moderno” porque puede ser una puerta de entrada muy fácil para esencialismos de tipo xenófobo o racista. ¿Cuál es la frontera entre querer cuidar lo tuyo, las esencias de tu club, la identidad, y querer que en tu equipo jueguen once de casa?, ¿quiénes serían esos once, son blancos que han nacido en determinado barrio donde se fundó el club? Esto me parece muy peligroso.
El subtexto más interesante de estar a la contra del fútbol moderno que encontré en estas aficiones y en la gente con la que hablé es que sin nombrar explícitamente el capitalismo sí hay un anclaje contra la alienación laboral, por ejemplo. Y esto no es de ahora, es una de las cosas más claras que ha tenido el fútbol en más de un siglo, el representar un punto de luz, casi de ilusión, en el fin de semana tras una dura semana laboral. Son pequeñas cosas que hacen que estas aficiones animen no sé si a la contra del sistema o del capitalismo, pero la emoción con la que siguen a sus equipos y a este deporte está cada vez más reñida con un deporte, un juego, una industria que está secuestrada claramente por las grandes empresas y las propias patronales del fútbol, que es lo que no dejan de ser las distintas federaciones.
Hace muchos años escuché a un aficionado del Barça decir que lo que quería era que en su equipo jueguen los mejores y que estos podrían ser perfectamente once futbolistas chinos que conociesen el club y hubiesen pasado por la cantera porque se han criado y viven en Barcelona. Me parece una respuesta interesante a eso que planteabas sobre conservar la identidad del club sin caer en esencialismos racistas.
Totalmente. Luego está que tú quieres que tu equipo gane. Javier Clemente me dijo una vez que el fútbol era una empresa en la que ganar es lo importante para que todos cobren. El elemento racista en el fútbol se entremezcla de una manera muy bestia con el clasismo. Es uno de los conflictos de la sociedad que refleja el fútbol más difíciles de atajar, por muchas campañas totalmente vacías de la UEFA y la FIFA contra el racismo.
El fútbol se ha blindado para las clases medias y medias-altas, se ha turistificado, hay muchos ejemplos palmarios de esto, de cómo se ha hecho una criba de clase con el precio de las entradas
¿En qué medida el fútbol contribuye a la conversión de las ciudades en centros comerciales?
Ya hace tiempo que el fútbol se vende como una experiencia, más que como ir a un partido. En Barcelona lo llevo viendo desde hace tiempo, te venden la experiencia Camp Nou. Ir al fútbol se convierte en una experiencia más cercana a consumir, a ir a un centro comercial un sábado, que a un acto que tiene que ver con un contexto. No es que el fútbol se haya independizado de la realidad sino que un partido en concreto se ha independizado. Ver un Barcelona-Getafe un sábado por la tarde en el Camp Nou es una experiencia muy parecida a ver un partido del Nápoles contra el Como o del Liverpool contra el Everton. El fútbol se ha homogeneizado desde finales de los años 80, desde todo lo que pasó a partir del mal llamado desastre de Hillsborough. El fútbol se ha blindado para las clases medias y medias-altas, se ha turistificado, hay muchos ejemplos palmarios de esto, de cómo se ha hecho una criba de clase con el precio de las entradas. Los estadios son catedrales banales muy parecidas a los centros comerciales. Y tengo la sensación de que estos están un poco de capa caída, que se ha pasado la fiebre de ir el sábado al centro comercial aunque se siga haciendo.
El fútbol en las ciudades grandes forma parte de ese paquete de turismo, pero también hace que ciudades de perfil medio, de provincias por ejemplo, quieran tener un equipo en primera o segunda división más por ese escaparate como marca de la ciudad que por tener a la gente contenta.
No debemos pedir al fútbol que sea vanguardia de nada, y mucho menos de cambios porque eso solo pasa en contextos muy concretos —las primaveras árabes hace diez años, por ejemplo, cuando el estadio era el único lugar en el que la gente se podía reunir—, pero sí acompaña a procesos sociales que suceden fuera del estadio. En ese sentido, el fútbol está homogeneizado, gentrificado, y a raíz de eso ha hecho que pierda la condición de memorable en el terreno de las emociones. Algunos estamos hartos de ver 800 Real Madrid-Bayern Munich, Barcelona-Chelsea o Atlético de Madrid-Milan. Y esto va muy en paralelo al hecho de que estás en el centro de Praga y hay Burger King, un Starbucks, y lo mismo en Singapur o en Lima. Incluso en tonterías: todas las porterías son iguales, todas las redes son iguales. Eso hace que los goles sean iguales, tengo la sensación de que este gol ya lo he visto. Y eso pasa con las ciudades: voy por Madrid y pienso que esta calle ya la he visto en Barcelona o en Londres.
Si la cárcel es como un gran vestuario, como dijo el futbolista Tomás Reñones tras pasar por la prisión de Alhaurín de la Torre condenado por el caso Malaya, ¿la ciudad sería como un gran estadio de fútbol?
Sí, claro. El estadio, al final, es un gran teatro y si la ciudad también es un gran teatro en el que estamos obligados a representar una función, que viene a ser trabajar, pues sí… Nunca hubiera pensado en darle la razón a Tomás en algo así pero sí [risas].
Nos han robado muchas cosas como los servicios públicos y cosas mucho más importantes que el fútbol, a veces parece que nos han robado el tiempo, el capitalismo nos ha robado la ilusión por vivir y, en algunas ciudades, también han robado el fútbol
¿Qué dice de una ciudad el hecho de que no tenga un estadio de fútbol?
Puede decir, por ejemplo, que se lo han robado. Nos han robado muchas cosas como los servicios públicos y cosas mucho más importantes que el fútbol, a veces parece que nos han robado el tiempo, el capitalismo nos ha robado la ilusión por vivir y, en algunas ciudades, también han robado el fútbol. No solo a un nivel metafórico —ya no reconozco este deporte, ya no me gusta, lo sigo viendo con la nariz tapada—, sino que en este país tenemos ejemplos concretos, ciudades como Salamanca o Logroño, de tamaño medio e importancia media en la historia del fútbol español, que les han robado el fútbol por gestiones negligentes.
Una ciudad puede ser perfectamente habitable y bonita sin un estadio de fútbol. El fútbol no es de unos pocos ni solo de la gente a la que le gusta, no es como cuando le dicen a una chavala que lleva una camiseta de los Ramones si se sabe alguna canción, que eso es una mierda. De hecho, es una de las pocas virtudes que, como colectivo, tiene el aficionado al fútbol, que no se pide carnés, la gente va al estadio y no pregunta al otro si sabe la alineación de hace 30 años. En una ciudad utópica mía firmo ahora mismo que no haya estadios de fútbol.
¿Se puede establecer una comparación entre la evolución del fútbol y la de las ciudades? En el sentido de que ambas van camino de ser algo muy diferente a lo que fueron, ambas han expulsado a la clase trabajadora de sus centros,...
Totalmente, hay bastantes paralelismos. Se ha expulsado de las ciudades y los estadios a la clase trabajadora, a las personas que menos facilidad económica tienen para permitirse un abono o una entrada. Se ha expulsado a las familias enteras de los estadios. Al igual que muchas veces viendo fotos no se distingue una ciudad de otra, también pasa con los estadios: sin los colores no distingues de qué equipo es.
En el fútbol se ha enfriado mucho lo que ocurre dentro mientras, a la vez, han tenido mucho auge todos estos programas en los que se habla de todo menos de fútbol, esas tertulias que son muy polémicas, calientes, espontáneas, una serie de adjetivos que son justo los contrarios a los que le podemos poner al juego, al deporte. Curiosamente hay mucha más pasión en muchos programas en los que no hablan de fútbol pero usan el fútbol como excusa, muchas veces parece que no les interesara lo que ha pasado en el campo, van con sus ideas…
Me parece interesante cómo se ha drenado la emoción bien entendida de los estadios, aunque por momentos parece que vuelve, que haya más permisividad. Se sentó a la gente, se eliminaron por seguridad manifestaciones dentro del estadio como pancartas, bengalas. Un estadio no deja de ser un espacio dentro de la ciudad, aunque sea privado, en el que parece que se suspende el tiempo y que no importa nada. Al tiempo que se ha eliminado de las ciudades la imprevisibilidad, con las ordenanzas cívicas de los últimos años en las grandes ciudades de este país con las que se intenta que en las vías públicas nada interfiera el tránsito de las personas hacia el siguiente consumo, el siguiente comercio, el restaurante, la terraza, no puedo evitar ver un paralelismo con lo que ha pasado en los campos de fútbol, no sé si por hartazgo del aficionado o por un relevo que no ha acabado de ser tal o también por las modas estéticas de los años 90 con las que me crié que ya venían de capa caída con respecto a los 80. Hay mucho que debatir sobre esa época, hay muchas cosas en las que se ha mejorado, eran espacios muy racistas, misóginos, fascistas, pero también eran espacios en los que había pasión y esa es una de las grandes contradicciones y lo que hace en parte que el aficionado de cierta edad mire a ese fútbol con nostalgia.
Uno de los interrogantes para los que no tengo respuesta es cómo va a evolucionar el fútbol en el terreno de la pasión, de la emoción, que me parece básico. El otro día veía a niños en Barcelona cambiando cromos del Mundial de Qatar, que aunque haya sido un mundial muy problemático, siendo suave, no deja de ser llamativo que estén cambiando cromos, que es una de las vías de entrada de la pasión por este deporte.
No soy especialmente optimista con que los aficionados más viejos podamos seguir manteniendo esa especie de ilusión de que el fútbol sigue siendo algo muy parecido a lo que hemos visto toda la vida
¿Hay brotes verdes en la dirección de revertir esa evolución del fútbol?
No sé qué decirte. Creo que pasa bastante por la gente más joven y me parece que ya venía ensanchándose el gap generacional entre quienes crecimos con el fútbol en los años 90 y quienes vienen detrás. El fútbol va perdiendo la condición de memorable, pero hay ejemplos como la final del Mundial, precisamente, que es uno de los mejores partidos que yo he visto nunca en televisión. Ese partido seguramente va a crear una semilla de aficionados, por supuesto en Argentina pero aquí también.
Me preocupa la crisis de la atención y del tiempo, después de las declaraciones de Florentino Pérez en las que dejó entrever que los partidos son muy largos. Desde el punto de vista empresarial, para un capitalista ultraliberal, el fútbol puede resultar difícil de monetizar. Lo que a Florentino Pérez no le renta puede no rentarle tampoco a un chaval de 15 años.
No soy especialmente optimista con que los aficionados más viejos podamos seguir manteniendo esa especie de ilusión de que el fútbol sigue siendo algo muy parecido a lo que hemos visto toda la vida. Podremos seguir más o menos cerca del fútbol, o de nuestro equipo, pero el futuro pasa por el relevo de la gente joven y la capacidad organizativa de los aficionados, es muy parecido al resto de la sociedad. El futuro a medio plazo del fútbol, igual que en otros temas más importantes, pasa por hasta qué punto se van a querer organizar los aficionados, o van a poder. Llevamos muchos años avanzando hacia un tipo de sociedad cada vez más atomizada en la que unirte a gente como tú, con los mismos problemas, es muy difícil y no pasa hasta que se dan situaciones límites. Y eso pasó en el fútbol cuando el descenso administrativo del Sevilla y el Celta en 1995 y la gente se echó a la calle. En Reino Unido hemos visto recientemente la respuesta a la creación de la Superliga europea, pero allí hay una cultura participativa mucho más fuerte que la que hay aquí.
¿Qué te parece lo de la Kings League?
Me parece una respuesta empresarial a la crisis de atención y de tiempo que, por otro lado, no solo tiene que ver con el trabajo, también la sufren chavales que aún no se han incorporado al mercado laboral. A nivel personal no me gusta porque no le cojo la gracia. Tiene mucho más que ver con la captación de un mercado que con el juego de llevar un balón con los pies a una portería, aunque sea sobre esto sobre lo que va la propuesta empresarial de algunas personas que son empresarios de sí mismos. Es también una respuesta a ciertas dinámicas del capitalismo que vivimos que ha detectado un target que, seguramente por la influencia de las redes sociales, necesita sentirse partícipe de un juego, en este caso un sucedáneo del fútbol. Una de las cosas que más me llaman la atención de la Kings League es que intenta acoger al espectador joven que igual se aburre viendo un partido de fútbol.
Una de las grandes lacras del fútbol es el papel de los padres en los campos en los que juegan los chicos, haciendo más de representantes que de padres
En una entrevista publicada esta semana, el director deportivo de Osasuna, Braulio Vázquez, decía que “es surrealista, pero los alevines ya tienen representante; los agentes te dicen que si esperan a infantiles ya no los cogen”.
En el fútbol de élite los clubes intentan fichar a los chavales que despuntan y también blindar el arquetipo de persona que luego nos encontramos diez años después. El representante modela una personalidad en base a un rédito económico. Qué vamos a esperar de chicos de 25 años que llevan más de la mitad de su vida escuchando que solo hay fútbol, que su vida es eso y nada más. Los futbolistas son futbolistas. No les pidas que tengan un posicionamiento político. Ninguno sabe de política. Pero sí que saben y sí que tienen posicionamientos políticos claros, que muchas veces tienen que ver con que saben que no queda bonito decir en público que creen que está mal que haya impuestos. Y eso ya te pone en un lugar político muy claro.
Una de las grandes lacras del fútbol es el papel de los padres en los campos en los que juegan los chicos, haciendo más de representantes que de padres. El fútbol simplemente está reflejando dinámicas muy enraizadas, sociales, económicas y de dominación.
En los últimos años se está viviendo un proceso de mayor atención mediática y profesionalización del fútbol femenino. ¿Crees que llevará la misma evolución que el fútbol masculino?
Una de las cosas que hemos visto es que los equipos que monopolizan la Champions League en el fútbol femenino son el Barcelona, el Lyon, equipos ingleses… El arreón de profesionalización del fútbol jugado por mujeres en el último lustro es un empuje muy sistémico: hay estrellas, con una distancia enorme entre una Verónica Boquete o Alexia Putellas y el resto, hay una apuesta empresarial. Pero también es muy buena noticia este auge, que no podría sostenerse solo por una apuesta empresarial, de hecho creo que esta va a rebufo de la potencia del feminismo en las calles, en el deporte, en la vida. Por supuesto que las mujeres, las chicas y las niñas pueden, quieren y deben jugar a este deporte. Es una aberración social a la que nos hemos acostumbrado que un deporte así, con tantas conexiones con lo social, con la historia, con la política, sea abrumadoramente un deporte de, por y para hombres, aunque no es así. Es un deporte de, por y para hombres en la historia oficial, tal y como se ha contado. Solo los muy futboleros, hombres, han podido conocer la historia del fútbol jugado por mujeres.
¿Qué queda por escribir sobre el fútbol?
Por escribir no lo sé, siempre pienso que falta una buena peli de fútbol. Se ha escrito bien de fútbol, sobre sus conexiones con la sociedad; lo que puede sentir un aficionado, como Nick Hornby; con el fútbol como metáfora como Eduardo Galeano o Vázquez Montalbán, Hernán Casciari. De nuevo, hombres. Igual falta un ensayo o una buena novela de una escritora que nos ponga las pilas en esta contradicción que asumimos, a veces dramáticamente a veces banalmente, los aficionados hombres con que sea un espacio tan aparentemente abierto pero luego tan cerrado en cuanto a dinámicas de género y lo fácil que es un cierre conservador de las cosas. La gran asignatura pendiente es el análisis de género en el fútbol entendido de una manera amplia, no solo desde el machismo y la misoginia sino también desde el análisis de la masculinidad que atraviesa todo el fútbol.
¿Te ha preocupado la cuestión de qué aportar mientras escribías el libro?
Sí, se escribe mucho, se crea mucho, se hacen muchas pelis, muchos podcasts, se tuitea mucho… Pero también porque se habla mucho, nos comunicamos mucho, cada vez es más fácil poder expresar algo. Me preocupaba mogollón no aportar. A la hora de escribir, mi mayor monstruo es pensar si esto no lo ha dicho ya antes alguien y lo ha dicho mejor. Lo que hay en el libro son reportajes intuitivos, que nadie busque una radiografía de las ciudades o de la historia o de los clubes o de las gradas. La literatura deportiva se basa mucho en el propio juego, y aquí no hay casi fútbol en el sentido de lo que ocurre en los 90 minutos. Quería evitar la frialdad, que ha dominado el acercamiento al fútbol, y también un exceso de sentimentalismo bien entendido que ya lo ha hecho Nick Hornby.
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Que entrevista más interesante y un análisis brillante sobre la conexión del futbol-negocio con la ciudad-negocio. Un libro muy apropiado para aportar una visión popular del deporte rey.