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Juventud
La condición juvenil
La juventud como condición y fenómeno general sobre un grupo de población es particularmente nuevo, antes confundir cierto periodo de desarrollo biológico con un grupo social homogéneo era, cuanto menos, un error. No existía una juventud para todos, pues el paso de los niños a la integración completa al modelo social y productivo estaba mediado por la clase. Pasaba que un joven burgués vivía una edad de “crisis metafísica” (como se llamaba en el siglo XIX), donde entraba en inquietudes sobre Dios, el alma, el amor, y las cuestiones fundamentales de la existencia humana. Mientras por la otra acera, se asomaba los trabajadores del metal que cumplían 15 o 16 años, ya puestos como engranajes de una máquina. ¿Qué sentido tiene para un obrero de 16 años, casado y con hijo en camino, un “amor de juventud” como el de Werther?
Hablar de la juventud como sujeto de reflexión en Latinoamérica en los años 30 habría sido una necedad, pues aquellos jóvenes (en su mayoría campesinos), ya inscritos en el mundo del deber, manejaban otros tiempos vitales. Y esta reflexión funciona de manera igual para los feudos del pasado. Pero lo dicho no excluye que hoy en día, en nuestros países, los niños y los jóvenes ingresen al trabajo o al desempleo, con la misma angustia que un adulto. Aunque esto lastimosamente sea para algunos, lo mismo que la fauna y la flora, parte del paisaje.
Hay demandas y tensiones contradictorias que inundan esta etapa de la vida llamada juventud, por ejemplo, la demanda por la independencia pero la necesidad de la seguridad económica del hogar
En el sentido de grupo biológico, al que se le asigna un determinado apartado simbólico, queda claro que jóvenes han existido siempre, tal como lo expresan desde los rituales de algunas tribus cuando sucede la primera menstruación o las fiestas que prepara la burguesía por los 15 años de alguna joven. Aunque solo como residuo en el segundo, los ritos de iniciación han jugado un papel en nuestra historia. La pregunta es ahora que el número de estudiantes jóvenes es superior al de jóvenes obreros, y que existe una condición de joven, qué es lo que le acontece a esta juventud.
El panorama es bastante claro para los reproches de la vejez, la liberalización sexual es su máximo apogeo, un consumismo desbocado, y la tensión constante que supone la disolución progresiva de la dependencia familiar. En el fondo la problemática tiene un punto sustancial, hay ahora un espacio de la vida donde se desajusta el tiempo biológico y el social, como bien anota Freud. Aunque un adolescente sea capaz de procrear a los 14 años de manera natural, no es ni bueno ni recomendable que lo haga, pues le falta tanto el dinero como la experiencia, dos atributos sociales. Hay demandas y tensiones contradictorias que inundan esta etapa de la vida, por ejemplo, la demanda por la independencia pero la tensión con la seguridad económica del hogar. La exigencia de autonomía por un lado, y la realidad de la dependencia por el otro, que siempre se configura en sentido de heteronomía.
Sin ir más allá, las relaciones de noviazgo son ejemplos esclarecedores: por un lado se le pide a la mujer que sea de una entrega apasionada, y una complicidad como amante, y por otro que cumpla el rol de madre. Que esté en la cama, pero que también esté en la cocina, en la lavadora, que sirva de contención frente a las pataletas, y casi que servir de canguro en algunos casos. Esta demanda, que donde se cumple una no se cumple la otra, es insatisfacible, una contradicción en los términos.
Pero esta liberación, o quizá abandono, de la autoridad, es también un motivo de crisis para quien lo vive. La negación de la norma y de la tradición, que viene de la mano con el conflicto con el padre real, a veces termina en algo peor, buscar uno en la política, la religión o cualquier otro ámbito. La búsqueda de certidumbre frente a las preguntas inquietantes, y las respuestas que sirven para todo. Se revive la tranquilidad de la ausencia de las preguntas, por una llave maestra que permite franquear el más mínimo sentido de inseguridad.
La cosa no mejora cuando se salta al otro extremo, igual de frecuente aquí, el del escepticismo cínico frente a la realidad. El nada me importa mientras no me toque (o no sepa que me está tocando). El narcisismo de creer estar por encima de cualquier discusión, y cualquier creencia de las demás personas a las que mira como borregos. Una sensación fuertemente potenciada por las drogas —englóbese el tabaco y el alcohol— que perpetúan un estado de distancia frente a la realidad. La creencia en la desobligación frente al mundo de los que se considera esclavos del deber.
No se encontrará otro grupo humano que, de manera tan ejemplar, realice en su práctica una crítica a la sociedad como lo es la juventud. He ahí el ladrillo de un futuro en donde no de miedo crecer
Lo verdaderamente crítico de este periodo es lo imposible que resulta conciliarse con el futuro, con la idea de terminar la formación y llegar a ser adulto. Y no sin justa razón, hay un miedo espantoso al vórtice, la falta de empleos que proporcionen seguridad, las crisis económicas que han azotado ya dos veces en estas dos décadas, y un desolador futuro de tercerización. La educación deja de ser una escalera social cuando los trabajos que crecen son de servidumbre, y salarios de hambre. Para colmo, el terreno sentimental, frente a un entorno que cada vez prima más los valores de mercado —competencia, arribismo, oportunismo-—es una completa inseguridad, una soledad galopante se extiende frente a jóvenes profundamente aislados. Hay también un deseo de aplazamiento de esa vida de sometimiento que espera, la de las ocho horas diarias y de vida sin más propósito que la subsistencia, cosa totalmente repudiable cuando no hace muchos años se abrazaban los sueños más salvajes.
Esta negativa a la norma, al futuro prometido, y a lo que se debería ser, es una crítica, aunque débil, plenamente correcta. Nada sería peor que afirmar este mundo como el mejor de los mundos. Pero para que esto tenga algún tipo de sentido hay que tener en cuenta, que si se afirma que no se puede construir un futuro diferente, es lo mismo que afirmar este presente como infinito, y que es lo eterno sino la repetición infinita de lo dado. Esta crisis, que también es apertura, es un horizonte. No se encontrará otro grupo humano que, de manera tan ejemplar, realice en su práctica una crítica a la sociedad como lo es la juventud. He ahí el ladrillo de un futuro en donde no de miedo crecer.