Migración
Navidades en el asentamiento de El Bosque

Invisibles, ignorados, sin derechos. Lejos de la familia. Con la tristeza a cuestas por la muerte de Ato y Esaadia en un incendio. Así celebran las fiestas navideñas en el asentamiento de El Bosque, en el municipio onubense de Lucena del Puerto. En medio del lodazal provocado por las recientes lluvias, se practica un ejemplo de tolerancia e integración entre religiones y nacionalidades.
Navidad asentamiento temporeros Lucena del Puerto Huelva 01
Un árbol de Navidad en la chabola de Cristopher en el asentamiento El Bosque, en Lucena del Puerto (Huelva) Pepa Suárez
30 dic 2021 11:18

12 de la mañana del 22 de diciembre. Llueve sobre el asentamiento de El Bosque, de Lucena del Puerto. Suena una canción de Bob Marley en una gran chabola de uso común. Los gatos ronronean en los viejos sofás cubiertos de mantas junto a los humanos.

Todos concentrados en sus móviles. No hay mucho trabajo en el campo en estas fechas. Daiana Mihaela suspira profundamente y, de pronto, se levanta, sale al exterior y vuelve con una rama de pino que ata al palo central que sujeta el techo de la chabola. “Voy a hacer un árbol de Navidad”, anuncia. “Si no fuera por mí, aquí no se haría nada”. Vuelve a salir para traer más ramas. A la mujer rumana se le une Bouchra, una muchacha marroquí. El trajín despierta la atención del resto. Todos se levantan entusiasmados y, sin mediar palabra, rebuscan aquí y allá. Aparecen las guirnaldas. Y las cadenas de iluminación intermitentes. El árbol queda listo. Todos quieren hacerse una foto junto a él. También se comprará pará cordero para comer.

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Daiana, Cristopher y Christian terminan de adornar un árbol de navidad Pepa Suárez

El Bosque es uno de los pocos asentamientos en la provincia de Huelva con mayoría cristiana. Sus habitantes proceden de Ghana, Rumanía y, también, Marruecos; y todos tienen cabida en la comida de la fiesta navideña.  Cristopher, un muchacho ghanés que vive en el asentamiento, ha comprado este año el cordero para todos sus vecinos: “Si hay musulmanes entre nosotros, son ellos quienes despedazan al animal porque así podemos comer todos, cristianos y musulmanes”. Y así fue. Día 25. 10 de la mañana. En una chabola a medio construir, Mohamed, musulmán y de nacionalidad marroquí, despedaza al animal por el rito prescrito en el Islam. El trajín es frenético. Unos buscan agua, otros cuchillos adecuados, otros limpian con esmero la zona donde se colocarán las presas ya cortadas. Pero solo Mohamed trabaja la pieza. Los perros miran atónitos desde la puerta. Fuera llueve con rabia. El asentamiento se transforma en un barrizal.       

Esa integración natural viene dada por la propia composición de la sociedad ghanesa. Según la Oficina de Información Diplomática de Ghana, el número de cristianos ronda el 70%, de los cuales, un 15% son católicos. El 20% son musulmanes. “Dentro de la misma familia hay musulmanes y cristianos, por eso, hay que respetar sus tradiciones. Pero también hay que tener en cuenta la religión de los vecinos porque todos vienen a comer a casa. Entonces, los animales, sean gallinas, corderos o cabras, los sacrifica casi siempre un musulmán”, comenta Richard, un ghanés que vive en el asentamiento hace seis años. Una gran parte de las personas migrantes que viven en los asentamientos de Huelva proceden de Malí y Senegal, países que profesan la religión musulmana en más de un 90%. Los cristianos proceden principalmente de Ghana y Nigeria.   

Pero estas Navidades son especialmente tristes en El Bosque. El fuego, tan presente en los asentamientos, se llevó por delante la vida de Ato y su compañera Esaadia el pasado 19 de mayo. “Ato y yo compramos comida para toda la gente las navidades pasadas. Pusimos dinero en común y fuimos a comprar al pueblo y organizamos una gran fiesta en su chabola. Lo pasamos muy bien”. Quien habla es Daiana Mihaela Jordachescu, una de las personas que mejor conoce el asentamiento, donde vive hace once años. Paqui Mena, una española a la que la pandemia obligó a vivir en el asentamiento porque no podía seguir pagando el alquiler, también recuerda esa fiesta del 31 del año pasado: “Compré champán, uvas y polvorones. Ato hizo brochetas de pollo. Fue muy divertido”. Pero Daiana no para de nombrar a Ato. Fue su vecino durante ocho años. Todo le recuerda a él. Enciende una vela, se la dedica. “Mis primeras navidades sin Ato”. Fue una persona especial, muy querido. Representaba al asentamiento como “alcalde”, una figura muy respetada entre los migrantes. “Ayudaba a todo el mundo, si no tenías dinero él te lo prestaba o te daba comida”, añade Daiana con orgullo.

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Daiana Mihaela conversa dentro de su chabola Pepa Suárez

Al duelo por la trágica pérdida de dos personas se une el dolor de estar lejos de la familia. En la mayoría de los casos llevan años sin ver a sus padres, a sus hijos e hijas, a sus esposas o maridos. La ausencia de documentación en regla los aleja de la esperanza de un cercano reencuentro. Blessing Christo es nigeriana. Vive en un asentamiento situado junto al Bosque también de mayoría católica. “¿Navidad?”, pregunta con sorpresa. “A mí la Navidad no me importa. No estoy con mi familia y no tengo nada que celebrar”. Blessing tiene una hija de siete años a la que no ve desde que llegó a España hace cuatro. “Estoy muy triste, mi niña está en África y yo aquí”. Pero su cara se ilumina cuando habla de la alegría que inunda las calles de los pueblos de Nigeria en Navidad, de las comidas que preparan, de la ropa que estrenan. “Creo que algún día me voy a encontrar con mi familia otra vez”, es el sueño más extendido.

Mientras se hace realidad, Richard procura adaptarse: “Aquí no tenemos a nadie, pero todos somos como una gran familia, somos paisanos, hablamos el mismo idioma, tenemos las mismas costumbres. Es como si nuestra familia estuviera aquí”. Este ghanés lleva once años en España y seis en el Bosque. Tiene papeles y ha podido volver a su país a visitar a su familia en alguna ocasión: “En estos días tenemos que enviar un poquito de dinero a nuestras familias para que puedan celebrar las fiestas”. Charlie también es de nacionalidad ghanesa y lleva poco tiempo en el asentamiento: “Aquí no podemos celebrar la Navidad, no está nuestra familia y no tenemos papeles, no tenemos nada, no somos nada”. Sin embargo, el comentario provoca una carcajada en los compañeros.    

El síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple es un cuadro de duelo debido a las condiciones adversas en las que viven provocado por la soledad, la exclusión, el miedo y la indefensión

Pero no es fácil sobrellevar el desgarro de la separación. Emma González, responsable de Huelva Acoge, explica que hace unos años organizaron un desayuno compartido con personas migrantes musulmanas y católicas, una especie de actividad para entender cómo celebraban sus fiestas religiosas lejos de sus países. Todas, sin distinción de credo, resaltaban el sentimiento de soledad, el malestar psicológico que les producía la lejanía de la familia y, para salvarlo, intentaban cubrir ese vacío, de alguna manera, reuniéndose con personas de la misma nacionalidad. Pero no resulta fácil sobrellevar ese desgarro cuando el único lazo con la familia es un teléfono. El cuadro psicológico que padecen las personas migrantes fue descrito en 2002 por el doctor Joseba Achotegui. El síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple no es un trastorno mental, es un cuadro de duelo debido a las condiciones adversas en las que viven provocado por la soledad, la exclusión, el miedo y la indefensión. También se le conoce como Síndrome de Ulises. 

Islam
Vivir el Ramadán en los asentamientos de Huelva
A pesar de ser considerado un mes sagrado de purificación espiritual y corporal, las trabajadoras y trabajadores musulmanes que viven en los asentamientos de chabolas practican el ayuno en condiciones muy difíciles.

Por otra parte, los recortes en presupuesto de las ONG, y la sexta ola de covid en alza, han paralizado, en parte, los repartos de comida no perecedera. Sin embargo, las necesidades en este momento del año son importante debido a la falta de oferta de trabajo en el campo por la baja actividad en las labores agrícolas.    

Richard cuenta que la Navidad en Ghana significa alegría. Todo el mundo va de casa en casa cantando a comer y a beber. Visten con las mejores galas. Las calles se llenan de gente y de niñas y niños cantando canciones de Navidad. Las iglesias y las casas se adornan. Se hace sopa okra, arroz y fufú, una masa elaborada a base de yuca y plátano. “Es una gran fiesta”, resume Richard. Antes del año nuevo deben ir a la iglesia a limpiar sus pecados ¿Y aquí, van a la iglesia? “No, queda muy lejos”, añade Richard. Todo queda lejos de los asentamientos. Es como si existiera un muro de acero que separa a las personas migrantes del resto del universo, una barrera insalvable. Ni la iglesia se acerca a ofrecer los sacramentos propios del credo, ni ellos a la iglesia. Pero el asentamiento tuvo la suya propia, una chabola grande con una cruz y bancos a modo de centro multifuncional donde también se impartía clases de español, pero el último incendio se la llevó por delante. No obstante, la función de iglesia duró poco por el desacuerdo con las autoridades eclesiásticas que, en un principio, apoyaron la idea. La cruz fue el único símbolo en pie de aquel proyecto, que también fue denunciado como construcción ilegal en monte público. De la misma manera, el alcalde de Lucena del Puerto mandó retirar las cinco placas solares que la revista solidaria del Reino Unido Ethical Consumer donó al asentamiento Las Chaparrillas para cargar los móviles. Todas son adversidades en los asentamientos.  

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Fatema prepara el cuscús en su chabola Pepa Suárez

Daiana olvida por un momento el recuerdo amargo de la muerte de Ato cuando describe sus vivencias infantiles en las fiestas navideñas rumanas. Recuerda las poesías y canciones en las puertas de las casas de los vecinos, los saquitos de dulces que recibían a cambio, las caritas infantiles rojas del frio y llenos de vida y salud, la estrella hecha de papel que iluminaban con una vela, los paseos en trineo por la nieve, el cerdo que mataban sus abuelos. El olor de la casa a Sarmale —plato típico rumano hecho a base de hojas de col rellenas de carne picada—. “Después me casé y yo me quedaba en casa haciendo la comida y era mi hija quien iba a las puertas de las casas a cantar”. Subraya la idea de la importancia del calor de la familia. Al poco, Daiana nombra a Ato. Y habla del empadronamiento al que tiene derecho en la chabola donde vive y el Ayuntamiento de Lucena del Puerto le niega: “No tengo 400 euros para comprar un certificado”. Daiana se refiere a la necesidad de empadronarse en un domicilio donde no se vive a cambio de dinero. 

Una vez descuartizado el cordero, Cristopher lleva unas piezas de carne a Fatema, su vecina marroquí. Le pide que cocine un cuscús, también le trae algunas verduras. Pero Fatema protesta: “Cristopher no sabe, estas verduras no son para el cuscús; necesito zanahorias, cebollas, calabacín, calabaza y garbanzos”. El muchacho sale de la chabola y al rato vuelve con todo lo que pidió Fatema. A la caída del sol deja de llover. El cuscús está listo y las piezas del cordero, fritas.

En el asentamiento faltan muchas personas que se desplazaron a la recogida de la aceituna en Jaén. Tampoco participa Kofi Ahiable, un ghanés cristiano que no celebra la Navidad por ser testigo de Jehová. El resto se reúne en la chabola grande de Cristopher para comer. También vienen del asentamiento cercano. Nadie pregunta por la creencia del otro. Tampoco importa el color de la piel. Es un ejemplo de tolerancia y apoyo mutuo para una sociedad donde resurgen los discursos de odio, el rechazo al diferente y la islamofobia. Pero nos empeñamos en ignorarlos... y en crear muros invisibles.

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