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Racismo
Moha Gerehou: “La supervivencia contra el racismo siempre ha sido una cuestión de micropolíticas, de cuidados”
El periodista Moha Gerehou (Huesca, 1992) se toma muy en serio la lucha contra el racismo. Lo hace desde su cotidianeidad, lo hace desde el activismo —con su trabajo durante años en SOS Racismo—, lo pone en práctica cada día desde sus redes sociales, y durante un lustro se ha encomendado a ello desde Eldiario.es, Ahora aporta también a la lucha antirracista su primer libro, Qué hace un negro como tú en un sitio como este (Península, 2021).
Hay dos fechas relevantes en esta historia: el año 1987, cuando el padre de este oscense negro deja su Gambia natal para empezar otra vida en Aragón. Gerehou resalta cómo este también es el año en el la escritora ghanesa Ama Ata Aidoo dejó dicho para la posteridad en una entrevista: “Desde que nos encontramos hace quinientos años, míranos. Os hemos dado todo y os lo seguís llevando. ¿Dónde estaría el mundo occidental sin África”. Y, por último, una fecha trágica para el panafricanismo: en 1987 asesinaron al revolucionario de Thomas Sankara.
Solo cinco años después nacerá Gerehou, en el 92, año de las Olimpiadas o de la Expo, pero también el año en el que asesinaron a Lucrecia Pérez. Entre estas fechas el periodista reflexiona sobre la importancia de recuperar las razones de quienes, como su padre, migraron y siguen migrando, exponer el contexto de expolio que aún atenaza al continente, y abordar el antirracismo como un movimiento que tiene como fin proteger la vida.
Hay en tu libro un afán divulgativo, algo que, de hecho, ya estaba presente en tus artículos, ¿por qué dar este paso?
Creo que tenemos que contarnos, contar nuestras realidades. Vivimos en un sistema que está diseñado para que las vidas negras, las vidas de las personas racializadas, no se cuenten, no importen, se excluyan. Estamos siempre en los márgenes. Con este libro trato de poner el antirracismo en el centro, la vida de las personas racializadas y migrantes en el centro.
La historia de un chaval que es negro que ha nacido en Huesca puede servir para poner la historia en el centro y para hablar de cosas que tienen mucha profundidad y un impacto sobre las vidas de la gente
Siempre cuento que decir que soy un chico de Huesca, contar la historia de un chico negro que ha nacido en Huesca no tiene glamur, pero justamente creo que esa es la esencia, la historia de un chaval que es negro que ha nacido en Huesca puede servir para poner la historia en el centro y para hablar de cosas que tienen mucha profundidad y un impacto sobre las vidas de la gente.
Que lo personal es político ya lo decían las feministas y lo están poniendo en práctica las personas antirracistas, ¿cuál es la importancia de relacionar lo vivencial con lo sistémico?
Esa era la clave desde que pensé la idea del libro. Hasta ahora, especialmente en los medios de comunicación, nos hemos centrado mucho en las consecuencias, y las consecuencias se veían en las historias personales, por eso siempre aparecíamos como víctimas del racismo o de un montón de desgracias. Sin embargo, a través de este libro dije “quiero ir un paso más allá”, poner esa parte, que yo creo que sirve mucho para entender, para empatizar, pero creo que también tenemos que hacernos las preguntas sobre los porqués, entender por qué nos ocurren, por eso he intentado hacer eso, unir lo vivencial, las experiencias con lo estructural, las causas que nos ayuden a desgranar porque nos sucede lo que nos sucede.
Leyendo tus reflexiones sobre Gambia, sobre el tener que explicarle a la gente cuál es este país sobre el que se desconoce todo, hace pensar en esta ignorancia tan extendida y colectiva sobre África. ¿Qué funcionalidad crees que cumple este desconocimiento selectivo del mundo y qué consecuencias tiene en el racismo o en el discurso sobre la inmigración?
El racismo nunca ha sido una cuestión de ignorancia, tenemos que entender el porqué cuando existe esa ignorancia, cómo puede ser que del continente africano, en el sistema educativo español solo hablemos de la esclavitud. No sabemos qué ocurrió después, ¿cómo puede ser que no sepamos del pasado de las personas negras a lo largo de la historia, o por qué sabemos todo lo heróico que hizo Cristóbal Colón, y no sabemos las muertes o enfermedades que trajo su llegada a América?
Mucha gente no sabe que Guinea Ecuatorial fue una provincia española hasta hace dos telediarios, como quien dice. Todo esto forma parte de cómo las instituciones, el sistema educativo han ido generando esa ignorancia. Me llamaba la atención cómo una directora de una empresa que, a raíz de lo de George Floyd, me contactó para dar una charla sobre racismo a sus empleados, una mujer de unos 45 o 50 años, me dijo “yo la verdad es que no sabía que esto del racismo existía aquí”. Y yo pensé, vale, es ignorancia, pero cómo una persona blanca puede vivir hasta los 45 años en esa ignorancia, tiene que ver mucho con la segregación de los barrios, con que no se haya juntado nunca con una persona racializada o migrante, tiene que ver con que no tenga información sobre el racismo en España de una manera accesible, tiene que ver con muchos factores que contribuyen a esa ignorancia y yo creo que tenemos que apuntar ahí, ¿qué es lo que genera esa ignorancia sobre estos temas?
Hablas también de la complejidad de la pertenencia para quienes son de un sitio y también de otro, quienes viven dos contextos culturales, ¿crees que frente a esa sensación de no pertenecer del todo a un lugar y otro se ha generado un espacio de pertenencia en el antirracismo, es un ámbito activista donde gente de diversas procedencia, puede sentirse un poco en casa?
Sin lugar a dudas, creo que una de las cosas más bonitas y que a todo el mundo nos ocurre cuando empezamos a entrar en el antirracismo es que tienes la sensación de que necesitas hablar con otras personas. Te ves hablando durante mucho tiempo, solo compartiendo experiencias, a mí por lo menos me pasó así y sé que para mucha gente es igual. De repente empiezas a encajar el puzle y empiezas a darte cuenta de que lo que te ocurre a ti le ocurre a más gente y os empezáis a juntar a raíz de ahí.
Luego es verdad que entran en juego otros factores, las ideologías políticas, intereses culturales, pero es verdad que se genera un sentimiento de pertenencia, de hemos sufrido estas injusticias y tratamos de buscar soluciones. También es cierto que, en las soluciones, cada cual aboga por un camino, lo que es legítimo, pero sí, ese sentimiento de pertenencia se genera en un primer momento cuando compartes, te abres y ves todos esos elementos en común.
Pero las pertenencias son múltiples, porque antes de conectar con el antirracismo, has atravesado otros espacios también tuyos, tu barrio, tu escuela, tu grupo de colegas en la universidad. ¿Cómo se articulan esas pertenencias?
Para mí eso ha sido parte de un desafío, crecí pensando que mis diferentes identidades, en este caso la gambiana y la española, eran excluyentes. Siempre me enfrentaba a la dicotomía: una o la otra. Comer con cuchillo y tenedor primer plato, segundo plato, postre, o comer todos de un bol con las manos. O hablar solo en español, o solo hablar en soninké, o una de las preguntas de uno de los capítulos, que es una pregunta con muchas connotaciones, te gustan las mujeres blancas o las negras.
Creo que llegamos a ese punto porque sentimos, y nos hacen sentir, que existen una serie de culturas, de costumbres, que son inferiores, y otras que son superiores. Normalmente cuando mi respuesta era favorable a esa cultura que se veía superior era como “ah, qué bien”. Sin embargo, cuando era un apego a la cultura inferiorizada constantemente existe ese “¿por qué?. Si es una cultura salvaje, atrasada...”. Todo eso. Y eso es lo que nos hace que estemos todo el rato con esa tensión de una cosa o la otra, hasta que comprendes los motivos por los que se genera esa dicotomía y al final te das cuenta de que no son identidades excluyentes sino que son complementarias.
Recuperas momentos concretos en los que has sido explícitamente objeto de racismo. Esto que parecen anécdotas, dejan un recuerdo muy vivo, profundo, en las biografías. ¿Por qué es importante visibilizar esta huella?
Para mí es sobre todo sanador entender que no es algo que te ocurre solo a ti. Al hacer este ejercicio de compartir, como yo lo hago en este libro, nos encontramos, empatizamos. Primero: es cierto porque a mí me ha pasado, de un modo u otro, segundo, es una manera de señalar cómo esas causas tiene consecuencias en la cotidianeidad, independientemente de que estés en Huesca, en Madrid o en Bilbao. O independientemente, muchas veces, de tu posición económica o de tu género: ese racismo acaba impactando en ti. Contarlo, señalar esas consecuencias, nos hace, o nos tiene que hacer, ir a las causas. Yo creo que el problema es que siempre nos quedamos en las consecuencias, pero hasta que no nos pongamos a contar cuáles son las causas que generan el problema, no lo vamos a solucionar.
De la experiencia del racismo, hablas de un ámbito incómodo, el de los entornos de confianza. Es más fácil señalar el racismo de un otro abstracto o lejano, que afear a un amigo, o a un vecino, un comportamiento xenófobo. ¿Cómo hacer ese ejercicio de pedagogía?
Creo que muchas veces tenemos la sensación de que el antirracismo se hace con grandes manifestaciones, con acciones muy grandes, pero primero: la supervivencia contra el racismo siempre ha sido una cuestión de micropolíticas, de cuidados. Yo te acojo en este sitio, tú llegas a este país de nuevas, pues vente a vivir a este pueblo en Huesca porque aquí por lo menos hay otras personas que hablar en soninké y te podemos ayudar con los papeles porque hay quienes lo han hecho antes…
Tenemos que encontrar la manera en la que podamos hacer antirracismo desde lo más cotidiano: ese es el gran salto que tenemos que hacer, entender que cualquier momento es bueno para ser antirracista, ya sea en el grupo de amigos, ya sea en un campo de fútbol
El antirracismo siempre ha ido de la mano de esas pequeñas acciones, de esa micropolítica por la cual nos hemos encontrado, nos hemos ayudado, y creo que allí tenemos que encontrar la manera en la que podamos hacer antirracismo desde lo más cotidiano: ese es el gran salto que tenemos que hacer, entender que cualquier momento es bueno para ser antirracista, ya sea en el grupo de amigos, ya sea en un campo de fútbol cuando vas y ves que el compañero de asiento suelta insultos racistas. Centrarnos en esa cotidianidad es lo que nos puede ayudar a organizarnos y generar esos movimientos colectivos que nos muevan. Sin este trabajo pequeño de conocimiento antirracista, de concienciación, de activación, es muy difícil llegar a esas grandes movilizaciones, esas grandes marchas, esas grandes demandas que necesitamos para transformar las causas de ese racismo.
Hablas de cómo tu padre migró en el 87. Parece que más de tres décadas después, la movilidad es más difícil que nunca. Ahora que todo está interconectado, que se desplazan sin problema capital y mercancía, es más difícil que nunca para algunas personas atravesar fronteras. ¿Qué dispositivos ideológicos están permitiendo que se naturalice esto?
Son los mismos dispositivos que vienen permeando desde hace tiempo: entender que las vidas en el sur global importan mucho menos, que son una amenaza, creo que forman parte de lo que hemos visto en la historia, que siempre los recursos han sido extraídos de ese sur global, y sin embargo las vidas si no ha sido por un interés de explotación, como persiste a día de hoy, pues no interesan, incluso en los propios territorios se sigue permitiendo esta situación de subordinación.
Para poder empezar a hacer cambios en la forma en la que se desarrollan las políticas migratorias, creo que sin lugar a dudas se tiene que acometer esa transformación de África: que Europa —o ahora China— quiten sus manos del continente, y que ese desarrollo pueda ser de una forma propia y no como hasta ahora tutelada, o con un constante expolio, como por ejemplo hace Francia con el Franco CFA. Sin alterar estas causas históricas que siguen siendo la norma hoy, va a ser muy difícil cambiar el paradigma de la migración: al final mucha gente migra porque no le queda otra, no porque quiera, hablas con gente migrante y te dice, yo querría estar en mi país pero no tengo otra alternativa. Y creo que hay que generar esas alternativas.
Como periodista que ha trabajado en medios con cierta perspectiva política y, al menos en teoría, públicos más permeables a estos argumentos, ¿no te genera frustración saber que hay toda una masa social cada vez más amplia a la que no se llega, podemos avanzar sin “tocar” a toda esa gente que no te lee, que no te escucha?
Últimamente doy la turra mucho a mis amigos, diciendo que ahora tengo el objetivo de hacer que el discurso antirracista sea lo más mainstream posible, reconociendo las contradicciones, las cosas negativas que pueden surgir de ahí. Es un riesgo que estoy dispuesto a correr, tenemos que salir de esos márgenes, lo que se denomina hablar a los ya convencidos —que a veces no siempre es tan así, sobre todo entre la gente de izquierdas que se considera antirracista y que es como, “vamos a verlo”— pero sí creo que tenemos que tratar de instalar las conversaciones, el pensamiento antirracista, en el espacio más amplio posible, y entender que tenemos que disputar unos espacios en los que no se nos espera. De hecho cuando le pongo el título al libro, Qué hace un negro como tú en un sitio como este, es un poco esto, de repente plantarnos allí donde no se nos espera, llegar con nuestro discurso, y entender que esos lugares nos pertenecen no por caridad sino por justicia, ni más ni menos.
El racismo cultural, la islamofobia, es una de las principales herramientas de la ultraderecha para construir un discurso en torno al nosotros y al ellos. Como personas vinculadas al islam, ¿qué rol se puede tener, más allá del antirracismo, para desalterizar algo que se presenta tan radical y beligerantemente como “otro”?
Oriente siempre se ha señalado como contrapuesto a los valores occidentales y todo esto. Ahí hay un recorrido largo y profundo. La extrema derecha y el fascismo tienen en su corazón el racismo como un elemento central, como el corazón que bombea al resto de su ideología. Sin embargo, el antifascismo no tiene el antirracismo como corazón de sus políticas, y eso es un error. En la islamofobia participa con mucha alegría la izquierda muchas veces, creo que eso nos habla de cómo los movimientos de justicia e igualdad tienen muchas veces interiorizada una islamófoba que viene de siglos y que al final se sigue manifestando en nuestra sociedad.
La extrema derecha y el fascismo tienen en su corazón el racismo como un elemento central, como el corazón que bombea al resto de su ideología. Sin embargo, el antifascismo no tiene el antirracismo como corazón de sus políticas, y eso es un error
Aquí en España, además, con toda la historia que tiene el pueblo árabe en la península ibérica, es increíble que eso se trata como una especie de borrón, que se aborde como una invasión, pero luego se restauró la normalidad, es en fin una islamofobia que está muy interiorizada en el Estado español, es algo muy profundo. Aquí siento que al final hacemos el diagnóstico y decimos, guau, es que estamos luchando contra un monstruo muy gigante, ¿cómo lo hacemos desde nuestro día a día? Yo creo que precisamente en esa lucha de comunidades de vecinos, asociaciones de padres y madres en los colegios, grupos de amistad, organizaciones chiquitillas, es donde se puede generar este cambio de paradigma que se traslade al mainstream, a la población mayoritaria. Es difícil pero ahí está.
En el Estado español el auge del antirracismo, intenso en las nuevas generaciones, coincide también con nuevas formas de contar y de contarse en las redes sociales, y con una cultura de la atención que, a ratos, tiende a exacerbar el personalismo. ¿Cómo aprovechar, por un lado, la visibilidad, la potencia de poder ser referente e interpelar a la gente, y al mismo tiempo no eclipsar que el antirracismo, como todas las luchas, es un esfuerzo colectivo?
Esta es una cuestión muy central, y es una cuestión que a mí me atraviesa muchas veces, que pienso mucho. Trato de convivir con esas contradicciones: si miramos a lo largo de la historia siempre se ha tendido a convertir luchas colectivas en algo individual. Nelson Mandela siempre decía que su lucha era una lucha colectiva pero al final se acabó personalizando a él. Y sin embargo, a la vez que Nelson Mandela había muchísima gente peleando. En Estados Unidos conocemos un montón de nombres de activistas que a su alrededor tenían a muchísima gente luchando en colectivo.
Yo creo que las redes sociales potencian eso, pero siempre ha existido. Al enfrentarme a esa contradicción trato de intentar, con ese capital social que se va ganando, trasladarlo a espacios colectivos. Fue así con Sos Racismo, y ahora estoy tratando de impulsar otras iniciativas en las que pueda aprovechar ese reconocimiento, esa visibilidad, ese cierto poder, para tratar de redundarlo en luchas más colectivas. Soy consciente de que el personalismo es peligroso, y en el libro trato de hacer muchas referencias a otra gente en cosas que se están haciendo y no centrarse solo en que fuera yo contra Goliat.
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