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Editorial
Recambio naranja
La política española ha entrado en una fase contradictoria. La descomposición del PP de Rajoy se produce en un contexto de reforzamiento de la ideología que durante años supuso el éxito del partido.
No hay escapatoria para el Partido Popular. La sentencia de la parte más sustanciosa del caso Gürtel señala un nuevo jalón en el peregrinaje de los de Mariano Rajoy hacia el fin. El empuje de Ciudadanos en las encuestas y su acomodo como opción sostenible de recambio señalan la puerta de salida a Rajoy y amenazan con hacer estallar al partido —como estalló la UCD— en el momento en el que el actual presidente salga de La Moncloa. Solo el apoyo del Eurogrupo y los cuerpos gobernantes de la Unión Europea sostienen hoy al “partido más corrupto de Europa”. El nuevo Gobierno de Italia da demasiado miedo y la UE no se quiere arriesgar a un nuevo incendio político en el sur.
La política española ha entrado en una fase contradictoria. La descomposición del PP de Rajoy se produce en un contexto de reforzamiento de la ideología que durante años supuso el éxito del partido. El discurso de la austeridad y seriedad presupuestaria, unido a las que han sido las grandes apuestas del centroderecha desde la llegada de José María Aznar al Gobierno: el rodillo del nacionalismo español sobre el resto de pueblos y la idea de “orden y seguridad” como justificación y leit motiv para el aumento de los cuerpos policiales y las medidas de recorte de libertades.
Ahí donde el PP edificó una conciencia colectiva acorde con la ola de vaciamiento de la democracia que se ha desarrollado en toda Europa, Ciudadanos destaca para proseguir con esa línea, añadiendo nuevos aires en la misma agenda: la xenofobia velada (solo ven españoles), el clasismo velado (solo ven emprendedores) y el estrechamiento de lo posible al programa de la austeridad en términos económicos. Añade, asimismo, un discurso que culpa a los territorios históricos de hacer daño “al hombre de la calle”, mediante memes como el del “cuponazo”, con el que hace referencia al cupo fiscal pactado con el PNV. Ciudadanos sabe interpretar esa partitura y recoge los restos del PP en un trasvase de cuadros y cargos que ha comenzado en la política municipal y que será un goteo constante en los próximos años.
Entre la izquierda cunde la perplejidad. Hace tiempo que el PSOE aceptó el primero de los marcos, el económico; hace seis meses que apoyó definitivamente el 155 y su visión restrictiva de la soberanía, y en términos securitarios justo es darle a Alfredo Pérez Rubalcaba tanto peso como al PP en cuanto a la configuración del estado actual de cosas. Las regeneraciones del PSOE, como las de la socialdemocracia europea, cada vez tienen menos espectadores, pese a que la moción de censura de Pedro Sánchez puede ser un ejercicio de voluntarismo suficiente para sacudir la abulia del deprimido estado de ánimo de las izquierdas.
En cuanto a Podemos, solo anotar que es responsable en buena medida de ese estado de ánimo deprimido. El caso de la casita en Galapagar y la posterior consulta a las bases ha sido la última astracanada de un partido que parece presa de sus propios memes. Aún se espera la versión seria
—ojo, no de orden— de un partido que tuvo, tenía o ha tenido, un programa descentralizador y no abiertamente xenófobo. Quizá parte del problema resida, también, en que apenas ha atendido a los signos de que la economía y la configuración actual de la UE no entienden de memes ni trucos de tahúr. Posiblemente para Podemos es tarde para introducir la impugnación de la política económica post-2008 en un programa radical que ataque la perplejidad actual y vaya a buscar la crisis a sus verdaderas fuentes. Un programa necesario que permita pensar en un futuro distinto que Ciudadanos está destinado a encabezar con el patronazgo de los verdaderos amos del cotarro.