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Laboral
Ya te llamaremos
Nunca hubo gente tan preparada en la lista del INEM, pero debemos entender las causas. Hasta entonces tendremos que “dar las gracias” por un contrato de doce horas diarias habiendo cotizado treinta horas semanales.
Un grado, dos másteres, tres cursos online, cuatro voluntariados en el extranjero, cinco idiomas. ¡Que no lo llamen precariedad laboral, que lo llamen práctica del sistema! Nuestra generación, llamada Generación X, ha crecido con un aviso de peligro revoloteando por nuestro alrededor: vosotros viviréis mucho peor que vuestros padres. Lo que no sabíamos es que, además de vivir peor que ellos, seguiríamos viviendo con ellos a los treinta años.
Es erróneo considerar la situación existente como fruto de una crisis laboral, hay una crisis porque es retroalimentada por el sistema, es un uróboros continuo. Con la creciente suma de participantes en las universidades entramos en una ola llena de gente muy preparada sin un espacio donde aplicar los conocimientos aprendidos. Las matrículas universitarias siguieron siendo de alto coste, pero comenzaron a adentrarse en las clases populares, ya no eran cuatro hombres de clase alta los matriculados en las universidades, ahora era más accesible o por lo menos algo más cotidiano. Más licenciados y licenciadas, más gente preparada, más másteres... lo que no modificó en absoluto el paradigma del mercado laboral. Los puestos bajos del eslabón de la cadena debían ser cubiertos, indiferentemente de su formación. Los trabajos, en mayor o menor medida, iban a seguir siendo los mismos, solo que la formación de sus trabajadores no. Entramos en la era de la titulitis. La titulitis es un síntoma que habita en la mayoría de los jóvenes, quienes observan un futuro tenebroso y optan por la vía de la educación como medicamento contra esta enfermedad contagiosa. La universidad dejó de ser un privilegio para considerarse una necesidad. Los jóvenes comenzaron a matricularse en las universidades sin ningún tipo de interés o vocación, optando por carreras más “sencillas” para así tener un diploma guardado en el cajón del dormitorio, porque, según los altos dirigentes, “un grado es lo mínimo exigible”. El resultado de esa ecuación fue una cantidad abismal de licenciados para una oferta muy pequeña de los puestos necesarios para dicha formación. Cuatro o cinco años de estudio se verían reducidos a un simple acontecimiento plasmado en el curriculum vitae. No podríamos ir a una oficina de trabajo exigiendo un salario digno “porque tengo un título universitario” ya que correríamos el riesgo de que nos respondieron: “¿Y quién no?”.
Seguramente ninguno de vuestros abuelos, y muchos de vuestros padres, hayan tenido acceso a la universidad, pero han trabajado toda la vida. Nosotros, sin embargo, hemos tenido la suerte de poder acceder a un grado universitario, y sin embargo no encontramos trabajo. Con esto no me refiero a que no encontremos un trabajo que coincida con nuestras aptitudes; no encontramos trabajo ni de aquello de lo que supuestamente somos profesionales, ni de aquello de lo que no. El acceso a los trabajos que carecen de licenciatura para su realización se ha visto también modificado por esta misma cuestión: comprensiblemente nadie quiere contratar en su bar a un historiador que ha pasado la mitad de su tiempo, en los últimos cuatro años, en la biblioteca y no sabe diferenciar un cortado de un americano.
Corren tiempos difíciles, no cabe duda. Estamos en la era de los “contactos”, los “becarios” (sinónimo de esclavitud) y los malditos másteres creados tras el Plan Bolonia aplicado en el año 2010. El Plan Bolonia fue una estrategia para retornar a los inicios de la cuestión: que vuelvan a estudiar solo los ricos. Lo que no sabíamos de esta historia es que toda esa fiebre de la titulitis explotaría y llegaría un momento en el que todo eso daría igual: excedente de doctorados, sobrecarga de pensamientos.
Universidad
Cuando se cargaron la universidad
Las protestas estudiantiles surgidas a partir del 2000 contra el Plan Bolonia ya alertaban de la mercantilización de la universidad de la que hoy derivan casos como el de Cristina Cifuentes o Pablo Casado, pero sus causas se pueden remontar a 1983.
Estamos ante una situación marcada por dos ejes principales que nos divide a nosotros como sociedad: en primer lugar la clase social. La diferencia entre la clase obrera y la clase acomodada es una continua. Actualmente podemos observar dentro de una universidad pública a personas que provienen de familias muy distintas, pero ambas estarán ante un igual de posibilidades a la hora de desarrollar la evaluación. Si bien, en el momento en el que se finaliza el grado, poco tiene que ver el camino que tomarán ambos alumnos. Hay excepciones, no cabe duda, siempre hay excepciones, pero basándonos en verdades universales encontraremos a un joven “de bien” en las grandes empresas y no sabremos qué será del chaval de Vallecas. Puede que le inculquen la gran mentira del capitalismo, de que si uno trabaja muy duro puede llegar a ser como su jefe. Puede que seguramente se lo ejemplifiquen con el famoso cuento infantil de cómo el pequeño gallego Amancio Ortega acabó convirtiéndose en el millonario explotador de Zara de hoy en día. Pero no debemos dejar de tener claro que se trata de una guerra entre clases.
El segundo eje de la cuestión es la diferencia entre géneros: las mujeres sufren una doble presión a la hora de acceder a un empleo por dos vertientes. En primer lugar, no existe paridad, son mínimas las mujeres que ejercen cargos dirigentes en las empresas debido a un sólido techo de cristal que nos bloquea el ascenso, y ya no digo nada si abordamos el duro trabajo no remunerado al llegar a casa, fruto de un desarrollo estructural patriarcal. Por otro lado, en los trabajos manuales volvemos a encontrarnos un gran impedimento al ser consideradas poco preparadas para actividades que requieran fuerza mecánica: apenas vemos obreras, electricistas, fontaneras, carpinteras...son ejercicios relegados a los hombres.
Llegados a este punto, tendremos que analizar donde yace la raíz del problema. Sabemos el resultado, es muy evidente, nunca hubo gente tan preparada en la lista del INEM, pero debemos entender las causas. Hasta entonces tendremos que “dar las gracias” por un contrato de doce horas diarias habiendo cotizado treinta horas semanales, trabajar durante seis meses en una plantilla de prácticas —por supuesto, sin cobrar— o aceptar que, si queremos un salario digno, quizás tengamos que abandonar el país. Mientras tanto tendremos a la candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid asegurando que es indigno hablar de “trabajo basura” porque “es ofensivo hablar de ‘empleo basura’ “para el que está deseando tener uno”. Habría que explicarle a Isabel Díaz de Ayuso que nadie desea un trabajo basura, mal pagado (teniendo además que pagar tu cuota de autónomo). Señora Díaz de Ayuso, nadie desea ser explotado. Simplemente estamos desesperados.
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