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La vida y ya
Futuros laborales
Les había dado clase en 2º de Bachillerato. El curso justo antes de la pandemia. Luego se fueron a la universidad y no las había vuelto a ver. Me había cruzado por casualidad hace unas semanas con una de ellas y, después, me escribió en nombre de las tres. Este curso terminarán la carrera y me pedían que quedáramos un día para charlar sobre futuros laborales (y, decían, también sociales) relacionados con la biología.
Seguían manteniendo la esencia intacta de lo que yo recordaba de ellas. Inteligentes, buscadoras de respuestas, inquietas en su interpretación del mundo. El sol nos acompañó durante todo el rato de charla. Habían traído unas galletas que habían estado cocinando las tres juntas.
Después de varios sorbos de infusión, de que me pusieran al día de los pequeños detalles que quisieron rescatar de estos años y de rememorar algunas anécdotas, una de ellas comentó: “Todo el mundo nos dice que opositemos o que hagamos un máster. Que busquemos un carril por el que meternos. Una vía segura, para el futuro, para siempre. Pero es que yo soy incapaz de imaginarme con 40 años. Prefiero pensar en dedicar mi tiempo a cosas que me gusten más que en dedicarlo a pensar algo que sea fijo sin importar tanto si me gustará o no. Es difícil cuando eres buena estudiando que entiendan que buscas otras alternativas diferentes a las que escogen las personas que supuestamente tienen éxito en esta sociedad”.
“Además”, añade otra, “tal y como está el mundo no sé si tiene sentido pensar que todo va a seguir así siempre y yo con mi puesto de funcionaria o de empresaria o de lo que sea. Lo que está claro es que para mí pensar en mi futuro laboral tiene que ir acompañado de pensar qué puedo hacer para que el mundo sea un poco diferente”.
Seguimos charlando, sabía que esperaban alguna palabra de mí, algo además de escuchar.
La infusión dentro de la taza seguía calentando las manos. Las galletas, colocadas en el centro de la mesa, eran cada vez menos.
¿Y cuál sería vuestro sueño?
Sonríen. “Es muy difícil”, anuncian. “No tiene nada que ver con lo que hemos estudiado ni con lo que nadie espera que hagamos”.
Y, entonces, me acordé de un libro de Belén Gopegui: Ella pisó la luna. Ellas pisaron la luna. Un libro de esos que te ayudan a poner la mirada en cosas que, aunque estaban ahí delante, en todo el medio, pasan desapercibidas. Yo lo tengo lleno de párrafos y frases subrayadas.
En una parte escribe: “La libertad, como decía otro filósofo, Juan Blanco, ‘se tiene ya. Pueden impedirte ejercerla, pero no dártela ni quitártela’. La libertad no alude a una abstracta e individual capacidad de decidir, sino a un conjunto de interacciones complejas entre los cuerpos, el entorno, la sociedad y la justicia”.
Y sobre esto seguimos hablando hasta mucho rato después de que las tazas estuvieran vacías de infusiones. Sobre su capacidad para decidir. Sobre que tiene sentido ejercerla pensando en esas interacciones que tienen que ver con el entorno y la justicia.
A menudo me pasa cuando hablo con alumnas y antiguas alumnas, después, cuando ya nos hemos despedido, me quedo pensando en que ofrecen lugares a los que agarrarse para imaginar un después de mañana donde la vida no tenga que abrirse paso a codazos.