Caza
Morir como un perro

Unas claves para descifrar qué universo posible, material, político y moral, se puede esconder detrás de un pobre perro de caza muerto a palos.
Muerto el perro
Galgo atado y muerto a golpes encontrado en Guareña, Badajoz.
17 mar 2023 07:00

Precede a estas líneas la imagen de un galgo encontrado la semana pasada en Guareña, Badajoz. Con la boca atada con una cuerda, no sabemos si para no oír sus lamentos o para que el apaleamiento resultara más sordo y, de esta manera, menos cierto en el embrutecido ánimo del apaleador; con el chip arrancado (sí, arrancado) y golpeado hasta la muerte, hasta su último suspiro. Eso es, exactamente, morir como un perro.

La temporada de caza ha terminado en Extremadura y de seguro nada tenga que ver con todo esto. Porque esto es hijo de la casualidad, como lo serán los canes vagando, abandonados, merodeando famélicos por los pueblos y los vertederos. También aparecerán más lebreles ahorcados, pero será a causa del clima, o con certeza el fruto de casos aislados. Excepciones a docenas que para nada, en absoluto, representan al colectivo de los cazadores. Claro que no, por eso se multiplican las denuncias de abandono y maltrato interpuestas por los dueños de los cotos y por sus empleados, que de todo el mundo es sabido que si se encuentran estos animales divagantes los tratan con todo mimo. Por eso los recogen siempre, y los cuidan, les buscan adoptantes, casas donde refugiarse, no como esos animalistas que no saben lo que es el campo y sus tradiciones ancestrales, esas protectoras y santuarios de animales que lo único que quieren es notoriedad, prensa y dinero.

Caza
CAZA Estampa de caza: épica urbana, sangre y trofeo
Caza comercial, negocio, narcisismo, mercado y el lobby cazador. Interrogantes, reflexiones y argumentos frente a la imagen de un macho montés muerto a tiros en Losar de la Vera, Gredos.

Porque la caza (y no la Política Agraria Común, ni las subvenciones ni la ruina con los intermediarios) es la esencia del campo, la columna vertebral de la ruralidad extremeña. Y sí, también, de España entera. Por más que los que de verdad dejen dinero en el asunto sean de ciudad, audaces aventureros que pagan por disparar a matar (cazar no es herir, es liquidar, pero porque nadie quiere hacer sufrir al animalito), por un buen almuerzo y un mejor relato de los lances de la jornada que luego, ya en Madrid, en Sevilla, donde sea, verá multiplicarse las piezas abatidas como se multiplicaban en Caná los panes y los peces. Y es que la caza es un inmenso negocio, claro que sí, sobre todo para quienes lo gestionan. Una industria. Y no se pueden imaginar la de empleo que crea en los bares de mesas de formica de los pueblos. 

La caza es la esencia del campo, la columna vertebral de la ruralidad extremeña [...]. Y sí, también, de España entera. Por más que los que de verdad dejen dinero en el asunto sean de ciudad...

¿Qué sería de nosotros, de nosotras, sin la caza? Hace años eran 1.200.000 los federados, y ahora sobre 650.000; qué pena que se vayan perdiendo las buenas costumbres, nuestras esencias. Solamente 650.000 espíritus puros quedan; todos auténticos resistentes, defensores de la naturaleza, los que más entienden del monte y sus asuntos. El resto, los 46.800.000 habitantes de este país no tienen ni idea. Biólogas, etólogos, antropólogas, ingenieros, veterinarias... Pamplinas académicas, una pérdida de tiempo esas carreras. Vente detrás de la cosechadora o monta en mi tractor de 180.000 euros que yo te cuento de qué va esto.  

¿Quién nos iba a defender, además, de los incontables y cruentos ataques del lobo (¡que viene!), hasta del oso? ¿De la proliferación desordenada de los jabalíes? Sí, esos marranos salvajes en explosión poblacional exponencial, que campan a sus anchas en un paisaje rural vaciado, sin desarrollo, por culpa cómo no de los ecologistas de salón, de los ecologetas y sus matracas. No se vació el interior peninsular a causa de la reconversión agraria, de la falta de horizontes, de la pobreza ni de la transición desordenada hacia una sociedad urbana necesitada de mano de obra dócil, disciplinada, que sepa quién manda y dónde están y lo que duelen el hambre y la pobreza. 

Caza
Datos que es lo que les duele España es un gran coto de caza
En esta primera entrega del blog de datos Datateca analizamos el desarrollo de la caza en España. El 83% del territorio está considerado apto para esta práctica.

Siempre atentos a la superpoblación de bichos, nuestros atléticos aniquiladores (con un poquito de sobrepeso, es cierto, pero la caza es un deporte, a ver quién discute eso), cuando no los hay, los crían. Y para eso están las granjas cinegéticas, y la suelta de millones de codornices y perdices de las mismas, para mantener el equilibrio (!) y, sobre todo, para que se puedan abatir más y mejor, y así los ases patrios del gatillo no pierdan el tino para cuando de verdad venga las crisis y nuestras existencias dependan de su puntería. Enfrentamos tiempos difíciles, distópicos y sombríos, y el día de mañana te salvará la vida el gordito de tu garaje que sale en otoño, vestido de Rambo, bien temprano, pletórico de emoción, sueño y pereza, con su rifle y su canana. The last of us será uno de ellos, eso está claro. Un respeto.

Pero si además cada vez hay menos caza menor, si proliferan por todas partes las alimañas, si esto es una pena, si esto no es lo que era... Dan ganas de colgar la escopeta, todo son pegas, pegas y pegas. Y nada tienen que ver en la circunstancia los usos agrícolas abusando de pesticidas, acabando con monte bajo y bosquetes de ribera, fracturando antiguos cauces, la apertura masiva de pistas, la alteración del medio en mitad del periodo reproductivo. La gigantesca concentración parcelaria de las dos Castillas, fulminando las lindes y ribazos donde se cobijaban tantas especies es cosa menor, como las hibridaciones con animales de criadero que se sueltan para los ojeos con un control sanitario de los de andar por casa. 

Biólogas, etólogos, antropólogas, ingenieros, veterinarias... Pamplinas académicas, una pérdida de tiempo esas carreras. Vente detrás de la cosechadora o monta en mi tractor de 180.000 euros que yo te cuento de qué va esto

¿Y qué me cuentan de los ciervos, los gamos, que pastan en manadas dentro de las explotaciones con cercones cinegéticos? ¿Pero no ven cómo están dejando la dehesa? ¿Quién los metió dentro? ¿Qué mano oculta y ambientalista creó esa superpoblación, ese desorden? ¿Y los parques nacionales atestados de bichos? Y tenemos las serranías llenas de cabras montesas, de muflones, esas ovejas con cuernos retorcidos que vinieron de Córcega solitas, pagándose el ferry hasta Marsella y de ahí, andando, hasta Gredos; igual que los arruís cruzaron el estrecho en patera, o peor aún, serían depositados por manos misteriosas, que ya verás cuando destapen el asunto Jara y SedalOK Diario. Nos están invadiendo, que vuelva Don Pelayo.

Se impone un descaste, un descaste complejo, no crean, que aunque los animales estén literalmente encerrados en recintos vallados de cientos o hasta miles de hectáreas (ahí sí que viven bien) la cosa tiene su miga. Hay que llegar, disponerse en hilera y esperar ―nada más y nada menos que esperar― el momento sublime en el que docenas de perros de rehala te los pongan en boca de la escopeta. Esos perretes agradecidos y contentos de ser Bien de Interés Cultural, que entre semana y fuera de temporada gustan de habitar bien revueltos y apretaditos en naves y corralones, que luego se les ve corretear tan felices tras las piezas, sin nervio alguno, todo templanza. Algunos no vuelven al cajón tras la batida y se quedan por ahí, pero son perros nobles, se saben buscar la vida, no les va mal y si aparecen atropellados o muertos de hambre es porque han hecho de la libertad su ley. Ha hablado la naturaleza. Cuánta belleza.

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Prohibición de la caza en Monfragüe El lobby cazador se echa al monte
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La ruralidad, el campo, la caza como cultura. ¿Es que nadie lo entiende? Porque esto es industria, deporte, tradición y hasta cultura con mayúsculas, sí, tanto como para considerarla Patrimonio Cultural Inmaterial a preservar. Sin ella no hay pueblos, porque todos en los pueblos cazan (todos, sí, todos, nadie se libra, te lo digo yo sin sacarme el palillo de la boca, cuñao) y todos los pueblos son iguales, claro que sí. Ruralidad hay que decirlo bien alto― solo hay una y aquí están las federaciones de caza y la fundación Artemisan para demostrarlo y para defenderla en la calle. Y son iguales, clavaditos, con idéntica estructura social y problemáticas Montijo, Navalvillar de Pela, Etxalar, Béjar, Villafranca de los Barros, la Almunia de Doña Godina, Broto, Arcos de Jalón, Alhaurín el Grande, el Burgo de Ebro, Grazalema, Jabugo, Pontedeume, Piedrafita, Mataporquera, Lizartza, Puigcerdá... 

El campo español es puro, sin mácula urbanita, sin Internet, impermeable a esa posmodernidad floja, cobardica, que se está imponiendo; tiene sus propios y exclusivos hábitos musicales, de comunicación, de educación y de consumo, está ausente de las grandes líneas de tensión del resto de la sociedad, no ve la televisión ni oye la radio, no estudia fuera, no lee lo que el resto; preservémoslo con su escudo y emblema identificativos, como se merece, con una buena escopeta. 

Hablemos en serio. Yo he cazado de muy joven y cazadores son y han sido algunas de las personas que más he querido y quiero en este mundo. Sé estar pacientemente horas en una espera, andar al rececho un día entero con mi padre y volver con las manos vacías. He ojeado desde el amanecer. Me he comido, aunque fuera en una brasa improvisada, casi cada pajarillo que he matado de niño con carabina de aire comprimido y no he rechazado jamás la carne de las liebres, de los conejos... del último jabalí, al poco de morir mi madre, compartido en familia, en una mezcla de rito y pena.

Enfrentamos tiempos difíciles y el día de mañana te salvará la vida el gordito de tu garaje que sale en otoño, vestido de Rambo, bien temprano, pletórico de emoción, sueño y pereza, con su rifle y su canana

Sé que la caza apela a impulsos muy viejos, ancestrales, profundos. No hay que ser Rodríguez de la Fuente para entender eso. He aprendido a poner trampas en la selva ecuatorial y en el desierto, he seguido con cerbatana, aguzando la vista, los lentos movimientos de un perezoso casi fantasmal, invisible. Sé montar un arco, usar los tendones de ciervo, limpiar las armas y hacer mis propios cartuchos para ahorrar dinero, usar el machete, abrir en canal y vaciar un animal grande y pequeño. Cocino en un hoyo tapado con piel de cabra, tierra y hojas de higuera la pieza que me des, muevo las ascuas con la mano, como lo hacían los pastores que me enseñaron.

Conozco la fascinación de dejar pasar las horas con la vista fija en las matas de romero, en los enebros, atento a cualquier leve movimiento, esperando la aparición de ese otro que pasará a ser presa. He visto, en alguna caza y algún tiempo, la compasión, la alegría, el respeto. Mi puntería es razonablemente buena y desde que tengo uso de razón no me dejan disparar en las ferias porque era la ruina del dueño de la caseta. Con doce años un feriante ya me lo dijo, firme pero cómplice: “largo de aquí, chaval, que tienes tú mucho campo y tu hermana no necesita tantas muñecas”. 

No caí del caballo y vi la luz, como San Pablo. Cuando estaba haciéndome un adulto, poco a poco, arrancó un proceso largo de dudas. Sentí una rabia infinita al ver abatir, porque sí, una cigüeñuela. Descubrí un azor posado sobre mí, al acecho en la misma charca, en el puntal del árbol bajo el que yo estaba, y me pregunté qué tenía en común lo que yo hacía con esa forma silenciosa, diferente, de depredación y de violencia necesaria. Otro día, en una espera, surgió del silencio una vulgar comadreja y disfruté tanto viéndola que ni se me pasó por la cabeza disparar, por no ahuyentarla. Terminé recogiendo a mano gazapillos y sacándolos de una paridera en la que se refugiaban, asustados, cada vez que daba por ahí una vuelta. Mi perra Canela, un animal especial que hacía las mejores muestras, atrapó una liebre y se puso a jugar con ella, y yo los miraba y no entendía nada, porque nada tenía explicación, porque me saltaron en fragmentos muchas reglas.

Ya no hay espacio social mágico, no hay ritual iniciático. No hay absolutamente nada de eso. A veces, sencillamente, es un auténtico vertedero de bajos instintos en el que no me reconozco, y tengo el derecho de decirlo

Luego ya no disparaba nunca, me bastaba con ver a las “piezas”. Hasta veía más. Y seguía leyendo a Delibes y su Diario de un cazador, pasaba horas inolvidables hablando con mi vecino, un trampero. Me susurraba las novedades, dónde había tejón, si aparecían rastros de venado, me enseñó a hacer un nudo con la rama de una sabina para recordar que allí habitaba un raposo o se encamaban conejos. Mis perras, entonces la Peque y Pinta, volvían a casa desilusionadas, pero yo ya había cruzado al otro lado, y así hasta hoy. Mis amigos cazadores saben cómo los respeto y saben cómo pienso. Lo sabe quien me crió. Yo los he visto avergonzarse, y reírse, de los escopeteros forasteros. Conocen perfectamente que considero a la caza, aquí y ahora, superflua, antinatural. Inútil estímulo de instintos que ya no son los de supervivencia, de comunidad. Ya no hay espacio social mágico, no hay ritual iniciático. No hay absolutamente nada de eso. A veces, sencillamente, es un auténtico vertedero de bajos instintos en el que no me reconozco, y tengo el derecho de decirlo desde la pasión y desde el respeto.

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Otros, poderosos, lo ven de otra manera. O no, pero mandan, quieren seguir haciéndolo y mendigarían votos hasta entre los verdugos a sueldo, si se diera el caso de que estuvieran federados y pintaran algo. La Ley de Bienestar Animal ha dejado fuera a los perros usados en cualquier práctica cinegética. La Junta de Extremadura lleva la caza a las escuelas y ha rebajado a la mitad el importe de las licencias. 

Todos los cazadores no son iguales ―obvio: los hay buenos, malos, gordos, flacos, rubios y morenos, malintencionados, pretenciosos, cachos de pan, crueles, sensibles, de derechas y de izquierdas, hasta de Ciudadanos...― y tampoco todas las perdices y los conejos, pero a estos últimos se les dispara sin contemplaciones ni distingos. Mi juicio posible ha de ser entonces mesurado pero colectivo, pues colectivas son acciones y resultados.

Ahora no somos cazadores ni recolectores. Ahora tenemos abiertos otros pactos civilizatorios y hay mucho que plantearse al respecto. Nos hemos deshecho de prácticas y usos sociales deleznables, a la vez que incorporamos otros nuevos no necesariamente mejores. Pero persistimos conviviendo con ese aliento fétido que nos hace, que les hace, que hace que un hombre amarre su animal, su pretendido compañero, le ate la boca y lo mate a palos cuando ya no le sirve. Ahí no hay debate posible, no cabe un “yo no he sido”. Alimenta esa estructura en la que encaja semejante barbarie un negocio, muchas mentiras, mucha ignorancia, política de todo a cien y la maldita sensación de que somos el depredador más implacable, menos útil, más terriblemente insaciable. Algún día y será poco a poco, lo presiento y hasta lo comprendo tendrá que terminar todo esto.

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RamonA
17/3/2023 11:52

Manuel Nogueras, “no te caíste del caballo”, pero el proceso de cambio personal es un ejemplo a seguir. Ojalá muchos escopeteros y maltratadores de animales se les vaya haciendo caer del caballo con leyes de bienestar animal como la aprobada estos días, sabiendo que ni afecta a los perros de caza (los votos mandan, piensan PP, VOX y PXXE) ni se va a eliminar la caza deportiva (!). No, no es una ley como a muchxs nos hubiera gustado, pero es la PRIMERA ley de protección de los derechos de los animales. Efectivamente, mucho por hacer: caza, “torturomaquia”, experimentación animal, etc.

Un artículo impactante y hermoso. Gracias.

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fllorentearrebola
17/3/2023 11:07

Gracias por dar voz a lo que muchas piensan y sienten pero que en el mundo rural han de permanecer calladas. Por que también hay eso: miedo, la "omertá", la connivencia de los alcaldes con as bestas, la complicidad de los cuartelillos con los que presumen de trasgredir todas las leyes de caza en los bares, la chulería, la prepotencia machista, la más casposa estulticia elevada a sentido común... Silencio.

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mamenmunoz
17/3/2023 9:07

Es que, por mucho progreso o progresismo que haya habido, España sigue siendo un pueblo de "pan y toros,... y caza".
Hay que hacer un esfuerzo enorme para no deprimirse al ver cómo sigue proliferando esa forma de ver el mundo de que Dios lo creó para que el hombre lo utilizara a su antojo, o si no dios el sentimiento de poder como especie humana que es natural para mucha gente; así que consideran que la Naturaleza está por supuesto al servicio del cazador, no porque lo necesite para comer en competencia con las demás especies, no, sino para reafirmar su superioridad. En ese mismo espíritu está el trato a los perros de caza cuando ya no les son útiles.

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