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Desigualdad
La lucha anónima por la superviviencia tiene nombre de mujer
A unas las golpeó la pandemia hasta llevarlas a los infiernos. Otras luchan contra el desgarro que suponer migrar y dejar a la familia, quizás para siempre, y otras buscan un equilibrio emocional que nunca tuvieron. Pero todas tienen en común la búsqueda del apoyo mutuo, del soporte del grupo organizado como el camino para desarrollar la autoestima y practicar los afectos, de la formación como arma poderosa para abrir caminos. Pero sobre todo, estas cinco mujeres derrochan inteligencia, generosidad, valentía y decisión sin aspavientos en un medio no siempre favorable. Este 8 de marzo va dedicado a millones de mujeres de todo el mundo que, como ellas, luchan por abrirse camino en un mundo hostil donde la igualdad es todavía una entelequia.
Touria Zarhouni: “Seré feliz cuando mis hijos sean felices”
“Tengo dos hijos a los que no veo hace dos años”. Touria pertenece al colectivo de mujeres trabajadoras transfronterizas, empleadas del hogar, atrapadas en Ceuta desde que Marruecos cerró su frontera en marzo de 2020, debido a la pandemia de COVID-19. Esta situación sanitaria global dejó en evidencia la alta vulnerabilidad y precariedad de su estatus jurídico laboral.
Touria cruzaba diariamente la frontera del Tarajal, desde hace quince años, para trabajar en Ceuta y volver por la tarde a su casa en Tetuan: “El día antes del cierre de la frontera, mi patrona me ordenó que me fuera a Marruecos, pero yo le dije que no podía irme porque no iba a encontrar trabajo y tenía que mantener a mi familia, así que me despidió y, de la noche a la mañana, me encontré sin trabajo, con lo puesto y en la calle”. Esta situación la dejó en un limbo jurídico porque la condición de “transfronteriza” está unida a un contrato laboral. Y aunque vive en Ceuta permanentemente, desde hace dos años, la ley no le permite empadronarse para poder aspirar al arraigo social en España.
Touria ahora vive de alquiler en una habitación y trabaja más de ocho horas diarias limpiando en varias casas por algo menos de 500 euros
Durante estos dos años, ha vivido un drama familiar en la lejanía: “Mi marido y mi madre han muerto sin poder despedirme de ellos y mis hijos han tenido que abandonar sus estudios para cuidar de la familia”. Ahora vive de alquiler en una habitación y trabaja más de ocho horas diarias limpiando en varias casas por algo menos de 500 euros: “Con eso tengo que mantener a mis dos hijos y pagar mi alquiler”.
Pero Touria, de 46 años de edad, con una apariencia frágil, no se deja vencer por las adversidades y, junto a las 400 mujeres que se encuentran en su misma situación, se han organizado para luchar por sus derechos. Cada lunes se plantan delante de la Subdelegación del Gobierno de Ceuta y, apoyadas por la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, exigen una solución al embrollo jurídico en las que se ven envueltas y al dramático problema humanitario y emocional que las aleja de sus familias y de sus seres queridos.
Paqui Mena: “Mi proyecto de vida es luchar para que los migrantes tengan papeles”.
La precariedad laboral en el sector servicios se podría explicar con la historia de Paqui. Comenzó a trabajar a los 18 años de pinche en la cocina de un restaurante en Prado del Rey (Cádiz). Dos años después se casó y se trasladó a Grazalema donde trabajó más de 20 años, en bares y restaurantes, cotizando media jornada: “sabía cuando entraba, pero no tenía hora de salida. A veces estaba sola en la cocina haciendo trabajos de pinche y de cocinera, y eso cuando encontraba trabajo en temporada alta de turismo”. Allí crió a sus dos hijos en la más absoluta soledad con un marido ausente trabajando en la costa.
Hace tres años y, cansada de una precariedad que le impedía vivir en condiciones dignas, decidió probar suerte en Huelva trabajando en el arándano. Cuando terminó la campaña agrícola, comenzó a trabajar en la cocina de un bar: “Vino la pandemia y me quedé sin trabajo y sin dinero para pagar el alquiler y me tuve que ir a vivir a un asentamiento de migrantes”.
“Vino la pandemia y me quedé sin trabajo y sin dinero para pagar el alquiler y me tuve que ir a vivir a un asentamiento de migrantes”
La muerte de su padre supuso un duro choque emocional y encontró consuelo haciendo labores de voluntariado en Cruz Roja. Comenzó repartiendo bebidas calientes a los sin techo. Más tarde atendería a los trabajadores migrantes que viven en los numerosos asentamientos de chabolas de Huelva. Desde entonces, junto a esta organización, se ha convertido en el alma del asentamiento, donde vive: “ayudo en cualquier trámite que necesiten como tarjeta sanitaria, los acompaño al médico, a Extranjería, necesitan mucha ayuda”.
Actualmente está pluriempleada en la economía sumergida. Como siempre. Cuida a una persona mayor como interna y, el día de descanso, trabaja en la cocina de un restaurante: “pero no puedo desconectarme del asentamiento”. Paqui tiene 49 años y cuando se le pregunta por sus sueños ella contesta sin dudarlo: “Papeles para todos”. Si se insiste en la idea de un proyecto personal, vuelve a lo mismo: “Ayudar a los migrantes, ellos me han enseñado el poco valor que tiene el dinero y lo importante que es la ayuda mutua”.
Gladys Cecilia Muñoz: “Leer, estudiar, prepararme... esas son mis armas”
Ceci, como le gusta que la llamen, tiene 45 años y llegó a Huelva hace apenas dos años. Esta abogada y notaria nicaragüense procede de una familia humilde con once hijos, por ello, tuvo que hacer primero Cosmetología yempezar a trabajar para poder pagarse la carrera de Derecho: “Esa circunstancia me hizo fuerte porque además, tuve que mantener a mis tres hijos sola, sin el padre”.
Después de terminar sus estudios, montó su propio bufete para trabajar como especialista en Derecho de Familia. Pero el deterioro de la situación económica, política y de seguridad en las calles de Nicaragüa, la obligó a tomar la decisión de abandonar su país y venirse a España para encontrar un futuro: “Yo temblaba cuando tomé esa decisión porque tuve que dejar a mis hijos a cargo de mi mamá”. Lo vivió como un salto al vacío.
Y así fue. Cambió el bufete de abogados por un trabajo de interna cuidando a una persona mayor. Pero Ceci aprovechaba las dos horas libres diarias para acercarse a las plazas, hablar con la gente, salir de su soledad. Y uno de esos días conoció a personas de la Asociación Latinoamericana Huelva para todos y todas. A partir de ahí, no ha parado de ampliar sus círculos de amistades.
Ceci está en proceso de homologación de sus estudios y su proyecto de vida es trabajar en su especialidad de Derecho
En sus ratos libres, actualiza los conocimientos de las leyes españolas relacionadas con la familia, hace cursos de belleza, de formadora, de cuidados y asegura con sorpresa: “Aquí en España hay infinitas oportunidades de estudiar, de cursos gratis, hay que aprovecharlo todo”. Y lo comparte con sus compañeras latinoamericanas que trabajan en España, las anima a estudiar, a salir, a divertirse cuando las ve deprimidas: “Muchachas, pueden hacer cursos online, mientras cuidan a su ‘mamita’, pueden asistir a clase online con el teléfono”.
Y así, Ceci comenzó a formar grupos de WhatsApp de autoayuda con sus compañeras latinoamericanas de Huelva y Sevilla para evitar el aislamiento. Tanta ilusión le echa que ha llegado a reunir hasta 700 personas en esos grupos donde comparten información sobre trabajos, cursos, como homologar los estudios, pero también organizan encuentros para divertirse. Ceci tiene claro que la formación es un arma poderosa para conseguir sus objetivos. Ahora está en proceso de homologación de sus estudios y su proyecto de vida es trabajar en su especialidad de Derecho: “Y trabajaré hasta conseguirlo”. Mientras tanto, lucha y sobrevive hasta cumplir los tres años de permanencia en suelo español que la Ley de Extranjería le exige para solicitar el permiso de trabajo.
África Ayllón: “Pido más ayuda y protección para las mujeres”
A los nueve años, fue tutelada por la Junta de Andalucía junto a dos hermanos. Y esa carencia emocional y falta de cuidados de sus padres marcaría su vida. África tiene ahora 25 años y ha encontrado estabilidad y un poco de sosiego en Barcelona, lejos de su pueblo natal de Sevilla. Pero, hasta la fecha, su vida no ha sido fácil. Creció en un centro de menores hasta los 18 años, en Alcalá de Guadaíra, y realizó los estudios de primaria y secundaria, no sin dificultad: “En el instituto empecé a relacionarme con niños marginados y eso no me ayudaba”. Pero pronto encontró otras referencias que le ayudaron a la formación de su personalidad: “una profesora, dos familias de acogida, amigas con una vida normalizada con las que salía y hacía muchas actividades, por primera vez en mi vida sentí el calor de una familia”. Durante todo ese tiempo tuvo ayuda psicológica. Entró en el club de triatlón del pueblo y allí se hizo de amigos con los que todavía guarda relación en la lejanía: “el deporte me ayudó mucho a superar mi timidez, a reírme y a relacionarme de una manera más normal”.
Con la mayoría de edad tuvo que abandonar el centro de menores y decidió comenzar su vida de adulta, en Mallorca, en casa de su tío. Esa búsqueda de un referente la llevó a pensar que, con la ayuda de la familia, podría estudiar un módulo de deportes, la ilusión de su vida. Sin embargo, encontró un plan muy distinto: “Me obligaban a hacer las cosas de la casa y dormir en la cochera”. Un desgarro más en su corta vida. Pero el conformismo no se ha inventado para África: “Decidí que esa situación no era buena para mi futuro y me fui a Barcelona”.
“El deporte me ayudó mucho a superar mi timidez, a reírme y a relacionarme de una manera más normal”
A partir de entonces, la vida de África, una mujer de 18 años, sola en el mundo y en una lucha denodada por la supervivencia, se topó con los peligros de una sociedad machista: propuestas de trabajo a cambio de sexo, acoso de todas las formas posibles y trabajos tan precarios como abusivos hasta que consiguió un empleo en una gran cadena de restaurantes. Los 900 euros que ganaba le permitió estudiar el módulo de deportes de Grado Medio.
Pero África no quiere que ninguna otra mujer pase por el dolor y el trauma emocional que ella ha sufrido. Por eso, reivindica más ayudas para las mujeres, más protección pública, más cuidados: “Los cursos no sirven si no tienes una ayuda para vivir. Yo me sentí muy desamparada, no tenía acceso a nada, me han pasado cosas malas que dejan secuelas y era muy joven”.
Suha Abughazala Elnajjar: “Me he sentido muy arropada en el movimiento feminista”
Suha tiene 44 años y es palestina de Gaza. Esta franja, cerrada a cal y canto por el estado de Israel, se le conoce como “la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”. Los bombardeos a la que es sometida ha llevado a la población al límite de la desesperación. Como tantas otras familias, Suha y su marido decidieron comenzar una nueva vida en otra parte del mundo con sus tres hijos, y, para ello, solicitaron asilo político en España hace ahora tres años.
Ingeniera de Edificación, trabajó en un estudio de arquitectura durante cinco años en Gaza. Vivió la Segunda Intifada, los bombardeos de 2008 y 2014 por parte del ejército israelí y el deterioro de la Franja. En ese momento comenzaron a instalarse en Gaza las organizaciones humanitarias. Y fue cuando Suha comenzó a trabajar en Acción contra el Hambre y UNRWA en la reconstrucción de viviendas y en programas de emergencia dirigidos a las familias gazatíes hasta que vino a España en 2019.
Mientras homologan sus estudios, Suha busca trabajo en todas las organizaciones sociales relacionadas con la ayuda
“La decisión de salir de Gaza surge del miedo a los bombardeos indiscriminados, de la incapacidad de proteger a nuestros hijos, no hay un lugar seguro”. Cuando llegaron a Huelva, la primera dificultad fue la barrera del idioma y la soledad. Para salvarla, Suha contactó con organizaciones a la vez que aprendía a hablar castellano. Hacía labores de voluntariado en Huelva Acoge, MZC y Oxfam Intermon: “En la asociación Mujeres 24 Horas encontré grandes amigas que me ayudaron mucho y también mi profesora de español”.
Hace unos meses terminó un master relacionado con su carrera y eso le abrió las puertas para trabajar en un programa de EMASESA en Sevilla que termina en abril. Mientras homologan sus estudios, busca trabajo en todas las organizaciones sociales relacionadas con la ayuda. Aspira a trabajar en el mismo campo que lo hacía en Gaza, en organizaciones que gestionan ayuda para países en desarrollo. Y aunque cuida de sus tres hijos y sigue aprendiendo español, no deja de luchar por su país en asociaciones pro palestinas españolas.
Suha ha sufrido, en casos aislados, el prejuicio de los estereotipos por ser mujer y musulmana pero, en general, asegura sentirse muy arropada desde que llegó a España. Y también por el hecho de ser palestina. Pero entiende que su nivel de formación le ha abierto puertas que, quizás, están vedadas a otras mujeres musulmanas con menos nivel educativo.