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Genocidio
Un barrio acampado contra el genocidio
El pasado 9 de mayo, cinco personas decidieron que era el momento de intentar algo. Vecinas del municipio de Hackney, tenían en común una trayectoria de solidaridad con el pueblo palestino y la convicción de que había que pasar a la acción. Aquella noche, acudieron con esta determinación al centro de este distrito, habitado por un cuarto de millón de personas y ubicado al Nordeste de Londres. Allí, frente al gobierno municipal, hay un pequeño terreno público, reservado para el uso de la población del distrito, un espacio utilizado también para todo tipo de protestas. Lo que aquel pequeño grupo iba a iniciar en aquel terreno propicio era también una protesta: una acampada como las que ya se extendían por los campus universitarios de varios países.
Lo cuenta Heather, una de las personas que aquella primera noche confabulaba con gente afín. “Decidimos crear esta acampada porque llevábamos muchos años haciendo campaña ante el consejo municipal para que dejara de invertir en empresas cómplices de las violaciones de derechos humanos cometidas por Israel en los territorios palestinos ocupados, y se habían negado a comprometerse”. Las demandas ya estaban claras, primero la desinversión del municipio en estas empresas cómplices. Y es que a través de un fondo de pensiones de sus empleados, Hackney tiene 30 millones de libras en participaciones en compañías como Elbit, Caterpillar, BAE Systems, Raytheon o Barclays Bank, enumera la activista.
Las personas acampadas también apuntan a romper el hermanamiento que ha unido al municipio durante décadas con la tercera ciudad en población de Israel, Haifa. Un vínculo con el que consideran que se está legitimando un estado de apartheid. Lo que quieren es que Hackney intensifique sus relaciones con el pueblo palestino, considerando incluso un hermanamiento con alguna de sus ciudades. Han sumado una cuarta demanda: transparencia en la asignación de los fondos del distrito, un paso que consideran previo a la desinversión y que tendría que formar parte de una revisión ética que va más allá de Palestina en el cuestionamiento de dónde se invierte el dinero de las pensiones de los y las empleadas, dinero que pertenece también a la población de Hackney.
Aunque no hayan alcanzado sus metas, las vecinas de Hackney ya han conseguido muchas cosas, la primera de ellas: quedarse
Teníamos que arriesgar
La verdad, explica Heather, es que aún no han conseguido que se cumplan ninguna de sus demandas, algo que les resulta decepcionante después de un mes de pulso. Reuniones con la autoridades y que les contesten amablemente los mails que antes ignoraban, no son suficiente conquista para las cientos de personas que ya están involucradas en una acampada donde, desde el corazón del distrito, se interpela a las vecinas y vecinos que pasan: quienes trabajan en el propio ayuntamiento, quienes vienen de los pubs cercanos, quienes acuden al mayor supermercado de la zona, que está ubicado cerca de allí, o a los también cercanos cines.
Y es que, por el camino, aunque no hayan alcanzado sus metas, las vecinas de Hackney ya han conseguido muchas cosas, la primera de ellas: quedarse. “Creo que a veces hay que probar y ver. Y así fue como empezamos. Sólo éramos un pequeño grupo de personas que hablábamos de ello. Acordamos quedarnos la primera noche y dijimos que montaríamos algunas tiendas. Sólo teníamos cuatro tiendas en ese momento. Nos quedaríamos 24 horas y veríamos si cuaja”. Y cuajó, se fue sumando gente, cada vez empezaron a haber más iniciativas, más actividades, y ya llevan más de un mes. “No sabíamos que iba a funcionar. A veces hay que arriesgarse, a veces se trata de que la gente que se conoce en la zona esté dispuesta a hacerlo”.
Mientras quienes denuncian el genocidio llevan semanas expresando su admiración por la iniciativa y resistencia de los y las universitarios en los campus, ha habido pocas réplicas fuera de ese contexto. En Berlín, en ocasión de la prohibición del Congreso palestino, fueron varias las tiendas que se levantaron frente al Reichstag. En plena ola represiva alemana, aquellas activistas fueron desalojadas salvajemente. Heather por su parte cita una acampada que se levantó frente a la embajada estadounidense en Londres, durante una semana. Otra habría comenzado recientemente en Estados Unidos.
“Ha habido gente que ha venido a nuestro campamento y quería empezar uno, y luchaba por encontrar una ocasión adecuada para hacerlo”, para Heather uno de los principales obstáculos es que, a diferencia de las estudiantes, muchas de las vecinas y vecinos de todas las generaciones que mantienen viva la acampada, deben rebañar tiempo entre sus obligaciones de cuidados y sus largas jornadas laborales, por ello, para los y las integrantes de la acampada, lo importante es contar con mucha gente que se compromete con la continuidad de la acción, poder rotarse en la presencia, en las múltiples tareas, y entender que las personas necesitan descansar, que hay quienes pueden sentirse desbordadas. Con todo, lo están consiguiendo.
“Vamos a acampar aquí indefinidamente. Exigimos que el municipio cumpla con nuestras demandas”
Un espacio de comunidad y de acción
Para Heather, una de las fortalezas de la acampada es que no empezó a través de organizaciones, sino que arrancó gracias a la iniciativa de personas de personas a las que unía la solidaridad con Palestina. Vecinas que se conocían, que tenían relaciones de confianza cimentadas en el tiempo. Personas que procedían de colectivos como la Campaña de Solidaridad con Palestina de Hackney, Friends of Al Aqsa, o Acción Palestina, pero que el haber comenzado por fuera de las organizaciones establecidas, han podido trabajar “con más fluidez, con más flexibilidad, asumiendo más riesgos”.
Lo que se ha creado, valora la activista, es un espacio de comunidad y acción, con personas de todas las edades y orígenes, también con personas sin hogar que se han quedado ahí, donde hay sitio para todas. Un lugar donde la gente pasa a conversar, que se han esforzado en hacer acogedor y agradable. A veces, cuando se protesta, considera Heather, hay quienes no entienden muy bien el propósito, se quedan a cierta distancia, y eso es lo que esta activista pensaba que podría suceder con la acampada. “Yo habría pensado que un campamento es una forma más extrema de protesta, tener que dormir fuera, tener que estar allí todo el tiempo. Pero en realidad la gente lo siente como algo más normal. El hecho de que estemos sentados haciendo cosas normales y corrientes, leyendo, conversando, comiendo, hace que se acerquen”.
La protesta en la cotidianeidad de Hackney discurre mientras la gente sigue con sus vidas, o se casa cada 30 minutos, elegantes y felices, en la iglesia ubicada a escasa distancia. También discurre mientras continúa el genocidio en Gaza y Cisjordania, sin que la municipalidad de Hackney tome medidas claras para evitar ser cómplice. Heather considera que hay un gran apoyo al pueblo palestino entre sus vecinas y vecinos, y un cierto conocimiento de los antecedentes. Sin embargo, lo que han descubierto estas semanas es que pocas sabían sobre cómo el dinero de la municipalidad alimentaba a empresas cómplices del genocidio, o que su ciudad estuviera hermanada con otra israelí. Por eso, por lo conseguido y lo que les falta por conseguir, piensan quedarse allí el tiempo que haga falta. “Vamos a acampar aquí indefinidamente. Exigimos que el municipio cumpla con nuestras demandas”.