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Hostelería
Barra libre para las terrazas en Iruñea
La deriva de Aldezarra en un parque temático del ocio y el turismo se relaciona con el regalo del espacio público a las terrazas y la escasa reglamentación para medir la saturación
La polémica sobre la turismofobia ha llegado para quedarse. A pesar de que el protagonismo de organizaciones políticas juveniles como Arran y Ernai en las últimas acciones contra el turismo masivo de Barcelona y Donostia ha trasladado la discusión hacia aspectos secundarios, el debate sobre el modelo turístico español y la mercantilización del espacio público ha logrado cristalizar. El conflicto ha atravesado la maraña de acusaciones de xenofobia y de odio al extranjero, y también ha superado algún que otro mensaje/chantaje central de nuestras élites (oponerse al turismo, que crea empleo y riqueza sin matices, es querer que todo vaya a peor). La fractura social y de clase que el turismo masivo y depredador contribuye a ensanchar ha abandonado las zonas de penumbra para instalarse en el conjunto de preocupaciones capaces de enunciarse, también, en Iruñea.
Este año, antes de Sanfermines, por primera vez y tras iniciativas como Convivir en lo Viejo, han aparecido pegatinas con el lema “Gentrification is coming!” en las calles de Aldezarra. Analizar las consecuencias del modelo turístico, dentro y fuera de las fiestas, es difícil, dadas las diferencias de escala e intensidad de la ciudad con respecto a destinos como Donostia o Barcelona.Por lo demás, el problema es el mismo. El Casco Viejo de Iruñea es ese lugar de extracción de rentas inmobiliarias y donde el uso privado del espacio público genera más beneficios. La hostelería y el turismo han ido devorando los usos comercial y residencial tradicionales en sus calles, plazas, pisos y bajeras. Al tiempo que va convirtiéndose en parque temático de ocio y turismo, aumenta la rentabilidad de los inmuebles destinados a usos turísticos y de la hostelería de inversión.
Los gobiernos de UPN empujaron en esa dirección. La estrategia de “embellecimiento” del centro e, incluso, su parcial peatonalización, respondieron más a esas lógicas que al deseo de construir lugares más habitables. Como afirma Paco Roda, columnista local y “expulsado” del barrio, “los camiones de abastecimiento hostelero son incompatibles con los bancos para los abuelos y las terrazas impiden el paso sillas de ruedas, bicicletas y ambulancias”. Es cierto que ciudades próximas como Donostia y Gasteiz están experimentado el mismo fenómeno pero lo sorprendente es que el llamado “gobierno del cambio” no haya adoptado medidas claras para detener la dinámica.
Parte de la opinión pública tiende a estigmatizar al vecindario de Aldezarra, caracterizándolo como “quejica” y “mimado” por la inversión pública. Iniciativas vecinales como Convivir en lo Viejo, sin embargo, han ido complejizando su discurso y las quejas por las meadas del fin de semana han dado paso a las reflexiones sobre el profundo proceso de turistificación y gentrificación que sufre el barrio. No se trata solo de un problema de ruido y suciedad, sino de cómo se favorece —por acción u omisión— la sustitución de la hostelería local por franquicias, al tiempo que se entrega parte del espacio público al uso hostelero (principalmente terrazas).
Nuevos negocios
En el siglo XXI se han abierto aproximadamente un centenar de nuevos establecimientos de hostelería en Aldezarra (incluidos bares, restaurantes y cafeterías). Es difícil rastrear el origen de la inversión pero parece sensato no incluir a la mayoría bajo el epígrafe de “hostelería local”. Todo ello ha generado cambios en la dinámica de relaciones entre el vecindario, las asociaciones vecinales y la hostelería.Los nuevos espacios, a veces franquicias, son menos sensibles al diálogo con el tejido asociativo, no tienen una conexión clara con el territorio y, presionando al alza sobre los precios (al atraer un público de mayor poder adquisitivo), se han convertido en la punta de lanza de la transformación social del barrio. En una zona cada vez más de ocio para el resto de la ciudad, los bares “de barrio” en los que tomarse una caña a un precio razonable tienden a desaparecer.Por su parte, el comercio local sufre una doble dinámica de presión. Por un lado, el laissez faire municipal ha convertido el Casco Viejo en un monocultivo de ocio nocturno y turismo, donde la tienda de ultramarinos está cada vez más arrinconada. En ese contexto de subida de los precios, el comercio minorista que no contaba con local propio se ha visto sometido a la presión sobre sus alquileres.
Terrazas imparables
¿Cómo medir estos cambios? ¿Cómo evaluar la mercantilización del espacio público? Las terrazas son una variable bastante objetiva. Aunque el consistorio no hace públicas las concesiones de terrazas ni su ubicación (ni con UPN ni con el cambio), se ha hecho pública la información sobre las terrazas en tramitación. Entre enero y junio de 2017, el Área de Seguridad Ciudadana ha tramitado la concesión de 48 nuevas licencias de terraza, la mayoría fuera de Aldezarra.Se conceden todas las solicitudes, siempre que se cumpla la ordenanza. El reglamento no tiene mayores exigencias que un horario de recogida, la delimitación clara del espacio de terraza, condiciones de limpieza difícilmente verificables y la obligación de dejar 1,80 metros de espacio para la circulación de peatones. Por sí misma, la ordenanza no limita la posibilidad de saturación de un barrio o una calle con terrazas, veladores o barriles y, en lugares semipeatonalizados como el Casco Viejo, se pueden dar situaciones como la de la Plaza Consistorial: se deja, efectivamente, un espacio de dos metros para el paso de peatones, pero se ha convertido una plaza pública en una terraza privada.
No hay políticas públicas claras y actualizadas para delimitar las zonas saturadas, ni fiscalidades redistributivas y disuasorias
Por otro lado, la recaudación en concepto de terrazas ha pasado de 591.201 euros en 2015 a 673.797 en 2016, un aumento del 14%. Si se aplica la tasa más alta recogida en la ordenanza, arroja una estimación de unos 1.270 metros cuadrados nuevos de espacio público entregados al beneficio privado y con un retorno impositivo muy bajo. En todo caso, esta es una estimación muy conservadora, ya que asume que se paga el máximo posible (65€ por metro cuadrado al año) cuando, en realidad colocar una terraza en Pamplona puede llegar a costar sólo 6€ al año por metro cuadrado, e incluso en Aldezarra (salvo Plaza del Castillo, Paseo Sarasate y calle Chapitela) los precios oscilan entre los 11 y los 36 euros por metro cuadrado al año. Estos precios suponen que, en la práctica, no hay límite a la instalación de terrazas más allá de la capacidad de gestión e inversión de los propios establecimientos hosteleros.
¿Hay alternativas?
¿Puede compararse Iruñea con Barcelona o Donostia? Obviamente no, pero se dan todas las condiciones para avanzar en niveles de saturación del espacio público importantes. No hay políticas públicas claras y actualizadas para delimitar las zonas saturadas, como tampoco existen fiscalidades fuertemente redistributivas y disuasorias. Ayuntamientos como el de Donostia, al menos, tasan de manera más ordenada y progresiva el uso privado del espacio público: un metro cuadrado de terraza en la capital guipuzcoana puede oscilar entre los 18 euros en las zonas más baratas y los 492 del Boulevard. A las terrazas sin estructura fija se les cuadruplica la tasa de mayo a octubre. Tampoco allí se ha buscado activamente poner freno a la mercantilización del centro pero, al menos, las instituciones y la ciudadanía reciben algo más de esa riqueza que genera el turismo en suelo público, un bien que es de todas.