Literatura
Azahara Palomeque: “Yo quería hacer una novela que fuera un torrente de voz”

Azahara Palomeque realiza en su última obra, ‘Huracán de negras palomas’, un ácido repaso de la desigualdad, la racialización y la soledad, en el marco de unos Estados Unidos de difícil redención ética.
Azahara Palomeque
Fotografía cedida por Azahara Palomeque.
7 may 2024 07:00

Azahara Palomeque es escritora, poeta, periodista y doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton. Nacida en 1986 en un Sur intencionadamente indefinido y fronterizo, tiene en su haber los poemarios American Poems (2015), En la ceniza blanca de las encías (2017), RIP (Rest in Plastic) (2019) y Currículum (2022). Suyo es también Año 9. Crónicas catastróficas en la era Trump (2020). En 2023 ha visto publicado su ensayo Vivir peor que nuestros padres, donde hace una profunda reflexión sobre la fractura generacional, económica y climática que ha roto la ilusión de un progreso sostenido cargado de certezas. De los lazos de su trabajo con su experiencia personal, de Estados Unidos, de la locura, de la fuga, de la desigualdad, hablamos con ella a la sombra de Huracán de negras palomas, su primera novela, que llega a las librerías de la mano de la editorial extremeña La Moderna. Sures, luces, sombras, duelos y vendavales.

¿Cómo has vivido el tránsito del ensayo y la poesía a la narrativa?
Yo siempre había querido escribir novela, era algo que tenía ahí desde la adolescencia. El primer intento fue en el instituto, con una novela corta de 90 páginas que no se publicó. En algún momento, en la universidad, con 18 o 20 años, me pasé a la poesía y el ensayo llegó tras la experiencia en la academia, trabajar en varias universidades, el doctorado y la práctica de aprender a pensar de forma argumentada, hilando razonamientos, pero siempre ha habido un sustrato en mí que quería escribir ficción. No es mi primera novela —también he escrito cuentos— y creo que le había llegado el momento. De hecho, tras Huracán de negras palomas he escrito otra. No era una cosa aislada. Son distintas formas de pensamiento y de enfrentar el lenguaje que cambian según mi estado de ánimo. Cambian por cuestión lúdica, de aprendizaje. No es ninguna novedad que yo haya escrito una novela, vaya.

De ensayo a novela hay un desplazamiento de código, pero el paso de Vivir peor que nuestros padres a Huracán de negras palomas parece que cobra cierto sentido si observamos que son coetáneos, que atienden a cuestiones diferentes pero, ahí al fondo, concurrentes...
Es verdad que son libros que se comunican. Huracán de negras palomas lo escribí dos años antes, lo terminé en 2021, y si te das cuenta es una novela donde la protagonista, Violet, no quiere seguir el rol de sus padres, se cuestiona su origen familiar aparte de por la diferencia racial (ella es negra y sus progenitores blancos), porque detesta la vida asignada, el camino preparado por la familia, se rebela contra eso y contra un mundo que le parece injusto.

Vivir peor que nuestros padres llega dos años después, es un ensayo lleno de argumentos... Tiene unas partes que son más personales, entonces ahí no hay ficción, no me invento unos personajes, pero sí que es verdad que es un cuestionamiento del mundo en el que estamos y, específicamente, del que hemos heredado las generaciones más jóvenes, de millennials para abajo, y de cómo nos va a costar alcanzar un estatus de vida que otras generaciones sí han gozado, o cómo nos podemos plantear que vivir mejor sea diferente, porque desde luego no va a ser igual ya que material y climáticamente vivimos en un planeta distinto. Bueno, creo que sí que ahí hay vasos comunicantes entre los dos, pero la novela vino primero.

Te reclamas nacida en el Sur, con mayúsculas, y creas una novela ambientada en New Wonder, ¿cabalgas tú muchas metáforas con las dos cosas?
Sí, New Wonder —que significa maravilla y que es un nombre irónico— está basada en Filadelfia, la ciudad en la que yo vivía. Entonces, me resultaba fácil coger esa cartografía y adaptarla a lo que yo quería hacer, teniendo en cuenta que muchas de las cuestiones geográficas que pasan en la novela tienen que ver con la propia distribución de las ciudades americanas en el sentido de que hay guetos, de que de una calle a otra te cambia completamente la composición demográfica y la clase social, la peligrosidad... New Wonder tiene rasgos comunes con muchas otras ciudades americanas, es una especie de alegoría de algo más.

El Sur es también, para mí, un lugar simbólico, como el carácter del sur, el sur de los pueblos colonizados, el sur del sol y el sur históricamente marginado

Con la metáfora del Sur en cuanto a mi origen, en realidad estoy respondiendo a cierta locura de mis padres. Yo nací en un tercer lugar, me crié en Badajoz pero mi familia es toda de Córdoba. No he nacido ni en Badajoz ni en Córdoba, siempre me he sentido cercana al sur en general, uno está en el suroeste y el otro es el sur central de la península. Y el Sur es también, para mí, un lugar simbólico, como el carácter del sur, el sur de los pueblos colonizados, el sur del sol y el sur históricamente marginado. Entonces lo identifico con ese lugar y no quiero tener que explicar cada vez que se me reseña que he nacido en un lugar en el que no he estado prácticamente nunca excepto para nacer, de familia cordobesa, criada en Badajoz, 13 años en Estados Unidos... Me parece demasiado complicado, de manera que el Sur condensa un poco mi sentimiento respecto a la tierra y el lugar que me corresponde.

Y abundando en “sures”, ¿por qué elegiste ese título, Huracán de negras palomas, con referencias tan lorquianas?
La novela es una especie de híbrido entre circunstancias y personajes norteamericanos, conocimientos obviamente adquiridos gracias a mi experiencia allí y haber trabajado también como periodista, por una parte, y por otra parte una tradición literaria española y que es hispánica. Yo no he leído tanta novela americana como me habría gustado pero sí que soy muy barroca, en general, en mis gustos, y Lorca, fundamentalmente el Lorca de Poeta en Nueva York, ha influido muchísimo en mi poesía y en mi manera de ver el mundo.

Estando allí entendía muy bien cómo Lorca se sorprende ante la barbaridad de la modernidad que tenía delante, y me imaginaba cómo se había podido sentir él un siglo antes de que yo viviera lo mismo. Entonces, la novela se iba a llamar Omega, desde el principio, en un juego con el nombre del huracán y con el disco de Morente y Lagartija Nick donde sale este poema de Lorca, con un juego poético-musical que era una especie de triangulación entre Nueva York, Lorca y el flamenco, con el nombre del huracán en el medio, que a mí me parecía genial... Hasta que lo vio el editor y me dijo que no podíamos llamar al libro Omega porque hay 200.000 libros más que se llaman Omega y no iba a aparecer en las búsquedas. O sea que, al final, el título me lo puso Google y entonces dije: necesito algo que sea fiel a mi propósito de vincular esa tradición lorquiana con el verso, con el flamenco, con el huracán, y cogí ese verso que está en una cita al principio de la novela de Huracán de negras palomas.

¿Por qué un huracán como epicentro? Este fenómeno atmosférico tiene aquí un papel desencadenante, pero también habita como un personaje sobre el que se hilan cosas antes, durante y después. Tú misma señalas que ibas a titular la novela con su nombre...
Sí, porque es lo que desencadena todo, es una manera de decir: hay una vida familiar relativamente tranquila, estable aunque cogida con pinzas, pero que más o menos funciona; los padres tienen sus dos trabajos, la niña tiene sus problemas pero no está medicalizada y “progresa adecuadamente” y, de pronto, llega un huracán y te trastoca la concepción del mundo, te echa por tierra todos los planes y, de hecho, el huracán hace que Violet empiece a cuestionarse su origen y se pregunte por qué han quedado los barrios negros anegados y el suyo no. Y, así, empieza esta especie de viaje iniciático que acaba como acaba.

El cambio climático no es sólo que sube la temperatura, es una nueva circunstancia histórica y existencial, y por eso me parecía tan importante el huracán

Era una manera de contar cómo el cambio climático se te puede colar en la cotidianeidad sin que tú lo esperes. Y luego la familia se olvida del huracán, simplemente es que la vida transcurre y los problemas se van sumando, pero es el huracán el lo que ha provocado todo... Y pienso en Puerto Rico después del huracán María, cómo se van sumando los problemas, no ya es que no tengas la casa en condiciones o que se me haya caído el tejado, es que ahora no haya asistencia médica… El cambio climático no es solo que sube la temperatura, es una nueva circunstancia histórica y existencial, y por eso me parecía tan importante el huracán.

Veo una crítica feroz al liberalismo de izquierda norteamericano, si es que queda algo de ese liberalismo de izquierda complaciente… ¿me equivoco?
Pues no ha sido consciente, pero creo que es acertada tu percepción. Así lo leyeron por ejemplo en El Cultural en una reseña que me hicieron, así lo vio hasta cierto punto Isaac Rosa. Cuando estaba escribiendo la novela estaba reflejando caracteres y personalidades que de alguna manera me rodeaban; yo estaba en ese ambiente “demócrata” de gente que vota a Biden, del liberalismo bienpensante y claro, puede ser que haya una crítica a eso, sobre todo en el personaje de Ashley.

Sí, a ese personaje me refería en concreto... Avanzando en esa dirección, ¿cuánto hay de ti y de tu experiencia norteamericana en la novela?
Yo con el personaje que más me identifico, y creo que cualquiera que me conozca mínimamente lo va a ver, es Violet, una niña negra adoptada que no se adapta. Como que mi búsqueda de un sentido de pertenencia —o constatación de que esa pertenencia nunca iba a tener lugar—, la comprobación de que yo era un elemento extraño trasplantado a un país al que nunca iba a pertenecer, me sirvió un poco para la elaboración de ese personaje, que además tiene problemas de salud mental. Yo estaba también en terapia, con depresión, y desde ahí podía crear un personaje con el que sentirme vinculada. No necesariamente igual, porque obviamente no son mis circunstancias las mismas que las de una niña negra, pero busqué un personaje en el que hubiese cierto espejo.

Como migrante, en muchos momentos de mi vida me he sentido expulsada de mi país, al que no podía volver cuando estábamos en el apogeo de la crisis

Los padres son personajes completamente inventados a partir de rasgos de mi entorno. Para el padre sí que tuve en cuenta la historia de Cuba, que conozco bien porque en algún momento estuve estudiando la historia cubana; de hecho un capítulo de mi tesis versaba sobre ello y he estado varias veces allí, con lo que me resultaba fácil elaborar un personaje de ascendencia cubana. Finalmente está la madre, una blanca wasp, que era lo que yo tenía alrededor. Concluyendo, que hay una combinación de rasgos propios y de rasgos ajenos, que al final la ficción es eso: un batiburrillo de cosas.

Observo que tu novela es casi un tratado implícito sobre la desigualdad, y que lo que atraviesa el libro es la exclusión y la racialización, ¿por qué has usado ese vector como protagonista y no el género?
Es muy buena pregunta. La exclusión y la racialización son problemas que yo venía tratando en otros textos de manera periodística, son problemas que siento muy de cerca. La exclusión como un yo sujeto partido en dos. Como migrante, en muchos momentos de mi vida me he sentido expulsada de mi país, al que no podía volver cuando estábamos en el apogeo de la crisis. La racialización era un problema pernicioso al que yo estaba sometida también; a mí se me racializaba y se me excluía de muchos espacios, al mismo tiempo que se me permitía acceso a otros espacios privilegiados —que eso también lo tengo muy en cuenta—. Son problemáticas que me atravesaron durante muchos años. ¿Por qué no el genero? Yo no soy especialista en estudios de género; sí que lo he estudiado superficialmente y luego, de algún modo, me contagié de la ausencia de feminismo que hay en Estados Unidos, donde el feminismo es una cosa de ambientes académicos que no tiene traducción al tejido social. Ahora en España sí que lo siento más presente, pero ahí vivía relativamente ajena al feminismo, y digo relativamente porque como mujer nunca puedes vivir totalmente ajena, pero desde luego no era una de mis preocupaciones; me interesaban más la exclusión, la racialización, hablar de clase social, de violencia, etc.

Es también, quizás, un libro sobre la incomunicación, y ese recurso estilístico a la reflexión sin diálogos ayuda mucho a esa percepción, a ese cometido. Ahora estoy casi corroborando que lo usaste intencionadamente.
Yo quería hacer una novela que fuera un torrente de voz, que de alguna manera el lenguaje acompañara al huracán, que fuesen ráfagas de voz, voz tormentosa, huracanada, y el monólogo interior servía para eso, aparte de que es una técnica narrativa que a mí me fascina ya desde el Ulises de Joyce, y de que estuve leyendo otros libros que utilizan esa técnica. Claro, es cierto que al haber tres monólogos interiores no se comunican los personajes, cada uno te cuenta su historia y parecen tres huracanes que no se tocan, que circulan en paralelo pero no se juntan.

Ahí hay algo mío, de alguien que ha pisado los infiernos con frecuencia y está acostumbrada a narrarlo, y después hay otra parte que tiene que ver con el momento histórico que vivimos y con haber habitado los Estados Unidos

Un profesor de la universidad de Córdoba, Pedro Ruiz, que es catedrático de estudios gongóricos, no casualmente experto en Barroco, me dijo que era la técnica perfecta para reflejar la incomunicación, pero hasta que él no me lo dijo yo no me había dado cuenta. Inconscientemente yo sentía que esos personajes no podían hablarse a la cara, tenían que hablar por separado cada uno confesándose, pero es que cuando tú escribes ficción hay cosas que no planteas desde el punto de vista analítico, simplemente tienen sentido dentro de la ficción.

Me alegra haber caído en eso y no ser el único. En el libro haces una impugnación, prácticamente un órdago a la grande, de la sociedad norteamericana, ¿hay algún sitio por dónde coger a los Estados Unidos? ¿Tienen alguna redención posible?
Marginalmente hay espacios asociativos en los barrios, sobre todo entre comunidades racializadas, grupos latinos, negros… Es verdad que hay poca comunicación, que es un país muy segregado, incluso las organizaciones sociales de base no necesariamente se comunican entre ellas, pero sí que hay cierta organización social. Y luego, aunque no sé si esto es beneficioso, hay mucha ONG que digamos que ponen parches a lo que es la falta de asistencia por parte del Estado. Por ejemplo, no tenemos sanidad pública pero tenemos una ONG que se encarga de atender a los adictos de los opiáceos y darles Narcan que es un medicamento para que no se mueran de sobredosis, y reciben un subsidio del ayuntamiento... Bueno, eso pone parches, pone tiritas en las heridas, pero me parece un país con problemas estructurales gordísimos, con una ideología nacionalista que muchas veces no permite a los propios perjudicados ver quién se está beneficiando de su debilidad y de su sufrimiento.  Es un país en el que la política está completamente dominada por el sector corporativo, por lobbies y por empresas que son las que financian las campañas electorales, y dentro de ese círculo vicioso no se va a poder abogar nunca por reformas sociales sustanciosas que ese sector corporativo no quiera que se implementen.

Esa facilidad en el descenso a los infiernos que observamos en tus líneas, ¿es marca de estos tiempos o de la estructura social de los Estados Unidos?
A mí me interesan los descensos a los infiernos, como que el mito órfico va conmigo. Recuerdo hace 15 años o por ahí, que uno de los primeros papers académicos que escribí cuando estaba haciendo el máster —yo tenía 23 años— fue sobre el descenso a los infiernos, el mito órfico en la novela Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos, específicamente en la parte que el protagonista pasa en la cárcel.

Esta novela se escribió justo después del asalto al Capitolio, en un clima de violencia callejera insostenible, dónde yo escuchaba tiroteos por la ventana y veía manifestaciones sofocadas con gases lacrimógenos

Entonces creo que ahí hay algo mío, de alguien que ha pisado los infiernos con frecuencia y está acostumbrada a narrarlo, y después hay otra parte que tiene que ver con el momento histórico que vivimos y con haber habitado los Estados Unidos precisamente en uno de los momentos más conflictivos de su historia, durante la presidencia de Trump. Esta novela se escribió justo después del asalto al Capitolio, en un clima de violencia callejera insostenible, donde yo escuchaba tiroteos por la ventana y veía manifestaciones sofocadas con gases lacrimógenos. Entonces ¿qué iba a salir de ahí?, no te voy a contar el paraíso en la tierra, así que es una combinación de mis preferencias, de mi historia personal y del momento histórico específico.

No es difícil ver una cierta reivindicación de la locura y cómo aparece de rondón esa figura muda, la del terapeuta. ¿Qué espacio ocupa en los Estados Unidos la enfermedad mental?
Si te das cuenta, presento dos concepciones de la salud mental. Una encarnada en el terapeuta de la madre, que le ayuda a tener éxito y que al final es como una especie de fuerza que impulsa a las cumbres del capitalismo, actuando como terapeuta de la meritocracia y del triunfo, para que se cuide, para que haga deporte y todo lo demás... Y, luego, está el psiquiatra de la niña que dice “bueno tú estás apuntando a problemas sistémicos y lo que voy a hacer es darte una pastilla”... O sea, algo como “tú no te adaptas al sistema” (al contrario que la madre, que sí se adapta), que está denunciando problemas estructurales, así que lo que se hace es patologizarla y, en consecuencia, se le da una pastilla para que deje de quejarse de problemas que no tienen solución. Hay, al menos, dos vertientes de como se considera la salud mental en Estados Unidos, y a mí sí me interesaba reivindicar la locura desde el punto de vista casi quijotesco del loco cuerdo, del loco que es el que hace las cosas de manera más coherente o, al menos, de manera más ética. El problema es la falta de ética de la sociedades contemporáneas.

Haces un llamado a la fuga como liberación. ¿Tienes el sentimiento de haber escapado de allí tras trece años?
Hombre, yo sí que me quería ir. Me quería ir casi desde que llegué. Pero esa fuga va más allá de mis propias ganas de huir, de retornar, porque yo tenía un lugar al que volver, yo quería vivir en España y a ser posible en el sur de España, y ver el sol todos los días, estos días azules que decía Machado. El problema de Violet es que ella no tiene un lugar al que retornar, ella se quiere ir, se quiere fugar; desaparece, no sabemos dónde está... Pero no hay un ideal de retorno en su plan, de hecho hay poca planificación, veo divergencias entre la autora y el personaje, y la huida en la novela a mí me parece que funciona más como pregunta que como respuesta porque al final ¿qué plantea que Violet se vaya? No quiero desvelar mucho, pero los lectores se darán cuenta de que quedan colgando cuestiones cómo ¿hacia dónde va?, ¿va a aparecer o no?, ¿qué propósito tiene con esa huida?... Pero no, no hay nada claro, y precisamente no hay nada claro porque no hay un lugar de llegada.

¿Va Estados Unidos, como Mathew, el padre en tu libro, al desastre en todos los niveles? O le salvará eso que llamas “capacidad de pedir limosna sin acento”, expresión que me ha llamado mucho la atención.
Hombre, Estados Unidos yo creo que va muy mal. Probablemente gane Trump (está ajustada la cosa) pero tiene todas las papeletas y tampoco es que el resto del mundo occidental vaya muy bien. Tenemos una crisis climática encima de gran magnitud y estamos hablando de armarnos hasta los dientes en previsión de una posible Tercera Guerra Mundial. Sinceramente creo que estamos en un momento histórico muy difícil ,pero qué le vamos a hacer…

¿Habrá más?, ¿volverás a visitar la novela? ¿volverás a visitar Estados Unidos desde la novela? ¿volverás a visitar Estados Unidos?
Sí volveré a visitar la novela. De hecho, he terminado hace poco otra de temática diferente, parcialmente situada en la posguerra española y creo que tengo la cabeza predispuesta para más ficción, o al menos para transitar entre el ensayo y la ficción. Voy a intentar no volver nunca a Estados Unidos, si tengo que ir porque mis suegros viven allí, por cuestiones familiares o alguna urgencia iré, pero en principio no quiero volver, no quiero pisar ese país nunca más.

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