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Literatura
Lucía Lijtmaer: “Me interesa mucho la imagen de la loca en la ficción”
En 2017, El Salto entrevistó a Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) por la publicación de su ensayo Yo también soy una chica lista, y en 2018 repetimos entrevista —en este caso con la compañía de Isa Calderón— por el bombazo que estaba suponiendo su podcast Deforme Semanal, que en 2021 ganó un premio Ondas. Cuatro años después el motivo para hablar con Lijtmaer es otro. En esta entrevista no se toca su labor como divulgadora cultural sino que nos centramos en su primera novela por un motivo: porque está muy bien.
Publicada por Anagrama en este año 2022, Cauterio desarrolla dos historias que transcurren en tiempos distintos —el siglo XVII y la actualidad— y en lugares también diferentes. Desde ese punto de partida anómalo, Lijtmaer ha creado una sola historia en torno a los temas de la traición, la venganza y el desarraigo. La primera historia es la de una mujer contemporánea en crisis, la segunda evoca la creación de una comunidad protofeminista en Salem (Estados Unidos) durante el siglo XVII.
El libro comienza con una imaginación sobre cambio climático en Barcelona. ¿El peaje de escribir en estos tiempos es esa necesidad de escribir sobre la distopía?
Empecé a escribir el libro en 2019, antes de la pandemia. En ese momento la conversación pública sobre lo climático no era tan urgente o tan masiva como es ahora. Yo no tenía una intención ideológica ni estructural al hacerlo, fue una decisión emocional. Es algo que el personaje, como personaje contemporáneo, requería. Ella tiene una fantasía apocalíptica. Eso a mí me sirvió para explicar en qué situación está el personaje. Quién es esta persona que empieza diciendo “lo que quiero es matarme”. Entonces, empiezan a llegar estas imágenes de oleadas, de una especie de tsunami, de gran mar, que nos cubrirá a todos. Por supuesto, parte de una pregunta que yo me hago: ¿Qué pasará con las ciudades costeras?
El mar es un elemento importante en la novela.
Hay dos mares. Hay un mar inicial que es un mar apocalíptico. Y luego el otro mar, que es el que nos sitúa al otro personaje en el siguiente capítulo. Es un personaje que ha tenido que cruzar un océano y está enterrada en la playa.
Son dos personajes que funcionan en planos paralelos a lo largo de todo el libro.
El libro consta de dos monólogos, de dos personajes, una que está muerta y que habla desde el más allá y la otra que desearía estar muerta. La primera, Deborah, tiene más idea de lo colectivo, y el otro personaje, que no tiene nombre, está instalado en lo individual. Hay una dualidad entre ambas: por un lado, el quiebre individual y también el de una utopía, un intento de construir otra cosa por parte de Deborah Moody, que de hecho es algo que ella hizo de alguna manera. El otro personaje no logra salir de su 'yo' para poder construir nada, hasta que en un momento dado puede hacerlo a través de la venganza. Incluso dice “yo no quiero amigas, no le veo sentido, yo ya tuve amigas y no me sirvió de nada”. Me gusta mucho esa idea del comienzo, cuando ella está tan mal que dice “bueno, pues vayámonos todos al carajo a la vez”. Es muy egoísta por su parte.
El libro reivindica Salem como un espacio de libertad, no solo como la imagen de una zona de sacrificio que ha dado la historia.
Tanto Anne Hutchinson como Deborah Moody, que son personajes reales, fueron a parar a Salem. Son mujeres que habían sido expulsadas de su comunidad. Primero se van de Inglaterra porque son disidentes religiosas y después llegan a una comunidad, que es la comunidad puritana, y las dos son expulsadas de nuevo por su disidencia. Me parecía muy interesante que hubieran estado en Salem, que ha quedado marcada por la idea de la brujería, de la gran caza de brujas. Y me gustaba teñir al lugar de otra posibilidad. Quien emigra, ya sea por motivos religiosos, motivos económicos, etcétera, tiene una cierta esperanza de que, adonde va a ir, va a estar mejor que de dónde viene. Era inevitable que Deborah tuviera esa sensación de decir “este probablemente sea mi lugar”. Luego pasan otras cosas que hacen que no sea así.
¿Te interesó también la relación entre la fragilidad y la libertad?
Hay quien ha interpretado que uno de los personajes es fuerte y el otro es débil. Yo no lo entiendo así. Creo que son dos personajes construidos para mostrar precisamente la fragilidad de los vínculos y cómo el amor —el amor romántico o el amor de pareja, como queramos llamarlo— muchas veces se considera histórica, socialmente, el vínculo desde el que construir la fuerza personal o social, te diría que incluso el capital simbólico de cada uno. Me interesa lo frágil que es esa personalidad cuando el vínculo se destruye, cuando se rompe de la manera que sea. Es mucho más fácil ver que Deborah está en peligro por las circunstancias sociales y políticas de su momento. Pero los dos son personajes en el límite por la fragilidad emocional, en el caso del personaje contemporáneo, y la fragilidad económica, en el caso del otro personaje. Son fragilidades distintas, pero creo que bastante complementarias.
Yo no me senté a escribir sobre estas dos mujeres con idea de proporcionar personajes que sean de determinada manera, ni para corregir nada
¿Has querido hablar sobre salud mental con el tratamiento del personaje contemporáneo?
Es un personaje que era muy útil para mostrar algo que está en todos nosotros, ¿qué pasa si borramos toda convención social? Ella expresa lo que en muchos casos hemos querido expresar todos. Pero ella lo dice, se lo dice a sí misma. Cuando se empieza a romper, cuando está en una relación de pareja que no funciona, está cada vez más constreñida; en ese momento empieza este punto de fuga en el cual esa voz se convierte en una voz que rompe las convenciones sociales. “¿Qué pasa si yo le pegó una patada al tío este que está haciendo una paella?” Por supuesto, tiene características que se podrían simplificar como problemas de salud mental, pero es un personaje más libre porque permite la expresión de un montón de deseos que, en otro momento, u otro personaje, no se permitiría. Me interesaba mucho esa lucidez. Hay un montón de situaciones que colectivamente podemos pensar, vivir o teorizar, pero —por ponernos en jerga— este personaje es casi un “súper yo”.
La novela también es una reivindicación de esas mujeres que están en el límite, diríamos “las anormales”.
No es una decisión ideológica y no quiero romantizar el proceso, pero ponerte a escribir una novela durante dos o tres años tiene un enorme componente emocional. No es un ensayo. Yo no me senté a escribir sobre estas dos mujeres con idea de proporcionar personajes que sean de determinada manera, ni para corregir nada. Siempre me han fascinado, en la literatura que he leído, en la cultura que consumo, los personajes que son cuerpos rebeldes de la manera que sea. También en temas de salud mental. Me interesa mucho la imagen de la loca en la ficción. ¿Quiénes son esas locas? ¿Quién es la mujer del ático en Jane Eyre? ¿Quién es la mujer que está encerrada ahí? Son cuerpos disidentes literarios, historias que me llaman más que otras. Es la idea de la normalidad rota: ¿Qué pasa cuando se rompe ese relato de normalidad en la ficción? ¿Quién es esta persona que sale de un entorno socialmente aceptable, con una vida construida, con todo lo necesario para que la vida sea “normal”, y no lo es? Por eso mis temas favoritos tienen que ver también con la venganza, con cómo ese cuerpo rebelde se venga socialmente. ¿Por qué no encaja el cuerpo extraño en ese espacio? Eso inmediatamente me remite a una historia que hay que contar. Nunca he podido construir nada desde el costumbrismo, ni tampoco me interesa mucho literariamente. Hay gente que es buenísima haciéndolo, pero a mí los usos y costumbres me dan más igual.
Me interesa mucho salir de la idea de lo moral en la ficción, de que los personajes tengan que ser “buenos” porque están oprimidos o porque la sociedad les ha hecho daño
Has optado por una venganza que no implica violencia física, ¿por qué?
Es verdad, no hay una violencia física. No sé por qué es así. Quizá es que me parecía que los personajes eran más retorcidos si la venganza era más retorcida. La protagonista avisa de que es cobarde, con lo cual no va a ir a pegarle una paliza a nadie. No porque eso sea valiente, sino porque no es enfrentativa. En el caso de Deborah, es un personaje construido desde el rencor y una cierta maldad. En varios momentos, genera situaciones que no son de “buenas personas”. Me interesa mucho salir de la idea de lo moral en la ficción, de que los personajes tengan que ser “buenos” porque están oprimidos o porque la sociedad les ha hecho daño. Eso no necesariamente genera bondad. También podemos explorar eso.
Uno de los antagonistas del libro es una figura prometedora de la nueva política en Barcelona, ¿es una venganza personal hacia ese proceso?
No tengo una respuesta ideológica, lo digo de verdad. Tiene que ver con lo que yo conozco. Sería muy fácil construir una relación que no va bien y mostrar al personaje masculino desde la ultraderecha, el típico personaje que entendemos como machista. Pero yo, que vengo del entorno que no es precisamente de derechas, que no me he movido con gente especialmente conservadora, lo que he visto es que eso es transversal. No estoy contando ninguna historia que no conozca de mi entorno, de mis amigos o de lo que sé. Y me parece muy interesante situarlo en ese momento en concreto, justo antes del primer triunfo de los municipalismos porque también es un período de Barcelona muy interesante que yo conozco y viví. Transcurre después de esa idea casi faraónica de la ciudad que tuvo el PSC —de Joan Clos, por ejemplo— durante tantos años. La época de la crisis económica en Barcelona fue muy dura y duró mucho tiempo. Podríamos decir que no sabemos cuándo se agotó, pero esos años 2012-2013 son especialmente importantes. Aunque no sean relatados desde lo estrictamente político sí considero que son años importantes para la ciudad y quería plasmarla porque la recuerdo bien. Yo he visto una escena donde se hablaba de municipalismo mientras las mujeres servían el vermut, entonces, ¿por qué no relatarlo?
Las mujeres no son seres de luz, tienen amistades problemáticas, tienen relaciones problemáticas, tienen fantasías problemáticas, violentas, distintas a las de los seres de luz
¿Podemos dar por muerta ya la figura del aliado?
Realmente a mí la etiqueta aliado-no aliado, hombre feminista-no feminista… Yo creo que existen las buenas personas. Hay una cuestión de cuán compañero eres tú con la gente que te rodea. Pero hablo en general. Hay muchos hombres en esta novela. Alguien me decía “es que son todos malos” y por eso está la figura del inglés, que es una figura que parece menor, pero sirve para generar una idea también de deseo. Eso me sirvió también para no dejar todo tan arrasado.
Otra de las cuestiones es la de las amistades truncadas. Una problematización de la sororidad, nada menos.
Insisto, no es un libro moral. ¿Qué no es problemático? Las mujeres no son seres de luz, tienen amistades problemáticas, tienen relaciones problemáticas, tienen fantasías problemáticas, violentas, distintas a las de los seres de luz. Precisamente, creo que la idea de la amistad en esta novela es muy esperanzadora. Aunque hay vínculos que, por supuesto, no salen bien. Pero yo considero que es una novela que pone mucho peso en la amistad entre mujeres, y en el deseo de la construcción de los espacios con mujeres y entre mujeres. Lo que pasa es que eso no está libre de contradicciones ni de traiciones. Se trata de un libro sobre la traición y qué hacer después de la traición. En un capítulo concreto considero que hay un homenaje a la idea de la amistad entre mujeres en la adolescencia. Me interesa ese periodo de amistad, cuando se produce una relación tan profunda, tan íntima, en la que conoces tan bien a la otra persona, conoces tan bien el cuerpo de la otra persona, porque estás constantemente en contacto, en diálogo, en admiración.
¿Por qué te interesa el desarraigo en mayor medida que el proceso migratorio?
Pensaba en qué implica para una vida esa idea del exilio interior que conocemos también por la historia, también por la historia de España. Una cosa es el exilio, irte a México o Argentina, y otra cosa es el exilio interior que consiste en quedarte callado. Es decir, perderte y no volver a participar. Eso es de alguna manera lo que hace el personaje contemporáneo. Es decir, yo dejo de ser un ser social, me recluyo en una caja de cristal, que es un edificio de oficinas, y estoy como una especie de animal enjaulado el tiempo que haga falta. En cambio el otro personaje es una clásica migrante del siglo XVII, que se va a construir su supuesto mundo nuevo. Con esas diferencias, eso es lo que tienen en común y es la pregunta que yo me hice para empezar a escribir la novela. ¿Qué le pasa a un personaje cuando se va forzosamente? Uno de los personajes es una superviviente en el sentido clásico de que no vuelve a pensar en Inglaterra ni en su pasado. En cambio, el otro personaje, aunque esté localizado en Madrid, está pensando constantemente en su propia historia.
¿Qué le pides a las novelas que lees?
¿Qué me emociona especialmente? Los relatos de amistad. Lo próximo que escriba va a tener que ver con eso, ya estoy en ello. Tiene que ver con la idea de los vínculos que formamos en un momento dado de nuestra vida de una manera indeleble. Puedes no verte en años pero esa persona ha formado parte de tu construcción emocional, sentimental, social. Cuando alguien escribe bien sobre eso, me emociona profundamente. Hay un libro que yo recomendé en Deforme Semanal, que no está traducido y que creo que debería traducirse ya: es de una escritora irlandesa que se llama Belinda McKeon, y se llama Tender (2015). Explica muy bien cómo desde lo íntimo en realidad estamos hablando de muchas más cosas.