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Racismo
El transporte público como herramienta segregadora
Son las 10:45 de la mañana de un sábado en la ciudad de Chicago. Para llegar al sitio con la persona que me he citado y siendo uno de los pocos que no tiene coche en esta ciudad, mi única alternativa a tomar un Uber y pagar $45 es utilizar el transporte público, ya que mi destino final se encuentra a más de 10 millas al sur de distancia.
Siempre he sido más de autobús que de metro, sin embargo, esta mañana, para evitar la espera de los tres autobuses que habría tenido que tomar con esta lluvia, decido usar la línea roja de la “L”, el sistema de transporte público metropolitano de la ciudad. Chicago está dividida en 77 barrios, y tiene una superficie total de 606,1 km2 .
La ciudad del estado de Illinois ocupa el segundo lugar en la lista de las ciudades con mayor segregación racial en Estados Unidos, solo superada por Detroit. Este patrón (conocido como redlining) se extiende por las principales ciudades del país desde la primera mitad del siglo XX cuando el gobierno federal y local, junto con la industria inmobiliaria, unieron sus esfuerzos, a través de políticas de suelo (zoning) y modelos hipotecarios, para determinar qué zonas de la ciudad estaban exclusivamente reservadas para las minorías, entre ellas afrodescendientes. Esto creó una clara e intencionada separación entre blancos y negros, desplazando a estos últimos a las zonas más desfavorecidas de la ciudad.
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Voy al sur para encontrarme con la persona que me a vender un router de segunda mano, y con la que he conectado un par de horas antes a través de Facebook Market Place. En mi camino tengo que atravesar muchas de las comunidades de las que principalmente se habla por su alto índice de criminalidad, como Englewood o Garfield Park. Ambas con una población predominantemente negra, los residentes apenas tienen acceso a los servicios más básicos, como supermercados y centros de atención sanitaria. Sin embargo, me siento seguro, y aprovecho para observar a los de mi alrededor ahora que estoy ya sentado y me queda un largo viaje por delante.
El escenario es desolador. A pesar de los constantes avisos de la maquinista a través de la megafonía, la gente fuma en el vagón a parte de consumir otro tipo de sustancias. Además, hay familias con bolsas cargadas de objetos personales, no en muy buen estado, e individuos sin hogar que utilizan asientos contiguos para conciliar el sueño. El suelo no está limpio, hay restos de comida rápida, envases de plástico y un olor que no hará nada agradables los 45 minutos que me quedan de trayecto.
A lo largo de décadas de desinversión y falta de políticas equitativas para revertir el impacto negativo causado por infraestructuras segregadoras, el sur de Chicago se caracteriza por no haber contado nunca con una amplia red de transporte
El transporte público desempeña un papel fundamental en las ciudades y refleja tanto las necesidades como los desafíos que enfrentan las diferentes comunidades dentro de los núcleos urbanos. A lo largo de décadas de desinversión y la falta de políticas equitativas para revertir el impacto negativo causado por infraestructuras segregadoras, el sur de Chicago se caracteriza por no haber contado nunca con una amplia red de transporte que conecte estas comunidades con el resto de la ciudad. Esto se traduce en menores oportunidades de empleo para sus residentes, menos áreas verdes, servicios de atención médica y una menor diversidad de espacios, factores que allanan el camino de los ciudadanos hacia la clase media a través de la movilidad social.
Aunque el redlining no está en vigor en la actualidad, sus consecuencias negativas siguen siendo evidentes en la sociedad actual, lo que explica la persistente y acusada disparidad entre barrios en una superficie cuya extensión es similar a la de Madrid. Después de dos transbordos, aún me queda caminar 20 minutos para llegar a mi destino. Mientras estoy al teléfono con mi prima que reside en España, intento describirle lo que estoy presenciando. Personas mayores y personas en silla de ruedas están descendiendo de los autobuses porque el conductor no puede continuar su ruta debido a las inundaciones generadas por la tormenta. Soy testigo de una vulnerabilidad que alcanza su lado más pronunciado al hacer uso de un transporte público, que me cuesta trasmitir al tratarse de una escena que poco se asocia con los Estados Unidos. Me siento culpable al analizar a las personas que me rodean con cierta preocupación, pero realmente me causa conmoción ser testigo de lo que veo con esos imponentes rascacielos como telón de fondo, que con frecuencia aparecen en las noticias y que representan cifras millonarias en términos económicos para la economía del país.
Chicago tiene un PIB de 689 mil millones de dólares estadounidenses, y una producción económica total que supera la de Suiza. La desigualdad se vuelve más visible a medida que me alejo del centro financiero, conocido como el Loop, aceras y comercios se empiezan a ver cada vez menos. Siendo la tercera economía más grande de Estados Unidos, solo detrás de Nueva York y Los Ángeles, comprendo que esta experiencia me ayudará a tener una comprensión más profunda de mi trabajo.
Como usuario, estoy profundamente impactado. Actualmente, la “L” está pasando por uno de los momentos más crudos de todo su tiempo, ya que los habitantes de Chicago la usan cada vez menos. El segundo sistema de transporte público más grande del país se dirige hacia un precipicio fiscal a raíz de la pandemia de COVID-19, con un déficit presupuestario esperado de 730 millones de dólares en 2026, ya que los fondos proporcionados por el gobierno federal para paliar la crisis sanitaria están llegando a su fin y el número de usuarios sigue por debajo de los niveles previos a la pandemia.
Cada vez es más común ver más suciedad, vandalismo, y extrema pobreza cuando uno se sube a un vagón, lo que convierte a la “L” en una opción cada vez menos confiable y segura para los residentes a la hora de moverse por la ciudad. A pesar del empeoramiento constante de la congestión en las carreteras y el incremento de precios de los combustibles, conducir es todavía la forma más común de desplazarse para sus residentes. Según apunta un informe publicado por el Ayuntamiento de Chicago, más del 69% de los trabajadores se desplazan al trabajo solos en coche mientras que un 12% lo hace en transporte público. Las zonas más transitadas del centro, como Michigan Avenue o Lake Shore Drive, no disponen de carriles bus para dar prioridad a los que sí usan el transporte público para llegar al trabajo. Además, el surgimiento de empresas de movilidad como Uber o Lyft son otras opciones que reemplazan a los autobuses y el metro siendo la mayoría de los usuarios de alto poder adquisitivo.
El uso del transporte público representa una práctica esencial como individuos para crear comunidad con nuestro entorno
Me pregunto, ¿está promoviendo la insuficiente financiación del transporte público en Estados Unidos la segregación en este siglo? El uso del transporte público representa una práctica esencial como individuos para crear comunidad con nuestro entorno ya que no sólo nos estamos desplazando para llegar a nuestro destino previsto, sino que también nos expone a otras realidades que se encuentran y que interactúan entre sí en el mismo vagón con el que todos nos movemos. Por otra parte, el uso del coche nos aleja de esta ya que como medio de transporte privado representa nuestra propia individualidad frente a nuestro entorno. Este aislamiento y desconexión con el entorno lo sufre centenares de personas en EE. UU. cada día, especialmente en aquellos barrios donde la infraestructura peatonal es inexistente y el uso del coche es esencial para cualquier momento, como es el caso de Andrés, un compañero de trabajo que reside en el sur de Chicago, y que durante un almuerzo me comentaba no haber dado nunca un paseo por su barrio: “Siempre había peligros a mi alrededor por el hecho de vivir en el sur, desde el crimen generalizado y la violencia presentes en el vecindario hasta la exposición a metales pesados tóxicos en el suelo, procedente de una planta de fabricación de acero que cerraron y quedó abandonada.”
Después de mi experiencia en la “L”, me entrevisté con Roberto Requejo, gallego afincado en Chicago desde hace más de veinte años, y quien dirige en la actualidad, Elevated Chicago, una organización multi-sectorial que promueve el crecimiento más equitativo de los espacios públicos alrededor de intercambiadores de autobús o paradas de metro en Chicago. Desde Elevated, centran su trabajo en las personas, especialmente en los residentes afroamericanos, latinos e indígenas, en lugares afectados por la gentrificación y otras formas de desigualdad en el entorno, y en procesos que pueden reparar daños, cambiar el poder, impulsar el desarrollo urbano sostenible e involucrar a las minorías.
Roberto me explica que “aunque la organización ha invertido más de 10 millones de dólares en mejorar las áreas cercanas a estaciones de metro impulsando centros comunitarios, vivienda asequible, pequeños negocios, arte y jardines de lluvia, seguimos trabajando a contra-corriente”. Apunta que la mayoría del desarrollo urbano y de transporte “se continúa centrando en el coche particular y en las necesidades de los barrios de altos ingresos, mayoritariamente blancos”. “El gobierno local aprobó su primer plan de desarrollo equitativo orientado al transporte público en 2021 y ha invertido más de 800 millones de dólares en proyectos piloto”.
A través de la “L”, hay residentes que descubren que no todos los barrios carecen de aceras o árboles bien cuidados, o que hay sitios en los barrios del norte donde la gente sí pasea en la acera
Equiticity es otra organizacion comprometida con alcanzar y abogar por la equidad racial, incrementar la movilidad y la justicia racial de sus residentes para hacer que los vecindarios y las ciudades sean más accesibles y habitables para personas negras, latinas e indígenas en la ciudad de Chicago. Olatunji Oboi Reed, Presidente & CEO de Equiticity, dice que “uno de los elementos más importantes de nuestro trabajo es socializar a las personas en torno al acto de la movilidad. A medida que las personas se conocen y construyen confianza a nivel hiperlocal, comienzan a desarrollar lazos y conexiones más sólidas entre sí. Y a medida que nos conocemos mutuamente, descubrimos que somos más similares que diferentes, y así es como logramos la unidad en nuestra sociedad”.
Mi router resultó ser incompatible con la red telefónica de mi edificio, pero no por ello, mi trayecto fue menos significativo; como para mucha gente, mi experiencia en transporte público actuó como una ventana al mundo que me rodea. A través de la “L”, residentes como mi colega Andrés descubren que no todos los barrios carecen de aceras o árboles bien cuidados como el suyo, y que hay sitios en los barrios del norte donde la gente sí pasea en la acera con sus abuelos de la mano, donde incluso se camina sin miedo y es hasta posible llegar a una parada de metro o a un supermercado sin la necesidad de usar el coche. El poder transformador cuando esto sucede es prometedor, pues muchos residentes como él se esfuerzan en traer cambios sistémicos en sus comunidades para mejorar la vida de sus vecinos; no obstante, hay otros casos en que la desigualdad y la falta de oportunidades y conexión con el entorno les conduce a la auto marginación. Chicago, al igual que muchas otras ciudades, se encuentra ante la oportunidad de elegir seguir entre un modelo de ciudad segregado e insostenible donde las diferencias entre el norte y el sur se vuelvan cada vez más marcadas, o por el contrario, optar por uno más conectado, equitativo y accesible a todos y a todas por igual. Tal como exclamó mi compañero Roberto durante nuestro encuentro antes de darlo por concluido: esta es la oportunidad de cambiar las cosas.