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Trabajo doméstico
Detrás de la chica robot
Hacia la abolición del empleo de hogar interno. Cuatro razones urgentes y algunas reflexiones.
En la Comunidad Autónoma de Euskadi, las necesidades de cuidados se están mal resolviendo con la contratación, barata y precaria, de mujeres empobrecidas de los sures. Unas antes venían del sur del estado español, otras ahora lo hacen desde el sur global. Más del 90% de las trabajadoras empleadas en régimen interno son migradas que, al llegar, encuentran en este empleo un (si no, el único) nicho laboral.
Para el 2028, el 30 % de la población vasca tendrá más de 65 años. Si ya las necesidades de cuidados actuales no se están sabiendo (o queriendo) responder desde las instituciones, ¿Qué vamos a hacer en este futuro cercano? El régimen interno consiste en que las trabajadoras residen en los hogares familiares, que se convierten en su centro de trabajo. Se les requiere estar disposición de la (o las) personas cuidadas, en muchos casos las 24 horas del día, los siete días de la semana. La jornada nocturna no se encuentra reconocida ni regulada en la normativa vigente.
Los salarios, rarísimamente corresponden con la cantidad de horas trabajadas y los descansos, casi nunca se respetan. Machismo, clasismo, racismo, colonialismo y otras opresiones son moneda corriente y naturalizada. Mal trato, abuso de poder, control desmedido y múltiples violencias (denunciables en cualquier otro sector) crecen como flores en este empleo. Se convierte a las internas en máquinas o robots. Se las deshumaniza, omitiendo reconocer que tienen vida propia, proyectos, deseos, emociones. Muchas personas empleadoras piensan que las trabajadoras internas son de su propiedad.
Cuatro razones urgentes para abolir el empleo interno y emancipar los cuidados des-entrampándolos:
1. Destapar la cazuela: mojarnos y sacudir las zonas de confort.
Hay cuidados que no se pueden aplazar. Por ejemplo, no se puede dejar de alimentar a una criatura ni de higienizar a una persona mayor. Pero, hay todo otro montón de tareas y esfuerzos que sí podemos hacer y no hacemos. Los transferimos con la contratación interna. Esto es, sobre todo, por dos motivos. Ésta es muy barata. Y es, además, cómoda. Nos evita asumir responsabilidades y ahorra discusiones y dolores de cabeza en el ámbito de la unidad de convivencia. Se contrata internas, muchas veces porque no se puede; pero, otras, porque no se quiere hacer determinadas cosas. En este caso, no es una necesidad sino un privilegio. Evadimos la pelea de la corresponsabilidad y del reparto de todos los trabajos en clave de justicia. Las mujeres empobrecidas, pagan este pato.
2. Desprivatizar y desmonetarizar: sacar los cuidados de debajo de la alfombra y llevar a lo común.
Los cuidados no pueden ser ni un negocio ni una mercancía, no pueden seguir reducidos en el ámbito de lo privado, lo feminizado y lo individual. Necesitan de manera urgente una gestión colectiva, corresponsable y repartida en clave de justicia. Hay que sacarlos de debajo de la alfombra y llevarlos al ámbito de lo común, en tanto derecho, necesidad y responsabilidad colectiva que tiene que ser abordada y gestionada desde lo público y lo comunitario.
3. Reforma o Revolución: las tiritas no curan un sistema enfermo.
No sólo se trata de mejorar condiciones laborales y evitar vulneraciones, éste es un primer paso e importante. Pero, no el horizonte. Esto no cambiaría las cosas, el trabajo interno seguiría siendo algo individualizado, privatizado, feminizado y mercantilizado. ¿Qué pasaría con quien no pueda pagar? ¿Hasta qué punto dejaría de ser un empleo de mujeres empobrecidas?
4. Hacia un derecho colectivo al cuidado. Transformarlo todo de raíz.
Abolir el régimen interno implicaría vivir mejor todas. Generando otro tipo de empleos de mejor calidad y en condiciones más dignas para estas trabajadoras, en el marco de una infraestructura pública y servicios de cuidados de calidad para todas las vidas, independientemente de su poder adquisitivo. El trabajo interno opera como eje profundizador de desigualdades, vulneraciones, maltratos, abusos y violencias que suelen ser habituales en este empleo. En su seno, se cruzan y combinan múltiples opresiones como el género, la clase, la raza, la colonialidad, la lengua, la religión, la situación administrativa,etc.
Denunciar el empleo interno, como esclavitud moderna, es revisarnos como sociedad evasora de una responsabilidad colectiva, tal vez la más importante que podamos tener. La de sostener las vidas. Decir esto no es juzgar ni cuestionar a esas miles de mujeres supervivientes que encuentran en este nicho laboral una, si no la única, estrategia de supervivencia para sustentar sus vidas y la de sus familias. Nada más lejos. Ninguna de las compañeras trabajadoras de nuestro colectivo, ni de las que hemos acompañado, continuaría con este empleo si tuviese otro. Eso no es casual.
Cuando se “defiende” este tipo de empleo tiene que ver con otras cuestiones no resueltas: vivienda, ley de extranjería, quizás debiéramos incidir en dar vuelco a esas condiciones. No defendamos lo indefendible. ¿Dónde ponemos los límites? ¿Por qué se tienen internas? ¿Cómo estamos gestionando los cuidados? ¿Qué se oculta detrás de estas chicas robot? ¿Les hemos preguntado a ellas, si se seguirían empleando en este régimen, si como sociedad les diésemos otras oportunidades? Las personas que contratan, ¿estarían dispuestas a hacer ese trabajo? ¿Cuánto aguantarían esas condiciones? ¿Hasta dónde estarían dispuestas a pringar? Hacia la abolición del régimen interno, por una infraestructura pública de cuidados accesibles y de calidad para todas las vidas. El lugar social que damos a los cuidados, y a las mujeres que los realizan, dice mucho de cómo somos. Si cambiamos esto, lo cambiamos todo.
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¿ESO ES TODO LO QUE SE TE OCURRE COMENTAR DE TAN EXCELENTE ARGUMENTACION?