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Derecho a la ciudad
Gentrificación en el corazón de la excepción sueca
La crisis económica y la necesidad de cumplir los criterios de convergencia fijados por el Tratado de Maastricht llevaron a Suecia a emprender un potente y dirigido proceso de reestructuración general.
“Recuerdo cuando un día, un amigo mío que trabajaba como camionero me dijo, ‘oye, se ha mudado a mi bloque un tipo que, me dicen, es presentador de televisión’. Ambos nos extrañamos, ¿quién vendría a vivir a un sitio como Södermalm, lleno de antiguas fábricas y viviendas obreras? Más tarde nos enteramos de que un músico muy popular también había comenzado a vivir en el barrio. Y una periodista… Un continuo goteo de gente conocida y con recursos. Así comenzó todo”. El relato de Toni sobre la reciente historia de la isla de Södermalm, en Estocolmo, forma ya parte de los cánones de los procesos de gentrificación que han vivido –y viven– muchas de las grandes ciudades de Europa y Norteamérica, aunque también en América del Sur y Asia. Sin embargo, este caso cuenta con una característica añadida: Estocolmo es la capital de Suecia, el paradigma del Estado de bienestar y la socialdemocracia, la excepción sueca.
Al comienzo de la década de los 90, la vivienda en alquiler en Suecia suponía un 57% del total. De este porcentaje, un 22% se encontraba gestionado por la administración, principalmente local, a través empresas públicas; el 16% formaba parte del sector cooperativo y un 18% pertenecía al sector privado. Para el año 1992, Suecia invertía en políticas de vivienda un 4,10% de su Producto Interior Bruto (PIB) cuando, a modo de comparación, España solo dedicaba a ello un 0,98% un par de años antes.
Tal y como recogían diversos informes europeos (European Parliament, 12/1996), la política de vivienda sueca se caracterizaba, junto a la de los Países Bajos y el Reino Unido, por una intensa intervención estatal, contando con el sector de provisión de viviendas públicas de alquiler más extenso de la Unión Europea (UE), y niveles de inversión superiores al 3% del PIB.
Las antiguas tiendas han dado paso a franquicias de conocidas cafeterías y tiendas de productos naturales y biorresponsables
Sin embargo, la crisis económica que vivió el mundo a comienzos de la citada década y la necesidad de cumplir los criterios de convergencia fijados por el Tratado de Maastricht, unidos al cambio ideológico general sufrido tras la caída del Muro y la desintegración de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), llevaron a Suecia, entre otros, a emprender un potente y dirigido proceso de reestructuración general.
El cambio llegó a Suecia para quedarse con la victoria del Partido Moderado, liberal de centro-derecha, el cual gobernó entre los años 1991 y 1994 e introdujo cambios fundamentales en las políticas socialdemócratas tradicionales: recortes de impuestos, disminución en el gasto público, cheques-escolares, privatizaciones parciales en el sistema de salud, la liberalización del mercado de las telecomunicaciones y la energía, así como la privatización de grandes empresas públicas. Cuando los socialdemócratas volvieron al poder de la mano de Göran Persson, no solo no revertieron dichas políticas, sino que abundaron en ellas.
En relación a la vivienda, los sucesivos gobiernos suecos promovieron una notable expansión de la propiedad, redujeron las ayudas al alquiler y fomentaron y liberalizaron el mercado hipotecario, algo que facilitó las condiciones de acceso a la financiación, sobre todo mediante las consecuentes reducciones de los tipos de interés resultado de la convergencia europea. En lo referente al sector público de alquiler, se pusieron en marcha políticas de privatización y reformas legales que permitieron, a modo de ejemplo, transformar las empresas municipales sin ánimo de lucro en ordinarias empresas capitalistas.
La vivienda pasó, de este modo, de suponer como señala David Harvey, “un techo sobre tu cabeza, un buen lugar, rodeado de gente agradable”, a una simple mercancía en manos del capital local e internacional.
El proceso relatado por Toni comienza justo entonces, a finales de los 90, cuando Södermalm, tras un periodo inicial en el que sus antiguos edificios y calles –rastros de un pasado industrial– habían atraído a colectivos de artistas y representantes de la contracultura local, pasó a convertirse en un área con fuerte presencia de clases medias y altas, bohemios y miembros de las clases creativas que pueblan sus galerías, calles peatonalizadas y terrazas con privilegiadas vistas al Báltico y sus islas.
Un simple paseo por Södermalm muestra, además, cómo su paisaje urbano ha cambiado. Las antiguas tiendas han dado paso a franquicias de conocidas cafeterías y tiendas de productos naturales y biorresponsables, además de agencias inmobiliarias que muestran pisos de 56m2 y una sola habitación a 4,39 millones de coronas, unos 450.000 euros al cambio actual.
El caso sueco demuestra que el desplazamiento socio-espacial, la gentrificación, solo es posible mediante una intervención estatal que, a veces, puede llegar al paroxismo. Este es el caso de aquellas políticas urbanas que emplean directamente la intimidación, el mobbing o la violencia simbólica con el objeto de forzar el destierro de una parte de su población, como en el caso de la ciudad de Landskrona, una ciudad de tamaño medio del sur de Suecia donde el alcalde ha llegado a realizar declaraciones en la prensa –Sydsvenskan, 23/09/2012– pidiendo a los inmigrantes y los receptores de ayudas sociales que se marchen de la ciudad.
Tal y como me recordó Toni, “la vieja socialdemocracia sueca no existe, acabó con la liberalización de capitales”
Actualmente, el país se encuentra en una situación controvertida. Las políticas emprendidas han conllevado una importante reducción en la producción de vivienda nueva a pesar de la alta demanda existente. Las medidas destinadas a suplir las necesidades están basadas en el fomento del mercado a través de la agilización de los procesos de planificación y gestión urbanística, ayudas a los constructores privados de viviendas, etc. Sin embargo, los precios continúan altos, los inquilinos de alquiler público, siguiendo una lógica aplastante, se niegan a abandonar sus viviendas, aunque muchos se han subido al carro de la privatización.
Tal y como me recordó Toni, “la vieja socialdemocracia sueca no existe, acabó con la liberalización de capitales”. En definitiva, posiblemente estemos antes el fin de la excepción sueca.
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Desgraciadamente, en Latinoamérica, en medio de las diferencias socio económicas abismales, la gentrificación es una realidad excluyente más dentro de las ya suficientemente crueles existentes...no por eso menos inhumana.