We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Fascismo
El fetichismo de las urnas (II)
El Partido de los Trabajadores Alemanes había sido fundado al final de la I Guerra Mundial por un cerrajero patriota, Anton Drexler. Hitler, por aquel entonces Cabo en activo del ejército, se unió a ellos a fines de 1919 con el propósito de ganarse a los trabajadores para la causa nacionalista. No tardó mucho en convertirse en uno de los oradores más eficaces del movimiento y en miembro de su comité dirigente. En febrero de 1920, ante dos mil personas, y ya como responsable de propaganda, propuso, en la bodega de una cervecería en Munich, cambiarle el nombre a Partido Obrero Alemán Nacional Socialista.
Esta síntesis semántica entre el nacionalismo y el socialismo, significantes que se consideraban incompatibles entre sí, y que delimitaban la derecha de la izquierda, fue el gran aporte populista de Hitler bajo la bandera mítica de la unidad nacional.
Tras el fracaso de intento de golpe de Estado en 1923, Hitler comprendió que, en un estado centroeuropeo organizado con unas instituciones fuertes, no era viable un putsch violento. Un movimiento nacionalista multiclasista debía llegar al poder por vía legal. El programa inicial llamado Veinticinco Puntos mezclaba el nacionalismo, el antisemitismo, los ataques a las grandes empresas y al capital internacional, y abogaba por la expropiación de latifundios.
Empero, paradójicamente, tal como ocurrió también en Italia, el proceso de fascistización en Alemania irá de la mano del establecimiento progresivo del capitalismo monopolista bajo el predominio de la gran empresa industrial, verbigracia, el trust I.G. Farben y del capital bancario, como el Deustche Bank. Este proceso monopolista de concentración de capital exacerbará las contradicciones entre las diferentes clases y fracciones en el poder, a saber, el gran capital, el capital medio industrial y comercial, y la gran propiedad territorial, hasta que son neutralizadas por el fascismo ya en el poder. Dicho esto, toda la política económica del nacionalsocialismo tendió a cimentar la alianza del gran capital monopolista y la gran propiedad territorial, con la ventaja neta del primero, en detrimento de las masas populares del campo. En relación con el gran capital financiero que fusiona al industrial y al bancario, es este último quien saca mayor provecho a diferencia de lo acontecido en Italia.
El hecho de que los fascistas se las arreglaran para conservar parte de su retórica antiburguesa, de su programa inicial y de una cierta aura “revolucionaria”, mientras formaban alianzas políticas prácticas con sectores del orden establecido, sigue siendo uno de los misterios de su éxito. Los fascistas, y no solo los alemanes, trataron y consiguieron, hasta cierto punto, atraer votos prometiendo unir a la gente en vez de dividirla. Dicho esto, los nazis nunca consiguieron ganar la mayoría en unas elecciones libres, si exceptuamos las efectuadas en el estado Schleswig- Holstein, el 31 de julio de 1932, con el 51% de los votos. Un estado agrícola afectado por la caída de los precios que produjo la entrada de nuevos productores de EEUU, Argentina, Canadá, y Australia en el mercado mundial. La crisis del 29 fue la puntilla que remató a estos agricultores y ganaderos. Hitler supo ofrecerles algo, como a las demás clases sociales, aunque ello pareciera una aporía. Nota bene, el Partido Nazi, pasó de ser el noveno partido más votado en 1928 al primero a mediados de 1932. Hitler sabía cómo tratar a un electorado de masas y jugó habilidosamente con los resentimientos y temores de los alemanes ordinarios. Organizaba mítines públicos animados con escuadras uniformadas de acción directa, las SA, dirigidas por el antiguo capitán de los Freikorps Walter Stennes, que usaban la violencia contra socialistas y extranjeros, arengas incendiarias, y llegadas espectaculares en avión a los actos.
Este paso que convirtió al movimiento nazi en el mayor partido de masas de Alemania, fue lo que llevó a que el bloque de poder y dentro de él, al gran capital, se fuera girando progresivamente hacia el nazismo. El partido nacionalsocialista, que parecía aplastado después del golpe abortado en Baviera, en 1923, se reconstituyó rápidamente: de 27.000 miembros en 1925, pasó a 72.000 en 1927 y a 178.000 en 1929. El punto de inflexión estuvo en 1927. Ese año fue desplazado por primera vez Gregor Strasser, dirigente del ala “anticapitalista”, -a fines de 1932 será expulsado definitivamente y luego asesinado en la Noche de los Cuchillos Largos-; fue también reformulado el programa original del partido hacia la derecha; y fue el año donde comenzó la subordinación de los demás partidos nacionalistas al nazismo.
La democracia parlamentaria de la República de Weimar no había conseguido generar entusiasmo entre la población alemana pues la consideraban fruto de la dominación extranjera y de la “traición interna” de la revolución de noviembre de 1918. Minado por la derecha nazi y por la izquierda comunista, los centristas moderados se vieron obligados a formar coaliciones heterogéneas, como también ocurrió en Italia antes de la Marcha sobre Roma. Desde junio de 1928, el socialista reformista Hermann Müller presidía una gran coalición que duró hasta marzo de 1930. El Plan Young de junio de 1929, por el que Alemania se comprometía a seguir pagando las reparaciones internacionales por la Primera Guerra Mundial, provocó la indignación nacionalista. Poco después, en octubre, se producía el hundimiento de Wall Street y la crisis económico-social subsiguiente. El gobierno socialdemócrata de Müller no supo gestionar las tensiones hasta que cayó el 27 de marzo de 1930. A partir de entonces ya no se podía conformar ninguna mayoría parlamentaria en Alemania y el presidente Hindenburg, valiéndose de los poderes especiales que le otorgaba el artículo 48 de la Constitución, propuso al sindicalista católico Brüning para la cancillería de la república gobernando, excepcionalmente, por decretos. Pari passu, durante este gobierno del centrista Brüning, el partido nazi se convertía en la mayor organización de masas de Alemania, como se dijo ut supra, lo que permitía en potencia conformar una mayoría que, por primera vez desde 1918, se pudiera prescindir de la izquierda, una izquierda que se hallaba profundamente dividida. El nuevo canciller, el aristócrata conservador Von Papen, en julio de 1932, intentó integrar a Hitler como vice canciller pero rechazó la oferta en espera de una oportunidad mejor. Igual que en Italia, fueron las camisas pardas de la SA las que, con su violencia selectiva, consiguieron a través de la fuerza y el miedo, ese puntito de hegemonía social que les faltaba para que el presidente Hindenburg, como representante informal de los conservadores, le tendiera la mano a Hitler. Antes de eso, Von Papen convocaría elecciones en noviembre de 1932 y para sorpresa de muchos, los nazis bajaron en votos mientras que los comunistas subieron. Ante este desconcierto e incertidumbre, Hindenburg, actuando como una suerte de bonapartista, propuso al general centrista Von Schleicher como canciller para intentar reconstruir las relaciones con las organizaciones obreras y evitar el peligro de la revolución. Es ahora cuando se produce la conspiración palaciega que llevará a Hitler al poder. El conservador Von Papen, resentido por su sustitución por Schleicher, ideó un plan contra este convenciendo al presidente Hindenburg de que aquel estaba planificando una dictadura militar y de que no quedaba otra opción conservadora que organizar un gobierno Hitler-Von Papen. De esta forma, el 30 de enero de 1933, Hitler había sido elevado al cargo por una conspiración. Por ende, ni Hitler llegó al poder mediante el voto directo ni tampoco por un golpe de estado per se o tradicional sino si se quiere via un golpe indirecto. Empero, al igual que Mussolini, fue invitado a ocupar el cargo de jefe de gobierno por un jefe de Estado -conservador- en ejercicio legal para tal designación en un contexto de crisis política y social extrema.