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Europa
¿Cuándo fue la última vez que votaste en unas primarias? Especial europeas, con Pablo Elorduy
Europa es difícil, tecnocrática y cruel. O, según se mire, el peluche al que abrazarnos para no quedarnos por completo solos con nosotros mismos -es decir, en la urba España- cuando se apagan las luces.
Aquí Europa nos interesa como un indicador de nuestra imaginación política. Básicamente por aquí abajo Europa significa modernidad y la modernidad ser europeos. O sea, un país homologable a nuestros vecinos del piso de arriba y no, por ejemplo, a los del piso de abajo. Sí, una metáfora preñada de racismo, pero perfectamente operativa en los últimos 60 años de nuestra historia. Algo que explica que en España funcione un europeísmo mucho más ferviente de lo que casi nadie está dispuesto/a a confesar y al mismo tiempo no se sepa mucho de cómo funciona la cosa Parlamento-Consejo-Comisión. No se sienta culpable. Tampoco es que en los demás países la gente lo entienda muy bien o -simplemente- lo entienda. Se diseñó así. Con un puntito de misterio. El misterio en los libros, las series y los/as amantes es guay y seductor. En las instituciones de gobierno puede llegar a ser realmente inquietante.
A esta Europa a veces se le mira arriba como a un dios, al que se le reza o se le maldice cada cinco años, pero sin saber muy bien cómo esa pieza de fe funciona luego en los trílogos por venir. En el ciclo anterior se disputaba Europa, y a eso se adaptó la política europea. Mientras, en este, se mira como un afuera relevante, pero afuera al fin y al cabo. A veces como una excusa para practicar lo infame, otras como un campo de proyección de las cuitas vecinales o como el juez no necesariamente imparcial al que se apela para resolver el empate doméstico. El robot de cocina de las instituciones, vamos. Para nuestra suerte, hemos invitado a Pablo Elorduy, coordinador de política de El Salto, para acompañarnos en este camino de ida y vuelta que son la arena estatal y la europea.
En la arena europea se juegan muchas cosas, pero la mayoría ya las hemos inventado en el sur, como la homologación de la extrema derecha con una posición fiable -liberal en lo de la mantequilla, atlantista en lo de los cañones- y la gobernabilidad de las dos derechas Estado-de-Derecho approved. Así que quizá tengamos tiempo de profundizar en un debate que es estratégico sobre la alternativa a la UE y las alternativas en la UE que considere los problemas coloniales y ecológicos del aparato, pero también las incógnitas de una renacionalización de la política.
Dicho esto, aquí se practica el no contarse cuentos y se sabe que, en momentos de baja potencia, Europa se vota en clave local. En la arena local la cosa está en empate. Pero no en un empate de 3 a 3 y niño cómo lo estamos pasando, sino en uno de esos 0 a 0 donde no hay presupuestos, leyes ya veremos si pasa alguna que no venga con el embudo del decreto-ley, y todo queda al partido de vuelta. Esto es, a las siguientes elecciones. Mientras tanto, como Sánchez poco puede hacer con los asuntos mundanos se ha pasado a los transcendentales, que es la forma de animar un 0-0, como la lucha por el amor o por la democracia, una manera de poner ojitos a todo socialdemócrata, derivados y deseperados/as, para que se vengan a la casa-Estado de la “izquierda” cuando haya que convocar elecciones.
Esta agitación afectiva en la izquierda del tablero proviene de un impasse que la derecha cerró en las últimas locales y autonómicas de hace un año: la existencia de cuatro papeletas colindantes que, como trío, compusieron un bloque de gobernabilidad estable en el 2020-2023, pero que, como cuarteto, se quitan el aire de una habitación en la que nadie piensa abrir las ventanas. En realidad, puede que el espacio menos movilizado sea el que más se juegue. También es posible que mucha gente vote en estas europeas como a unas primarias de ese espacio que ahora tiene una composición imposible de alcanzar. A saber: 1) la hibernación de Podemos, 2) un empate con Sumar que obligue a una suerte de fusión fría, al modo de las generales, o 3) la acumulación en un gran partido laborista -o macronista, según el día-, adaptado a la flexibilidad y polivalencia que exigen estos tiempos. Queda menos para saberlo.