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La semana política
Aterrizaje en la alarma
En El gesto de la muerte, cuento recogido por Bernardo Atxaga en su Obabakoak, un criado pide a su amo el caballo más veloz que tenga para recorrer el camino hacia Ispahán: ha visto a la muerte y ha creído ver un gesto de amenaza. La muerte, poco después, habla con el amo: no era una amenaza, solo mostraba su extrañeza porque esperaba al criado esa misma tarde en Ispahán.
En la cuarta temporada de The Wire, el alcalde de Baltimore (la ciudad de Edgar Alan Poe) debe afrontar la crisis provocada por un falso psicópata que ataca a los sin hogar. El alcalde pone todos los medios al alcance para que se resuelva el caso. Algo que no hizo para salvar la educación en el curso anterior.
Covid19, el tipo de coronavirus que crea una enfermedad infecciosa grave y de alta mortalidad (el 3% de los casos), ha entrado sin invitación en países de todo el mundo, alterando las tranquilas sociedades italiana y española y mostrando el músculo económico y disciplinario, pero también social, de China. El coronavirus ha derramado la crisis financiera mundial que se aguardaba desde hace tiempo.
Nadie defiende hoy la globalización, el cierre de fronteras se ha automatizado y se vuelve a un estado nación reforzado, bien en términos neo-proteccionistas —algo que ya había trazado Trump para Estados Unidos y su socio-subalterno Johnson en Reino Unido— o bien aferrados al mástil del proyecto europeo, que hasta ahora no ha demostrado ser otra cosa que un barco sin rumbo.
Esta misma semana, propulsada por la crisis del coronavirus, Arabia Saudí situaba los precios del petróleo en su nivel más bajo en 30 años. Arrancaba una nueva fase de competición destructiva a la que, no por casualidad, seguía el anuncio por parte del Banco Central Europea de una inyección de 120.000 millones de euros —entre otras medidas— al sistema financiero. Las bolsas de medio mundo, en pánico, ven la rentabilidad evaporarse y sospechan de todo y de todos. Para el común, el peligro es que los bonos de deudas vuelvan a ser el objetivo de ataques especulativos. Eso es lo que estará en juego en los próximos meses.
Cuarentena en la provincia España
La cuarentena impuesta por el cierre de los colegios y las medidas que se han tomado para bloquear la interacción social —elemento clave, dicen los expertos— ha tenido su eco en el cierre de acontecimientos que fijan en el día a día a las sociedades de masas: las fallas, la semana santa de Sevilla y otras ciudades andaluzas, la Feria del Libro de Madrid hasta la liga de fútbol profesional han echado el cierre o se postergan sine die. Las terrazas y los bares, los restaurantes, teatros y otros espectáculos quedan para otra ocasión. Se acaba el confeti y se pausa también la demanda interna, el primer motor efectivo de la recuperación. El segundo, las exportaciones, también queda en suspenso. Hace solo una semana se hablaba de norias más grandes, hoy de disciplina social y de misas especiales para espantar el espectro de la enfermedad.Hay que esperar un paso más decisivo por parte de un PSOE que puede tener la tentación de desvanecerse como pasó en 2010
El presidente, Pedro Sánchez, llamó el jueves 12 de marzo a la “responsabilidad y la disciplina social” y, un día después, decretó el Estado de Alarma. Horas antes lo había hecho Portugal. El jueves, el vídeo de un coche de carabineros italianos patrullando para pedir a la población que se mantenga en casa, anticipaba un futuro oscuro. Las medidas, por más necesarias que sean, muestran cómo Europa ha retomado la senda de los “estados fuertes”, en línea con el resto del mundo. El control chino de la pandemia, hoy ensalzado, y las medidas proteccionistas de Alemania, que ha prohibido la exportación de artículos sanitarios básicos, son las dos caras de ese elogio del estatalismo, con la salvedad de que China puede conseguir que la crisis económica derivada de la pandemia no lastre un crecimiento superior al 5% de su PIB.
Coronavirus
La dimensión política del coronavirus
En el caso de España, la pregunta que esta semana no ha respondido Sánchez es si se apostará, como Francia e Italia, por romper con el techo de déficit para solventar la primera andanada de la crisis mediante medidas neokeynesianas.
El Plan de Choque Social lanzado por distintos colectivos en redes sociales ha apuntado algunas de esas medidas de rescate por abajo: moratoria de hipotecas, cobertura del 100% de los salarios o moratoria de las prestaciones por desempleo. Puede que estas medidas lastren a la economía y agoten el crédito del Gobierno de Coalición entre el gran capital. De no tomarlas, el Gobierno se abre a la posibilidad a medio plazo del estallido por parte de capas subalternizadas (parados de larga duración, trabajadoras pobres) que verán imposible recorrer el camino de vuelta a la precaria situación que vivían hace solo una semana.
Estado de alarma
El Estado de Alarma es el primer paso para poder restringir derechos fundamentales y libertades civiles. Lógicamente, no hay contestación ante la evidencia científica de que el contagio vertiginoso debe ser evitado. Pero la profilaxis y el control social, como el propio virus, no son estáticos. No es posible presuponer una conducta cívica si no se disponen medidas que comiencen a cerrar el abismo que se ha abierto ante los pies de decenas de miles de personas que están perdiendo ingresos a marchas forzadas.
El jueves, el Gobierno anunció un plan de choque tímido, en sentido contrario al que Giuseppe Conte y Emmanuel Macron han lanzado en sus respectivos países. Una noticia de El Confidencial subrayaba el papel de Nadia Calviño a favor de la respuesta “austeritaria” ante la crisis: ni planes de estímulo social ni desvío del rumbo marcado por el BCE. Pero la noticia no estaba basada en ninguna declaración. Hay que esperar un paso más decisivo por parte de un PSOE que puede tener la tentación de desvanecerse como pasó en 2010. Abandonar el neokeynesianismo flojito para abrazar la austeridad férrea devolverá la mano a los mercados. Y la tentación de estos a mirar al mercado de deuda soberana puede repetir el movimiento circular que derivó en la crisis bancaria de 2012.
La fórmula presentada el jueves por el Banco Central Europeo recuerda a la del príncipe Próspero en La máscara de la muerte roja: un encierro en la macabra danza neoliberal, desde la confianza de que la peste no alcance a lo alto del castillo. Una mala noticia que incluso puede funcionar como una purga para reverdecer las vías de acumulación de beneficios. Aseguradoras privadas, hospitales privatizados, hoteles que son medicalizados, encuentran una oportunidad de negocio en medio de la crisis. Para pocos y por poco tiempo.
Nuestra joya y nuestra vergüenza
Es en la sanidad y la educación pública, duramente castigados por los recortes puestos en marcha desde 2010, donde se ha evidenciado que nunca hubo una recuperación real. Hay dos mil camas menos en la última década en la Comunidad de Madrid y una reducción de 3.000 personas en la plantilla del sistema autonómico de salud.
Cuando pase el temblor, el desempeño de la sanidad pública durante la crisis del coronavirus será la vara de medir para evaluar si es posible relanzar un estado de bienestar o si éste ya está en ruinas
La carrera de la privatización partía de la confianza en que la “joya del sistema de protección social”, como calificó el relator sobre pobreza de la ONU, Philip Alston, a la sanidad, era un acuífero inagotable del que el sector privado iba a poder extraer más y más valor. Mediante subcontrataciones y derivaciones, el sistema funcionaba y daba oportunidad de negocio. Covid19 ha demostrado que la sanidad puede convertirse en un equivalente a las Tablas de Daimiel, otra joya, en este caso de la naturaleza, que hoy está esquilmada y agoniza.
También, con seguridad, la crisis va a situar el sistema público de salud entre las preocupaciones sociales más acuciantes: hoy es el séptimo principal problema para la población, según el CIS. Cuando pase el temblor, el desempeño de la sanidad pública durante la crisis del coronavirus será la vara de medir para evaluar si la expresión más acabada del Estado de bienestar aguanta.
La educación es otra historia. El propio relator Alston alertó, hace menos de un mes, del estado de depauperación del sistema educativo y de las diferencias entre las comunidades autónomas.
La crisis del covid19 ha puesto en evidencia que, a día de hoy, una de las funciones primordiales de los colegios es garantizar una comida a niños y niñas en situación de pobreza: 2,2 millones en España. Sin embargo, el cierre de los colegios también ha mostrado que el sistema educativo funciona como una sujeción necesaria para el ritmo acelerado y frenético de producción social.
Deteriorada, cabalgando en muchas comunidades hacia una segregación sin vuelta atrás, el debate sobre la educación pública ha vuelto a quedar para cuando pase lo urgente. De momento, 8.000 trabajadoras y trabajadores que se enfrentan a un Expediente Temporal de Regulación de Empresa en la Comunidad de Madrid en base a una orden emitida el miércoles, sin consensos ni consultas, que afecta a las plantillas de las escuelas infantiles.
Si en el comienzo de las cuarentenas las administraciones siguen contemplando las escuelas e institutos como “aparcaniños”, y a sus plantillas como material fungible, es, simplemente, por todos los años de deterioro en el sistema educativo público. Como en The Wire, cualquier shock ha sido hasta ahora prioritario antes que ocuparse de lo importante.
Un apunte al margen, los chicos de la esquina de The Wire, los expulsados por el sistema educativo de Baltimore, venden la heroína en las calles con el nombre de “Pandemia”.
Sangre, sudor y lágrimas
Desde ayer, los servicios sociales cobran protagonismo para la gestión de la crisis. Los anuncios del presidente del Gobierno el jueves —25 millones para luchar contra la pobreza infantil— forman parte del escenario de la “semana uno” de la crisis. Un escenario en el que el Ejecutivo ha zozobrado, esperando una respuesta por parte de Europa que ha llegado en clave de morse. La Comisión no va a movilizar un estímulo fiscal, lo que va a hacer es permitir “algunas cosas".
La clave: los presupuestos se flexibilizarán —para lo que el Gobierno tendrá que conseguir como paso previo unas cuentas en clave de alarma que convenzan a todos menos a PP y Vox, atados entre sí— y se permitirá el uso de subvenciones como en el caso de las emergencias. Pero nada de lo que ha ocurrido esta semana permite adivinar si el Gobierno tiene otros recursos dispuestos, distintos a los de 2008-2009, para afrontar la realidad de al menos dos semanas de frenazo de la economía: un paro que se puede ir al 15% fácilmente y un ejército de trabajadores y trabajadoras autónomas con una facturación incapaz de hacer frente siquiera a la deuda postergada con hacienda por el decreto del 12 de marzo. “Sangre, sudor y lágrimas”, en el discurso del viernes 13 de Sánchez.
El civismo y la disciplina social, como el virus, no son estáticos: la tentación de cargar la factura social de la crisis sobre la escala de trabajadores y propietarios de Pyme, autónomos, trabajadoras a tiempo parcial o temporales, domésticas, desempleadas y sin papeles, es un riesgo para el Gobierno. En Francia, Emmanuel Macron lo ha visto así y, tras un año de huelgas y después de dos de movilización continua, ha anunciado que la recuperación de la economía contará con el chorro de liquidez del Estado. Hay que ver hasta dónde llega.
El recurso a los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo debe ser excepcional y tiene que hacerse en un marco de obligado mantenimiento del empleo. Usar la última reforma laboral —que contempla un escenario de futuras pérdidas que la crisis ha convertido en inevitable— para que el Estado pague directamente los despidos, parte de la misma lógica del trabajador como alguien a quien se puede poner en modo on/off sin coste para la empresa. Las empresas que reciban ayudas deben hacerlo bajo la condición de que recuperen a la plantilla cuando termine el periodo de shock.Pero además, hacen falta medidas directísimas que vayan a determinados sectores y, sin muchos más rodeos, al bolsillo de la ciudadanía. Sean estas en un principio de tipo asistencialista (cupones de comida), mediante una expansión de los ingresos mínimos vitales o a través de la renta básica.
La recesión ha esperado su momento
En el mejor de los escenarios, estamos hablando del peor año de los últimos cinco para decenas de miles de personas. Tomando la foto panorámica, es una reestructuración de la economía mundial en dos claves: una economía financiarizada con un impulso proteccionista fuerte —un equilibrio retorcido— y un auge del autoritarismo de Estado que, y esto es una buena noticia, puede dejar fuera al llamado populismo de derechas.
Tanto Vox como Salvini han naufragado en sus intentos de aparentar que tienen soluciones y las medidas de control han hecho innecesarias sus propuestas supremacistas sobre cierre de fronteras. Eso también puede cambiar.
Las múltiples consecuencias del coronavirus y su expansión internacional se reducen a esa única certeza: esta es la crisis que temíamos. Como en el cuento que contaba Atxaga, la recesión estaba en un lugar distinto del que imaginábamos, pero nunca ha dejado de esperarnos.